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21 de abril del 2002 |
Venezuela Venezuela
Enrique Calderón A.
En ocasión de un seminario organizado por la UNESCO sobre tecnología educativa, en 1987 tuve la oportunidad de visitar Venezuela y conocer Caracas. Mi estancia en la ciudad me dejó una impresión negativa, generada en parte por la prepotencia de los funcionarios del gobierno venezolano de quienes éramos supuestamente sus invitados; cada funcionario siguió una copia del mismo protocolo: llegar, presentarse, darnos una cátedra sobre lo maravilloso, avanzado, exitoso y único que era el sistema educativo de Venezuela en sus diversos niveles y modalidades; luego hablaban de sí mismos, me imagino que con el objeto de hacernos ver lo afortunados que habíamos sido al asistir al seminario y conocerlos, finalmente se excusaban por tener que retirarse debido a las delicadas responsabilidades que tenían encomendadas. Recuerdo en especial a una doctora, supuestamente directora de un programa de educación prenatal, que estaba desarrollando un novedoso método para enseñar ajedrez a los niños... en el vientre mismo de las mamás.
Una excepción a todo esto fue una maestra humilde que estuvo con nosotros a lo largo del seminario; su presentación fue para pedir ayuda a la UNESCO con el objeto de resolver la terrible problemática de los niños venezolanos, que normalmente apenas llegaban al cuarto o quinto año de primaria por las difíciles condiciones en que vivían. El otro motivo de mi impresión negativa fue la miseria que fácilmente se podía observar en las partes más altas y visibles de la ciudad. Caracas era un valle frondoso en el que se veían construcciones y edificios que hablaban de riqueza y opulencia, coronado de fabelas y casuchas miserables en los cerros circundantes. Ni siquiera la belleza de las mujeres en las calles y plazas podía compensar mi sensación de malestar. Mi visita a Caracas tenía un antecedente; unos años antes había tenido la suerte de escuchar un disco del quinteto Contrapunto, con el cual me había hecho a la idea de que la música y el folclor de Venezuela eran los más hermosos del continente, por ello mi desencanto ante una realidad para la cual no estaba preparado. Una segunda visita a Caracas, en 1991, a uno de los tantos eventos con los que se conmemoró el Quinto Centenario del viaje de Colón, no hizo sino confirmar mi experiencia anterior e incluso agravarla. En esa ocasión uno o dos representantes de cada país iberoamericano discutíamos la posibilidad de establecer un programa de colaboración continental con el apoyo de España. El anfitrión de la reunión y representante del Ministerio de Educación de Venezuela nos comentó informalmente sobre la evidente superioridad venezolana; sólo así se podía explicar que los gobernantes y en general la gente de bien acostumbrara tener sirvientes europeos, generalmente españolas e italianas, ¿En qué otro país se daba una muestra tan clara de desarrollo que pudiera superar a Venezuela? La realidad comenzó a ser aparente para mí, se trataba de un país rico, gobernado por una reducida elite de criollos racistas que estaban sumiendo al país en la miseria. La llegada de Hugo Chávez a la presidencia era inaceptable para esa elite criolla, corrupta y falta de imaginación como para aprovechar la riqueza del petróleo y hacer de Venezuela una de las naciones más avanzadas del planeta. Existen algunos casos, ciertamente raros en la historia, en los que "cambio" quiere decir exactamente eso: ¡cambio! El del presidente Chávez parece ser uno de ellos, con todo el peligro que ello entraña. Esa elite, alentada por el poder y la diplomacia estadunidense, creó la fantasía mediática de una gran movilización ciudadana en que, siguiendo los cánones de los golpes de Estado, introdujo la provocación como elemento desestabilizador con la finalidad de remover al presidente. Más allá de haber sido una jugada inteligente para tomar el poder, la intentona se mostró como una medida persuasiva para convencer a muchos perspicaces analistas y líderes políticos de que sólo alinearse con el verdadero poder y dejar las cosas como están constituye el único camino a seguir. Pero lo que sucedió después constituye también una lección bastante clara de lo que la democracia significa y puede significar hoy en día. Hago votos por que el gobierno electo democráticamente en Venezuela pueda continuar sus proyectos de transformación del país, aprovechando la experiencia recién recibida en estos días. |
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