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22 de marzo del 2007 |
Guatemala, ¿destino fatal?
Marcela Gereda
El pasado 7 de marzo, el diario El País publicó una columna de Joaquín Villalobos, ex dirigente guerrillero salvadoreño y consultor para la resolución de conflictos internacionales.
En "Guatemala, destino fatal", Villalobos reflexiona sobre el refrán de sembrar vientos y recoger tempestades al analizar la crisis de la seguridad en Guatemala; pero no hace otra cosa que reproducir el "análisis discursivo" maniqueo y simplista de la cooperación internacional. Por ejemplo, cuando dice: "Guatemala y El Salvador han tenido los regímenes más sanguinarios de América Latina. Tanto por número de víctimas, como por la arrogancia y crueldad de sus aristocracias". Esta es una verdad parcial. Como si los guerrilleros hubiesen sido angelitos del cielo. En una guerra todos matan. Esas son las reglas del juego. Además de no articular la violencia al sistema económico de la región, ni a las políticas intervencionistas de EEUU desde hace más de cincuenta años, irrita el marco en el que Villalobos coloca a Guatemala como "destino fatal". Indigna esta clase de analistas y consultores que disfrutan del protagonismo, aunque sea manipulando hechos histórico-políticos de acuerdo a las representaciones colectivas más difundidas de "la población maya" en el extranjero (cooperación internacional et al). Su artículo es una muestra de la construcción intelectual de una historia "oficial" que constituye la pantalla ideológica para muchos agentes de dicha cooperación internacional y que crea en la opinión pública una visión deformada. Dice Villalobos: "En Guatemala inventaron los escuadrones de la muerte, los militares libraron su guerra solos, la ganaron con un genocidio y, entre sus méritos por brutalidad, está el haber asaltado y quemado la embajada de España en 1980, dejando 36 personas muertas. Es un país muy bello con un alma violenta que resulta del racismo de sus clases altas y del resentimiento profundo y silencioso de sus indígenas. Guatemala, como lo fueron los Balcanes en Europa, esconde el conflicto étnico más peligroso de Latinoamérica". Las técnicas contemporáneas militares, y esos esquemas contrainsurgentes fueron probados por generales de la Escuela Militar Francesa y por la Doctrina de Seguridad Nacional impuesta por Estados Unidos. Esos mismos modelos se probaron en las últimas colonizaciones, y se reprodujeron en manuales de tortura. Fueron proyectos de tierra arrasada que luego practicaron los propios gringos en Vietnam y en Camboya, además de los militares argentinos y por supuesto, salvadoreños y guatemaltecos. Nadie ganó la guerra de Guatemala. Porque más que guerra, lo que hubo fue una tremenda masacres de civiles. No un genocidio, pues los miles de civiles muertos lo fueron no por voluntad de extermino étnico sino por una criminal voluntad de control poblacional y territorial, independientemente de la etnia de los colaboradores de la guerrilla. Decir que el racismo deriva de las clases altas y del resentimiento profundo y silencioso de los indígenas es no poder (ni querer) ver más allá de lo obvio. El tejido social de Guatemala es demasiado complejo como para dividir el país como lo hace Villalobos. Además, Guatemala no es un país sólo y exclusivamente de alma violenta; también somos un país joven y que esta en constante transformación. Reconsiderando el rumbo que debemos tomar. Los planteamientos de esta clase parten de la una visión histórica equivocada, según la cual nuestra violencia es intrínseca a la sociedad y no un producto de un sistema económico desigual y de las políticas de intervención de Estados Unidos. Villalobos también da a entender al lector que los mayas fueron el único foco de represión del Estado; en realidad, el Ejército emprendió una política de exterminio en toda la sociedad, destinada a derrotar a la guerrilla y a desmantelar sus bases sociales y organizativas, que tuvo consecuencias generalizadas aunque coincidiera con el escenario indígena. Al analizar el caso de los diputados y policías asesinados, Villalobos olvida el sistema de seguridad impuesto por Estados Unidos, la intervención política que ha tenido sobre nosotros. Dice sobre los acontecimientos recientes en Guatemala: "Guatemala es ahora un destino fatal en manos del crimen organizado prisionero de una 'vigorosa violencia'. Los aristócratas entrenaron perros bravos para protegerse, éstos dejaron de obedecerlos y se han convertido en grandes capos del narcotráfico. Matan como les enseñaron y autorizaron a matar, sin compasión y sin reparar en quién es la víctima. Los derechos humanos no son sólo un adorno ético para parecer civilizados. Sirven para mantener la confianza y la cohesión social, aseguran que el derecho del Estado al monopolio de la fuerza sea ejercido con responsabilidad por personas mentalmente sanas y no por sicópatas asesinos. Tampoco aporta nada el análisis que hace de la crisis de seguridad en Guatemala, al hablar del filmInfiltrados, distinguir a sus protagonistas y oponerlos dualmente en bando de "buenos" y "malos". Tales juicios son comprensibles en un niño de ocho años que sale de ver una película de Walt Disney, no en un consultor para la resolución de conflictos internacionales. Es cierto que Guatemala ha sido y sigue siendo una especie de "destino fatal" para los viajeros procedentes de lugares donde las instituciones funcionan, las leyes se cumplen y tanto unas como otras responden al clamor de un pueblo legítimamente representado en su gobierno. También es cierto que Guatemala no es destino para cualquiera. Guatemala es un país en crisis, pero también es una tierra para quien tenga ojos para verla, corazón para sentirla y mente para entenderla (o para intentarla entender). Cosa que sería mucho pedir en el caso de Villalobos, a quien le recuerdo que estamos conmemorando el 40 aniversario de la muerte de Otto René Castillo, mentor de Roque Dalton, el mayor poeta de El Salvador, quien fue asesinado por guerrilleros que no estaban muy lejos del propio Villalobos. ¿El comal criticando a la olla? Guatemala es un país de alma enferma, pero también de enormes esperanzas y posibilidades. Sólo hace falta que nosotros, los guatemaltecos, aprendamos a reconocernos en el otro para, desde ahí, encontrar nuestro verdadero nombre y construir el país libre que muchos anhelamos. |
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