Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
30 de enero del 2007 |
Bañarse con uniforme
Rocío Silva Santisteban
Asia queda al sur de Lima. Pero no es la verdadera, por supuesto. Se trata de una versión de Ibiza pero con connotaciones tropicales y discriminatorias. Los lugareños la pronuncian en inglés (eisha), queda a 97 km. de Lima y es allí donde empiezan las urbanizaciones de playa, con puertas y muros y vigilantes para que nadie los traspase. En Asia no es posible que las empleadas domésticas se confundan con los residentes; por lo tanto, hay algunos condominios cuyas normativas prohíben que hagan uso de la playa durante el día (a partir de las siete de la noche pueden bañarse en el mar) y las obligan a llevar el uniforme de empleada todo el tiempo.
La Mesa contra el Racismo de la Coordinadora de Derechos Humanos (Aprodeh) yAmnistía Internacional, entre otras instituciones, convocaron a una protesta pacífica contra las actitudes segregadoras para el domingo 28 en las playas de Asia. Casi 800 personas acordonaron el frío mar "asiático", demostrando que un acto lúdico puede ser mucho más efectivo, y sacar más roncha, que una manifestación clásica con el puño en alto. Estuve a las nueve y media de la mañana., con mi hija y varios amigos, en la fila de los buses que nos llevarían durante dos horas de camino a las playas del sur. En el bus M1 me encontré con Javier Corcuera, cineasta y documentalista hispano-peruano, quien con su compañera Ana y su hermana Rosamar, también participaron del chapuzón antiracista. El largo camino nos fue mostrando la increíble publicidad de carteles y paneles a los dos lados de la carretera; los más sexistas que se veían hace años han pasado, felizmente, a mejor vida. La coordinadora de nuestro bus fue Laura Balbuena, quien nos informó todos los detalles del asunto. Teníamos que hacer una protesta pacífica y silenciosa. A las mujeres nos entregaron uniformes azules, que debíamos usar y devolver, y a los hombres polos blancos con lemas antirracistas. La consigna era quedarnos con el uniforme azul de empleadas domésticas todo el tiempo. Al llegar a la zona del bulevar de Asia muchas de las mujeres necesitábamos ir al baño. Bajamos de los buses vestidas ya con los uniformes y los vigilantes de la zona comercial cerraron las puertas con tranquera. "Sólo queremos usar el baño" gritábamos, pero se negaban con la cabeza. Por suerte, los griferos se apiadaron y ahí, entre los automóviles recargando combustible y las "impulsadoras" de Sprite, vestidas con bikinis verde perico, pudimos usar los servicios. Bajo el sol de mediodía el uniforme se me hacía cada vez más achicharrante: esperamos algún tiempo para completar varios de los buses y acercarnos juntos hasta la tranquera de la entrada al "camino de servidumbre" -es el nombre jurídico- que nos permitiría llegar al mar. A eso de las una de la tarde, con el sol en todo su esplendor, los cientos de hombres y mujeres formamos un cordón largo y entramos tomados de la mano a la playa. Corrimos por la arena, nos empujamos, algunas cayeron, pero siempre tomados de la mano, formando un larguísimo cordón humano frente a la orilla. Al grito de "empleada audaz" entramos al mar con los uniformes y los polos puestos. Una algarabía divertida incentivo a algunas, incluyendo a mi hija, a bañarse completamente y mojar el uniforme de cabo a rabo. Ella salió del mar diciendo que el "agua está riquísima" pero que bañarse vestida "es verdaderamente horrible". Yo, achicharrada en la orilla, imaginaba el calor, la sofocación y la humillación que deben soportar las empleadas domésticas que, ahí detrás de nosotros, nos miraban vestidas con sus uniformes, por lo menos, de colores claros. Hubo todo tipo de reacciones. Parece que algunos residentes gritaron, otros se reían, otros se asombraron, hubo algunos que hasta levantaron elocuentemente el dedo medio. Algunas de las propias empleadas domésticas de la zona se escondieron, pero otras salieron a declarar frente a cámaras, para decir que ellas no eran discriminadas. A mí se me acercaron dos parejas, primero un hombre vestido con polo rosado y cadena de oro al cuello, junto con una mujer, para preguntarme quiénes organizaban esto, y por qué. Al darles las razones, me contestaron que estaban de acuerdo, que "es una estupidez tratar de esa manera a las empleadas". La segunda pareja, dos hombres que caminaban en camiseta por la arena, se me acercaron para felicitarme y pedirme datos de los organizadores; además, me dijeron que la playa donde estaba, al parecer Cayma, era la más discriminadora de todas. Es cierto que no en todos los lugares discriminan a empleadas domésticas, vigilantes, jardineros, mozos, etc, y que incluso en Cocoa Beach hay normas que estipulan claramente que no se debe discriminar. Pero la segregación clasista que implica mantener un condominio con entradas reservadas sólo para residentes y vigilantes en la puerta, se entremezcla con siglos de dominación "blanca" en un país donde la "república de indios" y la "república de blancos" parecen ser instituciones virreinales que hubieran sobrevivido a 180 años de independencia. A pesar de que en el último CADE (Conferencia Anual de Ejecutivos) el tema del acto fue la "inclusión social" con el lema "No existe un nosotros con alguien afuera", algunos empleadores del sigloXXI no han dejado de tener sueños de patronazgo a la manera de los encomenderos del XVI; pero lo peor de todo es que algunas empleadas, por condiciones económicas extremadamente pobres, por incorporación de actitudes racistas, clasistas y segregadoras a sus propios imaginarios y por miedo, siguen teniendo en muchos casos actitudes serviles. No hay mejor arma para el opresor que la mente del oprimido. El operativo "Empleada audaz" tuvo, finalmente, bastante cobertura en prensa; y a pesar de las críticas, las burlas, la ironía y todo lo que se ha levantado con esta convocatoria, ha sido una piedra en el zapato de la discriminación. |
|