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La insignia
5 de mayo del 2001


Revista de prensa: Entrevista a Manu Chao

Manu se deja tocar


Diego A. Manrique
El País. España, 4 de mayo.


Antoine Chao, el hermano de Manu, todavía echa de menos al grupo de ambos, Mano Negra. Estábamos en La Habana, deslumbrados por el festín sonoro cubano, pero era inevitable recordar los tiempos en que tocaba la trompeta, cuando Mano Negra visitaba Cuba en misión de solidaridad. "Nos alojábamos en casas particulares, mis amigos habaneros ironizan ahora al verme en el Meliá Cohiba". Con delicadeza, evitando decir algo que pudiera ofender a su hermano Manu, quien está a punto de publicar su segundo disco en solitario, Próxima estación, Esperanza, Antoine decía: "Mano Negra era el grupo perfecto, ganábamos mucho dinero haciendo lo que nos apetecía".


Tentaciones. ¿Coincides con esa valoración, Manu?

Manu Chao. Es cierto. Además, hoy no me avergüenza ganar dinero. Para comprar libertad, necesitas dinero. El otro día estaba en Italia y pensaba en lo afortunado que soy: llevo la tira de años de músico y siempre he hecho lo que quería. He metido la pata veinte veces, me he arrepentido de muchas cosas, pero siempre por decisión mía. Mano Negra fue un volcán. Una orques-tina salvaje creada por el hijo de un gallego emigrado a Francia que tocaba rock and roll, reggae, blues, rap, rumba, punk rock, salsa, lo que le viniera en gana. Un conjunto integrado en una multinacional pero que funcionaba por canales alternativos. A pesar de diversos choques, esta banda sembró sus modelos estéticos y éticos por donde pasó: incontables las propuestas actuales herederas de Mano Negra.

T. Ahora hay centenares de pequeñas manosnegras, con sus cancioncitas a favor de la marihuana y en defensa de lo multirracial. Muchas son sonrojantes…

M. Ch. No puedo luchar contra eso. Recibo demasiados discos que se parecen a cosas que yo he hecho y digo: "Por favor, que alguien me sorprenda." Insisto a los chavales en que tienen que inventar, no reiterar lo mío. Cuando me ponen como jefe de no sé qué movimiento, me enfado. No quiero estar en ningún altar. Cualquier tendencia que se pone de moda termina justificando bandas de mierda.

Manu, Antoine y el resto se probaron en proyectos épicos como recorrer, en 1993, una Colombia en guerra a bordo de un tren que paraba para ofrecer conciertos en un ambiente circense. Ramón Chao, el padre, lo contó en un bello libro, Tren de hielo y fuego.

M. Ch. Fue muy hermoso vivir esa aventura con mi padre, lo más fuerte de mi vida. Claro que allí, sobre el terreno, cada dos por tres echabas pestes de aquel lío, suspirabas por volver a casa. Muchos abandonaron, pero mi padre aguantó hasta el final. Y fue muy cuidadoso: no se aprovechó del parentesco, habla de mí como de cualquier otro. Se lo agradezco: aquello salió adelante gracias a mucha gente que se arriesgó y aceptó no cobrar.

T. En el libro se cuentan historias escalofriantes. Cuando aparecen en un concierto chicos guerrilleros, sin uniforme, que explican que lo mismo podían estar en el Ejército pero prefieren la guerrilla porque "pagan más".

M. Ch. He pasado mucho tiempo en Colombia, me he metido en el mogollón y sigo sin entender nada. Personas próximas a la guerrilla nos advirtieron de que en el tren no debíamos llevar ni marihuana ni cocaína, dado que la droga es "un arma del imperialismo". Al mismo tiempo sabes que ellos viven de los impuestos a los cultivadores y los narcotraficantes.

T. La realidad latinoamericana tiende a destrozar los conceptos europeos…

M. Ch. Yo sólo defiendo al EZLN, los zapatistas. Por eso, se creen que yo apoyo a cualquier guerrilla de Hispanoamérica; es todo lo contrario, ni de coña. Voy a Colombia y no entiendo nada, no me llega un mensaje claro como el de Chiapas. Oigo a los del Movimiento de los Sin Tierra, en Brasil, y me identifico. Pero… ¿Sendero Luminoso? No, gracias.

Aquellas aventuras tenían un alto coste humano en tensiones, enfermedades, discrepancias. En 1995, Manu rompía la baraja -fue una separación a cara de perro- y empezaba a funcionar como agente libre.

M. Ch. Sí, fue una separación agria, como la de una pareja que lleva muchos años unida. El amor se transforma en odio, sin matices. Pero es que una buena banda, desde los Beatles hasta los Clash, es un milagro de alquimia que no puede durar. Tras la experiencia de Mano Negra, es impensable que yo diga: "Con esta banda voy a muerte hasta el final". Al contrario, deshago el grupo cada dos meses, después de cada gira. Así evito la rutina y demás tendencias peligrosas. Mano Negra fue ocho años sin vida privada.

T. ¿Se han calmado los odios?

M. Ch. Totalmente. En los últimos meses, me he visto con todos en mis viajes a París. Algunos están haciendo música: P18, Flor del Fango. Con el tiempo, se desvanecen los malos rollos y queda lo importante: Mano Negra fue una escuela de vida, donde nos construimos como personas.

A continuación, Manu viajó por África, América, Europa. Y se trajo un disco único, Clandestino (1998), políglota diario de navegación rebosante de canciones elementales que expresaban una voluntad sediciosa. Crónicas de marginalidad enriquecidas por grabaciones captadas al vuelo: fragmentos de noticieros, de declaraciones, de mensajes de contestador, de discos ajenos.

M. Ch. Cuando acabó Mano Negra, mis amigos me advirtieron de que no iba a aguantar sin subirme a un escenario. Se equivocaron, me importa un pito el actuar. La verdadera droga eran los viajes. No podía quedarme 15 días sin moverme, era pavor a tener una casa, una familia, una situación estable. Me ha costado siete años aterrizar. A nivel práctico era un desastre: cintas en México, en Río, en París. Donde estuviera, siempre me faltaba algo.

Aparentemente, Clandestino era un disco hecho a mano, con mínimas colaboraciones y tecnología barata. Una revelación para otros músicos trotamun- dos, como reconocía Enrique Bunbury: "Yo no puedo tocar mis canciones si no está mi banda, mientras que Manu puede comunicarse con su guitarrita aunque esté en un pueblo sin electricidad".

M. Ch. Es algo que aprendí después de Mano Negra. Mejor dicho, lo reaprendí. Antes, cuando tocaba en el metro con una guitarra, no sabía que tenía lo esencial. Cuando entras en un grupo, te malacostumbras a los equipos de sonido, a los técnicos. Olvidas que basta una guitarra como la que traigo, que compré en Argentina, algo básico, nada caro, que te sirva para viajar, que no pasa nada si se rompe.

Tras alentar espectáculos inclasificables como La feria de las mentiras, Manu se ha atrincherado en su refugio de Barcelona. Puede dar allí conciertos semiclandestinos o volar a Latinoamérica para actuar al aire libre ante multitudes, pero ha abandonado la rutina de las giras programadas, las imposiciones de la industria.

M. Ch. Mi casa de Barcelona es un pisito de 80 metros cuadrados, pero considero que todo el Barrio Gótico es mi salón de estar. También estoy intentando montar una base en Río de Janeiro, donde tengo familia. Todo lo organizo para conquistar tiempo, me jode no poder hacer ni el diez por ciento de las cosas que me apetecen.

T. Oí que te llamó Marisa Monte para grabar en su disco, y no apareciste.

M. Ch. Fui luego a conocerla, soy curioso y tenía que agradecer su invitación. La verdad es que prefiero trabajar con gente de la calle, que igual ni saben que son artistas, donde no hay el plomo de firmar contratos entre compañías diferentes. Un Tonino Carotone necesita mi ayuda, Marisa Monte ya está lanzada. Me proponen demasiadas cosas, a veces aberrantes. Por ejemplo, Ibrahím Ferrer, a quien adoro, quería que cantara un bolero con él, pero yo iba a afear el disco.

T. Pero lo haría más vendible. ¿Cómo hace Manu para protegerse de todos los que quieren asociarse con su persona?

M. Ch. Lo primero, no tener móvil. Después, rodearme de personas que cuidan de mí. Por primera vez tengo un representante en Francia, necesitaba alguien fuerte para que no ocurriera lo de siempre: que das una mano y te comen el brazo. Procuro tener un equipo que considero profesional pero no demasiado quemado por el profesionalismo. Es una pandillita en la que doy oportunidad a gente que empieza.

T. Por ejemplo, hay una canción tuya en una película de Madonna. ¿Controlas de qué va la historia antes de dar el visto bueno?

M. Ch. No pongo muchas pegas. Hombre, alguien de mi pandilla comprueba que no sea una película nazi o algo así. Se pide una copia en vídeo para comprobar cómo se ha metido la canción. La verdad es que ni siquiera las veo cuando se estrenan. Que Madonna use una canción mía es algo muy anecdótico en mi vida.

T. Eso choca con la imagen que tenemos de que eres un control freak, que supervisas todo.

M. Ch. Sería absurdo, cualquier artista sabe que las canciones vuelan, incluso antes de ser editadas. Me he encontrado en una casa ocupada de Milán a un grupo que hace temas míos que creo que sólo he tocado en la calle, en Barcelona. Alguien lo graba con un casetito, lo pone en Napster y está al alcance del mundo. Ahora mismo, he dado a mi hermano Antoine cintas mías para unos programas de radio que va a emitir en París; está claro que eso va a terminar en la Red.

T. Sin embargo, Virgin reparte copias promocionales de Próxima estación, Esperanza, donde hay subidas y bajadas de volumen hechas con mala leche, para que no se copie.

M. Ch. Qué cabrones, no tiene sentido. Supongo que es un truco para que quede claro que no es la copia oficial, se prensó cuando todavía no había permiso para todos los sampleados.

T. Hablando de Barcelona, ¿qué pasó para que no aparecieras finalmente en el disco de duetos de Peret?

M. Ch. No pasó nada. Yo tenía una rumbita mía, La rumba de Barcelona, pero él y su representante dijeron que no, que todas las canciones tenían que ser éxitos suyos. Pero buen rollo, eh, hasta estuve en el estudio cuando grabó con Dusminguet.

T. Lo menciono ya que oí que tus abogados llamaron a tu propia compañía protestando porque se mencionaba tu nombre en las informaciones referentes al disco de Peret.

M. Ch. Mis abogados han terminado siendo mis peores enemigos. Nadie me ha dado más por el culo que mis propios abogados. Das confianza a unas personas, les pagas para defenderte, y te putean. Pero no quiero obsesionarme por las personas que te desengañan, pretendo no volverme cínico ante la raza humana. El tiempo lo cura todo y da la razón al que la tiene. Tengo 40 años y no me importa que digan que soy un cabrón, ya se sabrá la verdad.


Inédito Perdido en el siglo

En defensa de sus intereses, Manu Chao no duda en recurrir a sus abogados. El periodista Bruno Galindo tiene congelado Perdido en el siglo, un libro que refleja sus aventuras con Manu por dos continentes. "Bruno y yo hicimos un viaje de puta madre por el Nordeste brasileño. Lo malo es que no tuvimos tiempo de sentarnos a acabar el libro: faltaba mi parte, textos míos que tenían que complementar su reportaje y que todavía no están a punto. Pero espero saludar esta noche a Bruno en el concierto y hablaremos, el libro se va a publicar". Galindo no acudió: "Yo no voy a saludar a gente que me manda amenazas a través de abogados". El libro se terminó a finales de 1999. Parece ser que Manu o su gente preferían que saliera coincidiendo con su nuevo disco, opinión que reforzaron con una prohibición de reproducir letras. El periodista dice que Perdido en el siglo quedará inédito.

Tal vez Chao ya sabe que es imposible caer bien a todo el mundo. Prefiere definir su agenda, marcar su calendario. El nuevo disco llevaba anunciándose desde hace un par de años, pero se retrasaba y se retrasaba. Explicaciones, para todos los gustos: que si prefería que se siguiera vendiendo Clandestino (lleva despachadas unos tres millones de copias), que si estaba reconstruyendo sus cintas en clave tecno. Cuenta, Manu.

M. Ch. Es que paré cuando decidí formar banda… tenía en la cabeza a una serie de personas y sabía que habría química al juntarlas. Pero no tenía intención de salir de gira porque sí, tampoco me gusta hacer el papel de demonio y contribuir a romper grupos. Estaba terminando el disco cuando me enteré de que todos estaban libres, y no lo pude resistir, era como tener mi equipo de fútbol ideal.

T. Imagino que un disco-collage como Próxima estación, Esperanza tiene problemas para conseguir los permisos de las grabaciones ajenas.

M. Ch. Mira, yo no soy ni un inmenso cantante ni un inmenso músico, pero toco un poco de todo y me lo paso pipa. Todo lo que oigo, sea un locutor de radio o una actriz de telenovela, lo considero materia prima. Lo utilizo y luego me planteo los permisos. Hay gente que lo cede sin problemas, como Radio Reloj, la emisora habanera, y tipos más tozudos, que quieren ganar más que yo. Tengo un problema: la música que ahora hago en mi estudio es imposible de sacar, hay samplers de todo dios. Ni al abogado que más odio le encargaría una labor así. Fíjate que estoy pensando dejarlo caer en Internet, así como anónimamente…

T. Aun así, parece exagerado que hayan pasado casi cuatro años entre los dos discos.

M. Ch. Es que soy muy bruto. Aunque sé que no debo funcionar por conceptos, siempre caigo. Primero, empecé a recoger canciones en francés; a la semana, lo que me salían eran letras en portugués. Lo mismo pasó con la idea tecno. Hay que ser intuitivo, dejarte llevar por la música y no buscar orden o sentido. Aun así puedo decirte que Esperanza es el disco en que menos he sufrido, todo ha sido cojonudo. Yo toco casi todo…

T. Clandestino parecía un disco de espacios abiertos, y éste suena muy noctámbulo, a fruto del insomnio.

M. Ch. Está hecho entre las seis de la tarde y las ocho de la mañana. Siempre he sido nocturno. En París, a veces veía amanecer y alucinaba al pasar por un mercado, me parecía estar en otro planeta.

T. Hay una canción, Promiscuity, en la que dices que la promiscuidad engendra violencia. Hubo épocas en las que no predicabas el celibato…

M. Ch. Perdona, me refiero a promiscuidad en el sentido de amontonamiento humano. En los barrios donde no hay espacio vital, surgen malos rollos. Lo escribí en un tren que iba de Senegal a Mali, más de dos días de viaje con las señoras gordas y los niños, tremendo.

T. ¿Qué aprendiste por esas tierras?

M. Ch. Me encantó el concepto africano de familia. Quisiera tener doce, catorce hijos pero a lo africano. Allí, nadie sabe muy bien quién es el padre, eso no es lo importante. Todo el pueblo se cuida de que sean felices, tú te preocupas del hijo del vecino y al revés. Me da miedo la familia católica europea, en la que los hijos son propiedad de los padres y todos encerrados dentro de una casa, todos acojonados.


Próxima estación, Esperanza se publica el 4 de junio en Chewaka / Virgin.
Sitio web de Manu Chao.



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