16 de enero del 2008
Hace unos años, me di cuenta de que una razón para sentirme feliz en Lima era que, como no llovía, no estaba obligado a quedarme en casa viendo la televisión. Eran además los días de Laura Bozzo, los cómicos ambulantes, la Paisana Jacinta, Magaly Medina y el resto de programas orquestados por el régimen de Fujimori para envilecer a la sociedad peruana. En la actualidad, sigo disfrutando la abstinencia de televisión sin mayores remordimientos.
No siempre fue así: como muchas personas de mi generación, hubo un tiempo en que me divertía todos los días con Los Monsters, El Chavo del Ocho, el SuperAgente 86, La isla de Gilligan, Los Picapiedra, Don Gato, El fugitivo, Bonanza, El Gran Chaparral, etc. Ahora la televisión me parece una etapa pasada. Hay programas valiosos, como Sucedió en el Perú, Costumbres y Reportaje al Perú, pero los transmiten a horas en que normalmente no he llegado a mi casa (una pena que no los hayan dado cuando era chico). También me han gustado algunos episodios de miniseries o telenovelas peruanas, especialmente cuando están detrás Eduardo Adrianzén o Michel Gómez, pero si tengo que elegir entre sentarme a ver la televisión y otra cosa, como leer y escribir, siempre prefiero la otra cosa.
Muchas personas ven la televisión por la necesidad de mantenerse informadas. Sin embargo, creo que los noticieros y programas políticos aportan muy poco para ello y que algunos parecen dedicarse, más bien, a desinformar intencionadamente a la población. A esto se suma una percepción centralista que da más cobertura a un bache en Jesús María que a todos los problemas del interior del país.
Además, si hace diez años el fujimorismo controlaba la televisión para actuar al servicio de los grupos de poder, ahora se mantiene el mismo control sin el estorbo de un régimen tan visiblemente represivo. Los programas mencionados procuran que la población se sienta informada, pero no le permiten desarrollar su capacidad crítica ni le muestran los problemas de fondo del país. Quien vea noticieros no encontrará reportajes sobre las muertes de ciudadanos por la policía, la explotación laboral, los abusos que comete la ONP o las presiones que el grupo Wong ejercía hacia sus proveedores (y que a sus clientes importaban muy poco).
A pesar de ello, muchos peruanos han hecho de ver noticieros una actividad tan cotidiana y obligatoria como lavarse los dientes y, lo que es peor, se llenan la cabeza con niños muertos, accidentes horribles o conflictos entre políticos cínicos en los dos momentos en que deberían estar más relajados: antes de dormir y antes de salir a trabajar. Alguna vez, de camino a la oficina, me he preguntado cuántas imágenes sórdidas habrán visto minutos antes las personas que me rodean en la calle o en el micro. ¿Ganaron algo con ello? Por supuesto que no.
Los domingos son el peor día en la búsqueda de quitar a los televidentes todo momento apacible, y no solamente de noche, sino también por la mañana. A la hora en que de niño yo veía dibujos animados, se presentan ahora los delitos pasionales y las violaciones de la semana, sin que el horario de protección al menor parezca importarles.
Si desea mejorar su calidad de vida, tener sueños más agradables, disfrutar de más tiempo para usted y las personas que quiere y eliminar tensiones innecesarias, le recomiendo olvidarse de los programas supuestamente informativos. Estar informado no es estar al tanto de declaraciones de políticos y escándalos de futbolistas o actores. Personalmente, suelo disfrutar de una ignorancia total sobre cuestiones que en el fondo son intrascendentes.
Para informarme sobre lo que me interesa tengo los periódicos e internet. Pero mi principal fuente de información son las conversaciones con amigos, familiares e incluso desconocidos. Hablar con un taxista, un chofer de combi o con otro pasajero en un ómnibus interprovincial o un avión, ayuda a comprender mejor la realidad del país que docenas de noticieros.
Llevo ya diez años en ese camino y tengo la impresión de que no dejo nunca de aprender. En cuanto a los programas informativos, volveré a verlos con el mayor interés cuando sean elaborados con seriedad o, quizás, el día en que en Lima llueva.