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5 de abril del 2002 |
El Salvador Adiós a un movimiento histórico Jaime Barba
El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional -FMLN- fue durante un largo período una fuerza política que de algún modo encarnó los múltiples e intrincados anhelos por una vida digna y más justa para los salvadoreños. ¿Cuándo comenzó a dejar de representar eso? Difícil precisarlo, pero sí es claro que ahora ya no.
Se ha resquebrajado una vez más. Y de este desprendimiento no saldrá fortalecido: ni los que salen del FMLN podrán estructurar algo realmente nuevo, ni los que se quedan dentro de la carpa podrán ostentar (mucho menos incrementar) el peso específico que se tuvo durante la posguerra. Es un fin de ciclo. Se trata de decir adiós a un movimiento histórico. Los argumentos en contrario son muy endebles. Y es que el FMLN, de por sí, desde sus orígenes, estuvo en un eterno proceso de réplica y contra réplica interna. Esto que parecía un valladar, a la larga le trajo un dinamismo político que aligeró en algunos casos los pesados fardos ideológicos que durante mucho tiempo frenaron su desarrollo. Aunque, para hacer honor a la verdad, hay que decir que la disensión también estuvo segmentada. Se debatía en las cúpulas (y a veces con fiereza y hasta lograr verdaderos «aniquilamientos» del contrincante), pero en los niveles de base no se daba esto, ya que al autoritarismo concomitante a una fuerza excesivamente ideologizada, como lo era el FMLN, se le sumaba el marco de guerra del que formaba parte. Cuando el siempre recordado Ignacio Ellacuría sentenció a mediados de los años ochenta del siglo XX que era el «FMLN, un límite insuperable», con esa expresión simbolizaba la densidad política que esta fuera tenía. Es decir, querer superar la crisis nacional que significaba la guerra en el país e ignorar al FMLN constituía un desacierto colosal. De hecho, el proceso negociador que culminó en 1992 confirmó aquella pionera tesis. Pero ahora las cosas han cambiado mucho. Sobre todo porque la guerra desapareció como factor estratégico. Los cambios que el FMLN ha experimentado desde 1992, sin embargo, no han sido para mejor. Aunque el cuadro de distensión política que se trazó para la posguerra estimuló irrestrictas libertades públicas, también resucitó un cadáver: la figura del partido político. A años vista, se puede decir que el grave error de los dirigentes del FMLN no es haberse trocado en partido político, sino en no haber mostrado en el ejercicio de su práctica política que era posible hacer otro tipo de partido que guardara verdadera distancia con lo establecido. Falta de imaginación e incapacidad para otear delante de lo que está frente a sus narices y así poder considerar otras experiencias en el mundo que les pudieran ser de gran utilidad. Ahora los cadáveres resucitados son los dueños y señores del quehacer deliberativo en el país. Y la situación no puede ser más patética. Porque no se puede seguir así, dejando que la politiquería se haga cargo de los asuntos nacionales. Debe abrirse paso a una reforma política que reglamente seriamente (Ley de Partidos Políticos, al menos) estas instancias y deben perder el monopolio de la representación ciudadana Y aunque es extraordinario que los procesos electorales discurran en las fechas pautadas, las expresiones ciudadanas, del día a día, no tienen que ser forzosamente partidarias. Hasta en el quehacer judicial está implícita la acción política. En fin, promover una profunda reforma política es ahora una tarea pendiente. Pero no son estas cuestiones las que han dividido al FMLN, sino meras cuotas de control interno o confusas disensiones político-ideológicas, quién sabe si relevantes. Finalmente, mientras quienes se quedan o quienes se van del FMLN sigan sin comprender las complicadas mutaciones estructurales habidas en el país en estos últimos veinticinco años (entre las que la predominancia poblacional urbana es sólo una expresión importante), aportarán muy poco a las urgentes transformaciones que El Salvador necesita, por mucho que se hagan socialdemócratas o sigan pensando con esquemas rígidos. No es sólo quitarse la casaca; hay que reformular, auscultar a fondo, abrirse de verdad a nuevas ideas, debatir con responsabilidad y tender puentes para que la acción política en El Salvador deje de ser prisionera de quienes actualmente la hegemonizan. San Salvador, 3 de abril de 2002 |
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