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26 de abril del 2007 |
Francisco Fernández Buey
Elección racional y sensibilidad
La relación sentimental de Gramsci con Julia Schucht, que ya había sido difícil en los años anteriores, se fue complicando en los años que pasó en Turi de Bari hasta hacer crisis entre 1932 y 1933. Es difícil decir qué contribuyó más a esta crisis: si la falta de noticias de ella durante meses enteros, los silencios y malentendidos sobre su verdadero estado de salud, las presiones familiares para que ella no viajara a Italia en un momento en el que obviamente el preso lo necesitaba, los equívocos de una comunicación que no llega a ser correspondencia auténtica, la inestabilidad emocional del propio Gramsci, su concepto de la relación entre sentimientos y vida política, o las obsesiones que acabaron carcomiendo al preso 7047. Poco después de llegar a la cárcel de Turi de Bari, en 1928, Gramsci ha ratificado una decisión que seguramente tuvo una importancia decisiva en la complicación de su relación con Julia. El reglamento carcelario limitaba el número de cartas que podía escribir y decidió elegir como corresponsal principal a Tatiana, no a Julia. Era ésta una elección racional puesto que Tatiana estaba en Italia, podía visitarle y de esta forma se facilitaba una comunicación con el centro exterior del partido (en París y Moscú) a través de Piero Sraffa (que podía viajar, legalmente y con frecuencia, a Italia desde Inglaterra) (63). Por aquellas fechas Tatiana tenía que haber regresado a Moscú para reunirse con su familia, pero unió su decisión a la decisión del otro: se sacrificó por Gramsci contra el deseo de sus padres. Esta elección racional, que en condiciones de normalidad habría sido una ayuda positiva sin más, se convirtió en otra cosa, tuvo un efecto inesperado. No sólo por la anormalidad que representaba la situación de un preso en una cárcel fascista, sino también por las enfermedades que sufrían uno y otra, y por la complicación psicológica de la pareja a la que Tatiana tenía que ayudar. Tatiana se convirtió así en la Antígona de esta tragedia moderna (64), pero mediatizó la relación de Antonio y Julia al no enviar a ella las cartas de él que consideraba que podrían molestarla o deprimirla y al no comunicar a él, por razones parecidas, la gravedad de la enfermedad psíquica de ella. Con su bondad, y sin quererlo, contribuyó a disolver uno de los hilos que más había unido sentimentalmente a la pareja desde que se conocieron: la conciencia del sufrimiento que produce el peso desequilibrante del cerebro, la conciencia recíproca de la debilidad que acompaña a la fortaleza moral, esa conciencia que, en situaciones excepcionales, como era el caso, lleva a la ayuda mutua. Es sintomático, en este sentido, el que la relación sentimental entre Antonio y Julia mejorara y se equilibrara eventualmente siempre a partir del reconocimiento de la gravedad de las enfermedades mutuas, esto es, del reconocimiento de las propias debilidades a través de la debilidad del otro (65). A pesar de las quejas de Gramsci sobre los silencios de Julia Schucht, de su contención sentimental ahora obligada, de sus discrepancias sobre la educación de los hijos (él pensaba que ella y su familia eran en esto demasiado "románticos") y de su repetida observación de que se estaba produciendo un distanciamiento sentimental, comprensible dadas las circunstancias, el tono y la forma de las cartas escritas hasta la primera mitad de 1930 no hacían presagiar, ni de lejos, lo que vino después. Pero ya en mayo de ese mismo año Gramsci empieza a sentir que la razón de que Julia no le escriba es que se le estaba ocultando algo. Una semana después, en carta a Tatiana, afirmaba que el aislamiento en que él se encuentra no es sólo consecuencia de la inquina política de los adversarios, cosa esperable, sino también del abandono de los próximos, con lo que no podía contar. Dice entonces sentirse sometido a varios regímenes carcelarios y alude, por primera vez en el epistolario, a "la otra cárcel", al hecho de que le han echado fuera de la vida familiar: "Los golpes me llegan de donde menos podía esperar". Enseguida se da cuenta de que está escribiendo precisamente a la persona que más le ha ayudado desde el encarcelamiento, pero, a pesar de ello, quiere que quede claro que en este asunto, bondad aparte, no vale la sustitución de persona. Al llegar a ese punto de la comunicación de sus impresiones, Gramsci ha escrito algo, entre la confesión y la declaración de principios, que ayuda a entender su concepto de la relación entre razón y sensibilidad: A decir verdad no soy muy sentimental y no son las cuestiones sentimentales las que me atormentan. No es que yo sea insensible (ni quiero hacer pose de cínico o de blasé). Mas bien lo que ocurre es que las cuestiones sentimentales se me presentan, y las vivo, en combinación con otros elementos (ideológicos, filosóficos, políticos, etc.), en forma tal que no sabría decir hasta dónde llega el sentimiento y donde empieza cada uno de los otros elementos, ni siquiera sabría decir de cuál de todos estos elementos se trata, de tan unificados que están en un todo inescindible y en una vida única. Es posible que esto sea una fuerza, o quizá una debilidad porque lleva a analizar a los otros del mismo modo y, por tanto, a sacar conclusiones tal vez equivocadas (66). En un plano genérico, Gramsci reafirmaba así la sustancial unidad del hombre que siente con el hombre que piensa y con el hombre que lucha por un ideal, unidad que es lo que constituye la dignidad de la persona, su coherencia. Él pensaba que eso es precisamente la sustancia del ser revolucionario. Pero para el caso concreto, que es el de su propia vida en la cárcel, dependiente de los sentimientos y de las actuaciones de los otros, este paso deja todavía flotando una duda: la de si esta coherencia, que se ha mostrado tantas veces como una fuerza en las relaciones sociales mediadas por lo político, no será al mismo tiempo una debilidad en lo que concierne a las relaciones interpersonales. Así es como me parece que hay que interpretar el final de la carta. No es casual que haya sido precisamente su amigo Piero Sraffa quien, con la agudeza del científico que aprecia sobre todo el análisis y la distinción de elementos (aunque también, todo sea dicho, gracias a la distancia y al desapasionamiento permitidos por el estar fuera de la cárcel), mejor captó el riesgo de aquella concepción unitaria de Gramsci en relación con asuntos que requerían soluciones prácticas (67). Pues una cosa es teorizar la concepción unitaria de la dignidad de la persona y otra caer en la indistinción cuando se quiere saber las verdaderas causas del aislamiento de uno. Sraffa hizo lo razonable en un caso así. Viajó a Moscú, vio a Julia en el sanatorio en que estaba internada, obtuvo un diagnóstico de su enfermedad (amnesias, depresión, pérdidas repetidas de conocimiento) y regresó con una respuesta a las dudas de Gramsci: Julia no escribía porque temía que, al leer sus cartas, Antonio descubriera su verdadero estado de salud, cosa que le perjudicaría a él mismo (68). A partir de ahí, y durante unos meses, el reconocimiento de la desgracia recíproca volvió a anudar por un tiempo aquella relación difícil. A veces, en la correspondencia de esos meses, tanto con Tatiana como con Julia, sale a relucir aquella "veracidad despiadada" que movía a Gramsci incluso cuando el interlocutor al que quiere le está dando satisfacción. He aquí un ejemplo: "Quisiera saber en qué circunstancias y en relación con qué objeto ves tú [Julia] esta identidad entre nuestros pensamientos. Pues en nuestra correspondencia falta precisamente una 'correspondencia' efectiva y concreta. Nunca hemos logrado entablar un 'diálogo'. Nuestras cartas son una serie de 'monólogos' que no siempre discurren de acuerdo ni siquiera en sus líneas generales. Y si a esto se añade el elemento tiempo, que hace olvidar lo que se ha escrito anteriormente, la impresión de puro 'monólogo' se refuerza. ¿No crees?" (69). Desgraciadamente, las cartas de Julia Schucht que se han publicado hasta ahora no son suficientes todavía para la comprensión en detalle de la otra tragedia (o de la otra cara de la tragedia). Pero con las que se han conservado y con las referencias que hace a otras su hermana Tatiana hay material de sobra para imaginársela con "fantasía concreta", como quería Gramsci, sin necesidad de caer en especulaciones fantasiosas (70). Basta con pensar un poco en dos palabras que se repiten en sus casi siempre brevísimas cartas: "cansancio" y "melancolía". No es difícil de imaginar, para quien no esté obnubilado por el politicismo o por la gris teoría sin vida, lo que significaban "cansancio" y "melancolía" para una violinista joven y culta que estaba viviendo en Rusia lo que siguió a los diez días que estremecieron al mundo, con dos hijos de un hombre con el que ha convivido apenas unos pocos meses y que, además, había de cumplir en las cárceles italianas, a muchísimos kilómetros de distancia, una condena de veinte años (71). Por lo general, las cartas que Gramsci ha enviado a Julia en 1931 y durante los primeros meses de 1932 son afectuosas, a veces rememorativas, otras tiernamente preocupadas por su salud y por la educación de los hijos, y fueron escritas siempre con la intención de ayudar a que ella pudiera superar por completo el mal momento psicológico por el que estaba pasando. En enero de 1931 pensaba Gramsci que, una vez informado convenientemente del estado de salud de Julia, las relaciones entre ellos iban a ser francas y espontáneas. En febrero reconoce su parte de culpa en el deterioro de la relación sentimental porque ha pensado que Julia era más fuerte y por un exceso de ternura no quiso romper aquella imagen: "Estoy debatiéndome entre dos sentimientos, el de una inmensa ternura por ti, cuya debilidad tendría que consolar inmediatamente con una caricia física, y el de la necesidad de hacer yo mismo un gran esfuerzo de voluntad para convencerte desde lejos de que, a pesar de todo, también tu eras fuerte y tienes que superar la crisis". En mayo considera que ellos dos se están volviendo "de un sabio que llegará a ser proverbial". En agosto, cuando sabe que Julia ha empezado un tratamiento psicoanalítico, se pone a leer a Freud y relaciona los principios del psicoanálisis con su propia insistencia en la necesidad de "desovillar" la verdadera personalidad. De noviembre a diciembre sus sentimientos son un péndulo: empieza diciendo a Julia que se han convertido en fantasmas el uno para el otro y le reprocha haber contribuido a agravar su aislamiento; luego muestra su disgusto por haber escrito de esa forma; y acaba reflexionando sobre los vínculos que les unen, que, en su opinión, no son sólo afectivos sino también de solidaridad: "El afecto es un sentimiento espontáneo que no crea obligaciones porque está fuera de la esfera de la moralidad. [...] Donde podemos y debemos apoyarnos es en los vínculos de solidaridad" (72)- Algunas de las noticias que iba recibiendo de Moscú, a través de Tatiana, sobre la educación de los hijos y sobre las relaciones familiares llevaron a Gramsci a la convicción de que la propia Julia era una víctima del "sistema familiar de los Schucht". En ese momento sabía ya, por Tatiana, que el obstáculo para que Julia pudiera trasladarse a Italia no era sólo su enfermedad sino también la oposición decidida del padre y de su hermana Eugenia. A pesar de todo lo cual, las sospechas de Gramsci sobre el "otro muro" que se estaban levantado en torno suyo para aislarle no han vuelto a aflorar en esos meses, que, por lo demás, fueron de muy intensa actividad intelectual en la redacción de los cuadernos. Y tal vez las sospechas no habrían ido a más si no hubiera intervenido aquel otro elemento que él no conseguía escindir de la consideración de los propios sentimientos: el factor político-ideológico, un asunto del que, en sus condiciones de entonces, no podía tratar con Julia por carta. Este tercer factor es igualmente importante para entender el curso de los pensamientos de Gramsci en Turi de Bari. Su discrepancia respecto de la táctica de la Internacional sobre el "socialfascismo", una táctica compartida entonces por el grupo dirigente del Partido Comunista Italiano, le llevó a entrar en conflicto con sus propios compañeros de cárce (73)l. En este punto mantuvo siempre una gran reserva cuando se le pidió opinión desde el exterior, pero tuvo conocimiento de las formas de actuación que se estaban imponiendo en la Unión Soviética: "Stalin es un déspota", dice un testigo que le dijo en la cárcel. El saberse en minoría, y sin posibilidades de actuar en la práctica, determinó en él la tendencia a ovillarse e hizo crecer nuevamente en su cerebro la sospecha de que se le estaba ocultando algo más que las amnesias y las pérdidas de conocimiento de Julia. A veces se ha querido reducir a este último factor, al factor político o político-ideológico, la tragedia de Gramsci en la cárcel. Y se comprende que así haya sido, puesto que formalmente Gramsci había ingresado en la cárcel siendo secretario general del partido comunista y, de hecho, había sido condenado por ello. Además, la forma un tanto críptica o esópica en que él mismo iba a referirse a la interrelación entre el problema sentimental y el problema político en los meses siguientes ha favorecido no pocas conjeturas y, desde luego, muchas especulaciones políticamente interesadas al respecto: sobre su ruptura "definitiva" con Togliatti, sobre su disidencia en el seno del comunismo contemporáneo, sobre las "traiciones" de sus supuestos amigos políticos, etc. A la luz de los documentos hoy disponibles y del testimonio durante mucho tiempo más esperado, el de Piero Sraffa, se puede decir ya que toda esa especulación es inmantenible: ni hubo ruptura "definitiva" con Togliatti, ni "condena" sobreañadida, ni otra disidencia que no quepa en lo que cabe dentro de la manifestación del pensamiento propio en el marco de unas mismas convicciones compartidas. Las obsesiones de Gramsci y su desgracia se entienden mucho mejor a partir de la interrelación de los tres factores mencionados: enfermedad, complicación sentimental y preocupación ético-política (no sólo política en sentido restrictivo, táctico u organizativo). Esperanzas y obsesiones En agosto de 1932, como casi todos los veranos, Gramsci se siente mal. Escribe a Julia un par de cartas en las que se congratula de los progresos que ella está haciendo en la superación de la enfermedad. Pero a renglón seguido le dice que ya no puede contar gran cosa con él porque se siente precozmente envejecido, irascible, hipercrítico e insatisfecho de todo y de todos, y que está empezando a vivir una existencia animal y vegetativa (74). Enseguida comunica a Tatiana que tiene dudas de que él pueda ser el corresponsal que Julia desea, porque su capacidad de resistencia está a punto de quebrar. Gramsci cree en ese momento que ha de tomar pronto una decisión importante si no quiere volverse loco o entrar en una fase en la que no va a poder controlarse. Al autoanalizarse llega a esta conclusión: "Estoy perdiendo el control de mis impulsos y de los instintos elementales del temperamento" (75)- A medida que el verano avanza, y con él los calores, la irritabilidad de Gramsci va en aumento. Escribe en forma breve y cortante a Julia, amenaza a Tatiana con interrumpir la correspondencia y se disculpa luego, pasado ya el verano, explicando que está pasando un periodo de continuas obsesiones, de "frenesí neurasténico". En ese momento se anuncia en Italia la posibilidad de una amnistía. Gramsci no se hace ilusiones porque no quiere desilusionarse luego, pero retoma su frase favorita: "pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad". Y la traduce para el caso: él aceptó la condena como una condena a muerte en la cárcel, pero eso no quiere decir que esté dispuesto a abandonarse o a dejarse llevar por la corriente como un perro muerto. En ese contexto, el 14 de noviembre de 1932, Gramsci comunica a Tatiana, con cierta solemnidad y mucho preámbulo, algo que dice haber estado meditando durante tiempo: divorciarse de Julia. No plantea la cosa como un asunto estrictamente sentimental, como una cuestión de desamor, sino como una opción que otros varones presos han abordado antes que él. Aduce un argumento moral: un ser vivo no debe permanecer vinculado a un muerto o casi. Se propone, por tanto, "liberar a Julia" del vínculo que le une a él, y querría hacerlo, además, "por acuerdo bilateral". Pide consejo a Tatiana sobre si es mejor que esto se lo comunique ella a Julia o hacerlo él mismo directamente, aunque, por las mismas razones morales, de una cosa dice estar seguro: la iniciativa tiene que partir de él. Gramsci afirma ahí haber sopesado las consecuencias, los dolores y sufrimientos que ella y él tendrán que soportar. Cree que, a su edad, Julia todavía puede crearse una nueva vida y que, de aceptar ella la propuesta, él volvería entonces a su "concha sarda". Pero antes de llegar a este punto ha advertido a Tatiana que no debe pensar que él se ha vuelto loco o que lo que está sugiriendo es una ligereza o una irresponsabilidad. Y avanza, de manera oscura, que tiene otros argumentos que no puede exponer por carta y "que tal vez ni siquiera te comunicaría a ti de palabra" (76)- La discusión con Tatiana sobre este tema en las semanas siguientes arroja mucha luz sobre el tipo de relación que Gramsci ha establecido entre sentimiento y razón. Cuando ella le objeta que su forma de sentir es inadecuada a las circunstancias, Gramsci contesta que no se trata de "sentir" en el sentido inmediato de la palabra, sino de algo pensado, meditado, razonado, o sea, de un sentir cuyas premisas no son impulsos emocionales o pasiones instintivas, sino una larga meditación hecha con toda calma y frialdad. Ante el silencio de ella, insiste en que cuenta con su ayuda para convencer a Julia de que acepte su punto de vista. Mientras tanto, no comunica su idea a Julia, pero le insinúa vagamente que le escribirá sobre el tema del "empezar" o "volver a empezar" cuando se haya puesto de acuerdo con Tatiana, la cual "le está haciendo obstruccionismo" y le deja en suspenso (77). Cuando, finalmente, Tatiana le da sus argumentos contrarios a la propuesta, Gramsci contesta con una carta furiosa, el 5 de diciembre de 1932, en la que le prohibe argumentar a contrario, exige un "sí" o un "no" y pasa a contar lo que llama "una verdad dolorosa": que el juez instructor del proceso tenía razón cuando le advirtió de las consecuencias de la extraña carta de Ruggero Grieco. Gramsci advierte entonces abruptamente a Tatiana de cómo queriendo hacer el bien, y escribiendo en forma aparentemente afectuosa, se puede en realidad llevar al otro a la catástrofe. Y deja abierto un interrogante: ¿fue aquello un acto criminal o una ligereza irresponsable? (78) En enero de 1933 vuelve a plantear al asunto a Tatiana Schucht en términos parecidos durante varios coloquios que ésta tuvo con él en la cárcel de Turi. De palabra, y a pesar de la presencia de los funcionarios de la cárcel, Gramsci aclara la referencia críptica a sus "otros argumentos". Está buscando una forma de salir en libertad y teme que la ligereza o la irresponsabilidad de sus amigos políticos frustre el intento. Gramsci había puesto entonces ciertas esperanzas en dos tipos de gestiones: obtener la libertad condicional por la vía legal, basándose en el hecho de que era el único diputado preso, o emprender una gestión diplomática desde la embajada rusa en Roma para conseguir su liberación por la vía del intercambio de presos. Espera más de la segunda gestión, indica a Tatiana incluso los diplomáticos rusos con los que tiene que hablar y le dice estar dispuesto a cambiar de nombre y a renunciar a la ciudadanía italiana. Es en este contexto de esperanzas en el que cobra tanta fuerza la obsesión: como consecuencia del asunto Grieco en 1928, desconfía de la forma de actuar de los "amigos italianos". Para que los medios puedan adaptarse al fin, quiere que esta segunda gestión se haga en secreto y no se hable de ella a aquellos amigos. Gramsci no da nombres, pero uno de estos amigos queda incluido en el secreto y excluido de toda sospecha: Piero Sraffa (79). Pero todavía un mes después, el 27 de febrero, Gramsci insiste de nuevo sobre el tema y escribe la más tremenda de sus cartas a Tatiana Schucht y probablemente de todas las cartas de la cárcel. En ella, Gramsci empieza admitiendo que hay cosas que se le han hecho obsesivas, pero rechaza de plano que, en su caso, el elemento psíquico esté determinando lo físico o viceversa. Da otra razón: la antigua preocupación se le ha intensificado porque está llegando a la conclusión de que él mismo ya no va a poder ocuparse de la cosa "filológicamente", o sea, ir a las fuentes y llegar a una explicación plausible de los hechos. En este punto relaciona solemnemente la carta de Ruggero Grieco con la evolución de sus relaciones con Julia. Confiesa ahí que él puede haber cometido errores en esta relación, pero, por encima de esos errores, ve en el comportamiento de Julia algo que se le escapa y que no consigue identificar con precisión. La sospecha toma cuerpo: Quien me ha condenado es un organismo mucho más amplio, del que el tribunal especial [fascista] no ha sido más que la manifestación externa y material, el que ha compilado el acto legal de la condena. Tengo que decir que entre estos "condenadores" ha estado también Julia, aunque creo, o mejor dicho, estoy firmemente persuadido de que ella ha actuado inconscientemente y de que ha habido una serie de personas menos inconscientes (80). Al llegar ahí el lector del epistolario de Gramsci se queda tan pasmado y perplejo como quedó la destinataria de la carta, Tatiana Schucht. ¿Qué decir? Seguramente lo más razonable es decir lo que dijo Piero Sraffa cuando tuvo copia de estas misivas a través de la propia Tatiana: "El estado de ánimo de Antonio es muy preocupante: su última carta es impresionante por lo absurda. Es el documento de un enfermo" (81). Cierto. A pesar de la insistencia de Gramsci en que está abordando el asunto racionalmente, con espíritu práctico, y a pesar del énfasis que ha puesto en que hay que adaptar los medios al fin que se persigue (hasta el punto de herir a Tatiana cuando cree que no es capaz de hacerlo), no se entiende por qué, en el transcurso de semanas, puede haber pensado sucesivamente en romper el vínculo con Julia y retirarse a la "concha sarda", en renunciar a la nacionalidad e ir a vivir a Moscú con los suyos, en el caso de ser liberado, y en que Julia, por la que dice sentir una acentuada ternura, pudiera ser uno de sus "condenadores", aunque de forma inconsciente. En cualquier caso, no se trataba de una obsesión ocasional o de una forma de locura temporal. Gramsci ha dado tanta importancia a este suceso que, incluso al pasar revista a lo que había sido su vida desde la detención y el encarcelamiento, y establecer los periodos de su vida carcelaria, además de afirmar que en 1933 empezaba una fase crítica y decisiva de su existencia, retrotraía la fase anterior, no, como hubiera sido lo lógico, al momento en que tuvo lugar el proceso, o al momento en que, concluido éste, fue trasladado a la casa penal de Turi (en la que todavía se encontraba), sino precisamente al día en que recibió la carta de Ruggero Grieco, como si ésta hubiera sido "la mota negra" del relato famoso. Todavía en mayo de 1933 repetía que el juez instructor tuvo razón al decirle que parecía como si sus amigos estuvieran colaborando a mantenerlo lo más posible en la cárcel (82). Hipótesis ¿Por qué Gramsci mezcla a Julia (a la que sin duda sigue queriendo y de la que no tiene otro motivo racional de queja que sus prolongados silencios o la brevedad de sus cartas cuando escribe) en aquella "ligereza irresponsable" o "acto criminal" que la convierte en uno de sus "condenadores"? La proximidad temporal de esta carta a aquella otra en la que Gramsci suscita la cuestión del divorcio ha llevado a algunos intérpretes a contestar a esta pregunta con la hipótesis de que en el debate comunista de los primeros años treinta Julia y la familia Schucht (o parte de la familia) residente en Moscú estaban (tal vez en relación con Togliatti) en el otro bando. Según esta hipótesis Gramsci se habría dado cuenta de ello, ató cabos y llegó a la conclusión correcta: la maldad consciente de alguno de los dirigentes comunistas y la inconsciente de ella. Pero esta conjetura pierde entidad cuando se advierte que, en la misma carta mencionada y sobre todo en los coloquios que tuvo con Tatiana, Gramsci ha dicho que no hablara de ese asunto más que con Piero Sraffa, y Gramsci sabía perfectamente que Tatiana y Piero Sraffa eran sus enlaces con la dirección del Partido Comunista en el exterior. ¿Hay alguna evidencia de que la sospecha de Gramsci fuera cierta, de que el grupo dirigente del partido comunista, y con él, aunque inconscientemente, Julia Schucht, hayan traicionado a Gramsci, o hay que considerar, más bien, que se trató de una obsesión, de una sospecha infundada? Umberto Terracini, otro de los prisioneros comunistas que recibió igualmente, y en las mismas fechas, la carta de Grieco, ha sido muy explícito al respecto: "La sospecha de Gramsci siempre me pareció incomprensible" (83). Esta ha sido también la opinión del historiador Paolo Spriano, que ha estudiado el asunto con detalle, y de Valentino Gerratana, que se basa en la documentación donada por Piero Sraffa, la persona que, por sus contactos con unos y con otros, más pudo saber a este respecto. Queda, desde luego, "la ligereza irresponsable" de 1928 y el hecho de que en lo político, como en lo demás, Gramsci pensó siempre por su cuenta: en 1926, en 1928, en 1930 y en 1933. Pensar por cuenta propia ha sido siempre una cruz, dentro y fuera de los partidos comunistas. Una cruz aún más pesada en las cárceles. Y en la cárcel no hay Cirineos para eso. Cabe pocas dudas respecto del hecho de que Gramsci tenía los Cirineos fuera. Pero su rigor moral -"hasta en la bondad hay que ser prácticos"-, su manera de entender la racionalidad en las relaciones personales -"mi modo de actuar y expresar los sentimientos debe ser racional y racionalizado"- y su carácter volitivo -"la voluntad concreta lo es todo", había escrito- le confundieron a veces. Y queda el juicio de Piero Sraffa sobre el absurdo y la enfermedad. Que se puede ampliar. Ampliarlo en forma explicativa supone, con la distancia que da el tiempo transcurrido, distinguir con claridad entre: 1) lo que Gramsci creyó; 2) la base racional de sus obsesiones; 3) los motivos por los cuales esta base racional convierte la simple sospecha en obsesión; 4) la reconstrucción historiográfica de lo que realmente estaba ocurriendo en el otro mundo, en "el mundo grande y terrible", en el mundo externo a la cárcel; y 5) lo que el biógrafo o el historiador cree que hubiera sido más conveniente que ocurriera en aquellas circunstancias. Dejando contrafácticos a un lado, uno de los problemas que se plantean al tratar de repensar comprensivamente momentos críticos como el que Gramsci tuvo que pasar entre 1932 y 1933 es que cuesta, cuesta mucho, diferenciar entre esas operaciones, de manera que la obsesión del hombre, que en su obsesión sigue pensando y escribiendo en forma luminosa (hay que tener en cuenta que varias de las mencionadas cartas de Gramsci son formalmente excelentes), se convierte en obsesión nuestra. Y en este punto es importante decir enseguida, para no quedarse en ella, en la obsesión, que en el momento en que Gramsci tuvo ayuda (no sólo epistolar, sino la ayuda de la presencia), y encontró en las clínicas al menos el reposo que necesitaba, aquellas obsesiones suyas fueron desapareciendo. El problema está en que lo que Gramsci llamaba "ayuda concreta" antes de que la enfermedad hiciera crisis, en marzo de 1933, dependía demasiado de su voluntad de resistencia y autosuperación moral, de una voluntad que no se correspondía con el grado de su enfermedad. Pues en esos meses (e incluso después, aunque ya con menos fuerza) ha llamado "ligereza irresponsable" y cosas peores toda tentativa de ayuda que supusiera para él pérdida de imagen moral, toda tentativa de ayuda que pudiera ser interpretada por los otros como una cesión o como una rendición. Y esto no sólo cuando los familiares le propusieron una petición de gracia o en el caso de los frustrados intentos de intercambio de prisioneros, cosa razonable y comprensible, sino también en el caso de la ayuda médica, lo que iba a ser más grave para él. Ya esta otra hipótesis sugiere que, para entender racionalmente la evolución de Gramsci desde fuera, no hay que quedarse en lo sólo político, sino dar más importancia a los otros factores: al efecto devastador sobre el vínculo entre lo sentimental y lo político de una enfermedad grave, mal diagnosticada y peor tratada, y a las consecuencias de la evolución de esta enfermedad sobre ciertos rasgos del carácter que él consideraba permanentes. La transformación molecular Una de las cosas que más llaman la atención en las cartas que Gramsci ha escrito a los próximos, desde la cárcel de Turi de Bari, es la cantidad de veces que, al referirse a su carácter y a sus convicciones, emplea los adverbios "siempre" y "nunca". Y la contundencia con que los usa. Se ve a sí mismo como un hombre que siempre ha sido eminentemente práctico; que siempre ha sido volitivo y siempre ha puesto la voluntad concreta en primer plano; que siempre ha sido pesimista con la inteligencia y optimista con la voluntad, sabiendo que pesimismo y optimismo son simples y vulgares estados de ánimo; que siempre ha tenido una paciencia ilimitada; que siempre se ha propuesto fines discretos y alcanzables por autoconciencia de los propias limitaciones; que nunca ha sido egoísta porque ha dado en su vida al menos tanto como ha recibido; que siempre ha sabido vivir en soledad y nunca ha necesitado aportación externa de fuerzas morales para sobrevivir; que nunca habla del aspecto negativo de su vida, etcétera. A medida que la enfermedad avanza, sin embargo, estos "siempre" y estos "nunca" aparecen entrelazados ya con rectificaciones amargas o, las más de las veces, matizados por el uso del pretérito perfecto: he sido así, pero ya no puedo ser así. En mayo de 1932 ha escrito: "Yo soy un sardo sin complicaciones psicológicas". Pero enseguida corrige: "Debería decir que he sido un sardo sin complicaciones, porque ahora ya no lo soy. Una cierta dosis de complicaciones debe haber turbado también mi psicología". El 6 de febrero de 1933 dice a Tatiana que ya no puede ser paciente. Y el 29 de mayo, consciente ya de la gravedad de la enfermedad, rectifica incluso su autodefinición favorita: "Hasta hace poco tiempo yo era, por así decirlo, pesimista con la inteligencia y optimista con la voluntad. Hoy ya no pienso así". Este cambio es lo que más conmueve cuando se sigue la evolución de un hombre que ha hecho de la voluntad de resistencia el sentido de su vida y que al mismo tiempo está escribiendo notas interesantísimas de teoría política, de filosofía, de costumbres, de filología. Pero seguramente lo que mejor expresa el cambio psicológico que se estaba produciendo en Gramsci es la comparación entre sus anteriores metáforas (la de los marineros de Nansen, la del observador del acuario) y la parábola con que quiere describir su situación en marzo de 1933, precisamente una semana antes de la confirmación de la gravedad de su enfermedad. Gramsci están pensando entonces en "las catástrofes del carácter". Se pregunta qué tiene que ocurrir para que personas normales, víctimas de un naufragio, acaben aceptando la idea del canibalismo y la pongan en práctica. Y se contesta a sí mismo que entre el momento en que, durante el naufragio, el canibalismo se presenta como pura hipótesis y el momento en que para algunos pasa a convertirse en una necesidad inmediata se ha producido un proceso rápido de "transformación molecular": son y no son las mismas personas que tal vez hayamos conocido. Canibalismo aparte -concluye- algo parecido le está ocurriendo a él: lo que siente es un "desdoblamamiento de la personalidad" por el que una parte de sí mismo observa el proceso y la otra lo sufre, con la particularidad, en su caso, de que la parte observadora, la que rige el autocontrol, se da cuenta de la precariedad de su estado y prevé que está próximo el momento en que su función desaparecerá, y con la consecuencia de que entonces la personalidad se metamorfoseará en un individuo nuevo con impulsos, iniciativas y modos de pensar distintos de los del individuo que fue. Hasta ahí el símil. De la importancia que Gramsci ha dado a esta observación sobre el desdoblamiento de la personalidad y las catástrofes del carácter dice mucho el hecho de que ésta es una de las pocas cosas comunicadas en las cartas que aparece también en los cuadernos y, significativamente, bajo el rótulo "notas autobiográficas". Se ha aludido muchas veces a esta circunstancia desde que Valentino Gerratana llamó la atención sobre la coincidencia. Pero tal vez no se ha insistido lo suficiente en que lo más preocupante de esta lúcida parábola introspectiva, y al mismo tiempo lo más relevante para entender la relación entre la "catástrofe del carácter" y las sospechas y obsesiones antes mencionadas, es la moraleja que Gramsci quiere sacar de ella. Uno esperaría, en tal situación, y antes de verse abocado al "canibalismo", petición de ayuda en el momento mismo del naufragio. Pero Gramsci infiere de su metáfora introspectiva esta otra conclusión, que llama práctica: "Es preciso que durante un cierto tiempo yo no escriba a nadie, ni siquiera a ti [a Tatiana] más que las desnudas y crudas noticias sobre los hechos de la existencia" (84). Y cuando Tatiana intenta ayudar al náufrago, haciendo gestiones ante el tribunal especial para una reducción de la pena, el mismo náufrago objeta que ella no ha entendido el sentido de la metáfora, pues actuar de este modo es como si en la urgencia para socorrer al que se está ahogando uno se preocupara de buscarle otra profesión en la que no tuviera que pasar por el riesgo de caer al agua (85). Es el mismo tipo de reacción que había tenido cuando, en Turín, se le hizo presente "el peso desequilibrante del cerebro": aislarse y concentrarse en el estudio. Y no es casual que cuando la enfermedad hizo crisis Gramsci haya vuelto varias veces a la comparación con situaciones (1916, 1922) que en principio cree similares para tratar de obtener fortaleza del recuerdo de su reacción en ellas. A pesar de las horas que ha dedicado a observar la evolución de su enfermedad y de las páginas que ha dedicado a transmitir sus sensaciones, le ha costado mucho tiempo admitir que esta vez, en 1933, no se trataba sólo de un problema de nervios. Incluso después de tener un diagnóstico serio y habiendo ya aceptado la necesidad de ser trasladado a una clínica, en los pocos momentos en que ha observado cierta recuperación, ha vuelto a hacerse la ilusión de que, en el deterioro físico, seguía dominando todavía la vaguedad aquella de "la anemia cerebral" que un día le diagnóstico un médico de Turín. Pero la descripción, a veces detalladísima, de sus males, de sus dolores y de sus sufrimientos, estaba indicando otra cosa. Primero percibe su mal como algo físico que no consigue dominar y que le obliga a hacer un esfuerzo que le altera psicosomáticamente de modo increíble. Luego describe la principal de sus consecuencias psicológicas: la obsesión, o sea, el hecho de que el sufrimiento mismo hace olvidar que el noventa y nueve por ciento del mal se debe a causas de fuerza mayor, independientes de la propia voluntad o de las personas a las quiere, para acabar presentándosele siempre como si el otro uno por ciento, lo que hacen y dicen las personas queridas, fuera la causa única o mayor de sus males (86). Poco después reconoce que ha entrado en una fase catastrófica de su vida y que le parece que se está volviendo loco: tiene crisis de llanto y miedo a entrar en una fase de delirio. En este punto introduce otra rectificación importante: "No creía que lo físico pudiera apoderarse hasta este punto de las fuerzas morales". Es el principio de la "transformación molecular". Pero todavía sigue creyendo que lo mejor en su caso es el aislamiento (87). Finalmente, después de la crisis de marzo y de la visita del doctor Arcangeli, Gramsci se ha dado cuenta de que sus frecuentes insomnios, sus dolores de cabeza y su continuada irritabilidad tenían que tener otra causa que la genérica "anemia cerebral". Reconoce entonces que lo que le está pasando es distinto de lo que ha tenido que sufrir años atrás. Se siente como "electrizado": ha tenido escalofríos, vómitos, convulsiones y alucinaciones, insuficiencia cardíaca, ataques que no puede controlar, tics en brazos y piernas. Aun así parece que Gramsci no ha dado demasiado importancia a la tuberculosis pulmonar ni al mal de Pott. Su estado psíquico le preocupa más y no acaba de establecer relación entre la arterioescleroris y lo que está ocurriendo en su cerebro, como si, efectivamente, en el desdoblamiento "canibalesco" de la personalidad, él mismo estuviera luchando para que el individuo que fue no se convierta en un individuo "nuevo" incontrolado. Describe entonces su propia "transformación molecular" con un esfuerzo analítico que tuvo que costarle nuevos sufrimientos: "Estoy en un estado de obsesión psíquica del que no logro liberarme de ningún modo. Y los esfuerzos que hago en este sentido (porque se ve que todavía no he perdido completamente el equilibrio) aumentan la obsesión hasta ponerme frenético" (88). Viendo, sin embargo, que ninguna de las gestiones en curso para su liberación daban fruto, en julio de 1933 Gramsci ha acabado aceptando la idea (no sin manifestar reticencias por el costo) de que sólo podría mejorar en una clínica. Desde entonces aún ha tenido que sufrir cuatro meses más en la cárcel. Verdad y medicina Desde las clínicas por las que pasó en los últimos años de su vida Gramsci ha escrito todavía bastantes cartas, de las que se han conservado medio centenar, la mayoría de ellas de 1936 y 1937. Casi todas están dirigidas a Julia Schucht y a los hijos, Delio y Giuliano. La correspondencia escrita con Tatiana se interrumpió casi por completo porque Tatiana podía verle semanalmente en la clínica de Formia y con más frecuencia aún cuando fue trasladado a la clínica Quisisana, de Roma. También le visitó varias veces, en Formia y en Roma, Piero Sraffa. Durante la estancia en Formia la salud de Gramsci no mejoró. Tenía ya afectados el riñón, los pulmones y el vientre, aunque los exámenes radiológicos para confirmar la tuberculosis fueron negativos. Estaba debilísimo, con fiebre constante, tenía vahídos, doble visión, el vientre muy hinchado, dolores agudos en las articulaciones y seguía sin poder dormir. Una nueva visita médica aclaró que sus males psíquicos, la atonía cerebral y lo que él llamaba "crisis neurasténicas", eran efectos derivados de la afección renal y de la hipertensión. Pero el reposo, los cuidados y el ambiente de la clínica, tan distinto de la celda carcelaria, serenaron relativamente a Gramsci. Siguió con cierta intranquilidad las gestiones jurídicas para la obtención de la libertad condicional y las gestiones diplomáticas para su liberación (que se reanudaron, sin éxito, en 1934), pero sin las obsesiones del año anterior (89). En 1934 la relación con Julia se invirtió. Ahora era Julia la que escribía y Antonio quien no contestaba a sus cartas, dejando a Tatiana la comunicación de noticias. De ese año sólo se ha conservado una carta suya, dirigida a la madre. Gramsci aún no sabía que su madre había muerto el 30 de diciembre de 1932. Cuando lo supo se irritó porque le hubieran ocultado la noticia. En octubre, quedó en libertad vigilada y por primera vez pudo salir a pasear por Formia. Hasta octubre apenas pudo trabajar en los cuadernos, pero estando en Formia aún volvió a hacer planes: reordenó parte de lo que había escrito en la cárcel de Turi y añadió algunas notas, reflexiones y comentarios. Varias de estas notas ponen de manifiesto que mantuvo sus convicciones revolucionarias hasta el final (90). Ya en la clínica Quisisana, de Roma, adonde llegó el 24 de agosto de 1935, Gramsci reanudó la correspondencia con Julia. Aunque se sentía agotado y muy excitado, Gramsci volvió a repetir (para Julia y para él mismo) su palabra de siempre: resistir y tratar de adquirir fuerzas. Enseguida encontró similitudes entre su estado de ánimo y el Julia y basó en esta impresión suya la petición reiterada para que Julia hiciera el viaje a Italia y reanudar así los vínculos que les habían unido. Aunque tampoco tienen el humor de antaño ni están dictadas por las efusiones del enamoramiento, estas cartas, serenas y tiernas, se han librado ya de la inhibición que le producía la vigilancia de terceras personas y recuerdan a veces, por su tono, el epistolario de Viena: "Te he esperado siempre, querida, y tu has sido siempre uno de los elementos esenciales de mi vida, incluso cuando no te escribía porque no sabía qué escribirte ni cómo escribirte. [...] Estoy poniendo en lo que te escribo toda mi ternura, aunque ésta no queda reflejada en las palabras escritas" (91). Ante las dudas de Julia sobre el viaje a Italia Gramsci ha creído que no debía imponer o condicionar su decisión y que lo mejor para eso era eliminar toda complicación morbosa y todo sentimentalismo obsesionante. Por eso planteó el reencuentro en términos de amistad: "Yo soy un amigo tuyo, esencialmente, y tengo necesidad de hablar contigo como se habla entre amigos, con franqueza y sin prejuicios". Cuando pasan los meses y Julia no se decide a viajar Gramsci se siente mal: "Porque también yo debo tomar decisiones y estoy irresuelto, a la espera de lo que tú decidas, positiva o negativamente". En esas condiciones, en junio de 1936, se atreve a comunicar a Julia los malos pensamientos que le pasaron por la cabeza en los años de cárcel. Repite la pregunta que se hizo entonces: "¿Quién me ha condenado a la cárcel, es decir, a hacer esta determinada vida de este determinado modo". Y da una respuesta que confirma la enorme distancia que existe entre hacerse la pregunta aguijoneado por la obsesión, el dolor y las constricciones de la cárcel, y hacérsela, aunque sea igualmente enfermo pero cuidado por otros y en libertad. Sugiere entonces Gramsci, sin acritud, que circunstancias que no son la causa principal del estado al que se ha llegado pueden sentirse con más fuerza que ese acto principal que condujo a la situación mala. Y corta la queja con una fórmula muy alejada de la que empleó en la terrible carta a Tatiana de 1933: "Quiero decirte, en definitiva, que tu incertidumbre determina mi incertidumbre y que tienes que ser fuerte y valiente para darme toda la ayuda posible, lo mismo que yo querría hacer por ti, aunque desgraciadamente no puedo" 92). Aquel Gramsci, muy enfermo pero libre, acariciaba entonces la idea de volver a su Cerdeña natal y cerrar así, definitivamente, todo un ciclo de su vida. Pero no quería tomar la decisión sin saber antes qué iba a hacer Julia. También esto, esta manera de actuar, permite entender mejor sus razones cuando, años atrás, se planteó "liberarla del vínculo". Lo que le dañaba psicológicamente era que su vida dependiera, de forma burocrática, no sólo y especialmente de aquella parte de la cual no podía esperar nada bueno sino, precisamente, de la parte de la que algo bueno espera. Julia Schucht no acaba de entender aquello de "acabar un ciclo de la vida" y Antonio Gramsci no acaba de encontrar la forma de decir "el sentido profundo" de lo que quiere decir. Cuando ella insinúa que puede ir a Italia, él suscita una dificultad: se siente débil, pero no quiere imponer, no quiere condicionar. Así nace el último equívoco de aquella relación sentimental. Y del equívoco vuelve a brotar el Gramsci de los adverbios contundentes, el Gramsci que, en el diálogo afectivo, nos quiere aparentar debilidad moral y lleva las cosas a situaciones extremas. Le preocupa que, al hablar de un retiro en Cerdeña, en el que su aislamiento aumentaría, ella piense que sus sentimientos expresan algún tipo de pesimismo "histórico". Ese tipo de pesimismo sigue sin ser el suyo. Y cuando ella dice que está segura de poder hablarle "de todo", ya en polémica con esta supuesta seguridad, vuelve a ratificar su concepto de la veracidad frente a la comedia de los equívocos: Siempre he sido de la opinión de que la verdad lleva en sí su propia medicina y, en cualquier caso, es preferible al silencio prolongado, el cual, entre otras cosas, es además ofensivo y degradante, porque quien calla acerca de algo que puede producir dolor parece estar convencido de que la otra parte no comprende que el silencio mismo tiene un significado, y no sólo eso, sino que es capaz de pensar que el silencio pueda ocultar cosas todavía más graves que las que se pretende callar. Haya, pues, verdad, claridad y sinceridad en nuestras relaciones (93). La verdad lleva en sí su propia medicina, efectivamente. Cuando Tatiana le entrega en la clínica las cartas que Julia le escribió en el año malo de 1933 Gramsci relaciona aquel ocultamiento con el silencio de los próximos sobre la muerte de la madre, se deja ir brevemente a la efusión de los sentimientos, bordea una reflexión sobre la zona de las "ocasiones perdidas", pero enseguida se declara de una "hipersensibilidad morbosa" y dice no poder escribir sobre ciertos temas. A continuación pasa a hablar de los hijos. En enero del 1937 Gramsci hizo el último intento para convencer a Julia de que viajara a Italia. Dice entonces sentirla como parte de sí mismo, pero que nada puede sustituir la impresión directa. Es su última confesión y su penúltimo adverbio, ahora atribuido a ella sobre él: "Creo que tu siempre has sabido que hay en mí una dificultad grande, muy grande, para exteriorizar los sentimientos y esto puede explicar muchas cosas ingratas". En su última carta conservada, de enero de 1937, Gramsci subrayaba todavía una palabra que ha sido esencial en su vida: quiero. Quería, con motivos de su cumpleaños, una hermosa fotografía de ella y los hijos (94). Los últimos meses de Gramsci, como toda su vida desde 1922, han estado marcados por la división del alma entre sentimiento y política, amor y revolución. La idea de que la cualidad revolucionaria no puede reducirse al mero instinto de la rebelión, sino que depende del otro querer, del vínculo afectivo y amoroso con personas realmente existentes, o sea, de los lazos sentimentales que aproximan a los miembros de las clases oprimidas y a quienes, sin pertenecer a ellas, se sienten solidarios, no fue una ocurrencia compulsivamente elaborada en los días del enamoramiento. Esa idea le acompañó hasta final. Descartado el viaje de Julia a Italia, Gramsci pidió a Tatiana y a su familia en Cerdeña que hicieran gestiones para encontrar una casa en Santu Lussurgiu, en las cercanías del pueblo en que él había nacido. Pero luego cambió de opinión. En abril, en el último coloquio que tuvo con el amigo Piero Sraffa, manifestó su deseo de ser expatriado a la Unión Soviética (95). Sraffa hizo la petición formal desde Milán el 18 de abril. Una semana después Gramsci tuvo una hemorragia cerebral y murió.
Notas
(63) V. Gerratana, "Gramsci e Sraffa", introducción a P. Sraffa, Lettere a Tania per Gramsci, cit., pág. XXXI y ss.
(*) De Leyendo a Gramsci. Ed. El viejo topo (España). Barcelona, 2001.
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