3 de abril del 2008
"¡Qué poco duran las vacaciones! Las chicas tenemos el mes de enero, porque en febrero tenemos que estar encerradas por temor a los carnavales." Efectivamente, como señala esta queja, publicada hace algunos meses en Perú 21, parece un signo de edad avanzada lo de recordar los tiempos en que había tres meses de verano para descansar y distraerse.
En aquellos días, además, no existían las "vacaciones útiles" y los doscientos talleres para niños. Reconozco que en muchos casos se fomentan prácticas importantes como arte o natación. Pero hay padres obsesionados en inscribir a sus hijos en cuanta actividad sea posible, sea para proporcionarles "todo lo que yo no tuve" o porque están sumidos en una competencia con amigos y familiares. La razón más frecuente es que, como los dos padres trabajan, es preferible que sus hijos no tengan "tiempo libre", sino "tiempo ocupado" bajo supervisión de algún instructor.
Seguramente todos estos padres agradecieron que, a fines de la década pasada, algunos colegios particulares adelantaran el inicio de clases a mediados de marzo. Pronto parecía una cuestión de prestigio ser el colegio que empezaba más pronto. Al final, el Estado, asumiendo que todo lo que hace el sector privado es mejor, dispuso que también los colegios nacionales iniciaran clases el primer lunes de marzo, sin tomar en cuenta las dificultades para enseñar y aprender en pleno verano y que cada año el calor es más intenso.
A mí me sorprende el tiempo que pasan los alumnos de hoy en día en sus colegios, sobre todo en los particulares. Muchas veces empiezan las clases a las 7,30 de la mañana, a la hora que yo me recién me levantaba en mis años de escolar (pido disculpas si recordar aquellos tiempos causa envidia a algún joven lector). Con frecuencia, los niños suelen quedarse en el colegio hasta las 5 o 6 de la tarde, lo que a mí me habría parecido un castigo cruel: yo almorzaba en mi casa, como me parece que es más sano y adecuado, a las 2 de la tarde. Ahora muchos padres pagan al colegio por el almuerzo de sus hijos... y se mantienen después en la incertidumbre. "Sólo después de tres meses, me avisaron de que mi hijo no comía nada en el colegio", me comenta la madre de un niño de siete años.
Si añadimos las horas de las tareas, la jornada escolar parece tan larga como la del trabajador más explotado. Y algunos colegios son tan absorbentes que no les parece suficiente: por la noche, reciben a los padres. Conozco papás que van todas las semanas a ensayar, bailar, actuar, atender en ferias, cocinar, participar en campeonatos deportivos, dictar charlas, escuchar charlas, prepararse para la catequesis, etc. Pasar el fin de semana en el colegio parece normal para algunas familias.
Curiosamente, estos absorbentes métodos pedagógicos no implican mayores mejoras en la calidad educativa. La semana pasada, una chica me preguntó en qué departamento quedaba Trujillo y un compañero suyo dónde quedaba Huaraz. Un tercero escribió que deseaba comparar los diferentes "extractos" socioeconómicos del Perú. Todos eran universitarios que provenían de colegios con prácticas como las que describo. En realidad, hoy es tan sencillo ingresar a muchas universidades que la mayoría de colegios no se molesta en proporcionar una base adecuada.
A esto se añade que en el Perú se entra demasiado pronto a la universidad: entre uno y tres años antes que en la mayoría de los países americanos y europeos. Salvo las contadas universidades donde existen estudios generales, millares de adolescentes comienzan a los 16 años a estudiar una carrera que difícilmente se puede decir que han escogido de forma racional. En tiempos de Velasco se dispuso prolongar la educación escolar, pero la propuesta fue cancelada cuando Belaúnde regresó al poder, quizás asumiendo que todo lo que hacen los militares está mal.
El Estado, además, ni investiga ni informa si son necesarios más antropólogos o biólogos, pediatras o geriatras, geólogos o ingenieros sanitarios. Aprovechando el desconcierto, algunas universidades, con declarados fines de lucro, acuden a los colegios a captar muchachos de quince o catorce años y convertirlos en "ingresantes", sin ningún análisis vocacional o de perspectivas laborales. Un ejemplo de esta confusión son las escuelas de cocina, cuya proliferación en tantas ciudades haría pensar que vivimos en un país opulento, donde se come comida novoandina tres veces al día y cientos de jóvenes sueñan con ser "un nuevo Gastón Acurio".
Este año, al menos en Lima, las autoridades lograron erradicar los violentos juegos con agua y las niñas y adolescentes pudieron disfrutar de un mes más de vacaciones. Sin embargo, las consecuencias del exceso de colegio en la vida familiar o la desorientación de los jóvenes parecen problemas que no preocupan a ninguna autoridad.