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19 de abril del 2002 |
Crisis en Argentina La creatividad y el cambio social van de la mano
Raúl Zibechi
Si se observan las sociedades desde la óptica de las formas de acción social, la argentina debería ser considerada como una de las más creativas e innovadoras: la ronda de las Madres, la Carpa Blanca de los docentes, los escraches, los piquetes y ahora las cacerolas integran la gama de repertorios de los nuevos actores sociales en ese país.
Como en tantos otros aspectos, la última dictadura militar argentina fue un parteaguas también en lo relativo a las formas de acción social (o formas de lucha o "repertorios", como los suelen denominar los analistas de los movimientos sociales). Las viejas formas de acción entraron en un irreversible receso que resultó inocultable, no sólo en Argentina, al recuperarse la democracia. Sin embargo, la aparición de nuevas formas de acción, que suelen ser la expresión de nuevos sujetos, se registró de forma muy lenta y partió de los márgenes de la vida colectiva. Lo sorprendente del caso argentino es la rapidez con que algunas de estas formas se expandieron desde los pequeños grupos hasta convertirse en formas de acción reconocidas por todos y practicadas por amplios sectores. El "escrache" pertenece a esta categoría. Hasta marzo de 1976 las modalidades dominantes, como en todo país con cierto nivel de desarrollo industrial y democrático, eran la huelga, la manifestación, el mitin y la campaña electoral. La insurrección urbana, la peculiar saga de los "azos" (Cordobazo, Rosariazo, etcétera) fue una seña de identidad de la clase obrera argentina que mostró que en su seno anidaba, junto a una tendencia mayoritaria a integrarse en la sociedad en la forma más ventajosa posible, otra que buscaba trascenderla. En ese período -comienzos de los setenta- Argentina ostentaba el mayor índice de huelgas del mundo. En ese período el movimiento social se identificaba básicamente con el movimiento obrero y sindical. Estas formas de acción se consolidaron como hegemónicas en todo el mundo industrial en la segunda mitad del siglo xix, desplazando las modalidades que había adquirido el movimiento social en el largo período de transición hasta la sociedad industrial: la cencerrada o charivari, la fiesta y la algarabía, la apropiación del grano y la ocupación de tierras, la concentración y, en un período intermedio, la destrucción de máquinas. LAS "MADRES" COMO PRECURSORAS Charles Tilly, sociólogo e historiador que escribió una monumental obra analizando cuatro siglos de conflicto social en Francia, sostiene que las formas de acción social cambian con el tiempo pero a un ritmo "glacial", porque se trata a la vez de un concepto estructural y cultural.* En Argentina fue la represión de la dictadura, y en particular la práctica de las desapariciones, junto al rápido proceso de desindustrialización, lo que aceleró la transición hacia nuevas formas de lucha. Las Madres de Plaza de Mayo instalaron, a comienzos de los ochenta, un doble cambio: la ocupación permanente de un espacio público central, difundiendo un drama individual e íntimo y convirtiendo a la mujer, y en concreto a la madre-ama de casa que asumía tradicionalmente un rol pasivo, en un nuevo sujeto que desconcertó a los represores. El de las Madres fue, en todo caso, un viraje sustancial -político, social y cultural- de honda repercusión en todo el movimiento social. Demostraron, a diferencia de lo que sucedía con los movimientos sindicales tradicionales, que debían hacer pesar el número en sus demostraciones, que la cantidad no tenía la menor importancia. Apenas un puñado de Madres, muchas veces no más de una veintena en la ronda de los jueves, y hasta una sola en alguna capital provincial, producían un efecto estremecedor. La soledad era contrarrestada por la potencia del ejemplo y la dignidad, por la justicia del reclamo que, en algún momento, terminaron por generar una resonancia que traspasó los estrechos límites del movimiento por los derechos humanos. Con ellas se fue instalando un nuevo imaginario social. Muy en particular, el ejemplo de las Madres interpeló a una generación que recién a fines de los ochenta empezaba a aparecer en el escenario público. "Si las viejas pueden, pese a ser viejas y pocas, cómo los demás no habremos de poder", parecen haberse preguntado no pocos jóvenes a lo largo de la década siguiente. Hasta comienzos de los noventa la soledad de las Madres era proverbial: el asalto al cuartel de La Tablada por un grupo armado, en enero de 1989, les había granjeado aun más rechazos, desde el momento que enfrentaron los excesos del aparato represivo en la represión de ese ataque. Pero las Madres, así como las Abuelas, son capaces de innovar en las formas de acción porque son, de hecho, un nuevo tipo de agrupación social que rompe radicalmente con el pasado. Hasta ese momento la forma predominante de organización era la asociación, donde los individuos son medios para conseguir fines. Tanto los partidos como los sindicatos pertenecen a esta categoría. Por el contrario, las Madres funcionaron, por lo menos durante una prolongada primera etapa, como una comunidad, en la que los fines son los propios individuos que la componen. Su rasgo principal es ético, no instrumental. El camino de las Madres fue seguido, en cuanto a las formas de acción, por otros colectivos que no necesariamente pertenecen a la categoría de grupos-comunidad, como los jubilados. La concentración que realizan todas las semanas frente al Congreso, desde hace casi una década contra la reforma previsional, instaló la idea de que los sectores más frágiles pueden constituir un desafío eficaz aun sin contar con grandes medios ni organizaciones sólidas. En efecto, los jubilados fueron capaces de juntar más de un millón de firmas además de mantener un elevado nivel de movilización. Ambos ejemplos ilustran que, en las nuevas condiciones generadas por el neoliberalismo, no son las organizaciones tradicionales las más apropiadas para enfrentar el modelo, ya que para hacerlo hay que abrir y ocupar espacios sociales y públicos en una sociedad fragmentada e indiferente. Este aspecto resulta crucial. Quizá la principal consecuencia de las dictaduras, como señala un reciente periódico de hijos, es la ruptura del lazo social: "Uno de los principales objetivos del proceso fue la desarticulación de toda expresión organizada de solidaridad del pueblo, el desmembramiento de los sujetos sociales, para poder desarrollar el proyecto de un país excluyente". Sostienen que el mensaje central del régimen fue la idea de que "hacer cosas con otros puede conllevar la muerte". De ahí que este nuevo tipo de organizaciones se proponga, como objetivo primero, la reconstrucción del tejido social. Pero no "hacia afuera", sino empezando por ellos mismos, por la convivencia cotidiana entre los miembros del grupo. Eso explica que tanto Madres como hijos y luego los grupos piqueteros, seguidos recién ahora por las asambleas de los sectores medios, dediquen mucho tiempo a reuniones en las que lo fundamental es el cómo, por encima del qué o el hacia dónde. UN SEGUNDO VIRAJE Atendiendo siempre a las formas de acción social, hacia mediados de la década se produjo un nuevo y singular viraje. La ocupación del espacio público siguió siendo la tónica, pero adquirió modalidades diferentes. Por un lado, los desocupados ensayaron en el sur largos cortes de ruta, dando nacimiento a la figura del piquetero. La segunda innovación fue la aparición del escrache, a mediados de los noventa, de la mano de la agrupación de los hijos de desaparecidos. En 1997, con la instalación de la Carpa Docente o Carpa Blanca, también frente al Congreso, se produjo una nueva innovación en cuanto a las formas de lucha, protagonizada ahora por el movimiento sindical, que en los hechos adoptaba métodos propios de otros sectores. Un amplio sector social y sindical conseguía reunir en torno suyo toda la oposición al menemismo, convirtiendo ese espacio en un foco permanente de agitación, en un referente para los medios y para el conjunto de la sociedad, durante dos años y medio. Un período tan largo sosteniendo la Carpa generó también lazos comunitarios entre esos sectores, que fueron decisivos para mantener la iniciativa durante tanto tiempo. En cuanto a los piquetes, la lógica inicial fue que al no poder hacerse paros por la inexistencia de fábricas ("ahora la fábrica es el barrio", dice el dirigente de la Federación de Tierra y Vivienda Luis D'Elía) se podía hacer algo similar cortando la ruta. Ante la imposibilidad de parar la producción de mercancías, se frena entonces su circulación, hasta que las autoridades conceden bolsas de comida o planes Trabajar, un subsidio de seis meses de duración. Pero el piquete es mucho más que el corte de ruta, como las Madres son mucho más que la ronda de los jueves en Plaza de Mayo. De hecho, el corte de ruta es episódico, mientras la organización piquetera es permanente (véase nota aparte). El piquete tiene dos instancias: la propia movilización, cuyo eje es el corte de ruta, y la organización que le sirve de sustento. Durante el corte se produce una división del trabajo entre los que mantienen la ruta cortada y los que sostienen el fogón, garantizando la alimentación, la ronda del mate y un fuego permanente para calentar a los que participan del corte. En cuanto a la organización piquetera, su carácter territorial constituye un verdadero viraje, al implicar cercanía, cotidianidad, relaciones cara a cara. En suma, un estilo que la aproxima mucho al tipo de grupo-comunidad, del que las Madres e hijos son los principales referentes. Quizá el hecho de que la mayoría de sus integrantes sean mujeres incida de forma determinante en el carácter de estos grupos que, por cierto, varían notablemente entre las diferentes zonas. Los del norte (General Mosconi y Tartagal en Salta) y los del sur del Gran Buenos Aires (Solano, Lanús) presentan características fuertemente comunitarias, en tanto los de La Matanza (donde existen las organizaciones más extendidas) tienen características gremiales clásicas. El estilo comunitario que se observa en los cortes de ruta es apenas un reflejo del tipo de convivencia cotidiana en sus barrios. LA APARICIÓN DEL ESCRACHE Sorprende la rapidez con la que el escrache pasó a ser, de forma de acción marginal, la principal actividad de los cientos de asambleas vecinales que existen en todo el país. La peculiaridad del escrache es su capacidad de expresar a actores muy diferentes, desde el movimiento de derechos humanos hasta las asociaciones de excombatientes de la guerra de las Malvinas. También llama la atención la emergencia, como sujetos sociales, de mujeres y jóvenes, que reemplazan al obrero fabril (varón, maduro, "jefe de familia") y trasmiten nuevas formas de acción. Al parecer, la implosión de la vieja familia patriarcal (más de la mitad de los hogares pobres argentinos son dirigidos por mujeres solas y algo más de un tercio en los de clase media) liberó energías largamente comprimidas. La cacerola y el sartén, instrumentos de uso "femenino" si los hay, se convierten en símbolos de la nueva protesta, indicando que algo muy profundo ha cambiado en la sociedad. Suplantan a la raída bandera roja y desplazan (sin eliminar) al tradicional bombo peronista y a las enormes pancartas de los sindicatos. En paralelo, como señala el exdirigente del desaparecido Ejército Revolucionario del Pueblo (erp) Luis Mattini, el 20 de diciembre la primera fila del enfrentamiento con la gendarmería no la ocuparon los militantes organizados sino los jóvenes de las barras de esquina y las barras bravas y los "ricoteros", los fanáticos del grupo de rock Los Redonditos de Ricota, que tienen una larga práctica de enfrentamiento directo con la policía. Sidney Tarrow, especialista en el análisis de los movimientos sociales, señala en su último trabajo que "los grandes eventos son los crisoles en los que nacen nuevas culturas políticas".** Pero añade que si bien los cambios en la formas de acción social tienen su origen en esos grandes acontecimientos -cita entre otros la revolución francesa-, "la mayoría de ellos se desarrollaron en los intersticios de la práctica cotidiana del enfrentamiento, como es el caso de la petición masiva (utilizada inicialmente por asociaciones de comerciantes en Gran Bretaña) y la barricada (que se utilizaba inicialmente para proteger a los vecindarios parisienses de los ladrones". En Argentina, un papel similar parecen haber jugado las jornadas del 19 y el 20 de diciembre. Siguiendo a Tarrow, habrían sido "el escenario público en el que se ponen de manifiesto cambios estructurales que han germinado discretamente en el cuerpo político". De esta forma, a través de las redes de la vida cotidiana, los movimientos actuales se extienden con una rapidez mucho mayor que antaño. En poco más de un lustro, el tiempo que transcurrió desde el primer piquete y el primer escrache, las formas de acción que encarnan esos movimientos se extendieron a todo el país, aun en ausencia de grandes y sólidas organizaciones formales. En los últimos meses se asistió a un proceso asombroso: la interpenetración de diversas formas de lucha, que parece marchar de la mano de su universalización. El 19 de diciembre los porteños se asomaron primero a sus balcones con las cacerolas, luego bajaron a la vereda y poco después se encontraron con otros vecinos en las esquinas, donde actuaron como piqueteros, quemando bolsas de basura e interrumpiendo el tránsito. En paralelo, las asambleas realizaron escraches y todos realizan asambleas que, con enorme dificultad, tienden hacia la horizontalidad enarbolando la consigna que se ha convertido en la más popular en décadas: "Que se vayan todos". (*) Charles Tilly, The Contentious French. Four Centuries of Popular Struggle, Cambridge, Harvard University Press, 1986. (**) Sidney Tarrow, El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política, Madrid, Alianza, 1994. |
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