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21 de abril del 2002 |
Venezuela El golpe mediático
Enrique Noel M. (*)
En las últimas semanas, dos de los diversos frentes de confrontación del presidente Hugo Chávez se habían profundizado: el conflicto con los grandes medios de comunicación y con los ejecutivos de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA). Con aquéllos, se entabla un debate sobre la libertad de expresión y el derecho de información, alegando el gobernante que las televisoras privadas y los principales diarios del país habían asumido una línea antigubernamental que distorsionaba la objetividad informativa; los medios por su parte argumentaban ser parte de una constante presión del poder político, aunque ésta no pasara de las palabras; duras, pero palabras al fin.
El problema con los trabajadores y la directiva de PDVSA comienza el 26 de febrero, al negarse estos a renunciar a sus cargos, sirviendo de excusa para promover las huelgas del 15 de marzo y del 9-11 de abril. Detrás de este aparente conflicto laboral, se encuentra la lucha por definir el control de este recurso estratégico, en beneficio de la población o para satisfacer las ansias monopolistas de las transnacionales petroleras que promueven su privatización. Sin embargo, los grandes medios de comunicación venezolanos se constituyeron en el actor principal del golpe de Estado del 11 de abril. En ese sentido, fuimos testigos del primer golpe mediático de la historia. La utilización de los medios de comunicación en las estrategias desestabilizadoras no constituye una novedad, como lo demuestran entre otros casos el golpe de Estado en Chile, la invasión a Panamá o la guerra contra Irak; sin embargo, en Venezuela nos encontramos ante la escenificación del golpe, convertido luego en golpe real. Asistimos como audiencia privilegiada a un escenario montado en las calles de Caracas, con base en un guión que se había elaborado meses antes, como anunciaba el diario El Nacional cinco semanas antes, señalando que sólo mediante una coalición entre empresarios, trabajadores e Iglesia se podría sacar a Chavez del poder. Así, gracias a la retransmisión de la señal de Globovisión por casi todas las televisoras del planeta, vivimos en tiempo real los pasos de la conspiración -presentados como hechos espontáneos-: fuimos de la protesta callejera, a la represión gubernamental, al caos, la repulsa de sectores del ejército, la captura del dictador, la caída del gobierno y la sumarísima conformación de un gobierno de transición encabezado por un empresario célebre por sus posiciones antiobreras. Se trató de una magistral construcción de la realidad a partir del montaje escénico, donde lo virtual se fundió con lo real, convirtiendo a Venezuela en un inmenso reality show que debe estar fascinando a Baudrillard y demás teóricos de los mass media. El discurso político se volvió irrelevante para legitimar el golpe, más poderoso resultaba el discurso visual: miles de personas manifestándose en contra de un gobierno autocrático, obreros y patrones unidos en una misma causa, paramilitares chavistas matando civiles desarmados. Nunca antes, como el 11 de abril, cobró tanta vigencia la frase de MacLuhan que sostiene que el medio es el mensaje. Nadie nos dijo, entonces, que quienes protestaban eran en su mayoría sectores de clase media alta y alta que no tienen nada que ganar en una administración de contenido social; que el sindicalismo burocrático no representa siquiera al 12% de los trabajadores; que los francotiradores y otro grupos armados pertenecían a la policía de tres municipios opositores y a la banda seudoguerillera Bandera Roja; que hubo enfrentamiento armado entre chavistas y golpistas, aunque la mayoría de los muertos eran del bando gubernamental, como el chofer del vice-presidente asesinado de un tiro en la cabeza. Y es que en la crisis venezolana, la televisión dejo de ser un ente informador para convertirse en un actor político, aunque su accionar consistió en aparentar transmitir el propio acto creado. Como señala la periodista mexicana Stella Calloni, en torno al golpe se tejió la más poderosa red desinformativa de los últimos tiempos, la cual no sólo omitió lo arriba anotado, sino que ejerció la auto censura posterior al golpe, silenciando las denuncias de redadas en los barrios bolivarianos, la detención de estudiantes, la persecución a periodistas independientes o a funcionarios gubernamentales. Así, los medios de comunicación antes, durante y posterior al golpe se convirtieron en el intelectual orgánico global del eje empresarial-militar-mediático golpista y defensores del desmonte de la institucionalidad populista. Panamá, por su puesto, no fue ajena a esta situación; cumpliendo con su cuota en la desinformación global, la mayoría de los editoriales y programas de opinión manifestaron un sesgo antichavista carente del menor análisis; en la radio y la televisión se festejaba la ruptura constitucional en el país sureño, se gritaba furiosamente la inconveniencia de dar asilo al "renunciante" ex presidente, se le acusó de delitos de lesa humanidad por los muertos en las confrontaciones, la arenga sustituyó el rigor. Sin embargo, el golpismo del siglo XXI encuentra un elemento desconocido en años anteriores: las posibilidades de conformar redes alternativas de información electrónica, que efectivamente lograron transmitir en todo momento la resistencia popular al golpe empresarial. Los periodistas de los grandes medios tenían al alcance de una tecla (Intro) el acceso a otra realidad que despreciaron por incapacidad o complicidad. (*) Enrique Noel M. es abogado. |
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