14 de mayo del 2008
Hay dos ideas que, a pesar de haber sido de sobra rebatidas y superadas en el curso de los debates de los años 90, siguen siendo machacadas por derechistas bienpensantes y por indígenas culturalistas e izquierdoides. Una, es la idea de que la lucha armada no sirvió para nada porque la exigua democracia que tenemos pudo haberse logrado poco a poco y sin violencia. Es la lógica ahistórica de "lo que pudo haber sido y no fue", la cual pinta a los guerrilleros como seres malignos que trajeron la violencia a un idílico Estado de derecho, y los coloca fuera de la majestad de la ley oligárquica como delincuentes. La otra, afirma que al responsabilizar en parte a la guerrilla por las masacres de indígenas, se exculpa al ejército del genocidio con el que aplastó la lucha armada, entendiendo por genocidio un intento de exterminio de los indígenas.
La primera se agota en el binarismo deportivo de quién ganó y quién perdió el partido, obviando que la historia se mueve gracias a la experiencia asimilada de las masas y por la influencia ideológica que sobre ellas ejercen sus propias movilizaciones, sean estas inmediatamente victoriosas o no. Por ejemplo, uno de los varios desenlaces no previstos de la lucha armada fue el autonomismo del movimiento indígena.
La segunda apela al binarismo de buenos y malos, olvidando que ni la oligarquía ni el ejército pueden darse el lujo de exterminar a los indígenas porque se quedarían sin mano de obra barata y sin tropas contrainsurgentes. Si los masacraron fue porque las guerrillas se ubicaron en zonas indígenas y porque cuando llegaba el ejército éstas abandonaban a su población civil de apoyo. Si la guerrilla se hubiera apoyado en ladinos, negros, chinos o judíos, sobre ellos habría perpetrado su genocidio el ejército contrainsurgente.
Quien les da respiración artificial a ideas como estas es la cooperación internacional, que compró a la izquierda guerrillera en su versión URNG (Unidad Revolucionaria No Gubernamental), al movimiento "maya" en su versión fundamentalista, y a la derecha pro-oligárquica en su versión GuateÁmala. ¿Para qué? Pues para neutralizar las reales posibilidades movilizadoras de la izquierda y para turistizar las culturas y "otredades" de los "buenos salvajes", así percibidos por las malas conciencias extranjeras que administran los financiamientos externos como punta de lanza para facilitar la entrada de los capitales transnacionales, esos que compran a las oligarquías como socias minoritarias de sus corporaciones.
Otro de los desenlaces no previstos de la lucha armada es la aparición, lenta pero segura, de un sujeto de conciencia con conocimiento crítico de su historia y con un criterio capaz de establecer y valorar los componentes de su propio mestizaje cultural conflictivo y diferenciado (no hay mestizajes uniformes ni felices): un "sujeto popular interétnico" que está superando el desgarrador conflicto que a indígenas y ladinos les provoca no aceptar la parte del "otro" que los conforma, y que los hace padecer "el síndrome de Maximón" (el santo laico indioladino que se transfigura en su enemigo).
Para hablar de estas y otras cosas, los invito a la presentación de la tercera edición aumentada de mi libro La articulación de las diferencias o El síndrome de Maximón, hoy a las 6:30 de la tarde en la librería Sophos. Lo presentan Mario Palomo, Marcela Gereda, Andrés Zepeda y Mario Castañeda, en un refrescante cuanto necesario diálogo intergeneracional al que quedan convocados amigos y enemigos.