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22 de abril del 2008

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Sociedad

¿La antipolítica, dice usted?


José Luis López Bulla
Metiendo Bulla / La Insignia. España, abril del 2008.


De un tiempo a esta parte se oye hablar con frecuencia de antipolítica. Este término se utiliza, sobre chispa más o menos, para calificar -todavía con poca precisión- aquellas actitudes populistas o neopopulistas que, de manera indistinta, y desde sectores diversos, apuntan contra y hacia las formas convencionales de la política. Son, además, un comodín recurrente para nombrar una serie de fenómenos (Berlusconi y Putin serían los más reconocibles) sobre los que, desde la política convencional, hay dificultades para entenderla a fondo y, sobre todo, para darle una adecuada respuesta.

En el caso italiano la respuesta a la antipolítica por parte de las derechas tradicionales no ha sido otra que dejarse cooptar por aquélla. Y, como quien no quiere la cosa -primero de puntillas, después de manera abiertamente acelerada- un sector (no todo, ciertamente) de la vieja Democracia Cristiana se fue pasando con armas y bagajes hacia la antipolítica berlusconiana. No le fue muy difícil dicho tránsito pues en el viejo autobús había pasajeros del más variado pelaje. En paralelo, el sector mayoritario de la izquierda italiana organizó, a su vez, un viaje hacia otros horizontes que se iban desenganchando, no menos aceleradamente, de sus viejas tradiciones. Aclaro para evitar perplejidades que estos últimos -sea cual fuere la valoración que se haga de ellos- no hicieron la misma excursión.

La pregunta que me hago, desde hace ya algún tiempo, es la siguiente: ¿cuando se habla de antipolítica nos estamos refiriendo a una degradación de la política tradicional o es, esencialmente, el resultado de las transformaciones que se están operando en el seno de la sociedad y de la lectura que hacen de tales cambios las fuerzas políticas? Atención, no niego que sea una degradación y, dicho más contundentemente, tampoco niego que sea indeseable. Pero la madre del cordero está, en mi opinión, en ver si esa manifestación es consecuencia de toda una serie de gigantescas mutaciones que, como movimientos telúricos, se están produciendo desde hace ya algunas décadas. Si fuera así, la antipolítica ya es la la expresión natural (no me hagáis repetir otra vez que lo considero indeseable) de la política, tal como la entienden algunos sectores.

Creo que alguna responsabilidad tienen las fuerzas de izquierda, en sus distintas tipologías -reformistas, antagonistas y demás flora y fauna- en la transubstaciación de la antipolítica en política (indeseable). ¿En qué dirección? Sin agotar el elenco de distracciones, yo diría que la cosa podría ir por aquí:

a) Una insuficiente adecuación para interpretar las mutaciones que ellas mismas, las izquierdas diversas, contribuyeron a traer con su muy relevante nivel de conquistas sociales.
b) Una visible desubicación, por lo tanto, del panorama social que ellas mismas, las izquierdas, contribuyeron de manera fatigosa a ir creando.
c) Lo que llevó como consecuencia a una forma de representar a la ciudadanía con las mismas categorías organizativas en clave de foto fija, de la foto fija de los tiempos de las nieves de antaño.

Pongamos algunos ejemplos en correlato con los tres apartados anteriores. 1) La extensión de las grandes conquistas de civilización del Estado de bienestar se viene haciendo sobre la base de capas superpuestas, no viendo que cada nueva conquista requiere la compatibilización y los vínculos con el esquema anterior a tales conquistas. 2) La considerable distracción que ha supuesto el astigmatismo de las izquierdas ante el tránsito del fordismo hacia el -¿por qué no denominarlo así?- nuevo modo de producción, es decir, la sociedad de la información, el capitalismo molecular, el posfordismo o comoquiera que sea dado en llamar. 3) El carácter taylofordista de los partidos (estamos hablando de las izquierdas diversas) cuya forma y maneras de ser mantienen en lo esencial el carácter y la arquitectura de antañazo. Así pues, ¿cómo no iba a repercutir tanto desajuste de la política en la condición concreta de la ciudadanía? ¿Cómo no se iba a producir una cesura radical que impidiera el tránsito de la política hacia la antipolítica?
Un inciso: en esas circunstancias, el indeseable Berlusconi se movió como pez en el agua. Por cierto, tal vez hiera la sensibilidad de algunos; pero es el caso que Berlusconi perdió las penúltimas elecciones por los pelos. Y que sólo la ley electoral italiana, que premia al vencedor con un plus de representación en las Cámaras, consiguió disfrazar la victoria de Romano Prodi. De hecho, cuando sonó el gong, tras aquellas elecciones, la victoria del centro izquierda, numéricamente hablando, fue (con perdón) por puntos. Se cierra el inciso.

En definitiva, tal vez ya no nos baste la calificación de antipolítica; y posiblemente sea necesario que, una vez tomada carta de naturaleza tan antipática expresión, se reflexione a fondo sobre cómo estar al tanto de los grandes cambios, de qué manera la izquierda es capaz de interpretar intereses (anhelos) y cómo la morfología de los partidos de izquierda responde aproximadamente a todo ello. También en nuestro país. El reclamo de "que vienen ellos" puede agotarse.