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28 de octubre del 2006 |
Mario Roberto Morales
Se dice que la humana pretensión de ser feliz pasa por el sueño de serlo en compañía, y que por sabido se calla que uno no puede estar completamente bien en soledad, pues el bienestar sólo se alcanza plenamente si el prójimo lo comparte. Este razonamiento dio origen al axioma según el cual la lucha por la propia felicidad pasa necesariamente por la lucha por la felicidad colectiva. Cierto o no, este fue el trasfondo moral que inspiró la lucha por el socialismo (al menos en las bases militantes ingenuas y poco versadas en las negras sutilezas de la práctica política profesional), y también el principio que en nuestras latitudes tórridas vinculó esta lucha con los Evangelios.
Por ello, el socialismo se planteó como el Reino de los Cielos en la Tierra y como la solución de todos los problemas humanos vía la solución de todos los problemas económicos. Pero en la práctica, el experimento socialista en general no solucionó ni el problema económico ni mucho menos el resto de problemas humanos. Aunque sí intentó hacerlo, y obtuvo logros trascendentales. Tropezó, claro, con el escollo de siempre: las pasiones, los egoísmos, las gulas, las envidias, en fin, los defectos de personalidad o síntomas neuróticos o pecados capitales, como quiera llamárseles, propios de los humanos. Y nunca articuló una estrategia para atacar esto. Nunca se escribió una "Dialéctica de los sentimientos", por ejemplo. El amor fue subordinado a su base fisiológica y la izquierda intelectual se preocupó más de lo que comía para hacer el amor, que de cómo lo hacía. Con todo, la pretensión de construir la felicidad colectiva con las propias fuerzas humanas por medio de un proyecto económico y político popular ha sido el sueño terrenal más audaz, la quijotada más hermosa emprendida nunca por la humanidad. Y, aunque este esfuerzo no tuvo el desenlace soñado puesto que no se instauró el socialismo (léase la felicidad) en el mundo, si hizo que en la actualidad la combinación de mecanismos económicos, políticos e ideológicos del socialismo (real y teórico) sean elemento básico del "tercer sistema" que seguramente se irá perfilando para el futuro, junto con los mecanismos capitalistas que han demostrado alguna efectividad no deshumanizante. Pero ¿cómo lograr que las implacables leyes del mercado no deshumanicen la producción, la circulación y el consumo de mercancías? ¿Cómo lograr que la humanidad no se cosifique en el trabajo enajenado? Aquí, las Tesis sobre Fehuerbach y en general los escritos del joven Marx, como los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844 pueden servir al pelo. Y cómo hubieran servido al socialismo real para que la Perestroika no se le desbordara. No se puede vivir sin ideologías, pues no se puede vivir sin religiosidades, preferencias estéticas, ideales políticos y sueños. Por ello, el anhelo del bienestar colectivo, de una humanidad humanizada, seguirá siendo un ideal que buscará encarnaciones políticas diversas, y como fuera del socialismo no hay otro planteamiento que tome en cuenta como sujetos de la acción política a "los condenados de la tierra", el socialismo -esta vez despojado de Stalins, Ceacescus y Pol Pots- seguirá siendo la utopía que inspire la lucha de la humanidad en su terco compromiso con la felicidad global. La globalización de la felicidad o de la lucha por alcanzarla pasa por el ideal socialista. La lucha ecológica es global y su solución tiene que ser global porque el esmog mata por igual a burgueses y a proletarios. Igual cosa ocurre con la lucha de las mujeres y con las luchas étnicas, que tienen un eje clasista. Los problemas de todos reclaman soluciones para todos. De modo que la globalización alcanzó ya también a la lucha política de las mayorías por su bienestar y su felicidad. Y es así que un nuevo socialismo -que tomará en cuenta los sentimientos- despunta ya, en quienes no se doblegan, en medio de la desesperanza. Por ello, como manda el I-Ching, actuemos con paciencia y perseverancia, en vista de que "nunca es más oscuro que cuando empieza a amanecer". Sirva esta exhortación sentimental para subirle el ánimo a la "izquierda arrepentida": esa que se expresa en estos términos: "Veinticinco años de militancia para nada; no me voy a jubilar nunca; se me estafó la vida; el Kremlin nos traicionó; soy un fracaso; le aposté al caballo perdedor..." La izquierda arrepentida es muy proclive a bailar al son que le tocan porque está "decepcionada" como novia burlada frente al altar, y es capaz de todo por despecho. De modo que, arrepentidos aparte, concentrémonos en los incontaminados por el pasado sectario y verticalista y por la doble moral de izquierdas y derechas, y ofrezcámosles el camino de la lucha por el bienestar y la felicidad personal pero como parte indisoluble del bienestar y la felicidad colectivos. Como parte de la globalización, ahora tan de moda... Guatemala, 14 de agosto de 1992. |
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