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La insignia
22 de mayo del 2006


Bibliálogos: Entrevista con Juan Villoro

Para todos los que aman y quieren el fútbol


Ariel Ruiz Mondragón e Israel Covarrubias
La Insignia. México, mayo del 2006.


Uno de los espectáculos masivos más atractivos del mundo entero es un deporte: el balompié, más conocido como fútbol. Seguido por cientos de millones de aficionados que depositan sus ilusiones y esperanzas en los equipos que representan a su barrio, a su ciudad o a su país, el fútbol es desde hace mucho tiempo un fenómeno cultural y social excepcional, aún más en estos tiempos de globalización.

Este juego, que en su inmensa belleza ha conducido en ocasiones a verdaderas tragedias, ha motivado pasiones y sinrazones, pero también ha estado acompañado por reflexiones y razonamientos. Sin duda, esos claroscuros hacen aún más fascinante el ámbito futbolero.

Justamente en el terreno de la reflexión podemos situar el libro Dios es redondo (México, Planeta, 2006), la más reciente publicación del escritor mexicano Juan Villoro. En esa recopilación de textos el autor, un posmoderno Nicolás de Cusa -obispo que ya en el siglo XV, fascinado por el arte de chutar pelotas, "comparó las propiedades de Dios con la perfección geométrica de la esfera"- expone de diversas maneras -del ensayo a la crónica, pasando por la entrevista- la concepción que como escritor, pero sobre todo como aficionado, tiene del que Ángel Fernández denominó, con la claridad meridiana que lo caracteriza, "el juego del hombre".

Sobre ese volumen charlamos con Villoro, conversación en la tocamos varios temas: la relación política-fútbol, la lealtad al equipo, el papel del sufrimiento y el drama en el juego, las razones de la violencia entre aficionados, las consecuencias del predominio del mercado en el ámbito del fútbol, la intelectualización del fútbol, las consecuencias que para México tendría el ganar el Mundial y la influencia de Ángel Fernández en su obra.

Villoro es autor de una veintena de libros, en los que ha transitado desde el cuento a la novela, pasando por el ensayo y la crónica. Ha colaborado en una gran cantidad de publicaciones: Nexos, Letras libres, Cambio, Universidad de México, Proceso, Vuelta, Siempre! y Pauta, entre otras muchas. Además fue director de La Jornada Semanal entre 1995 y 1998. Ha obtenido, entre otros premios, el Xavier Villaurrutia en 1999, y el Jorge Herralde en 2004.


Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo?

Juan Villoro (JV): Por el contexto a la editorial le pareció positivo que fuera antes del Mundial, porque la gente ahora está interesada en temas de fútbol, y dentro de unas semanas solamente va a querer ver fútbol, aunque dentro de dos meses va a estar harta de fútbol. Entonces en estos plazos es mejor hacerlo antes, a hacerlo en el momento en el que la gente ya vaya a estar con futbolitis aguda.

Estos son textos que yo he estado escribiendo en los últimos diez años. La primera vez que escribí de fútbol fue en el Mundial de Italia 90, hace 16 años, pero la mayoría de los trabajos que reelaboré como libro para Dios es redondo vienen de los últimos diez años.

Israel Covarrubias (IC): ¿Cuál es su opinión sobre la relación entre fútbol y política?

JV: El fútbol es un espejo de la sociedad donde ocurre; entonces, dependiendo de las circunstancias, se ha prestado a todo tipo de manipulaciones políticas. Mussolini, por ejemplo, exigía triunfos de su selección del mismo modo en que lo han hecho otros dictadores. En Dios es redondo yo hablo del caso de Milosevic, que era muy aficionado al Estrella Roja de Yugoslavia, y que logró que un grupo de porristas se convirtieran en fanáticos nacionalistas que luego participaron en crímenes de genocidio. Entonces, en los peores momentos se transvasa el juego con intereses políticos.

También hay que recordar la guerra entre Honduras y El Salvador, que fue pretextada por un partido; obviamente la guerra no transcurrió para resolver el marcador, sino para dirimir por otros medios cosas que se estaban planteando en ese juego.

Entonces el fútbol es un espejo de la realidad y se presta a manipulaciones tanto de los medios como de la política. Si una selección es triunfadora, los políticos tratan de adornarse con ella. Salinas de Gortari tenía una estrategia muy eficaz para acercarse a la selección del 94, que dirigía Mejía Barón, y estuvo muy cerca de ella. Incluso en la intención de voto en las elecciones del 94 se veía una variable del siete por ciento a favor del PRI cada vez que ganaba la selección nacional; es decir, logró hacer una identidad entre el representativo futbolístico y el partido oficial.

AR: Usted menciona en el libro ese caso de Milosevic, pero yo rescataría algunos otros ejemplos: la dictadura argentina y el Mundial del 78, por ejemplo.

JV: La dictadura argentina fue muy importante; fíjate que es un tema clásico que han trabajado mucho varios discípulos de Noam Chomsky, quienes han estudiado cómo un gobierno, para hacer un control de daños respecto a su imagen, se sirve de un pretexto para encubrir un problema. Se ha analizado que en Argentina, durante el Mundial del 78, la prensa internacional dejó de hablar de los desaparecidos; o sea, el Mundial desapareció a los desaparecidos como problema. Entonces, naturalmente estas manipulaciones existen en el fútbol por la inmensa popularidad que tiene, y porque a nivel planetario tiene tal predominancia que la FIFA tiene más agremiados que la ONU. Entonces, el fútbol va muy vinculado con la política.

AR: También menciona el caso del Real Madrid y su relación con Franco.

JV: Claro, fue el equipo de Franco, quien impidió que Di Stéfano llegara al Barcelona.

AR: Hay otros ejemplos, como el Steaua de Bucarest con Ceausescu y varios más. Pero se relaciona al fútbol y a los equipos con sistemas autoritarios y dictatoriales. Pero ¿en algún momento el fútbol ha inspirado luchas democratizadoras, de liberación? En esa dirección recuerdo un artículo de su padre publicado en 1974, "El fútbol y la utopía".

JV: Desde luego. El fútbol es un espejo de la realidad, y está sujeto a las lacras de esa sociedad, pero también a las esperanzas que puede despertar una sociedad. La primera huelga contra un gobierno militar en Argentina la hicieron los futbolistas. Baste recordar aquí en México a la selección vasca, que se quedó aquí y que fue la base del fútbol mexicano moderno, y que fueron republicanos españoles que estaban de gira aquí y que no quisieron volver a la España franquista.

En muchas ocasiones los futbolistas han dado un mensaje de este tipo. El Internazionale de Milán ha tenido un largo cortejo con el Ejército Zapatista, incluso le ha prometido venir a jugar aquí con los zapatistas. Hay futbolistas que han sido muy concientes, como Cantona, por ejemplo, quien tiene una agenda política importante.

Ahora es muy interesante el caso de los futbolistas negros que están luchando de manera articulada contra la discriminación, porque el racismo es también una de las lacras que abunda en los estadios. Digamos que el fútbol tiene estas luces y estas sombras.

IC: Cuando presentó el libro a la prensa usted hablaba de que en términos de afición, el fútbol no permite a veces la transfiguración de la bandera o del equipo, sino que más bien es la lealtad la que define en realidad a las aficiones de los equipos. ¿Por qué se da así? ¿Por qué no pensar, por ejemplo, en el mecanismo de la salida: y cambiar de equipo, o de la voz, de una afición reclamando a su equipo los malos resultados?

JV: Yo hablaba de la lealtad que asocio con la infancia. Creo que en este mundo mudable uno puede cambiar legítimamente de todo: de vocación, de religión, de profesión, de pareja, de orientación sexual, de lo que uno quiera. Pero me parece, en términos románticos, un poco absurdo cambiar de equipo, porque al equipo es a lo que uno se aficionó en la infancia, y sería como cambiar de infancia, como decir "yo ya no quiero ser ese niño".

El componente del fútbol es siempre irracional, y tiene que ver con cuestiones que no podemos argumentar muy claramente. Entonces, si uno ha apoyado siempre un cierto gusto por unos colores, por un equipo, ¿por qué cambiar a la edad adulta?

Pero naturalmente yo entiendo y respeto mucho al que lo haga. Yo le voy al Necaxa, lo que es como vivir el Libro de Job, un camino del dolor para probar la fe. Pero entiendo perfectamente que otros no quieran pasar por este camino.

AR: Ese es un tema que me llamó mucho la atención, y que creo que atraviesa el libro entero: el sufrimiento, el drama, la tragedia. En ese sentido me gustaron mucho tres crónicas: la referente a la final Alemania-Holanda en 1974; la de cuando, a través del cobro de un penalti, en Nápoles Maradona echa fuera del Mundial a Italia, y la del portero brasileño Moacyr Barbosa y el estigma de la final de 1950, el célebre Maracanazo. ¿Qué papel juegan el sufrimiento, el drama, la tragedia en este juego?

JV: Juegan un papel muy importante; pero lo que a mí me parece significativo es que el fútbol ocurre en la cancha, pero también lo hace en la mente de los aficionados, y algunas caídas son interiores y son muy dolorosas. Ese es el caso, por ejemplo, de Moacyr Barbosa, quien es un hombre al que se ha responsabilizado de una tragedia; la gente lo detenía en la calle y le decía: "Mira, este es el hombre que vio llorar a un país."

El futbolista tiene que luchar contra sí mismo; por ejemplo, Riquelme, hace apenas unas semanas, falló un penalti decisivo en el último momento del partido, en una situación épica en que se podía convertir en héroe o villano, para que su equipo llegara a la prórroga y posiblemente a la final de la Champions.

¿Qué va a ser de Riquelme en el Mundial si tiene que cobrar un penalti? Es una situación interior muy compleja, es un drama literario muy profundo, porque él podría acobardarse y no tirarlo; pero si acepta tirarlo, que sería lo lógico, va a tener que luchar contra sí mismo y lograr la hazaña de superar no tanto ese tiro -que finalmente es un tiro sencillo para un profesional-, sino a sí mismo.

Estas son las pasiones internas que comporta el fútbol. Por eso yo digo en el libro que los goles tienen una vida privada, y trato de explorarla.

IC: Esta el otro tema que tiene que ver con esta pasionalidad, con esta irracionalidad que comentaba, y que circunda cada vez más al fútbol como espectáculo, como práctica, como cultura: el tema de la violencia en los estadios. En el caso mexicano es más o menos reciente.

JV: Sí, está surgiendo pero yo lo acotaría: comparado con lo que ha pasado en otros países, la verdad es que la afición mexicana es encomiable en términos generales. Hay que vigilar que no pasen cosas más graves, pero estamos muy lejos de vivir en México lo que se ha vivido en Colombia, en Inglaterra, en España.

IC: Usted sostiene la tesis contraria: que en realidad a veces este desbordamiento de las pasiones que termina en violencia tiene que ver con el problema de ganar o no ganar el partido.

JV: No, yo no creo eso, porque creo que el aficionado al fútbol es una persona que tiene una extraordinaria escuela de resignación. El fútbol es un deporte que acostumbra la resignación, y por eso un partido que puede ser muy bueno puede tener un marcador como 0-0. Bill Bufford, que estudió el caso de los hooligans, es norteamericano, y tiene la tesis de que el hooliganismo comenzó con un 0-0 porque hubo que desfogar el que no hubiera un ganador certificado. Creo que esta es una construcción muy norteamericana del juego, en el sentido de que el deporte debe de tener siempre un ganador certificado.

El aficionado al fútbol es bastante estoico: aguanta que su equipo pierda, o que quede en un 0-0. Creo que esto forma parte de ver fútbol, y pienso que es una de las cosas interesantes del juego: que disciplina las emociones a favor de la aceptación de la suerte, de la fortuna. Eso me parece importante.

Yo creo que la violencia más bien tiene que ver con otra cosa, y es con la pérdida de identidad de las aficiones respecto a los equipos. Cuando éstos venden jugadores de manera inmoderada, y los jugadores siguen la ruta del dinero; cuando vemos que los directivos especulan con las pasiones de la gente, los aficionados se sienten traicionados, y sienten que ellos le van al equipo de una manera más integrista de lo que reflejan los directivos y de lo que reflejan los jugadores. Ello sienten que tienen una superioridad moral y que pueden exigir el cumplimiento de algo; esto empieza a ser ya una distorsión. Cuando el aficionado ya no se siente plenamente en concordancia con el equipo y con la directiva. Este divorcio entre la pasión de la gente y la forma en que se lleva la pasión, es lo que ha estado produciendo el fenómeno de los ultras, las barras bravas, el hooliganismo, en el que un grupo de integristas le exige a los directivos lo que no le está dando, y cobra venganza por cuenta propia.

Creo que allí hay un problema de identidad que se tendría que resolver buscando nuevamente una integración de la gente, a la pasión regulada, que es la que debe privar en los estadios.

AR: Por allí, ¿qué efectos ha tenido el neoliberalismo -por decirlo así- en el fútbol? Usted trata en dos crónicas el asunto de los grandes fichajes, como el caso de la traición de Figo.

JV: También en la de la "liga de las estrellas" hablo mucho de eso.

AR: ¿Qué tanto ha cambiado el ámbito futbolístico con el brutal predominio del mercado?

JV: Es una situación muy grave, muy difícil de frenar porque se trata de un delirio compartido; la afición, de alguna manera, también ha respaldado esto. Cuando un equipo como el Real Madrid ficha un jugador en 70 millones de euros -que es una cifra enloquecida-, nosotros vemos que a la semana siguiente el equipo ha recuperado 10 millones de euros por venta de camisetas.

Entonces estamos evidentemente ante un delirio compartido: es una locura que se pague eso, pero también es una locura permitida porque la gente paga. Estamos en un mundo enloquecido de posesiones, de camisetas, de héroes que ganan más por publicidad que por jugar.

En el caso del fútbol mexicano está su terrible corrupción, que hace que el verdadero negocio no sea ganar, sino traspasar jugadores. Entonces aquí te conviene llegar a la liguilla y perder, porque entonces tienes pretexto para vender jugadores, y los directivos, los entrenadores, los agentes, reciben comisiones por los traspasos. En esta situación lo que se premia no es el triunfo, sino el fracaso relativo: llegar lejos, pero para poder vender y tener comisión.

Este es un mundo enloquecido, pero cada liga es un reflejo de la sociedad en que vivimos. Entonces la liga mexicana está atravesada por la corrupción, como todo el sistema político mexicano, mientras que las ligas de otros lugares están atravesadas por los usos del dinero, que es lo que predomina en la economía de mercado. Eso es un problema.

Ante todo esto, como dice Valdano, el fútbol tiene anticuerpos contra la modernidad y siempre se puede pensar en el gusto por el juego, en la recuperación de la infancia a través del juego, en el sentimiento lúdico de la fiesta, en lo que todavía hay de noble en este juego.

AR: En la entrevista que hizo a Jorge Valdano, usted le planteó una pregunta, la misma que me gustaría hacerle ahora a usted: ¿No estamos intelectualizando demasiado el juego?

JV: Desde luego que sí, por eso se lo pregunté a Valdano. A mí me gustaría pensar que Dios es redondo es un libro sobre la pasión, pero que no se la quita. Muchas veces me han preguntado: "¿Por qué no escribes de manera regular sobre fútbol?" Mi respuesta es: Porque no quiero dejar de ser aficionado. Me quiero acercar al fútbol un poco con la inocencia del que descubre algo a través de la escritura. Entonces yo cuento historias del fútbol, pero no trato de explicar todo el fenómeno; no es una sociología completa del fútbol, sino es un reflejo de la pasión que espero sea otra forma de la pasión. Espero que la gente se emocione al leer ciertas cosas, o le guste o se entristezca al leer la suerte de un futbolista de la misma manera en que yo lo hice al experimentar por primera vez estas noticias del fútbol.

Pero en efecto, una de las cosas que podrían ser aburridísimas es convertir el fútbol en un simposio solemne.

IC: Una última e hipotética pregunta de mi parte: con todo lo que ha dicho, ¿qué pasaría si México ganase el Mundial de fútbol? Algunos especulan que la mayor parte de los problemas societales podrían ser encarados de un modo distinto por este momento catártico.

JV: Habría mucho trabajo para los siquiatras porque todos nos volveríamos locos. Es un escenario de ciencia ficción absolutamente impensable; pero en efecto, estaríamos tan contentos que se nos olvidaría nuestra realidad, al menos a los que somos aficionados al fútbol.

AR: Yo quisiera terminar con dos preguntas. La primera es una que usted se plantea al principio del libro: ¿Hasta dónde se puede hablar de fútbol sin caer en la imbecilidad?

JV: El límite es incierto. Muchas veces, cuando oímos tertulias futbolísticas, la pasión de los que están hablando nos lleva a discutir tales minucias que dices: "Ya están realmente como los teólogos medievales, discutiendo cuántos ángeles se pueden posar en la cabeza de un alfiler." Son unas situaciones totalmente absurdas.

Esto pasa mucho en las tertulias futbolísticas, y es una de las grandes preguntas que uno se hace. Yo espero haberme detenido antes de la imbecilidad en este libro, pero es una posibilidad latente; hay que saber que el que habla de fútbol en ocasiones ya habló demasiado. Lo vemos nosotros con nuestros propios amigos cuando empezamos a discutir un tema, ya sea del pasado o de una posibilidad futura, y caemos en minucias aberrantes.

AR: Ahora sí concluyo: usted habló en el Estadio Azteca de un importante personaje, entrañable para muchos de nosotros, al que entrevistó para su libro Los once de la tribu: Ángel Fernández. Quisiera proponerle que nos hiciera un breve ejercicio como el que hace en este libro con Maradona: una nota necrológica imaginaria del gran locutor mexicano del fútbol.

JV: No, porque a Maradona le tengo mucho menos afecto que a Ángel. Yo espero que Ángel Fernández, que cumplió recientemente 80 años, nos acompañe por mucho tiempo. Lo que sí puedo decir es que a él le debo una doble vocación, que es muchísimo en la vida. Por un lado me reveló el papel singular del lenguaje que se convierte en un símbolo mágico que está alimentado de metáforas, de apodos, que puede crear leyendas.

Hasta antes de oír a Ángel Fernández, para mí el lenguaje era con lo que yo me defendía si me regañaban, con lo que me peleaba en el patio de la escuela, con lo que hacía las tareas; era una cosa de supervivencia, de primeros auxilios, una comunicación eficiente y nada más, en el mejor de los casos.

Ángel Fernández me reveló el gusto por crear un mundo paralelo a través de las palabras; y aparte, me reveló una segunda vocación, que es asociar las palabras con el fútbol. Creo que nada es tan interesante como el fútbol bien narrado. Esto lo pueden experimentar los propios protagonistas de la gesta: Jorge Valdano cuenta que cuando ganó el Mundial en México, estaba invadido por la emoción; quiso llorar y no pudo hacerlo. Pasaron muchos años, y un día estaba corriendo en un parque de Madrid haciendo ejercicio; para matar el aburrimiento de la carrera iba oyendo un cassette con una narración del partido que él ganó aquí en el Estadio Azteca contra Alemania en la final del Mundial del 86, y de pronto, al escuchar su gol maravillosamente bien narrado por un cronista, rompió a llorar.

O sea: la emoción que no le produjo el hecho mismo, se lo produjo la narración del hecho. Eso te da una idea de la fuerza de la palabra. Para mí el fútbol está asociado para siempre a lo que podemos decir, contar de él.

Que Ángel Fernández me haya dado las dos vocaciones, es el principal regalo que he recibido en la vida, de modo que es mucho lo que le debo y es mucho lo que me queda por pagarle.


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1. Jis
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