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15 de abril del 2002 |
La tinta
Eduardo Galeano
Los cronistas de los tiempos de la conquista de América se deshicieron en elogios prodigados a esa fruta rara, jamás vista ni saboreada, que los indios mexicanos llamaban ahuacatl y los peruanos palta.
Escribieron los cronistas que su forma semejaba a las peras, pero más se parecía a los pechos de moza doncella. Que crecía en los montes sin trabajo alguno, con Dios por hortelano. Que su delicada manteca, ni dulce ni amarga, regalaba suavidad a la boca, salud a los enfermos y fuerza a los flojos. Y que no había nada mejor para dar ardor al amor. Ella, la fruta, opinó que muy merecidos eran esos homenajes, y para que el tiempo no los borrara ofreció a los cronistas la tinta indeleble de sus semillas. Con tinta de aguacate, con tinta de palta, fueron escritas las alabanzas. |
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