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La insignia
20 de septiembre del 2001


Revista de prensa

Viajes espaciales hiper-rápidos


Andrés Ripoll
El País. España, 20 de septiembre.


Como demuestra la historia de las diferentes culturas, los seres humanos hemos sentido siempre un gran deseo de volar al espacio. Parece como si en nuestro código genético estuviera grabada esta atávica atracción que nos impulsa a buscar soluciones técnicas para cumplir este deseo. Como recordarán, fue Yuri Gagarin quien logró, el 12 de abril de 1961, orbitar la Tierra por primera vez en la historia.

Es posible que para algunos lectores volar por el espacio les parezca una simple extensión de volar por el aire, pero nada más lejos de la realidad. La sustentación de los aviones en el aire se basa en las leyes aerodinámicas que requieren de un medio fluido, como el aire, para que éstas puedan ser aplicadas. Las naves espaciales basan sus diseños en las leyes astrodinámicas que no requieren de ningún medio fluido, en realidad se desplazan por el vacío espacial, y se apoyan en los campos gravitatorios de la Tierra y otros cuerpos astronómicos. Newton enunció, en su obra De mundi sistemate liber, los principios para lograr la satelización de un artefacto. Proponía lanzarlo desde lo alto de una montaña con una velocidad inicial suficiente para que en caída libre jamás volviera a tocar la Tierra. Podríamos decir que las naves espaciales, mientras no estén sometidas al empuje de su motor cohete, están en permanente caída libre o que siguen trayectorias de mínima energía entre los campos gravitatorios.

La velocidad inicial mínima requerida para ir al espacio desde la Tierra es de unos 29.000 kilómetros por hora. Para ir al espacio lejano se requieren unos 40.000 kilómetros por hora. Estas velocidades se consiguen actualmente con motores cohete, los únicos que pueden funcionar en el vacío del espacio. El rendimiento de los lanzadores actuales es muy bajo; solamente una pequeña parte de la masa total de la nave en la base de lanzamiento llega al espacio: combustible, comburente, motor cohete, estructura del lanzador, etcétera, que representan más del 90% de la masa total, se consumen o se destruyen. Las agencias espaciales, como la NASA y la ESA, gastan grandes sumas en lograr mejoras que permitirán en un futuro quizás no lejano el turismo al espacio.

Pero la realidad es que el hombre, más que hacer de astronauta o turista en el entorno de la Tierra, desearía poder hacer viajes interplanetarios, interestelares y, por qué no, algún día, intergalácticos. Los espacios inmensos que separan los astros y el tiempo limitado de nuestra vida son inconvenientes muy difíciles de superar con cualquier tecnología actual o previsible sin violar las leyes físicas que rigen el Universo. Con un lanzador tipo Saturno, que llevó varios hombres a la Luna, se invertiría más de un millón de años en ir a Alfa Centauri, la estrella más cercana. Este sistema no puede lograr más que una cienmilésima de la velocidad de la luz en el vacío, c. Para viajar a Alfa Centauri en tiempos razonables (20 años) habría que lograr velocidades cercanas a la mitad de c. La aniquilación de masa, al unirse materia con antimateria, es la única energía que permitirá estas velocidades, pero su tecnología se vislumbra muy lejana en el tiempo.

En 1994, el doctor Alcubierre, de la Universidad de Gales, propuso un método para viajes espaciales hiper-rápidos expansionando de forma local el espacio-tiempo delante de la nave y contrayéndolo detrás de ella. En este rincón del Universo donde estaría la nave, la velocidad de la luz sería superior a c, con lo que superar c, aunque no la nueva velocidad de la luz en el vacío, no representaría violación de ningún principio físico. Para lograr este combado del espacio-tiempo desde luego se requeriría el concurso de materia exótica como los agujeros negros. Como concluye el director del Instituto de Estudios Avanzados (Austin, Tejas), H. Puthoff, después de analizar con cierto detalle los trabajos teóricos de Alcubierre, 'la posibilidad de viajes interestelares en tiempo reducido... no está fundamentalmente limitada por los principios físicos'.


Andrés Ripoll es miembro de la Academia de Ingeniería de España y de la International Academy of Astronautics.



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