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La insignia
28 de enero del 2006


La piel del reportero (*)


Ryszard Kapuscinski (1932-2007)


Esta semana, a los 75 años, murió el periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski. Reportero de guerra, viajero impenitente, la calidad de sus crónicas reunidas en libros (1) le valió ser varias veces candidato al Nobel de literatura. A continuación se transcriben fragmentos de una ponencia que presentó en el año 2000 en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (2).


Para mí es fundamental que un reportero esté entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. La mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras y terribles condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho, según mi moral y mi filosofía, a escribir.

En ese último libro que va a salir en español (3), que salió hace dos años en Polonia, escribí sobre mis experiencias de cuando llegué a una aldea en África, en un país llamado Senegal. En esa aldea no había luz eléctrica, pero se podía comprar una pequeña linterna china que costaba un dólar, pero nadie allí tiene un dólar. Entonces, no había televisión, ni Internet ni esas tecnologías.

Cuando llegaba la noche, la gente se juntaba desde las siete a contar sus historias, y era ese el momento más literario, más bello, más fantástico del día. Era toda una poesía. Por supuesto había que entender el idioma y todo lo que pasaba durante la noche. A las diez u once de la noche a dormir y esto, para un reportero, ya era una experiencia realmente dura, porque era en casitas pequeñas de adobe y piso de pura tierra donde se acomoda toda la familia. Y toda la familia significa muchas personas.

La noche era muy caliente y era imposible dormir con la invasión de mosquitos y sin poder moverse hasta que aparecía el sol a las seis de la mañana. Era una experiencia bastante difícil, pero si no compartía con esta gente no vería de otra manera la vida de África. Si pasaba la noche en el Hilton o en el Sheraton no era consciente al escribir sobre sus vidas. Lo mismo pasa en las guerras. La profesión de reportero requiere, para poder escribir, que este tipo de experiencias se sientan en la propia piel.

La otra cosa que hago y que considero también importante para un reportero es viajar solo. Es importante ver el mundo que se investiga y penetra con los ojos propios. La presencia de otra persona influye sobre nuestra percepción del mundo. Sus gestos, sus comentarios, cambian esta limpia relación entre el reportero y el mundo que lo rodea.

Hace tres años hicimos un documental sobre África con un equipo inglés que por primera vez iba a ese continente. Recorrimos lugares apartados y cuando llegábamos a cualquier sitio llamaban desde sus teléfonos móviles a Londres. Viajaron conmigo tres meses pero, emocional y mentalmente, no estaban en África; todo el tiempo estuvieron en Inglaterra. Sólo hicieron su deber.

Para mí una de las características del reportero es la empatía, esa habilidad de sentirse inmediatamente como uno de la familia. Compartir los dolores, los problemas, los sufrimientos, las alegrías de la gente, que de inmediato reconocen si él está realmente entre ellos o si es un pasajero que vino, miró alrededor y se fue.

Un reportero solo no puede hacer nada. Nuestra profesión depende de la ayuda y voluntad de otros. A veces estamos en algún lugar durante 15 minutos o media hora y dentro de ese tiempo se decide toda nuestra carrera, porque en esos minutos algún chofer nos puede llevar a una mina de combate o puede negarse.

Considero que una característica importante en nuestro trabajo con la gente es la humildad. Debemos entender que el sentido de la gratitud frente al otro es algo elemental. Yo tenía muchos amigos que empezaron hace años en esta profesión y se fueron porque tenían demasiada arrogancia, tenían demasiado sentido de su profesión y por eso la gente los eliminó. Para mí es fundamental entender lo modesto que resulta ser periodista, porque no hay ninguna otra profesión en la que se dependa tanto de los otros.

De la tecnología a la palabra. La utopía de los poderes de comunicación mundial es que con la actual tecnología se resuelve todo. Yo creo en esos claros e importantes avances tecnológicos pero no podemos perder la cabeza ahora, que en los medios de comunicación se ha acelerado nuestra profesión por el manejo de una información inmediata. Claro que una información inmediata hace al mundo muy rápido. Aunque esto no influye en el conjunto serio del periodismo de reportajes, de ensayo, de crónicas. Un periodista talentoso puede escribir todo en un pedazo del periódico, no necesita más que eso.

Fui a un país como el Congo, con una guerra de 50 años. Hablaba con la gente, veía un acontecimiento, un golpe de Estado, buscaba información para tratar de entender lo que estaba pasando y luego formaba el cuadro de lo que me pasaba y escribía. Ése era realmente mi trabajo.

Cuando estuve durante la masacre de Ruanda de 1994, llegaron muchos periodistas conectados por e-mail, por teléfonos, que no veían lo que pasaba allí. Llamaban a sus jefes en Nueva York, Londres, Madrid, y éstos les decían: "necesitamos confirmar esto..., tenemos la noticia de que en...". Ahí ya no eran independientes, ya no eran reporteros, sólo seguían órdenes de sus jefes que ni siquiera sabían dónde quedaba Ruanda.

Los mejores reportajes los escribí cuando mi oficina central no sabía dónde estaba. Mi hábito fue tratar de huir de esta gente que no conocía la realidad del lugar donde me encontraba. Ahora, la preocupación de los medios de comunicación no es el cubrimiento, sino la lucha entre ellos por la competencia. Ya no miran si pasó algo importante, miran dónde están los demás para que no se les adelanten.

Al terminar el siglo XIX, cuando apareció el teléfono, se creía que la prensa escrita se acabaría, pero el teléfono sólo sirvió para su desarrollo. A principios del siglo XX, cuando apareció el cine, se dijo que había llegado el fin para la palabra escrita. Luego, cuando se desarrolló la radio, también se dijo lo mismo, al igual que con la televisión, pero ya no hay discusión, la prensa sigue desarrollándose. Todos los medios solamente amplían el método de existencia de la palabra, de trasmisión de la palabra. No se acaban unos a otros, se amplían.

Reportero sin imaginación. Hoy vivimos el fenómeno de la mezcla de géneros, ese debilitamiento de fronteras entre los géneros y las técnicas que podemos tomar de las artes, llamadas collage o ensamblaje. Es necesario romper esas fronteras tradicionales y buscar nuevos métodos, nuevas guías de expresión, nuevas formas para describir este mundo.

Sabemos que no podemos llegar a descripciones plenas, pero tenemos que tratar de aproximarnos. En el nuevo periodismo nos damos cuenta de cómo los métodos tradicionales de periodismo no reflejan la riqueza de la situación que se describe. Es entonces cuando tenemos que buscar ayuda en los métodos de la literatura de no ficción para enriquecer nuestro periodismo. Pero no el periodismo diario de acontecimiento, sino periodismo de profundidad.

Entonces ese periodismo no cabe en la fórmula de la noticia periodística, sino que abarca esa parte del oficio que trata de profundizar en nuestro conocimiento del mundo, para hacerlos más ricos y plenos. Es como el cubismo en la pintura, porque entiende que una forma lleva en sí muchas formas y trata de mostrarla desde varios puntos simultáneamente.

Yo soy un pobre reportero que no tiene desgraciadamente la imaginación de un escritor. Si la tuviera jamás habría ido a estos terribles lugares en donde estuve. Además creo que si se logra describir lo que pasa en el mundo, esto tiene mayor peso que las obras de ficción.


Notas

(1) Los más recientes: "Los cínicos no sirven para este oficio", "Viajes con Heródoto" y "El mundo de hoy" (Anagrama, 2004).
(2) Tomado de la revista Etcétera.
(3) Ébano, Anagrama, 2001.

(*) Reproducido originalmente en Internet por el semanario Brecha, de Uruguay.



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