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16 de mayo del 2006 |
Sergio Ramírez
Una reina de carnaval se despojó sorpresivamente de su abrigo, y se quedó en bikini frente a los ojos, asombrados unos, y codiciosos otros, de los austeros jefes de estado y de gobierno que posaban para la foto de familia al final de la cumbre eurolatinoamericana en Viena. La hazaña de Evangelina Cardoso la conocemos todos. Gualeguaychú, la ciudad que ciñó en su cabeza la corona de reina de carnaval, no estaba hasta hace poco en los oídos de nadie, hasta que no empezó la guerra de la celulosa entre Argentina y Uruguay.
La reina de carnaval paseó frente a las miradas de los presidentes y primeros ministros un cartel denunciando la construcción de dos plantas de celulosa en Fray Bentos, en la banda uruguaya del río Uruguay. Gualeguaychú se halla al otro lado, y desde hace tiempos sus habitantes se han manifestado en contra de esas fábricas, bajo el alegato de que los deshechos envenenarán el río. El asunto está ahora en manos de la Corte Internacional de Justicia de la Haya, pero los presidentes de Argentina y Uruguay, Néstor Kirchner y Tabaré Vásquez, no se dieron siquiera la mano durante la cumbre. No es una disputa fronteriza más, ni simplemente un asunto de ribetes ecológicos, ni sólo un choque de intereses económicos. Las plantas iban a ser instaladas en Argentina, y los inversionistas europeos por fin se decidieron por Uruguay. La novedad está en que se trata de dos países con presidentes que se supone tienen una identidad ideológica, abierta al socialismo. Pero más allá de como piense o sienta cada presidente, pesan, sin embargo, las distancias que la realidad crea entre los grandes y los pequeños. En base a los índices comparados del producto interno bruto, Argentina ocupa el lugar 22 entre las economías del mundo, colocada arriba de Holanda, y Uruguay se halla en el puesto 74, aún debajo de Guatemala y República Dominicana. Y si vemos hacia el conflicto que enfrenta a Brasil con Bolivia a consecuencia de la nacionalización de los hidrocarburos, que ha afectado en primer lugar a Petrobrás, el gigante trasnacional brasileño, hallaremos que tratándose igualmente de gobiernos políticamente afines, también existen las mismas abismales diferencias, en cuanto a tamaño territorial, pero sobre todo en cuanto a poder económico. Brasil es nada menos que la novena economía del mundo, arriba de Canadá, México y España en la lista, y Bolivia ocupa el puesto 105, sentada en la gradería donde se hacinan los pobres del planeta. El presidente Lula, que conduce un elefante, ha declarado que es necesario no olvidar la pobreza de Bolivia, y que se trata de un asunto de soberanía, ante las voces que dentro del Brasil piden mano dura contra el vecino díscolo. Sabe que el presidente Evo Morales monta una hormiga y gobierna un hormiguero, pero más allá de su buen juicio sabe también que Petrobrás es un gigante de pies pesados como cualquier otro de su especie, no tan fácil de aplacar. Como tampoco será fácil de aplacar a los terratenientes brasileños que tienen propiedades en Bolivia, ahora que se anuncia una reforma agraria. Pero tal vez hay otro ejemplo de afinidades, esta vez populistas. El presidente Chávez se pasea por el escenario latinoamericano montado en un camello, con las alforjas de rey mago llenas de petrodólares, y de esta manera trata de ganar terreno en otros países ayudando a establecer gobiernos afines. Venezuela, que ha visto multiplicados sus ingresos a consecuencia de las alzas exorbitantes del precio internacional del petróleo, tiene el puesto 50 entre las economías del planeta, un sitio privilegiado, mientras que Nicaragua, por ejemplo, ni siquiera monta una hormiga, porque anda a pie. Su puesto es el 125, apenas encima de Haití, y muy lejos debajo de Bolivia, ya en las filas últimas de la gradería, donde se sienta entre los paupérrimos países africanos. El rey mago está dirigiendo los pasos de su camello hacia Nicaragua, no importa que no sea tiempo de Navidad, sino tiempo de elecciones. Cargamentos de urea para que los campesinos tengan fertilizantes a precios tres veces menos que los del mercado; y, sobre todo, un contrato para abastecer petróleo en condiciones muy concesionales, el 40 por ciento del precio por barril a pagarse en 25 años de plazo, con cero intereses. El presidente Chávez, montado en su camello, ofrece a Nicaragua 10 millones de barriles, que es el consumo nacional, con lo que se supone que la patria entera debería estarle agradecida. Sin embargo, sus regalos no son para Nicaragua, sino para el candidato que ha escogido como suyo en las próximas elecciones, el comandante Daniel Ortega, que va a competir por quinta vez para presidente. La urea llega a puerto consignada al partido de su candidato, y el contrato de suministro petrolero lo firmó el presidente Chávez en Caracas no con el gobierno de Nicaragua, sino con alcaldes del partido de su candidato, teniendo a su lado en la ceremonia al propio candidato. A la cabeza de un país muy rico, aunque la riqueza cada vez esta peor distribuida entre sus propios habitantes, el presidente Chávez cree saber lo que conviene a un país tan pobre como Nicaragua. Pero son los nicaragüenses quienes van a pagar el precio de su equivocación, si es que los petrodólares venezolanos logran alterar la balanza electoral. Es decir, si logran comprar los votos suficientes para que gane el candidato del presidente Chávez. Masatepe, mayo del 2006. |
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