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22 de octubre del 2007

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Cultura

El reservorio del deseo


Mario Roberto Morales
La Insignia. Taiwán, octubre del 2007.

 

En su libro de 1954, Sociedad humana: ética y política, Bertrand Russell dice que "el hombre cuyos deseos están limitados al círculo de su propia experiencia encontrará, al hacerse más viejo y tener un futuro cada vez más reducido, que la vida se vuelve cada vez más estrecha y menos interesante, hasta que no quede nada más que sentarse junto al fuego y calentarse".Y cuando no queda nada más que existir sin propósito alguno, la gente se suicida o vive muerta en vida, porque la vida sin objetivos ni sentido no vale la pena vivirse. En otras palabras, su satisfacción resulta tan fácil y tan poco gratificante que el deseo satisfecho despoja a la vida de sentido.

Por eso sigue diciendo Russell: "En cambio, el hombre cuyos deseos tienen un gran alcance, más allá de su propia vida, puede conservar hasta el final el entusiasmo de sus primeros años. (...) Algunos hombres desean no sólo el bienestar de su familia y sus amigos, sino el de su nación, e incluso el de toda la humanidad". Es decir, el deseo del bienestar personal sujeto a la condición del bienestar del prójimo, es un deseo que nos hace vivir porque nos hace trascender nuestra limitada e insignifcante existencia. Insignificante, sí, en la medida en que reduzcamos sus alcances a lo que popularmente se conoce como "el derecho de nuestra nariz".

Es cosa sabida que, en jerga psicoanalítica, el llamado "objeto de deseo" cumple la función no de ser satisfecho sino de mantener viva y vigente la capacidad de desear. El objeto de deseo insatisfecho nos hace vivir y, una vez satisfecho, la capacidad de desear decae. Es por eso que el objeto de deseo es cambiante y transfigurable e inventamos otro objeto de deseo en cuanto satisfacemos el inmediato. La mantención de la capacidad deseante es el elíxir de vida. No la repetitiva satisfacción de nuestros deseos, la cual indefectiblemente nos lleva al hartazgo por atiborramiento.

La crisis actual que transita la humanidad y que se expresa en los estudiantes que rehusan estudiar porque no encuentran sentido al aprendizaje y prefieren convertir sus planteles educativos en campos de exterminio de compañeros; en las juventudes expulsadas del circuito de producción y consumo que se organizan en pandillas, y en que los que pueden insertarse en el sistema no aspiran sino a someterse al poder para escalar sus amargos peldaños hasta estar en posición de oprimir al prójimo más cercano en desventajas, esta crisis es resultado del cercenamiento de futuro que el "pensamiento único" postuló con su estúpida tesis del "fin de la historia" y de la "utopía realizada", oxímoron éste que niega el derecho a la utopía como objeto de deseo que trasciende nuestras vidas y nos insufla energía para cambiar el mundo y no aceptar que el futuro sólo es más de lo que ya tenemos.

Aceptar la noción de futuro como prolongación y no cambio del presente produce un clima de sinsentido que causa depresión y necrofilia. Russell ya no fue testigo (aunque lo previó) de que "el hombre cuyos deseos están limitados al círculo de su propia experiencia" no es ya un ser aislado sino que involucra al resto, paralizado por el consumismo. Es por eso esperanzador que una minoría comprenda la necesidad de replantear la utopía del bienestar colectivo. Esa minoría es el reservorio del futuro, de la vida y, sobre todo, del deseo.


Taichung (Taiwán), 23 de octubre del 2007.

 

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