13 de diciembre del 2007
Hablar sobre literatura "nueva" es como perseguir cangrejos por la playa: cuando vas a agarrar uno, desaparece con la ola y quedan docenas de crustáceos diferentes por atrapar. Sucede igual con los escritores; más tarda en prepararse una compilación de nuevos autores, que en surgir otra camada de jóvenes con aspiraciones.
Aún es más complicado si se trata de hablar sobre literatura guerrerense, porque a diferencia de otros Estados de México, no tiene ni un escritor de tradición nacional (aunque algunos invocan la figura politizada de Ignacio Manuel Altamirano y a un alucinado y desarraigado José Agustín). Esta circunstancia lleva a los nuevos creadores a adoptar estilos, corrientes y temas generalmente ajenos a su entorno regional.
En su ensayo Las edades de la poesía, el poeta tabasqueño Jeremías Marquines afirma: "La literatura que hasta hace algunos años dominaba en Guerrero es costumbrista y anárquica. Construida la mayoría de las veces con base a una vaga idea de lo que se cree debe ser la literatura; sus modelos fueron los moldes modernistas de la primera mitad del siglo XX y rezagos del romanticismo". Entre tanto tanto, Iván Ángel Chávez, en sus Apuntes sobre la literatura de Guerrero, asegura que ésta "tiene su origen en una inusual y prolongada ruralidad arcaica a causa del cerco tendido por el atraso, pues mientras nuestros escritores locales buscaban refugio en las antiguas fórmulas de la lírica y la narrativa, en el país y el mundo desde los años 20 y 30 ya se escribía de otro modo". Chávez considera que este confinamiento hizo que la literatura estatal quedara al margen de cualquier desarrollo nacional y concibiera una impresionante inmovilidad literaria que abarca un siglo.
Ahora bien, tendría que aclararse si será literato guerrerense quien haya tenido su primer resuello en estas tierras o quien se haya formado en tan peliaguda región del país. Porque si a eso vamos, Julián Herbert podría ser el escritor novel con más futuro. Su libro Cocaína (manual de usuario), ganador del premio nacional de cuento Juan José Arreola, le ha volado los sesos a miles de lectores mexicanos y, literalmente picando piedra, se ha abierto paso en tierras europeas. Nacido en Acapulco en 1971, Herbert es un narrador potente que lo mismo escribe novela (Un mundo infiel) como poesía (En nombre de esta casa), y que ha sido reconocido con premios como el Gilberto Owen. El pero es que Herbert sólo nació en el bellopuerto, aunque toda su vida la ha hecho en Saltillo (Coahuila).
Caso contrario es Federico Vite. Nacido en Tlaxcala, creció en Acapulco donde formó su carrera literaria metido en redacciones de periódicos y revistas locales. Desde el puerto ganó varios concursos de talla nacional y finalmente la Fundación para las Letras Mexicanas lo becó para escribir una novela, Fisuras en el continente literario, la cual es inconseguible a pesar de que fue editada por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Versiones extraoficiales afirman que toda la edición fue comprada por una vaca sagrada de la vida cultural en el país, quien se ofendió de que Vite mostrara en su novela a un Octavio Paz como víctima de un secuestro.
No obstante, hay voces literarias que han promovido su obra en círculos más underground, pero no por ello con menos calidad. El atoyaquense Jesús Bartolo. El poeta errante Ángel Carlos Sánchez. El cuajinicuilapeño Eduardo Añorve Zapata. El calentano Noé Blancas. Los acapulqueños Citlali Guerrero y Roberto Ramírez Bravo, así como los chilpancingueños más chilangos: Carlos F. Ortiz y Erik Escobedo.
Aunque Rainer María Rilke afirmaba que la madurez literaria llega después de los 35 años, en tierras guerrerenses hay escribanos menores de 28 años que empiezan a tener cierto prestigio en el espinoso camino de las letras. Se puede mencionar al chilpancingueño Ulber Sánchez, al acapulqueño Antonio Salinas, al teloloapanense Salvador Calva y al escritor queer Gabriel Brito. Quizás por eso, Marquines considera que "a pesar de todo, veo una nueva generación de escritores más dinámica, más interesada en abordar la experiencia del lenguaje que en cantar las experiencias de la vida. Una generación más crítica poéticamente, menos autocomplaciente, con mayor resolución en cuanto a la trascendencia de lo escrito, y con la absoluta claridad de que la literatura es un no sé, qué sirve para no sé qué rayos".
Casi al acabar este texto descubro que, a sus 19 años, Zel Cabrera, de Iguala, escribe: "Que estoy sola y tu lejos/ que atrapo las mariposas de tus besos/ cuando transito con la tristeza de mis pasos muertos/ en el terreno de la nostalgia y el miedo". Carlos Pellicer aseguraba que de los 12 hasta los 25 años cualquiera puede escribir poemas, pero que de esa edad en adelante, la poesía sólo la escriben los poetas. Tal vez lo de Cabrera no sea brillante, pero quizá se trate de los nuevos cangrejos que llegan con una nueva ola.