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15 de abril del 2002 |
La cultura light Marcelo Colussi
Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera.
Desde hace algún tiempo se ha popularizado en el mundo la noción de lo "light". Todo es "light": la vida, las relaciones interpersonales, la actitud con que se enfrentan las cosas, la comida, las diversiones. "Light", ligero, liviano. La consigna tras todo esto es, pareciera: "no complicarse" (don't worry!). Esta cultura, - si es que así se la puede llamar - esta tendencia dominante, tiene sus orígenes específicos, se encuadra en una dinámica histórica determinada, responde a un proyecto concreto. Seguramente, como todos los rumbos sociales - las "modas" culturales - no se desprende de una oficina generadora de ideas que lanza mundialmente la "onda light". Es, en todo caso, producto de un sinnúmero de variables que van retroalimentándose una con otra. El auge del neoliberalismo, la caída del bloque soviético, la supuesta "muerte de las ideologías", el actual mundo unipolar; en definitiva: lo que hoy día es un triunfo masivo de la libre empresa y su ideología concomitante, son todos factores que se coligan unos con otros, dando como resultado esta entronización del individualismo hedonista. Quizá nadie es responsable directo del fenómeno, nadie lo ha pergeñado como tal; es, en todo caso, una mezcla de elementos. Pero no hay dudas que, en tanto tendencia, es síntoma de los tiempos. En este contexto "cultura light" vendría a significar: individualismo exacerbado, búsqueda inmediata de la satisfacción - con la contraparte de despreocupación/desprecio por el otro -, escasa profundidad en el abordamiento de cualquier tema, superficialidad, falta de compromiso social, banalidad. Sin falsas idealizaciones, sin ser apocalípticos, el momento histórico actual nos confronta con una situación bastante novedosa. Desde ya, sin exagerar, no queremos decir que la solidaridad y la profundidad conceptuales hayan sido la constante a través de toda la historia humana. En todo caso esas son posibilidades, de hecho muy profundamente desarrolladas en determinadas ocasiones, tanto como el individualismo o la trivialidad. Lo que efectivamente hoy sí puede constatarse con una profundidad que tiene mucho de inédita es la falta de preocupación por el otro. De ahí esta ligereza que marca las relaciones interpersonales. Esta "onda light" va ganando los distintos espacios de la producción cultural, del quehacer cotidiano. Ello no significa que la humanidad se va tornando más tonta, menos inteligente. En absoluto. La revolución científico-técnica sigue adelante con una velocidad y profundidad vertiginosas. Los logros en tal sentido son cada vez más espectaculares. Pero junto a ello - y he ahí lo insólito - el nivel "humano" no crece al mismo ritmo. Hasta incluso podría decirse que no crece (si es que fuese lícito hablar de "crecimiento" en ese ámbito). Quizá nadie deliberadamente, ningún centro de poder, ninguna tenebrosa agencia de control social, ha pergeñado ese modelo. Lo cierto es que, sumando todos los aspectos arriba esbozados, el arquetipo del ciudadano esperado - esperado por los centros de poder, claramente, ayudados por esos mecanismos - se constituye como un consumidor pasivo, que no discute, que cuida ante todo su sacrosanto puesto de trabajo, y que - en términos de análisis humano - no piensa. Es decir: light. El mundo contemporáneo, el mundo que nos lega la caída del socialismo real, es un ámbito donde ya nos hemos acostumbrado a no tener esperanzas, a no cuestionar, a aceptar con resignación. O al menos todo esto es lo que se mantiene como tendencia dominante. Consumir, buscar la felicidad y la realización a través de lo material, no complicarse. Que todo sea "suavecito", sin cuestionamientos de fondo. Estas tendencias, estos modelos culturales que se generan - hoy a escala planetaria - se presentan con fuerza arrolladora, cubren todos los espacios, no permiten alternativas. Pero el reto es ir más allá de todo esto, intentar desafiarlo, discutirlo, quebrarlo. Hay que ser irreverente con el poder, con lo constituido, con el dogma. Seguramente no es posible dar un catálogo de acciones de probada efectividad para hacer frente a esta tendencia. Es tal su fuerza que pareciera más fácil doblegarse ante ella, y entrar finalmente en la corriente. No pensar, sentarse ante la pantalla de televisión, no preocuparse del mundo pareciera ser la receta para "triunfar". Y definitivamente muchísimos terminan creyéndolo. Aunque sea un muy modesto aporte en esta lucha por un mundo más vivible, creo que un paso en torno a todo esto es perderle el miedo a pensar. Como dijera Xavier Gorostiaga: "Los que seguimos teniendo esperanza no somos estúpidos". Retomando el ideario del mayo francés entonces, ideario que hoy pareciera tan lejano: "La imaginación al poder". |
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