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27 de abril de 2002 |
Crisis en Argentina Repugnancia
Miguel Angel de Boer
O náuseas , o asco, o como cada uno prefiera denominarlo, es lo que nuevamente sentí anoche cuando - pese a que una fuerza contraria, saludable por cierto, se oponía - volví a presenciar la transmisión de la sesión de la Cámara de Diputados de la Nación tratando la "Ley antigoteo", según el subtítulo de la pantalla.
Encontrándose el país al borde de uno de sus mayores desastres económicos y sociales, con efectos devastadores en los mas amplios sectores de su población, debido a los cuales la salud, la educación, el trabajo, la seguridad, es decir los mas elementales derechos humanos y constitucionales se ven quebrantados al límites vergonzantes: donde los niños lloran de hambre, los ancianos mueren haciendo colas para cobrar su miserable limosna con atraso, los ahorros están capturados, los enfermos esperan la muerte por falta de medicamentos, en fin, donde la sociedad pareciera diluirse retrogradando a estadios cuasi primitivos por su grado de anomia e incertidumbre, observar - en la medida de lo tolerable - el comportamiento de estos remedos de legisladores es un ejercicio que, no por despiadado, puede resultar provechoso para entender lo que nos pasa. Ignoro si debido a la cantidad de horas que llevaba la sesión o por fortuita coincidencia, cada vez que miraba lo que acontecía, la mayoría de los diputados no se encontraba en el recinto, seguramente agotados por el esfuerzo, tal vez por que lo importante trasciende, para los mismos, fuera del mismo. En tanto, los que si se encontraban expresaban en toda su magnitud la parodia que significa hoy, y desde hace tiempo, gobernar en la Argentina. Porque si bien resulta imposible intentar la comprensión de la lógica que subyace a su estructura de pensamiento, reparar en sus gestos, sus guiños, su desaprensión, mientras hace uso de la palabra alguno de sus pares, resulta impactante para quienes, ciudadanos comunes, estamos advertidos, no sin aciago, de que en dichas manos se encuentra, nada menos, el destino de nuestras vidas. La desvergüenza (¿o acaso ignoran que están siendo televisados y mirados por millones de personas?) con que conversan entre ellos (conversación que no parece tener por contenido los graves problemas que nos aquejan); el modo en que se comunican con sus siempre flamantes celulares; que van de un lado a otro para saludarse entre ellos, con la misma emoción de quienes se encuentran en una fiesta por casualidad; toman café o mastican (de un modo extraño para el contexto, como quien está en un pub o en un lobby de exclusiva concurrencia); se ríen, con una frecuencia que resulta sospechosa (¿qué les causará tanta gracia?); leen, o hacen que leen, muy concentrados distintos textos; la manera con que hacen un evidente esfuerzo para mantenerse desvelados o, en fin, vencidos por el cansancio o el aburrimiento, se duermen, se presenta todo como una extraña, esquizoide y contrastante escena frente a la angustia, el dolor, la preocupación, la tristeza, en que se ve sumida la cotidiana realidad de quienes somos (¿somos?) sus representados. Para que no se me acuse de estar generalizando y atentado contra las instituciones democráticas, debo mencionar que hay excepciones. (¿Hay?) Pero, en verdad, debiera ser al revés. Y tal vez el día que se dé lo contrario, en lugar de sentir nauseabundas sensaciones, podremos sentir el orgullo de estar en un país distinto, que tenga su correspondencia en gobernantes distintos. ¿O acaso, ese indecente escenario, no es sino uno de los espejos del rostro mas obsceno en que ha devenido, por coerción, inducción o elección, el deterioro de la conciencia ética, moral, histórica, social y política de los argentinos? Comodoro Rivadavia, 24 de abril del 2002. |
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