17 de octubre del 2007
Hace tiempo había un edificio de metal en mitad de un descampado; poco más que un contenedor, seis metros de despachos, dos de pasillo y quince para salón donde una vez, por timidez mía y por ti que te empeñaste, acepté un papel en una obra. Recuerdo perfectamente cuál, por si lo dudas. Y podría subir al escenario y repetir línea por línea. Fin del contexto.
Si despejas aquel salón de lo que no te gustaba, queda una nevera con botellines de cerveza, varias filas de sillas de tijera y unos focos. Si me impongo yo la tarea queda casi todo, incluido tu ego de boca para abajo y los objetos mencionados, es decir, lo que teníamos en común. Bebida, asiento, luz. No está mal. Con menos que eso se han escrito grandes historias románticas y dijo ella y dijo él -acotación- y luego dijeron los demás. Bien. Pero este individuo lo dice por un personaje concreto, que llegaba a última hora. Pantalones azules o grises, camisas azules o grises, zapatos negros o marrones y una marca muy determinada de tabaco (esa la sabes).
Pongamos las nueve de la noche; serían más bien las nueve y media o las diez, aunque las nueve nos valen. Pongamos un mes, enero, y un día, mi cumpleaños. Llueve cuando se abre la puerta y aparece él, más despacio que de costumbre, cabizbajo si hubiera sido de andar cabizbajo, arrugas. Su mujer había fallecido por la mañana y nosotros, que la conocíamos, respondimos con silencio, palabras sentidas, palabras de rigor, incredulidad, abrazos, manos, hielo en tus ojos que la mayoría creyó dolor y unos pocos, aburrimiento.
Suele ocurrir con el pánico. Cualquiera lo reconoce en sus manifestaciones extrovertidas; en las otras, confunde. Y cuando ya no quedaba nadie salvo tú, yo y una premonición de este jueves, tu pánico se acercó a mi vacío y le exigió tres promesas a cambio de nada. Que tuviera el don de contener las sombras: lo tenía. Que no te alcanzaran nunca: lo consiguió. Que si te alcanzaban, no lo sabrías: no lo sabrás.
Si despejas el salón, he dicho, eliges lo útil en un sentido puramente instrumental, sin emociones; objetos en el edificio, objetos de carne y hueso, un abridor para una lata y milagros para imposibles. Como tantos, pero a ti se te concede. No me pidas que, además, calle.