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24 de abril del 2007 |
Francisco Fernández Buey
Pesimismo de la inteligencia,
optimismo de la voluntad
Gramsci cuenta a Julia que ha recibido desde Italia una misiva de una compañera rusa que estuvo con Rosa Luxemburg en Alemania y que también ella, que no es precisamente "de temperamento italiano", le escribe descorazonada y desilusionada. En ese contexto confiesa que "le están pidiendo demasiado" y que eso le "impresiona de una forma siniestra". De manera que el hombre que por entonces está escribiendo en la prensa del partido "contra el pesimismo" de los otros se siente solo, no acaba de superar la enfermedad, siente que algo se ha roto en su interior y necesita unas fuerzas que sólo le pueda dar, espiritualmente, la mujer, una mujer de la que, por otra parte, él mismo sospecha que está algo más que fatigada. Si no se quiere trivializar la conocida frase pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad -tantas veces repetida a cuenta de Gramsci y fuera de contexto- conviene atender a este trasfondo psicológico y sentimental que es propiamente lo que da vida a la misma. Su artículo "contra el pesimismo", publicado en el número 2 de L´Ordine Nuovo quincenal (15 de marzo de 1923) es realmente un artículo contra el pesimismo de la voluntad, contra el escepticismo existente en las propias filas sobre el futuro político y sobre el papel del partido comunista en formación; es un artículo contra el fatalismo y el determinismo, contra la vuelta a un estado de necesidad del que el propio Gramsci participó un años antes (27). La diferencia entre lo que se dice en él y lo que Gramsci está diciendo por esos mismos días a Julia está en el hecho de que en el plano público, político, la reafirmación de la voluntad, del optimismo de la voluntad, tiene que quedar deslindada del equilibrio sentimental de los sujetos que han de actuar. Y, sin embargo, al acentuar la crítica política al pesimismo de la voluntad es evidente que quien lo hace, el propio Gramsci, no sólo asume sino que reafirma una responsabilidad para la que, privadamente, reconoce no tener fuerzas suficientes. De donde resulta, paradójicamente, que estas fuerzas, la reafirmación de la voluntad necesaria para combatir el pesimismo político, tienen que venir de la debilidad del otro, de la otra, que es la que da el equilibrio de la relación sentimental. Es propio de las personalidades volitivas hacerse psicológicamente fuertes ante los demás en los momentos de mayor dificultad. Ese era también el caso de Antonio Gramsci. Y lo fue particularmente en Viena. De la acumulación de dificultades el rebelde sardo, que en la época universitaria no ha querido convertirse en un pingo almidonado (o sea, en un académico sin más), que por eso mismo ha dado todo lo que tenía en las jornadas revolucionarias de 1919-1920 en Turín, vuelve a sacar fuerzas de flaqueza para remontar. Por eso dice a Julia que los compañeros le piden fe, entusiasmo, voluntad y fuerza, y que es él quien trata de infundir voluntad, entusiasmo y una fuerza que no tiene a los compañeros que están en Italia. ¿De dónde sacarla? De la anudación del vínculo entre vida política y vida sentimental. Por eso Gramsci insistirá tanto a Julia en sus últimas cartas desde Viena (y luego desde Roma) en juntar el amor y la camaradería. Amor y camaradería, una colaboración de quehaceres La declaración más explícita en ese sentido la hace Gramsci justo el mismo día en que aparecía su artículo contra el pesimismo: "Te aseguro que si sólo se hubiera tratado de nuestro amor yo no habría insistido como lo he hecho. Pero nuestro amor es y debe ser algo más: una colaboración de quehaceres, una unión de energías para la lucha, además de búsqueda de nuestra propia felicidad. Hasta es posible que la "felicidad consista precisamente en eso" (28). Lo que más conmueve en esta solicitud de "colaboración de quehaceres" es que el hombre que la hace ha asumido ya una responsabilidad política peligrosa, y lo sabe; se siente viejo como el chino Lao-tsé, nacido a los ochenta años, y sabe, además, que continúa su lucha con el propio "cerebro", con "las cucarachas se le pasean" por él, con "la araña que le chupa el cerebro", con los fantasmas, las sombras y "las gotas de metal fundido en la carne". En abril de 1924 Gramsci fue elegido diputado por el Véneto en las listas del partido comunista. Comunica a Julia la noticia y al mes siguiente regresa a Italia. Han pasado dos años desde su viaje a Moscú y aquel viaje le ha cambiado la vida. El retorno lo hace sabiendo que Julia tendrá un hijo a los pocos meses y teniendo que renunciar, sin embargo, tanto a su propuesta de encontrarse en Viena para trabajar juntos como a la posibilidad de viajar él mismo, de nuevo, a Moscú. A pesar de ello, no hay duda de que el sentimiento de la próxima paternidad y la vuelta a Italia, a un ambiente políticamente adverso pero que conoce, han tranquilizado psicológicamente a Gramsci. En las cartas escritas desde Italia entre mayo y agosto de 1924 Gramsci no deja de mencionar la persistencia de los dolores de cabeza y la tristeza que le produce la encrucijada en que están: él querría ir Moscú para encontrarla pero no puede; propone insistentemente que ella vaya a Italia pero no obtiene respuesta. Siente que "una inmensa muralla de espacio y tiempo les separa". Pero, aún así, cuando aborda la relación sentimental, es más paciente e incluso las bromas domésticas que hay en estas cartas (sobre la discusión familiar acerca del nombre que habrían de poner al niño, sobre la reconocida limitación de su propio papel en esto y sobre la decantación del amor) no son inquietantes; son bromas cariñosas y revelan un estado de ánimo mucho más equilibrado que durante los meses de Viena. En una de estas primeras cartas enviadas a Julia desde Italia, mientras sufre de insomnio y se siente débil en una tórrida noche veraniega romana, Gramsci vuelve al tema de la relación entre actividad política y vida sentimental para establecer una generalización que afecta a su personalidad: "No podemos dividirnos y dedicarnos a una actividad única, puesto que la vida es unitaria y cada actividad sale reforzada con la otra". Se pregunta entonces si el amor no refuerza toda la vida al crear un equilibrio y dar una intensidad mayor a las otras pasiones y a los otros sentimientos, aunque, paradójicamente, enseguida añade que no quiere ponerse doctrinario (29). En estas cartas que Gramsci escribe desde Roma a Julia Schucht hasta marzo de 1925, fecha en la que volverían a encontrarse en Moscú y en la que él conocería a su primer hijo, predomina el tema político. Es natural que un hombre que está dedicando gran parte de las horas de su vida al trabajo de organización antifascista haya buscado en las cartas que escribe a la persona amada la complicidad política. Pero la solicitud de colaboración de quehaceres pasa a segundo plano por razones obvias: Julia está ya en avanzado estado de gestación y la situación en Italia, sobre todo después del asesinato de Mateotti, tampoco permite seguir insistiendo en el trabajo intelectual compartido (30). Política y paternidad En agosto de 1924 nació el primer hijo de Julia y Antonio. Después de discutir entre bromas sobre varios nombres simbólicos (Ninel, Lev) le pusieron Delio a propuesta de Antonio. Éste tuvo que renunciar a estar presente en Moscú en el momento del nacimiento (31). Su actividad política en Italia se había hecho desbordante. El nacimiento del hijo coincidió con el momento en que Gramsci empieza a actuar como secretario general del Partido Comunista. Quiso, en cambio, ayudar materialmente a los suyos enviando algún dinero a Moscú través de amigos italianos, aunque tampoco acertó con la forma adecuada, lo cual provocó un malentendido con Julia, que se sintió ofendida, y una disculpa inmediata de Antonio que contiene una reflexión notable: Creo que es un recuerdo de mi vida infantil, ligada a las penurias materiales y a las estrecheces... que crea vínculos de solidaridad y afecto que nadie podrá destruir. ¿Crees tú que la mejor de las sociedades comunistas podrá modificar de manera fundamental estos condicionamientos de las relaciones individuales? Yo creo que, al menos por algún tiempo, seguro que no. Y me parece que tales sentimientos son propios de las clases explotadas, no de la burguesía (32). Durante los meses que siguieron, Gramsci, además de mostrar a Julia su alegría por el nacimiento del hijo, del que asegura que va a unirles mucho más, y de expresar su malestar por no poder ayudar como querría, confiesa cierta confusión a la hora de hacerse una idea concreta de lo que significa la paternidad reciente: "Pienso en los niños en general, en su peso, en su debilidad, en los peligros que les amenazan a cada momento, pero no consigo pensar en nuestro niño vivo como individuo concreto". Pide fotografías pero sabe que "la objetividad no es la vida, sino una fría caricatura fotográfica de la vida"; escribe pero sabe que las cartas no pueden sustituir la presencia. Sigue habiendo entonces algunas dificultades en la comunicación con Julia, pero éstas son mayormente externas: retrasos en la correspondencia, esperadas cartas que no llegan, desconfianza en el funcionamiento de los correos y sensación de que estos motivos externos deterioran a veces la relación sentimental. El 18 de septiembre de 1924 Gramsci escribe a Julia: "Hay un montón de cosas que no puedo escribirte porque no me fío del correo". Dos semanas después confiesa que no es sólo la desconfianza en el correo: "Siento pena cuando no puedo enviarte una carta y tengo que superar un montón de obstáculos psicológicos cuando me pongo a escribirte. Me parece -y creo que tú has tenido la misma impresión- que el papel empobrece todos nuestros sentimientos y se convierte en un filtro a la inversa, o sea, en algo que enturbia lo que es limpio y claro" (33). En lo sentimental, Gramsci oscila ahora entre la manifestación de la ternura que le produce la maternidad de Julia, la expresión de la preocupación por su salud, la contención de sus ironías privadas para no hacer daño, cierta perplejidad ante una paternidad para la que no parece sentirse particularmente preparado y la mala conciencia que le produce el estar ausente y lejos en un momento decisivo: "No soy capaz de estimar mi amor por ti: me parece distinto de lo que era hace un año. Tampoco sé imaginar la impresión que tendré al ver al niño vivo y real en lugar de la leve impresión de la cartulina fotográfica" (34). Narra a Julia sus actividades, sus viajes por Italia y sus impresiones sobre la situación política y social del momento. Pasa constantemente de la anécdota (una conversación escuchada, las impresiones de un viaje, la estancia en una ciudad) a la categoría, al análisis de lo que entonces hay socialmente en Italia y de lo que puede llegar a haber en el próximo futuro. Algunos pasos de estas cartas son interesantísimos desde el punto de vista del diagnóstico psicosocial de lo que estaba siendo el fascismo, tanto más de apreciar cuanto que apenas se han conservado otras cartas políticas de Gramsci escritas desde el retorno a Italia hasta abril de 1925. Los pasajes políticos de estas comunicaciones a Julia Schucht destacan por la veracidad y la lucidez con que describen ciertos rasgos (el atraso, la ignorancia, la intolerancia, el semibandidismo, la corrupción, el clientelismo) que contribuyen a la consolidación del régimen de Mussolini: "Los niños y los idiotas están convirtiéndose en la expresión política de la situación, y lloran y hacen tonterías bajo el peso de una responsabilidad histórica con la que de repente han tenido que cargar sus espaldas de aprendices ambiciosos e irresponsables. La tragedia y la farsa se suceden en escena sin conexión alguna. El desorden está alcanzando un grado que ni la fantasía más desenfrenada podía imaginar" (35). Gramsci rectifica ahí sus ilusiones de meses anteriores sobre un próximo fin del fascismo. Absorto en la batalla antifascista y en la reorganización del partido comunista, incluso su juicio sobre las personas más próximas quedará mediatizado por consideraciones políticas. Es lo que ocurre cuando, después de varios intentos fallidos, en febrero de 1925, Gramsci conoce en Roma a Tatiana Schucht, la hermana de Julia, con la que simpatiza en seguida. La opinión que comunica a Julia es que, a pesar de las apariencias y de los rumores, su hermana puede llegar a estar más cerca de los bolcheviques que de los socialistas revolucionarios rusos, entonces muy críticos con el leninismo.
El desierto de lo puramente político: Gramsci estuvo de nuevo en Moscú un par de semanas entre marzo y abril de 1925. Durante esas semanas participó en los trabajos de la V Sesión del Ejecutivo ampliado de la Internacional Comunista, volvió a estar con Julia unos pocos días y conoció a su hijo Delio. No son muchos los recuerdos escritos que han quedado de aquella estancia. Gramsci recordará después un paseo con Julia y Delio por un parque moscovita, que no sacó buena impresión de la forma en que la familia Schucht comenzaba a educar al hijo y se referirá, ya en un contexto polémico posterior, a la influencia en esto de Eugenia, la hermana mayor de Julia, cuya afición al niño, un tanto obsesiva, la impulsaba a suplantar a la verdadera madre. Pero es evidente que después de este viaje se producen algunos cambios notables en la correspondencia. Gramsci ha estabilizado las relaciones con la familia de Schucht, ha arrancado la promesa de que Julia irá a Italia con el niño en cuanto pueda (cosa que, efectivamente, harían pocos meses después) y los lazos afectivos se han hecho más fuertes. Tal vez por eso entre la primavera y el otoño de 1925 las cartas de Gramsci se hacen más breves, más espaciadas y también menos ansiosas. La seguridad de que Julia llegará en breve le permite aguantar mejor los bajones psicológicos, incluso cuando el calor del verano romano le altera los nervios. En la espera, Gramsci ha tenido que reduplicar la actividad político-organizativa no sólo como diputado sino también como secretario general del partido: "Ha sido borrado de mi cerebro todo lo que no sea actividad política inmediata" (36). Cuando llegan los calores del verano empieza a sentirse peor; no ha perdido del todo el humor del que hacía gala en los meses inmediatamente anteriores al nacimiento del hijo, pero las referencias a su propio estado de ánimo van haciéndose más sombrías. Se siente -dice- como "el resto de un naufragio a merced de las olas" y describe con cierto distanciamiento pesimista su debut parlamentario; se queja varias veces del desorden y da la desconexión existente en las propias filas y vuelve a sentirse, como en Viena, psicológicamente cansado y viejo. Al menos por dos veces ha aludido Gramsci durante estos meses al "desierto" que representa una vida dedicada exclusivamente a la política. Y sintomáticamente ve ahora en las conversaciones con Tatiana, a la que sólo unas semanas antes había juzgado casi solo en términos político-ideológicos, una salida de ese desierto, algo así como una anticipación de lo que puede ser el equilibrio psicofísico cuando Julia y Delio lleguen, por fin, a Italia. Sus requerimientos a Julia acentúan ahora la necesidad de salir de esa mecanización unilateral de la vida propia que representa lo solo político. Ve ahora el amor como algo que tiene que impedir "que me convierta en un pingo almidonado, me mecanice, me haga apático y acabe convertido en un muñeco que repite siempre las mismas palabras y los mismos gestos" (37). Este estado de ánimo no le hace perder, sin embargo, la lucidez política. El diagnóstico que realiza, en julio de 1925, de la situación en Italia, cuando para llevar a cabo sus actividades empieza a verse obligado a "borrar las huellas" y burlar así a la policía política, suena a premonitorio: "Somos demasiado fuertes para no tener iniciativas que llevan al descubrimiento de nuestras fuerzas y somos demasiado débiles todavía para aguantar un choque frontal" (38). En esas circunstancias nota, en cambio, Gramsci que está perdiendo el gusto por la naturaleza. Y relaciona esto, como Brecht, precisamente con las obligaciones de lo solo político. Nada más revelador y sintomático de lo que el desierto (obligado) de lo solo político puede llegar a representar para un hombre sensible que comparar lo que dice Gramsci sobre la naturaleza en la última carta (de 15 de agosto de 1925) que escribe a Moscú, antes del viaje de Julia y Delio a Italia, con la carta en que un año después cuenta a Julia su estancia con Delio en Trafoi y con la descripción del paisaje que él mismo haría en enero de 1927, después de la detención, ya en el destierro de Ustica. En efecto, durante el ferragosto de 1925, en la misma carta en que dice a Julia que tendrá que explicarle el significado exacto de la palabra "quiero", narra Gramsci uno de los viajes a los que se ha visto obligado por el trabajo de organización, y describe así sus impresiones: He visto parajes que, según dicen, son bellísimos, paisajes que al parecer son admirables, tan admirables que los extranjeros vienen de lejos para contemplarlos. Por ejemplo, he estado en Miramare, pero me ha parecido una errada fantasía de Carducci; las blancas torres se me presentaban como chimeneas acabadas de blanquear con argamasa; el mar tenía un color amarillo sucio porque los peones que construían un camino habían echado en él toneladas de detritus; el sol me dio la impresión de un calorífero fuera de estación (39). A renglón seguido comenta Gramsci que se está convirtiendo en un apático y que esas impresiones tienen que deberse a que el sentimiento de la ausencia le está haciendo perder el gusto por la naturaleza. La percepción de la naturaleza cambia con la llegada de los seres queridos a Italia durante el otoño de aquel año. Julia y Delio permanecieron con Antonio en Roma hasta el verano de 1926, aunque en casas distintas por motivos de seguridad. A finales de agosto Gramsci se tomó un respiro en la actividad política y pasó unas breves vacaciones con su hijo en Trafoi (Bolzano) mientras Julia regresaba a Moscú. En septiembre escribe a Julia: "Creo que la estancia de Delio en Trafoi, en un marco tan grandioso de montañas y glaciares, dejará en su memoria huellas muy profundas. Hemos jugado. Le he construido algún juguete, hemos hecho fuego en el campo. No había lagartijas, así que no he podido enseñarle a cogerlas. Me parece que ahora empieza una fase muy importante para él, esa fase que deja los más sólidos recuerdos porque en su desarrollo se conquista el mundo grande y terrible" (40). Incluso unos meses después de la detención, ya en Ustica, y a pesar de estar desterrado, a pesar de la falta de libertad, a pesar de los presagios y de la incertidumbre de la nueva situación, pendiente como estaba de juicio por sus actividades políticas, y lejos también de Julia, nuestro hombre dispone de algo que no tenía meses atrás. Es un desterrado, pero dispone de tiempo para mirar la naturaleza de otra manera: "Tenemos a nuestra disposición una hermosísima terraza desde la que admiramos el mar sin fin durante el día y un magnífico cielo por la noche. Como el cielo está limpio, sin los humos de la ciudad, podemos gozar estas maravillas con la máxima intensidad. Los colores del agua del mar y del firmamento son realmente extraordinarios por su variedad y por su profundidad. He visto arco iris únicos en su género" (41). La explicación de este cambio en la manera de percibir la naturaleza es psicológica y la da el propio Gramsci en una carta que una semana antes ha escrito a su cuñada, Tatiana: a pesar de que ha perdido la libertad de movimientos, el ambiente de Ustica le está regenerando física y mentalmente porque necesitaba un periodo de reposo absoluto después de una desbordante actividad política de meses y meses (42). El mundo subterráneo Las cartas enviadas desde Ustica revelan tranquilidad de espíritu e incluso, en algún momento, una cierta euforia. La euforia desaparecerá después del traslado desde la isla a la cárcel de San Vittore, en Milán, a principios de febrero de 1927, pero la serenidad ante una situación tan adversa seguirá siendo durante meses el rasgo principal de las cartas de la cárcel. Incluso el símil con que Gramsci transmite a Julia su estado de ánimo, imaginándose como uno de los marineros que acompañaron a Fridtjof Nansen al Polo Norte sugiere cierta serenidad doblada de ironía: avanzar lentamente, muy lentamente, después de dejarse aprisionar por los hielos, aprovechando el empuje de los mismos a medida que éstos se van separando (43). Y de hecho, durante más de un año, hasta después del proceso al que Gramsci y otros dirigentes comunistas fueron sometidos en Roma y de su traslado, ya condenado, a la casa penal de Turi de Bari, la gran mayoría de las cartas que escribió a Tatiana, a Julia, a su madre y a otros familiares no dejan entrever la tragedia que se avecinaba. En ellas, además de la tranquilidad de espíritu, afloran la fortaleza moral, el autocontrol en el plano de los sentimientos, la reserva en el juicio político, el sentido práctico y realista, la crítica de los convencionalismos y, sobre todo, el humor, una vena irónica no siempre bien comprendida por sus interlocutores. Entre el destierro en Ustica y la celda de San Vittore, en Milán, Gramsci ha ido construyéndose una ética de la resistencia basada en la observación lúcida y distanciada del nuevo mundo que estaba descubriendo y en la acentuación de lo que cree que son los principales rasgos de su propia personalidad. No quiere dejarse dominar por la aflicción ni quiere ser consolado. Ha conocido el aislamiento, ha sabido en otras ocasiones estar solo entre la multitud y no cree que la nueva situación le vaya a superar (44). Mientras se encontró físicamente bien, Gramsci se ha preocupado más por disipar los temores de los otros ante un futuro incierto, pero en cualquier caso sombrío, que de solicitar ayudas o pedir clemencia. En este sentido ha recordado a la madre su propia fortaleza física y moral, bromeando con ella sobre curas y rezos, pero sobre todo advirtiéndola de que hay algo peor que la cárcel, con ser ésta malísima, y que ese algo es el deshonor por debilidad moral o por villanía (45). Ha llamado la atención del hermano Carlo, en términos cortantes, sobre lo poco que éste sabe de lo que ha sido su vida hasta ese momento y sobre el principio moral de la resistencia: las convicciones profundas que no se venden por nada de este mundo (46). Ha ironizado con Tatiana Schucht sobre las deficiencias de su italiano y a cuenta de sus propias lecturas, aconsejándola cuando ella se ha encontrado enferma. Ha mantenido durante esos meses una relación epistolar esporádica pero relativamente equilibrada con Julia. Y ha elegido a Tatiana como corresponsal principal para seguir manteniendo, a través de ella y con Piero Sraffa, el contacto con el partido comunista (47) y, de paso, mitigar así el peso de la losa que más le abrumaba: el convencionalismo epistolar al que obliga el reglamento carcelario con todas las derivaciones que esto supone cuando se trata de comunicar sentimientos amorosos. Ya en estas cartas, sin embargo, la fortaleza moral y el alto concepto del honor y de la dignidad personal que Gramsci tenía chocan con una educación sentimental que se reconoce insuficiente. Tiene un alto concepto de su propia fortaleza moral y se exige mucho, pero quiere que los otros (Julia, Tatiana, su madre, su hermano Carlo) le consideren "un hombre normal" cuando, obviamente, no lo es. Gramsci declara odiar todo lo que es convencional. No quiere verse reducido a una correspondencia convencional. Así era ya en Viena, cuando empezaba a escribir a Julia. Solo que esta sensación se le agudiza ante un carteo que sabe que será, además, convencionalmente carcelario (48). Dedica mucho tiempo a la introspección, casi tanto como a la lectura, y pronto cree estar perdiendo "el hábito externo de la sensibilidad", su "meridionalismo". Gramsci está haciendo un esfuerzo voluntarista por controlar sentimientos y afectos. Ve en ello una forma de autodefensa, pero duda de si los resultados de este esfuerzo son siempre positivos, consecuentes con su afirmación de que hay que ser prácticos y realistas hasta en la bondad. Se diría que toda la seguridad con que argumenta sobre el principio moral de la resistencia se le convierte en duda, incluso en inseguridad, cuando ha de hacer frente a los propios sentimientos. Y así oscila entre valorar positivamente la frialdad y la indiferencia externas, el reconocimiento esporádico de que él mismo ha llegado a adquirir "cierta sensibilidad morbosa" y la aceptación forzada de la confusión que le produce el tener que hablar o escribir de sus cosas íntimas. Sabe que su correspondencia es en cierto modo "pública" porque la están leyendo otras personas (funcionarios de la cárcel y amigos políticos) y no consigue vencer el pudor que le produce hablar de sentimientos íntimos ante terceras personas (49). Desde el primer momento, ya en Ustica, Gramsci ha pensado que su capacidad de resistencia como prisionero tenía que estar directamente vinculada a un programa de lecturas y estudios. Y ha hecho planes a este respecto. Pero también desde el primer momento ha sabido que la probabilidad de llevar a cabo estos planes desciende cuanto más detallados son. Se aplica a sí mismo el concepto que tiene de la utopía. Y no sólo por razones externas, de tipo general o relacionadas con los obstáculos que el destierro y la cárcel suponen, sino también por autoconciencia, por conocimiento del propio carácter, porque se considera un hombre polémico y dialogante que necesita medirse intelectualmente con otros interlocutores. Precisamente por eso lo mejor de las cartas que ha escrito desde la cárcel de San Vittore está en la descripción irónica y vivaz de sus conversaciones con otros, en el uso metafórico de algunas de sus lecturas carcelarias para contar la evolución de los propios estados de ánimo y en la forma en que ha narrado, para las personas a las que quiere, el descubrimiento de un mundo cuya existencia apenas podía sospechar en los meses anteriores: el mundo subterráneo de los desterrados y de los presos, de los "no cristianos", un mundo que le hace pensar en lo difícil que es captar la verdadera naturaleza de los hombres a partir de los rasgos externos. Digna de recuerdo es su descripción de la cuerda de presos que como una inmensa serpiente se arrastra desde Palermo a Milán dejando en cada cárcel una parte de sus anillos para luego recuperarlos en otras madrigueras (50). E igualmente memorable la narración -entre el distanciamiento propio del antropólogo y la perplejidad crítica del político- de ese mundo subterráneo que vive y se reproduce en los márgenes del otro y que acaba configurando el subsuelo humano dostoievskiano: beduinos de Cirenaica, mafiosos sicilianos, camorristas de Nápoles, remedos de Farinata y violadores con aire bonachón: "Todo un mundo complicadísimo, con una vida propia de sentimientos, puntos de vistas, códigos del honor, jerarquías férreas y un particular sentido de la solidaridad" (51). Este primer periodo carcelario en San Vittore, que se abría con el símil de los marineros de Nansen sugiriendo la imagen de la serenidad conscientemente elegida ante la dificultad, se cerrará, entre febrero y abril de 1928, con otro símil y la manifestación de una sospecha. En sus cartas a Julia Gramsci advierte que se ha cumplido ya todo un ciclo de transformaciones que han afectado a su estado de ánimo, y luego que un periodo de su vida carcelaria está a punto de terminar. Son los prolegómenos del proceso que tendría lugar finalmente en Roma. Gramsci sugiere ahora que él mismo está cambiando la táctica de la ética de la resistencia. Se ha hecho más estoico. Ha decidido dejar de oponerse a lo que es necesario e ineluctable "con los medios y maneras de antes" y quiere dominar ahora el proceso en curso acentuando el espíritu irónico. En ese contexto vuelve a la metáfora: A la celda llega una luz a mitad de camino entre la luz de una cantina y la luz de un acuario. De todas formas, no debes pensar que mi vida transcurre tan monótona e igual como puede parecer a primera vista. Una vez que se ha acostumbrado uno a la vida del acuario, adoptando el sensorio para captar las impresiones amortiguadas y crepusculares que llegan hasta allí (y siguiendo, desde luego, en una posición un tanto irónica) se descubre todo un mundo que bulle alrededor, con sus peculiares leyes y con su curso esencial. Ocurre como cuando después de echar una ojeada rápida a un viejo tronco medio deshecho por el tiempo y la intemperie nos paramos a mirarlo más fijamente y con atención. Primero se ve únicamente algo así como una fungosidad humectante, con alguna babosa soltando baba y arrastrándose lentamente. Pero luego, casi de repente, se ve todo un mundo de colonias de pequeños insectos que se mueven y afanan, haciendo y rehaciendo los mismos esfuerzos, el mismo camino. Si uno sigue conservando la propia posición externa, si no se convierte en una babosa o en una hormiguita, todo eso acaba interesándole y le permite pasar el tiempo (52). La ironía empieza a hacerse negra. El mundo subterráneo sigue siendo para Gramsci una curiosidad interesante cuando se la observa con la adecuada distancia, pero ya no es un mundo de hombres, por primitivos y elementales que fueran (mafiosos, camorristas o delincuentes) sino un mundo poblado de babosas e insectos, lo que sugiere cierta inquietud psicológica. Gramsci se encuentra aún relativamente bien de salud, pero justamente por eso, en la siguiente carta a Julia, a finales de abril, manifiesta su disgusto por la forma en que los compañeros han enfocado la campaña de solidaridad ante el proceso y alude a una preocupación que en los años siguientes se le convertiría en obsesiva: "He recibido recientemente una extraña carta firmada Ruggero, que solicitaba respuesta. Quizá la vida en la cárcel me haya hecho más desconfiado de lo que exigiría la prudencia, pero el hecho es que esa carta , a pesar de su sello y de su matasellos, me ha sacado de quicio" (53). Esta carta de Ruggero Grieco, fechada el 10 de febrero de 1928 y conocida por su destinatario en marzo, se ha convertido en uno de los asuntos más repetidamente tratados entre los biógrafos e intérpretes de Gramsci (54). Y se comprende. No tanto por lo que la carta misma decía, ni siquiera por lo que Gramsci dice a Julia al mes siguiente de haberla recibido, pues, al fin y al cabo, el que eso "le sacara de quicio" está probablemente todavía dentro de lo que llamaríamos prudencia, sino por la forma terrible en que se ha referido a ella varios años después. Gramsci trató de esa carta en un coloquio con Tatiana, en la cárcel de Milán, poco después de haberla recibido, unos meses antes del proceso. Entonces manifestó su disgusto al respecto, pero añadió, además, y esto es significativo, que el juez instructor le había advertido de que aquella carta podía costarle unos cuantos años más de cárcel sugiriéndole que sus amigos políticos le estaban traicionando. Así nacía una sospecha que iba a atormentarle durante años y que acabaría dando un nuevo giro a su manera de entender la relación entre lo público y lo privado. El preso 7047 El proceso contra los dirigentes del Partido Comunista tuvo lugar en Roma entre finales de mayo y comienzos de junio de 1928. Gramsci fue condenado a 20 años, 4 meses y 5 días de reclusión. Él había calculado que sería condenado a un máximo de 14 o 17 años. A pesar de que tuvo la oportunidad de hablar sobre la carta de Ruggero Grieco con otros compañeros mientras permaneció en la cárcel de Roma durante el proceso, es posible que la diferencia de años entre este cálculo y lo que fue la condena haya hecho aumentar en su cerebro la sospecha que le sugirió el juez instructor. O que Gramsci haya pensado que aquella carta desbarataba gestiones diplomáticas en curso que podían haber favorecido su situación. Pero no hay confirmación de estas conjeturas para esa fecha (55). Es notorio, en cambio, que con la condena y el traslado a la casa penal de Turi empieza una nueva fase de la vida de Gramsci. En la cárcel de Turi estuvo desde julio de 1928 hasta noviembre de 1933. Allí le matricularon con el número 7047. En la cárcel de Turi Gramsci trató de organizarse siguiendo los mismos criterios resistenciales que le habían sostenido desde su detención en 1926. El fiscal fascista había puesto énfasis en que el régimen quería impedir que aquel cerebro siguiera pensando. Él hizo todo lo que pudo para que aquel designio no se cumpliera: elaboró un nuevo plan de estudios, se organizó para ganar tiempo que dedicar a la lectura, pidió y obtuvo libros que consideraba indispensables, siguió con su trabajo de aprendizaje de distintas lenguas y empezó a traducir textos del alemán, del inglés y del ruso, consiguió permiso para escribir en la celda, entabló un interesante diálogo intelectual con Piero Sraffa y redactó lo esencial de lo que conocemos con el nombre de cuadernos de la cárcel. Pero hay al menos tres factores que en la cárcel de Turi determinaron un cambio notable en su manera de entender la relación entre las razones de la razón y las razones del corazón, entre lo público y lo privado, entre el compromiso político-moral y el mundo de los sentimientos. El primero de estos factores fue el constante empeoramiento de su salud. El segundo, el deterioro de su relación afectiva y sentimental con Julia Schucht. Y el tercero, el distanciamiento político respecto de sus compañeros más próximos. Las tres cosas juntas producirían en Gramsci una considerable inestabilidad emocional: cambios de humor muy acentuados, tendencia al aislamiento, irritabilidad en el trato con los más próximos, dificultad temporal para la concentración intelectual, desconfianzas que a veces se le convirtieron en obsesiones, oscilación entre la ironía todavía alegre y distanciada y el sarcasmo amargo, acentuación de la acribia de filólogo en la correspondencia íntima, progresivo sentimiento de derrota personal hasta llegar al sentimiento de muerte. Lo más notable es que de todo esto, y del sufrimiento que tuvo que conllevar, apenas hay huellas en los cuadernos que simultáneamente estaba escribiendo en la cárcel. Se diría que en las horas, muchísimas horas, que Gramsci dedicó a redactar los cuadernos hizo abstracción casi absoluta de su dolor, de su sufrimiento, de sus cambios de humor, de sus irritaciones, de sus sospechas y de sus obsesiones. Logró imponer ahí un distanciamiento intelectual y una fuerza moral cuya expresión más alta está en un paso de una carta a la madre, en la que dice: "Yo no hablo nunca del aspecto negativo de mi vida, ante todo porque no quiero ser compadecido. He sido un combatiente que no ha tenido suerte en la lucha inmediata y los combatientes no pueden ni deben ser compadecidos cuando han luchado sin ser obligados a ello si no porque así lo han querido conscientemente"(56). En esas palabras y en lo que deja entrever en algunas de las cartas a Tatiana escritas desde Turi en los peores momentos de la enfermedad, donde solicita ayuda (pero sólo y exclusivamente la ayuda que él quiere en ese momento y en la forma precisa que su voluntad le dicta), está la clave para entender el carácter de este Gramsci resistencial. Ya durante la conducción desde la cárcel de Milán a la cárcel de Roma para el proceso y desde Roma a Bari, una vez concluido éste, su salud ha empeorado. En junio de 1928 se le diagnosticó una uricemia crónica. Como consecuencia de ello, ha tenido periodontitis expulsiva. Simultáneamente ha pasado por varios momentos de agotamiento nervioso. En julio sufre un herpes que le produce una inflamación muy dolorosa y pasa varios días de dolores infernales, "retorciéndome como un gusano", dice (57). En diciembre de ese mismo año, ya en Turi, tuvo un ataque de ácido úrico que le dejó medio inválido durante tres meses. En noviembre de 1930, el insomnio prolongado se le hace insoportable, duerme una media de dos horas diarias y tiene problemas de concentración (58). Desde mediados de agosto de 1932 tiene serios problemas intestinales, no atribuibles sólo a la mala alimentación, siente que las fuerzas empiezan a abandonarle, vuelve a sufrir de insomnio y cree que su capacidad de resistencia está quebrándose, que está perdiendo el control de los impulsos y de los instintos elementales del temperamento (59). En septiembre entra en una fase de exaltación nerviosa. Describe entonces su situación como "un frenesí neurasténico, una obsesión continua y espasmódica que no me deja un momento de quietud" (60). En diciembre de 1932 vuelve a tener insomnio y pide consejo médico a Tatiana para tomar un somnífero. En marzo de 1933 tiene una crisis grave, desfallece, cae al suelo, no puede valerse por sus propios medios y, durante semanas, tiene que ser asistido en la celda por otros compañeros (61). Sólo entonces, después de cinco años de cárcel, ha tenido Gramsci un diagnóstico relativamente preciso de sus males, cuando el doctor Umberto Arcangeli le visita en Turi de Bari. Hasta entonces los médicos que le vieron actuaron de oficio, le recetaron lenitivos o placebos o, en algún caso, le trataron como a un enemigo político. El doctor Arcangeli le diagnostica lesiones tuberculosas en el lóbulo superior del pulmón derecho con emotisis, arterioesclerosis con hipertensión arterial e insomnio permanente, pero, sobre todo, sugiere que tiene el mal de Pott, es decir, una tuberculosis de la columna vertebral que afecta a las vértebras y que suele producir dolor espontáneo por irritación de las raíces de los nervios raquídeos y, cuando se tiene desde de la infancia, cifosis. Es posible que Gramsci haya tenido desde niño el mal descrito por el cirujano británico Percival Pott. Eso explicaría la deformación de su columna y, al no haber sido tratado el mal, la reiteración de los estados de irritabilidad desde su adolescencia (62). En tales condiciones, ante una enfermedad descubierta muy tardíamente y cuyo tratamiento requiere, para empezar, inmovilización y reposo, se comprende que el doctor Arcangeli concluyera que Gramsci no podría sobrevivir mucho tiempo en las condiciones carcelarias. A pesar de lo cual esta situación se prolongó todavía siete meses, hasta noviembre de 1933, fecha en la que, finalmente, fue trasladado a una clínica en Formia. Gramsci ya no mejorará más que esporádicamente en los años siguientes.
Notas
(26) Cartas a Yulca, cit., págs. 61-63.
(27) El mismo Gramsci había escrito a Palmiro Togliatti el 27 de enero de 1924: "No te oculto que en estos dos años que he permanecido fuera de Italia me he vuelto muy pesimista" (Lettere. 1908-1926, ed. Santucci, cit., pág. 215).
(28) Carta del 15 de marzo de 1924, en Cartas a Yulca, cit., pág. 65.
(29) Carta del 21 de julio de 1924, en Cartas a Yulca, cit., pág. 82.
(30) Desde el asesinato de Matteotti el 10 de junio de 1924, y durante algunos meses, Gramsci pensó, como muchos otros antifascistas, que el régimen establecido por Mussolini tocaba a su fin. Escribió a Julia: "El volcán ha entrado en erupción liberando una inmensa lengua de lava ardiente que ya ha invadido todo el país alejando todo y a todos del fascismo".
(31) "Me disgusta muchísimo no haber podido ir, pero mi presencia aquí era indispensable dada la situación. La compañera [Schucht] es una comunista y tiene que haber comprendido esto, estoy seguro". (Carta a Vincenzo Bianco, del 30 de junio de 1924, en Lettere. 1908-1926, cit., pág. 132.)
(32) Carta del 6 de octubre de 1924, en Cartas a Yulca, cit., pág. 93.
(33) Carta del 6 de octubre de 1924, en Cartas a Yulca, cit., pág. 92.
(34) Carta del 26 de noviembre de 1924, en Cartas a Yulca, cit., pág. 99.
(35) Carta del 10 de noviembre de 1924, en Cartas a Yulca, cit., págs. 95-96.
(36) Carta del 9 de junio de 1925, en Cartas a Yulca, cit., pág. 109.
(37) Carta del 1º de julio de 1925, en Cartas a Yulca, cit., págs. 108-109.
(38) Carta del 12 de julio de 1925, en Cartas a Yulca, cit., ???
(39) Carta del 15 de agosto de 1925; en Cartas a Yulca, cit., págs. 112-113.
(40) Carta del 15 de septiembre de 1926, en Cartas a Yulca, cit., pág. 116.
(41) Carta del 15 de enero de 1927, en Cartas a Yulca, cit., pág. 124.
(42) Carta del 7 de enero de 1927, en Lettere dal carcere, ed. Santucci, cit., pág. 34.
(43) Carta del 18 de abril de 1927, en Lettere dal carcere, ed. Santucci, cit., pág. 74.
(44) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 80 y 117-118.
(45) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 170 y 191.
(46) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 117-118.
(47) Detalles sobre esta elección en P. Spriano, Gramsci in carcere e il partito, L´Unità, Roma, 1988; en A. Natoli, Antigona e il priggioniero, Editori Riuniti, Roma, 1990; en la Introducción de V. Gerratana a P. Sraffa, Lettere a Tania per Gramsci, Editori Riuniti, Roma, 1991; y en A. Lepre, Il prigioniero. Vita di Antonio Gramsci, Laterza, Bari-Roma, 1998.
(48) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 80 y 83.
(49) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 113, 141, 198 y 199.
(50) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 42-43.
(51) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 68-69.
(52) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 163-164; Cartas a Yulca, cit., pág. 134.
(53) Lettere dal carcere, ed. Santucci, pág. 186; Cartas a Yulca, cit., pág. 135.
(54) Está reproducida en P. Spriano, Gramsci in carcere e il partito, cit., págs. 135-137. Empieza con un párrafo afectuoso y solidario, en el que Grieco pide a Gramsci noticias sobre su estado de salud; en los párrafos siguientes, y aun a sabiendas de que puede incurrir en una infracción de las normas carcelarias, Grieco da noticia de la luchas internas en el partido comunista ruso, de sus repercusiones en los partidos comunistas europeos y comenta la situación internacional; luego anuncia Gramsci que, con Togliatti, tiene el proyecto de publicar una selección de artículos suyos; y termina pidiéndole que le escriba al hotel Lux, en Moscú. El tono es amistoso y, en algún paso, jocoso.
(55) La documentación disponible (procedente de los archivos de la URSS) sobre las gestiones secretas con el Vaticano, entre septiembre de 1927 y enero de 1928, para un intercambio de prisioneros, está en L'ultima ricerca di Paolo Spriano, L'Unità, Roma, 1988, págs. 15-21.
(56) Lettere dal carcere, ed. Santucci, pág. 448.
(57) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 197 y 200.
(58) Lettere dal carcere, ed. Santucci, pág. 361.
(59) Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 605 y 609.
(60) Lettere dal carcere, ed. Santucci, pág. 625.
(61) En esos días el médico de la cárcel ha calificado su mal con las mismas palabras que muchos años antes había empleado el médico que le visitó en Turín: "anemia o debilidad cerebral".
(62) Gramsci se refiere a esto en una carta a Tatiana escrita el 23 de abril de 1923. Véasela en Lettere dal carcere, ed. Santucci, págs. 697-699.
(*) De Leyendo a Gramsci. Ed. El viejo topo (España). Barcelona, 2001.
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