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6 de septiembre del 2006 |
La Insignia. Ecuador, septiembre del 2006.
De La migración en Ecuador. Oportunidades y amenazas
«El dinero es algo muy singular. Le da al hombre tanta alegría como el amor
y tanta angustia como la muerte.» -John Kenneth Galbaith-
1. La mayor crisis de la historia
Ecuador concluyó el siglo XX con una crisis sin precedentes (2). Luego de un prolongado período de estancamiento desde 1982, al año 1999 se le recordará por registrar la mayor caída del PIB y como el año en el que se agudizó el deterioro institucional del país (3). El PIB declinó en 7,3% medido en sucres constantes y en dólares en 30,1%; de 19.710 millones pasó a 13.769 millones de dólares. El PIB por habitante se redujo en casi 32%, al desplomarse de 1.619 a 1.109 dólares. El país experimentó uno de los empobrecimientos más acelerados en la historia de América Latina: entre el año 1995 y el año 2000, el número de pobres creció de 3,9 a 9,1 millones, en términos porcentuales de 34% al 71%; la pobreza extrema dobló su número de 2,1 a 4,5 millones, el salto relativo fue del 12% a un 31%. En estas condiciones se registró un deterioro acelerado de los índices de bienestar. El ingreso por habitante del Ecuador alcanzó apenas un 43% del promedio latinoamericano. Lo anterior vino acompañado de una mayor concentración de la riqueza. Así, mientras en 1990 el 20% más pobre recibía el 4,6% de los ingresos, en el 2000 captaba menos de 2,5%; entre tanto el 20% más rico incrementaba su participación del 52% a más del 61%. Esta inequidad es, sin duda alguna, una de las principales explicaciones de la persistencia de la pobreza. Esto es sobre todo preocupante, pues en este país la capacidad productiva disponible podría satisfacer la demanda de bienes y servicios de toda la población, de existir una adecuada distribución del ingreso y de la riqueza (4). La consecuencia lógica de esta evolución económica fue el masivo desempleo y subempleo; la caída de los ingresos; la reducción de las inversiones sociales: salud, educación, desarrollo comunitario, vivienda; la creciente inseguridad ciudadana; el deterioro de la calidad de vida; y, la reducción vertiginosa de la confianza en el país... En tales circunstancias, al entrar el país en la mayor crisis de su historia e incluso como consecuencia de los mecanismos adoptados para enfrentarla, se inició un proceso sostenido de emigración, cuya magnitud y velocidad no tienen precedentes. En efecto, según varias estimaciones, desde el 2000, mucho más de un millón de ecuatorianos habrían salido del país; hay estimaciones que establecen que el número de ecuatorianos y ecuatorianas en el exterior puede bordear los 3 millones (5), pues es necesario recordar que el Ecuador experimenta desde hace medio siglo una salida continuada de habitantes de las provincias de Azuay y Cañar (6). Con el deterioro de la economía nacional, la emigración hacia los EEUU se mantuvo y se mantiene elevada. No obstante, hacia 1998 la orientación del flujo se trasladó desde el norte de América hacia el sur de Europa, particularmente hacia España, aunque también Italia y, en menor medida, otros países del viejo continente registran un creciente número de emigrantes ecuatorianos (7). En este contexto, el aporte de la dolarización, impuesta de manera improvisada en enero del 2000, no fue la panacea esperada. Por el contrario, la ansiada reducción de la inflación, que estaba lejos de una hiperinflación, se demoró casi 5 años hasta alcanzar niveles internacionales, con el consiguiente deterioro del costo de vida y de la competitividad del aparato productivo. Y en el 2005, la inflación volvió a repuntar de un 1,9% en diciembre del 2004 a más de un 5,3% en febrero del 2006, con una tendencia creciente… Las tasas de interés, que se esperaba bajen con la dolarización, se mantienen en niveles elevados; incluso alcanzan niveles superiores a los créditos en dólares de varias economías vecinas que no tienen dolarizada su economía. En estas condiciones, con una economía que no encuentra la senda de la reactivación, el desempleo continúa siendo un problema; incluso habría recobrado una tendencia creciente en los últimos años: del 2003 al 2005 la desocupación creció del 8% a cerca del 12%, para luego reducirse a un valor que bordea el 10%, pero con valores crecientes de subempleo (8). Esto explica, en parte, el mantenimiento e incluso la expansión de los flujos emigratorios desde que se introdujo la dolarización. La economía demuestra un estancamiento (9). En estos años dolarizados el crecimiento ha sido inestable y magro, salvo el 2004. En este año, el principal impulsor del 6,9% del crecimiento económico fue la actividad petrolera privada, que aumentó más del 30%. Los sectores de la industria, comercio y agro, que generan más de la mitad de los puestos de trabajo, se expandieron apenas en 1,9%. Al año siguiente la economía apenas creció en el orden del 3%. Esta es una situación preocupante si se tiene presente que el Ecuador goza de un entorno internacional irrepetible: elevados precios del petróleo, creciente remesas de los y las emigrantes, relativamente bajas tasas de interés en el mercado internacional, auge de los EEUU: el principal comprador de productos ecuatorianos en el exterior, la depreciación del dólar que ayudó a recuperar marginalmente los bajos niveles de competitividad, el ingreso de narcodólares… Otro factor que pesa sobre la economía es la deuda externa, cuyo monto total superó en 2005 los 17.000 millones de dólares (unos 10 mil millones de deuda externa pública). Aquí hay que destacar el crecimiento vertiginoso de la deuda externa privada desde que se dolarizó la economía, así a mediados del 2005 el endeudamiento privado superó los 8 mil millones de dólares. La deuda pública interna se acerca, mientras tanto, a los 4.000 millones de dólares. Se puede obtener una idea del manejo fiscal si se contempla la distribución del presupuesto: el grueso de los gastos se destinó a servicios, particularmente al servicio de la deuda pública, con un margen mínimo para inversión, tanto en el sector social como en el productivo. El país cuenta, como ya se dijo en párrafo precedente, especialmente con dos fuentes de financiamiento que animan su economía dolarizada y que le dotan de liquidez: el petróleo, este momento con precios altos; y las remesas de los emigrantes (alrededor de 1.700 millones en el 2005), que constituyen uno de los rubros más importantes de ingreso de divisas al país. Esta inyección de dinero en forma directa a la economía popular ha quitado paralelamente presión sobre el Estado en cuanto a la aplicación de programas sociales más intensivos y permanentes. En suma, uno de los efectos inmediatos de la emigración ha sido la recepción de crecientes sumas de dinero enviadas por las personas que han salido del país. Esto se explica por el conjunto de efectos derivados de la misma crisis, así como por otras muchas causas (10), algunas de las cuales podrían encontrarse en las estrategias de sobrevivencia y/o acumulación desplegadas por amplios segmentos de la población que encontraron en las mismas remesas una razón suficiente para emigrar. Estas remesas, como se verá a continuación, contribuyeron a reducir los efectos más agudos de la crisis, al tiempo que desencadenaron otros impactos que serán rápidamente descritos.
Notas
(1) Alberto Acosta es economista. Consultor del ILDIS-FES. Profesor universitario. Consultor internacional y del ILDIS-FES en Ecuador. Asesor de organizaciones sociales. Autor de varias publicaciones. Dirección electrónica: alacosta48 @ yahoo.com |
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