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26 de mayo del 2007 |
Subalternos
Mario Roberto Morales
Hay necesidad de aclarar algunas nociones operativas, indispensables para librar la batalla ideológica de la manera más limpia posible en esta hora de la rearticulación de la utopía. Por ello, procedo a explicar lo que se entiende en la academia estadounidense por: 1). subalternos; 2). intelectuales vistos como subalternos; 3). intelectuales orgánicos de los subalternos; 4). intelectuales solidarios con los subalternos.
1. Subalternos Dícese de los grupos sociales que ocupan una posición marginada del poder que se considera central en una sociedad. Así, serían subalternos tanto los negros respecto de los blancos, como los indios respecto de los ladinos, o las mujeres respecto de los hombres (como lo ha hecho ver contundentemente el feminismo). Una característica del subalterno es que no está representado por escrito en ningún documento legal, ciudadano, literario, periodístico, etc. Cuando mucho, está -se dice- inadecuadamente representado, como es el caso de los indios en Asturias, el proletariado en Neruda, etc., por sólo poner ejemplos literarios. Otra característica del subalterno, a la cual se debe la anterior, es que no puede expresarse, hablar, escribir, porque cuando lo hace deja de ser subalterno, toda vez que para expresarse, hablar y escribir debe acceder a los códigos de la dominación (a fin de poder desconstruirlos) y, por ello, automáticamente, abandona su subalternidad. Entonces puede -si quiere- convertirse en un intelectual orgánico de los subalternos, precisamente porque (y sólo porque) ha dejado ya de ser subalterno. El subalterno, por definición -dice la intelectual india Gayatri Spivak- no puede hablar, expresarse, representarse, escribir. Si lo hace, si aprendió a hacerlo, ese aprendizaje implica que ha dejado de ser subalterno. Nótese que la caracterización que aquí se hace del subalterno es culturalista. 2. Intelectuales vistos como subalternos Ahora bien, hay intelectuales que se ven a sí mismos como subalternos y, por tanto, como la representación y encarnación misma de la subalternidad. Es el caso de Neruda u Otto René Castillo, quienes ofrecieron su voz (y Otto René también su vida) para que por ella hablara el subalterno. La pregunta que ha sido tirada al ruedo (luego diré por quiénes) es la siguiente: ¿estuvieron los subalternos adecuadamente representados por estos intelectuales que se veían a sí mismos como subalternos pero que no lo eran porque sí podían hablar y escribir? Este asunto lo dejo para otra oportunidad, a fin de seguir con lo que ahora nos interesa, pero queda comprometidamente pendiente. Se trata en este caso, pues, de un tipo de intelectual que, sin estar marginado del espacio letrado central de poder local, se arroga la representatividad de los subalternos. Esto, hoy día, no agrada a los subalternos, a quienes les parece inadecuada la representación que los intelectuales que se ven a sí mismos como subalternos han hecho de ellos, y aspiran a representarse solos. En otras palabras, aspiran a dejar de ser subalternos y a acceder al poder. Con todo derecho, diría yo. Hay que agregar que existen gradaciones de subalternidad dentro de una sociedad, y también subalternidades referidas a relaciones de poder entre naciones y bloques de naciones. Guatemala es un país subalterno, pero dentro de él existe un poder central y una subalternidad no representada, o inadecuadamente representada, respecto de ese poder local que se relaciona subalternamente con el poder transnacional. 3. Intelectuales orgánicos de los subalternos A estas alturas queda claro que el subalterno es irrepresentable por definición y que, por eso -por su irrepresentabilidad y marginalidad-, es que surgen voceros de todo tipo que asumen o se arrogan -adecuada o inadecuadamente- esa representatividad negada a la subalternidad. Decíamos, pues, que hay voceros que nunca han sido subalternos y que se arrogan la representatividad de los subalternos. Estos son los intelectuales vistos como subalternos por sí mismos y por otros. Pero hay subalternos que de hecho han logrado acceder a la palabra, al código, al discurso de la dominación y, con él, representan los intereses de los subalternos, desconstruyendo el discurso dominante con el mismo código del dominador pero empleado "estratégicamente", es decir, en otra función y con otro sentido. Estos son los intelectuales orgánicos de los subalternos. Los cuales, para ser tales, han dejado, por fuerza, de ser subalternos. Es el caso de Rigoberta Menchú, Demetrio Cojtí, Vitalino Similox, Estuardo Zapeta, Alfredo Tay y muchos otros miembros de lo que he llamado la intelectualidad "maya" de Guatemala. Todo lo cual no quiere decir que ellos tengan el mismo pensamiento y las mismas concepciones. Estas varían y existe un espacio de polémica entre ellos, lo cual ilustra la riqueza de su reflexión en conjunto. Pero la interrogante que se aplica a los intelectuales que se arrogan la representatividad de los subalternos sin haberlo sido nunca, persiste para quienes lo fueron y ya no lo son; es decir: ¿representan adecuadamente estos intelectuales orgánicos a los subalternos que, por definición, no pueden expresarse, hablar, autorepresentarse? Este problema lo dejaremos para otra oportunidad, a fin de desarrollar lo que ahora interesa, pero queda también comprometidamente pendiente. 4. Intelectuales solidarios con los subalternos Estos son intelectuales que están concientes de que no son ni han sido subalternos y que, precisamente por esa situación, comprenden y simpatizan con las aspiraciones de los subalternos y de sus intelectuales orgánicos. Por ello, realizan labores intelectuales de solidaridad con la lucha de la subalternidad. La mayoría de estos intelectuales están situados, obviamente, en los centros de poder intelectuales. Léase, las universidades europeas y norteamericanas, y otras instituciones de producción intelectual. Y, curiosamente, son quienes promueven programas, becas y proyectos para estudiar al subalterno, para permitirle al subalterno ir a estudiar a esos centros de poder y que así dejen de ser subalternos y se conviertan en intelectuales orgánicos, etc. Claro que el aprendizaje del discurso de poder no se realiza sólo en las universidades del centro. También puede hacerse en las universidades de la periferia o en instancias políticas de izquierda o derecha, cuyas dirigencias tienen que ser, por lo menos, medianamente cultas o versadas en el discurso dominante. Estas organizaciones, junto a las universidades, son importantes centros de formación de intelectuales orgánicos. Pero volviendo a los intelectuales solidarios, éstos no se preguntan sobre si representan adecuadamente al subalterno o no, porque aceptan que, de hecho, no lo representan. Sobre lo que sí se preguntan es sobre el sentido moral de su actividad solidaria. Primero, porque juzgan su propia situación en la academia dominante y, segundo, porque los conflictos entre la intelectualidad orgánica, la autollamada subalterna y la solidaria, suelen ser muy grandes debido a que se trata de problemas de poder, por lo general relacionados con jerarquía y dinero, competencias divisionistas y canibalismo mutuo. Desde el espacio un poco descomprometido (por únicamente solidario) de la solidaridad, esto se ve con pena, pues los voceros de la subalternidad nunca parecieran ponerse de acuerdo en la forma de representar a su sujeto. Ese sujeto por definición irrepresentable, mudo y ajeno, a menudo idealizado para compensar tanto el propio sentimiento de minusvalía insuflado desde fuera por el dominador (caso de los intelectuales orgánicos) como el abatimiento del "espíritu de Occidente", hoy estrafalariamente vestido con los ropajes estridentes de la posmodernidad (caso de los intelectuales solidarios). Estudios poscoloniales y Estudios subalternos La intelectualidad llamada poscolonial (constituida sobre todo por antropólogos del Tercer Mundo formados en Europa y Estados Unidos) por lo general asume lo subalterno, lo orgánico y lo solidario como un mismo bloque ideológico que se concreta en una militancia académica en favor del subalterno. La pregunta sobre la adecuación de la representatividad del subalterno por parte de los distintos tipos de intelectuales y, básicamente, el cuestionamiento de la postura del intelectual en todo este negocio, es una pregunta que, sobre todo, se la hacen los intelectuales del Proyecto de Estudios Subalternos (indios de la India y latinoamericanos en Estados Unidos y Europa), y no tanto los del grupo de Estudios Poscoloniales. Y la pregunta abre posibilidades inmensas en la tarea de pensar la subalternidad porque, al hacerla, se rechaza de plano la posibilidad de idealizar al subalterno y a sus intelectuales y, por el contrario, el discurso de la subalternidad queda sujeto a la desconstrucción también. Entre otras muchas nociones, queda sujeta a desconstrucción la noción de "estrategismo subalterno". Me explico: se arguye que los subalternos no pueden ser esencialistas ni racistas porque no están en una posición dominante desde la cual el racismo se ejerce como forma de dominación, y porque el esencialismo de los intelectuales orgánicos o solidarios de los subalternos es "estratégico". Es decir, que se trata de usar la misma filosofía y los mismos medios del enemigo pero con otros fines, con fines desconstructores del discurso dominante. Como se puede ver, aquí hay espacio para desconstruir el "esencialismo estratégico" y discutir sobre el racismo en la subalternidad, desde el momento en que no damos por sentado que, por cierto esencialismo absolutista, el subalterno y sus intelectuales tienen necesariamente la razón histórica de su parte y tarde o temprano poseerán el reino de este mundo, sobre todo si se conceptúan como "pueblos originarios", esenciales, con derechos de exclusividad sobre el territorio de que se trate. Con el estrategismo subalterno u orgánico o solidario se corre el serio riesgo de postular una "verdad absoluta" de la subalternidad: ¿otro fundamentalismo? Y con el desconstruccionismo aplicado a todo, se corre el riesgo del suicidio ideológico. Este es uno de los dilemas en que nos ha puesto la crisis de paradigmas. Pero nada de esto vamos a discutir hoy, puesto que hoy sólo estamos sentando algunas bases de comprensión conceptual, a fín de que sepamos de qué estamos hablando. Mi discurso, de más está decirlo, queda también sujeto a todo orden de desconstrucciones. Después de todo, sólo estoy explicando lo que yo -individuo insignificante- entiendo por estas nociones que he presentado aquí y que son básicas (como cada cual las entienda) en el debate actual sobre el futuro. Queda pendiente la pregunta acerca de la adecuación de la posición del intelectual en general a la hora de representar al subalterno, lo cual tiene que ver con la posición que ocupa respecto del poder; y queda pendiente hablar sobre la adecuación de la representación misma del subalterno, ya sea en su versión mimética (literaria) o en su versión política (acción). Y esto se aplica tanto a los intelectuales que se ven a sí mismos como subalternos, como a los que se convierten en orgánicos de los subalternos, y, claro, a los solidarios, a quienes se debe en buena parte toda esta problemática de la subalternidad. Como se ve, la discusión no rebasa el horizonte culturalista. Discursos de poder Y bien: ¿han representado adecuadamente a los subalternos, los intelectuales que se han visto a sí mismos como subalternos y que se han arrogado la representatividad de los que no tienen voz? Empecemos por los indios de Asturias. A la pregunta ¿están los "mayas" de Guatemala adecuadamente representados en Hombres de maíz o en Leyendas de Guatemala?, se podría responder que Asturias nunca quiso representar ni mimética ni políticamente a los "mayas", sino que lo que quiso fue proponer una síntesis cultural mestiza de Guatemala, tratando de construir cierta esencialidad ficticia de la nacionalidad anhelada, para lo cual echó mano de los textos precolombinos, las mitologías mesoamericanas que estudió en Paris, y los vanguardismos europeos de principios del siglo XX, todo mediante un operativo estrictamente literario, es decir, estético y ficcional. Y con esta respuesta se concluiría en que Asturias, como cualquier escritor vanguardista, no representa a nadie sino a sí mismo, lo cual ya es bastante. En esta linea de reflexión, tanto Asturias como Monteforte Toledo y Luis de Lión se representan a sí mismos porque en los tres existe un procedimiento vanguardista a la hora de crear un universo en el que indios y ladinos interactúan en el marco de una nación inconclusa que ellos tratan de completar en la literatura, en la ficción. Con todo lo cual es facil seguir concluyendo en que, al representarse a sí mismos mediante el operativo vanguardista de juntar tradición y modernidad, precapitalismo y capitalismo en una síntesis esencialista de una nacionalidad incompleta, estos autores están representando a los estratos letrados y cultos de la sociedad, puesto que sólo éstos pueden acceder al arsenal cultural para escribir literatura vnguardista. Y como los estratos letrados están vinculados al poder político y, por supuesto, a los discursos de poder autoritarios y dominantes, es obvio que nuestros autores, al repressentarse a sí mismos, representan también al bloque social que los ha formado, aunque ellos reaccionen en contra de él. En todo caso, lo representan como una reacción y negación de sí mismo: como un ejemplo (peligroso asunto) de los espacios de disenso que la dominación permite. De donde se deduce que los subalternos no están adecuadamente representados en sus escritos y nunca podrían estarlo porque los subalternos sólo podrían representarse adecuadamente ellos mismos (si es que confiamos en su autopercepción) y, cuando eso sucede, dejan de ser subalternos. Es el caso de Luis de Lión que, al acceder al espacio letrado y querer expresar el desgarramiento del indio ladinizado, no hace sino brindarnos otra versión vanguardista, letrada de la subalternidad guatemalteca, como lo hizo Asturias y Moteforte Toledo. Paradójico, pero aparentemente innegable. El caso de Luis de Lión es interesante porque ilustra el caso del subalterno que deja de serlo al acceder al discurso de poder, a su dominio y ejercicio en contra de ese discurso y en favor de los subalternos. Luis era un intelectual orgánico de los subalternos. Asturias y Monteforte fueron intelectuales vistos (por ellos mismos y por otros letrados) como subalternos. La cosa se pone más interesante cuando ampliamos la interrogante y nos preguntamos si el subalterno está adecuadamente representado por sus intelectuales orgánicos, como Rigoberta Menchú (de quien pocos dudan la legitimidad de su representatividad), Demetrio Cojtí, Rosalina Tuyuc y otros miembros de la intelectualidad "maya" de Guatemala. ¿Cómo no lo va a estar?, sería la reacción ingenua. Pero si nosotros tomamos en cuenta que la conciencia subalterna que expresan estos intelectuales orgánicos está enunciada en los códigos del discurso de poder dominante, debemos tomar en cuenta también (recordando a Frantz Fanon y a Ranajit Guha) que, en tanto la conciencia del subalterno se forma en contradicción a la conciencia dominante (pues se expresa en los mismos términos sólo que invertidos), la conciencia subalterna tiene -siempre- aún mucho de la conciencia dominante. De modo que, en un estadio temprano de la concientización subalterna, el oprimido lo que desea es convertirse en opresor y vengarse de su enemigo; no desea liberar a toda la humanidad de la opresión, como se plantea después, cuando el movimiento se intelectualiza y adquiere una dimensión utópica. En un inicio, la liberación se plantea simplemente como la vuelta de la tortilla, como la otra cara de la misma medalla. Pero los intelectuales orgánicos de los subalternos tienen otro planteamiento: la liberación de los subalternos consiste en su ingreso en el mundo del poder con iguales derechos que las clases y las etnias dominantes. Ya no plantean la toma del poder total, sino su ingreso en las esferas de poder. En tal sentido, este ingreso pasa por las negociaciones políticas con las fuerzas organizadas de la sociedad y, por tanto, implica los compromisos de los intelectuales orgánicos con dichas fuerzas en mayor o menor medida. Esto no suele agradar a los subalternos (si es que se enteran de ello) y, por eso, sus representantes en las bases y en los niveles intermedios suelen tener problemas con los intelectuales orgánicos. Hay que decir que los representantes de base e intermedios son ya políticos especializados y que, por ello, han accedido al discurso y al código de la dominación (que atacan con las mismas armas del enemigo) y dejado de ser subalternos. Por eso pueden representar, siempre en forma inadecuada, a los sin voz. No hay, pues, representación del subalterno que no sea inadecuada ya que cualquier representación se hace necesariamente en el código "otro" de la dominación, aunque sea para destruirlo. Una falsa opción a todo este falso problema sería la de que todos nos calláramos apelando al criterio según el cual, como el subalterno no puede hablar el intelectual no debe hablar. Con lo que la antropofagia mutua completaría su ciclo suicida y la moral formalista de la dominación obtendría otro de sus oscuros triunfos. Yo opto por seguir representando inadecuadamente al subalterno y, así, continuar con esta discusión letrada, bastante bizantina por cierto, pero útil para la rearticulación de la utopía. Sólo así podemos desentrañar un hecho innegable: hasta ahora, tanto el discurso dominante como el discurso subalterno son discursos autoritarios. Pasemos a ver por qué ocurre esto. En lo ideológico, así como en las propuestas políticas y en la ciencia social, el planteamiento de los intelectuales orgánicos de los subalternos apela al estrategismo subalterno. Esto quiere decir que, como hay que echar mano del mismo discurso de poder del enemigo para poder desconstruirlo, los planteamientos subalternos habrán de ser, sí, esencialistas, pero su sentido no será el mismo. Es el planteamiento que se hizo para explicar y justificar la vía violenta de la revolución: usaremos los mismos fusiles que el enemigo usa para masacrarnos, con la diferencia de que una bala disparada por nosotros tiene un sentido liberador, mientras que una bala disparada por el enemigo tiene un sentido opresor. ¿Humanismo altruista y heroico, o demagogia altisonante? Este balance está aún por hacerse. Pero vamos por partes. Se arguye que los subalternos no pueden ser racistas porque el racismo es un conjunto de mecanismos de poder, que se ejercen desde el poder para mantener el poder, y que como los subalternos no tienen poder, sencillamente por eso no pueden ser racistas. ¿Entonces, según esa lógica, un "maya" del altiplano, campesino sin tierra, no puede ser sexista aunque le pegue a su mujer cada vez que se emborracha, sólo porque no tiene poder político? Lo cierto es que tiene poder sobre su mujer. ¿Y no hay racismo cuando los intelectuales "mayas" hablan de "pueblos originarios" con derecho natural sobre el territorio y excluyen de ese derecho a los ladinos, sólo porque los "mayas" no tienen poder y los ladinos sí? El discurso autoritario es posible también en la subalternidad, aunque sólo sea como ideología. Y, en tanto la conciencia subalterna no se forma de la nada sino, por el contrario, le debe más de lo que le conviene a la conciencia dominante, claro que reproduce el racismo, los esencialismos y otras aberraciones de la dominación. Para salir del atolladero de las oposiciones binarias, maniqueas, hace falta algo más que el expediente del estrategismo subalterno. La experiencia demagógica de la izquierda está a la vista para indicarnos que el autoengaño no funciona por mucho tiempo. El problema no es fácil de resolver, y yo dejaría abierta esta interrogante, aunque rechazando de plano ese criterio formalista que apela al estrategismo, según el cual el subalterno no puede ni ser racista ni ser esencialista. Sobre el esencialismo racista en la intelectualidad orgánica "maya", remito a mis lectores a un campo pagado del 12 de noviembre de 1994, aparecido en Siglo Veintiuno, titulado "La Gran Confederación de Consejos de Principales Ajq'ijab' (Guías Comunitarios y Ancianos Sabios Mayas) Originarios del Pueblo Maya de Guatemala --NIMLAJ Q'ALPUL--." Creo que no voy a resistir la tentación de hacer una desconstrucción ideológica de este texto en un futuro cercano, precisamente porque ilustra el hecho que no se puede calificar de estratégicos a todos los esencialismos y todos los racismos subalternos, y que, a veces, el pretendido estrategismo subalterno no es sino la otra cara de la misma medalla y que el esencialismo y el racismo originales están presentes en ese discurso sin un cambio sustancial en relación al esencialismo y al racismo ladinos, dominantes. Debo decir que la desconstrucción de los discursos de poder subalternos tiene el sentido siguiente: prever que la rearticulación de la utopía vuelva a estar conformada por demagogias autogratificantes. El precio que se pagó en la izquierda por esto ha sido demasiado alto como para darse el lujo de repetir la experiencia. Sé muy bien que estos planteamientos despiertan iras en intelectuales solidarios o que se dicen subalternos, sobre todo si están traspasados por culposidades propias de su condición de intelectuales que viven de la academia de poder central. Es explicable. En todo caso, por cínico que pueda sonar, todo esto no es sino un diálogo de letrados. ¿El subalterno? Bien, gracias, ni siquiera se ha enterado de que en una mesa de negociaciones los letrados que se disputan el poder deciden sobre su identidad y sus derechos sin siquiera la anuencia de sus intelectuales orgánicos. Tampoco se ha enterado de que hay intelectuales solidarios que sufren y los defienden de quienes, como yo, lejos de idealizarlos (y cosificarlos instrumentalmente) los ven como seres humanos. Las culposidades de estos solidarios son, precisamente, las hierbas aromáticas que acompañan a este exuberante plato académico dominante del que los he convidado sin costo adicional. Pittsburgh, septiembre de 1997. |
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