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8 de septiembre del 2001 |
La Microsoft del siglo XXI: Un futuro muy siciliano La abuelita 3.0
En 1985 apareció en el mercado la primera versión de Windows, un sistema operativo que a diferencia de los que se usaban en los PC de aquella época, no se manejaba con teclas y comandos sino con un ratón e iconos y ventanas dibujadas sobre la pantalla.
En aquellos tiempos, las compañías informáticas protegían sus productos con sistemas que impedían a los usuarios hacer copias ilegales, y obligaban a los usuarios a pasar por caja para poder usar los programas. Sin embargo, Microsoft no sólo no protegió su producto sino que hizo la vista gorda y, en algunos casos, alentó la copia ilícita de su sistema operativo. Esta estrategia, que entonces muy pocos comprendieron, funcionó maravillosamente bien para la compañía de Redmond: en pocos años Windows estaba instalado en los ordenadores de medio mundo y la compañía dominaba el panorama de la informática personal, un mercado que las grandes empresas informáticas habían despreciado ("No hay razón por la que alguien pueda querer un ordenador en casa", comentaba unos años antes el presidente de Digital Equipment Corporation). Bill Gates entendió que el dinero del negocio del software no estaba en el sistema operativo, sino en los programas que se ponían sobre él (procesador de textos, hoja de cálculo y otras muchas aplicaciones informáticas) y supo colocar sus piezas en los puntos de la cadena productiva que le permitieran mantener las riendas del mercado y el pulso de su caja registradora. Una jugada maestra. Pero una vez que Microsoft ha conseguido extender y afianzar su poder, no hay por qué seguir regalando nada. Es hora de cerrar el grifo y empezar a facturar también por lo que hasta ahora no se cobraba. La nueva versión de Windows XP hará imprescindible el registro a través de la red no sólo para comenzar a trabajar con el ordenador sino también para actualizar el equipo -instalar una nueva tarjeta gráfica, de sonido o cualquier otro dispositivo-. Por otro lado, la estrategia .Net diseñada por la empresa prevé un futuro en el que los usuarios no posean los programas que adquieran, sino simplemente los alquilen a cambio de una renta mensual. Sí, el tan cacareado futuro orwelliano empieza a parecer muy real, pero no entiendan ustedes mal a Bill Gates. Su estrategia parece proclamar a gritos una de las consignas más leídas en la literatura sobre la mafia: "¿Por qué lo hago? Porque puedo". Y tiene razón: puede. Ahora, nadie es capaz de discutir el poder de este señor. El caso que llevó a su compañía a los tribunales ha demostrado dos cosas: que la Justicia es muy lenta cuando se trata de seguir a la tecnología y que el siglo XXI comienza sin un Gobierno lo suficientemente fuerte como para plantar cara a la primera empresa de software del mundo. Insisto, no le malinterpreten: "No es nada personal, sólo negocios", que diría el Padrino. |
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