6 de agosto del 2007
No hace mucho tiempo, un periodista de Nueva York descubrió a una enana que había hecho de una cabina telefónica su morada. Sus comodidades consistían en una estufa marca Sterno, una silla plegable de playa, unas latas de frijoles y un ejemplar del Reader's Digest. "Lo considero un regalo caído del cielo -comentó la mujer-. Imagínese, no sólo tento un lugar donde vivir sino algo todavía más difícil de conseguir: un teléfono propio".
Si la compañía telefónica no se opone a perder un par de millones de monedas de cinco centavos al año, esto quizá marque el comienzo de un nuevo estilo de vida.
Reflexionando, caigo en la cuenta de que en nuestro país probablemente haya más cabinas telefónicas que enanos, pero también creo que con un poco de práctica los más altos también pueden adecuarse a ese hábitat. Por supuesto, habría que dormir de pie, pero eso no es tan difícil, hasta los caballos lo hacen.
Existen infinidad de viviendas alternativas además de las cabinas de teléfonos. Un amigo mío ha encontrado su refugio en el reservorio municipal de gas. Cuenta con dos inconvenientes: toda la familia tiene que llevar máscaras de oxígeno y su mujer no lo deja fumar en casa. Pero al menos posee un techo que lo protege y que, por cierto, está a unos ochenta metros de altura.
Otro conocido mío tiene su apartamento de soltero en una mezcladora de cemento. Ni siquiera necesita despertador: cuando su apartamento comienza a girar por la mañana, mi amigo se despierta sin falta. No obstante sostiene que es difícil vestirse cuando la mezcladora ha cogido carrerilla.
¿Han considerado las ventajas de vivir en un establo? La mitad de la gente que conozco creció en un establo y hoy en día gana muchísimo dinero.
En California la gente tiene ideas más elaboradas acerca de la vivienda. Por ejemplo, de un tiempo a esta parte están comprando tranvías y convirtiéndolos en bungalós. Los últimos modelos ya vienen provistos de cocina americana, y un efectivo sistema de campanilla para llamar al mayordomo... si uno tiene un mayordomo, claro. Aunque yo, personalmente, prefiero una asistenta francesa. Sin embargo, creo que es mejor olvidar el tranvía inmóvil y establecerse en uno que todavía continúe en activo. Y usted me dirá que no conseguirá un asiento. Es lo que me figuraba: usted es una de esas personas que prefieren sentarse y holgazanear el resto de su vida. Mejor olvidémoslo. El secreto es llegar a la estación por la mañana temprano, y por cinco centavos -o siete si vive en Cleveland-, ya tendrá un sitio propio donde pasar el día. Comprendo que lo zamarrearán un poco, pero a cambio verá muchas caras nuevas y permítame añadir que muchas de ellas serán más bonitas que la suya.
Vivir en un tranvía tiene grandes ventajas. El paisaje cambia constantemente. Y si usted es demasiado tacaño para comprar el periódico, puede esperar a que otro pasajero tire el suyo. Si el tranvía recorre los barrios caros, hasta quizá pueda hacerse con una revista o dos. Y quién sabe, si usted es mujer, quizás en un par de años hasta se case con el conductor.
Otra vivienda posible es una jaula en el zoológico. No se lo recomiento a una pareja, ya que, francamente, una jaula no ofrece demasiada intimidad; pero para un muchacho soltero tiene la mar de posibilidades.
Su mejor opción tal vez sea la jaula de los monos. Quizá pueda quedarse allí para siempre, no creo que nadie notara la diferencia. Para no llamar la atención, le sugiero que se quite la ropa antes de entrar; pero su usted acaba de dejar el Ejército es bastante probable que ni siquiera haya podido comprársela.
Si dispone de una pluma que escriba bajo el agua, debería considerar alojarse en una piscina; imagínese, podría tomar un baño y contestar la correspondencia simultáneamente. En cualquier jardín trasero de Hollywood puede encontrar una. De fábrica ya vienen provistas de trampolín, flotadores múltiples para corregir guiones con sus amigos, y de tres señoritas en bañador que se parecen a Jane Rusell.