Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
7 de abril del 2007 |
Medio siglo sin Malcolm Lowry
Mario Roberto Morales
Cuando leí Bajo el volcán, de Malcolm Lowry (1909-1957), yo formaba parte de una pandilla de bohemios que escribíamos novelas. El alcohol era entonces una gracejada. Luego fue una especie de deber ético-literario. Hasta que dejarlo se convirtió en la condición para seguir viviendo y escribiendo. En el ínterin, más de uno de nosotros pudo transcurrir algunos de los laberintos del cónsul, el personaje de Bajo el volcán, quien se dedica a beber por las calles de Cuernavaca y muere borracho en el fondo de un barranco. Su alter ego, Malcolm Lowry, nos recuerda con insistencia en la novela que: "No se puede vivir sin amar", como si la principal mutilación de la que el alcoholismo fuera el efecto y la causa, sea la incapacidad de dar y recibir amor. Ningún miembro de la pandilla de novelistas a la que yo pertenecía atacó nunca el problema del alcoholismo en libro alguno, a no ser como gracioso telón de fondo. Es obvio que no teníamos la pasta alcohólico-literaria de Lowry. Por suerte. Muchos años después de haber leído Bajo el volcán, estoy a punto de terminar mi libro de texto Las grandes literaturas del mundo, y decido incluir en él dos de los poemas de Lowry acerca de la condición alcohólica. Mientras escribo esto, caigo en la cuenta de que se están cumpliendo 50 años de su muerte y comprendo el motivo de mi decisión de componer esta pieza. He aquí el primero de los dos poemas aludidos:
Oración para los borrachos
Dios, da bebida a esos borrachos que se despiertan al amanecer No hay duda de que solamente otro borracho es capaz de orar por que a los borrachos les dé Dios de beber, pues ya se sabe que toda la "gente decente" los discrimina (con razón), los vilipendia (para diferenciarse por encima de ellos ante el ojo público) y los condena (farisaicamente). La oración de Lowry es una acto de suprema solidaridad fraternal con un tipo de marginados por los que nadie da un centavo, ya que su enfermedad pareciera borrar sus especificidades étnicas, culturales, sexuales y de clase, y sólo se hacen acreedores a la melodramática caridad y beneficencia de las parroquias, o bien alcanzan la sobriedad sometiéndose a la terapia que sólo pueden brindarle otros borrachos. Algo que Malcom Lowry jamás pudo lograr. De haberlo hecho, el mundo no tendría una literatura de primera calidad sobre el alcoholismo, la cual, lejos de escupirle al lector a la cara la consabida moralina antialcohólica de los bienpensantes, sabe hundirse con la dignidad de un virtuoso en su desgracia, como si se tratara de un impecable capitán vestido de blanco, abrazado al timón ya sin rumbo de su barco desahuciado. Fue obviamente esta irrestricta y disciplinada fidelidad a su propia marginación, así como a su irrenunciable impulso de lanzarse de cabeza desde lo alto del "terrible puente cortado del día" para vivir a plenitud su amarga muerte cotidiana, lo que hizo a Lowry escribir este otro poema, en el que enfrenta el efecto que le produce haber alcanzado su obsesivo objeto de deseo literario:
Tras la publicación de Bajo el volcán
El éxito es como un terrible desastre Es obvio que el alcoholismo le había revelado ya a Lowry la cara oscura de la vida a tal punto, que ya no le era posible (porque no la deseaba) la recuperación, y estaba lejos hasta de un milagro. Este discurso de antihéroe trágico, esta vocación de sufrir, esta aversión a la ansiada fama y esta fascinación por el fracaso y la muerte, fueron también la corona de espinas de Edgar Allan Poe, otro borracho genial como ha habido tantos. Hay algo en la luz que atrae a los insectos a la muerte. Y algo hay en la tiniebla que atrae a los borrachos al fracaso. Ausencia y plenitud del miedo. En el caso de Lowry y Poe, lo que se salvó del naufragio fue su literatura. ¿Qué más puede pedir un escritor que tiene la (des)gracia de ser un borracho? Sirvan estas líneas como un agradecido homenaje a Malcolm Lowry, supremo autor de su propia epopeya de la autodestrucción, y un hombre valiente que, como dijo él mismo en su epitafio, "vivió de noche y bebió de día". Y fue capaz de escribirlo todo más de una vez al emerger de sus incendios. Por eso, cuando hubo terminado de escribir, supo que de nuevo estaba listo para morirse, y decidió hacerlo una vez más. Heredia (Costa Rica), 5 de abril del 2007. |
||