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La insignia
27 de mayo del 2007


Por qué Rusia se puso el tricornio


Rafael Poch de Feliu
La Insignia*. España, mayo del 2007.


Pekín.- En la Rusia de hoy, la gente del antiguo KGB está por todos lados. Algunos observadores dicen que uno de cada cuatro miembros de la elite son ex "chekistas", o ex militares, o ex policías. Los cruzados de la guerra fría, tienden a hacer de esto un misterio teológico. Utilizan para ello la demonización del Kgb, una organización verdaderamente siniestra, pero cuya historia a partir de la segunda mitad del siglo XX (después de 1956) es menos negra que la de la CIA, que también ha dado algún presidente al país sin escándalo. Sin embargo, nada hay más natural y comprensible que esta Rusia de hoy.

Ese país y su sociedad son el resultado lógico de los años noventa. Rusia atravesó entonces una crisis muy profunda. Las fronteras, los ingresos, los ahorros, los símbolos y referentes nacionales, la esperanza media de vida y la seguridades en el día de mañana, se derrumbaron. El PIB y los ingresos del estado cayeron un 50% en una década, la criminalidad y la mortalidad crecieron un 50%. En cualquier país occidental ese colapso habría sido letal. Los rusos demostraron su capacidad de aguante. Apenas se implicaron en los tres golpes de estado (agosto de 1991, diciembre 1991, y octubre 1993) y las diversas guerras en la periferia (Karabaj, Abjazia, Osetia, Pridniestrovia, Tadyikistán, Chechenia.) que presenciaron esa década, pero eso no quiere decir que todo aquello no tuviera consecuencias.

Diez años de obediencia a potencias extranjeras, humillaron a una gran nación. El resultado es esta Rusia de hoy, malhumorada hacia Occidente y gobernada por el equivalente a nuestra Guardia Civil. Pero de esta "Rusia de Weimar" no va a salir ni un Hitler, ni un nacionalsocialismo.

Lo que en muchos países normales se habría solucionado con una dictadura, en Rusia desembocó en una "democracia dirigida". El término lo acuñó el analista Vitali Tetriakov a finales de los noventa adelantando el sistema que se venía venir. Si hubiera estado allá, José Bergamin le habría llamado "democracia guardiacivilizada".

Todo esto es tan obvio que apenas precisa explicación, en cambio lo que puede resultar asombroso es la popularidad que este sistema, representado por el presidente Vladimir Putin, tiene en la Rusia de hoy. No es que Putin sea mas "criminal" que Bush o Blair. Como dice el historiador Perry Anderson, ambos tienen mucha más sangre en sus manos, probablemente la de más de medio millón de iraquís. Pero la popularidad de Bush y de Blair no llega al 40% en las encuestas, en cambio la de Putin supera el 70% y esto sí que hay que explicarlo.

La primera razón es que antes de Putin estaba Yeltsin, que dejó el poder siendo aborrecido, con apoyos de un 6% dignos de Mobutu. Y antes de Yeltsin estaba Gorbachov, que, siendo, a diferencia del anterior, un gran hombre y un gran político, fracasó, no fue comprendido y terminó injustamente despreciado, por razones en las que no vamos a entrar. Con Putin, gracias a los precios del petróleo y a un mínimo de orden, los ingresos de los rusos se han doblado, el PIB ha aumentado a razón de un 7% anual desde 1999 y las cuentas del estado se han estabilizado. Así que el actual presidente y su "democracia guardiacivilizada" se beneficia, por un lado, de muchos años de políticos impopulares que fueron factores de lo que la sociedad vivió como inequívocos desastres, y, por el otro, de una recuperación. Por primera vez desde 1987 las cosas no van a peor en Rusia, en lo material y social. La situación que Putin gobierna ha permitido a los rusos, un colectivo estresado durante muchos años, descansar, sentarse y recobrar el aliento. Que el presidente masacre a algunos chechenos, que restrinja la libertad de prensa, que pudiera, incluso, haber creado un presunto GAL a la rusa para eliminar adversarios en el Golfo Pérsico (Yandarbiev), Moscú (Politkóvskaya) o en Londres (Litvinienko), o que mantenga impune la vergüenza nacional de aquella "privatización", en la que funcionarios y sinverguenzas robaron el patrimonio nacional para convertirse en millonarios con casa en Londres, todo eso, son pecados menores que los rusos, de momento, perdonan a sus gobernantes. Muchos no tienen mas remedio, pues su propia inmadurez, apoyando con fervor a Yeltsin hace 15 años, contribuyó al desastre y perdonando a Putin se perdonan, de paso, a sí mismos.

Lo importante es comprender que la historia continua. Lo de los noventa tuvo su respuesta; lo de ahora también la tendrá el día que los rusos crezcan democráticamente como sociedad. Lo importante es comprender por qué, en determinado momento, una sociedad se pone el tricornio.


Publicado originalmente la sección digital del diario La Vanguardia, de España.



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