Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
4 de julio del 2006 |
Sergio Ramírez
La muerte sorpresiva del candidato presidencial Herty Lewites puede variar radicalmente el panorama electoral de Nicaragua de una u otra manera: el regreso a la polarización entre sandinismo duro y antisandinismo duro también, o el fortalecimiento de la alternativa de cambio que el sandinismo renovado de Lewites ofrecía, si su sucesor como candidato del Movimiento Renovador Sandinista (MRS) logra recoger su legado y su carisma. La opción propuesta por Lewites había logrado calar en el electorado más hondo de lo que parecía a simple vista, pese a su lugar destacado en las encuestas. Durante horas, la gente humilde de los barrios de Managua, vendedoras de los mercados, choferes de taxi y jóvenes que nunca antes han votado, han desfilado frente a su cadáver expuesto en una funeraria de Managua, en una demostración de que, aun muerto, logró romper con el monopolio de las masas populares que Daniel Ortega se ha adjudicado siempre. A pesar de provenir de las filas del sandinismo tradicional, militante del FSLN desde los tiempos de la lucha contra Somoza, Lewites logró dar credibilidad a su ruptura con Daniel Ortega y con su eterna candidatura presidencial, no sólo frente a los sandinistas ansiosos de no seguir perdiendo eternamente con el mismo candidato, sino frente a los nicaragüenses que, decepcionados de la vieja política, miran hacia un cambio real, porque tampoco quieren ya más de lo mismo, ni el caudillismo de Ortega, ni el caudillismo de Alemán, socios de toda una oscura empresa política que ha multiplicado la corrupción, empobrecido al país, y debilitado las instituciones. Lewites logró esta imagen de independencia plena frente al sandinismo populista de Ortega, gracias a su carisma frente a la gente y a su bien ganada fama de hombre de acción, capaz de ejecutar proyectos útiles y visibles, como lo demostró en su período como ministro de Turismo en los años ochenta, y como alcalde de Managua después. Se salió, además, del cansado discurso confrontativo con Estados Unidos, que es parte de la retórica de Ortega, y convenció a muchos sandinistas de que si a los ojos del gobierno norteamericano aparecía como una opción viable, sin sacrificar nada de su independencia, esto resultaba más bien una ventaja. Ganaba una legitimidad a la que Ortega nunca podría aspirar, y daba a los electores no sandinistas la confianza de que podría gobernar el país sin el riesgo de la confrontación. Al lado de la candidatura de Lewites, contraria a la de Ortega, surgió la de Eduardo Montealegre, un disidente liberal contrario al reinado deshonesto de Arnoldo Alemán. El electorado vio en ambos un signo de los nuevos tiempos, pues los dos dirigieron desde el principio su discurso contra el pacto entre Ortega y Alemán, contra la repartición de cargos y prebendas, y contra la corrupción. Y mientras Lewites lograba apelar a buena parte de los sandinistas, y captar buena parte del voto independiente, el candidato de Alemán, el vicepresidente José Rizo, no ha logrado liberarse de su protector, y permanece en el último lugar de las encuestas, sin muchas esperanzas de poder remontar; mientras Montealegre se ha apoderado del voto liberal, y dividió con Lewites el voto independiente. La polarización sobrevendrá si los sandinistas renovadores se ven en la disyuntiva fatal de votar por Ortega, que aparece con un 25% de intención de voto en las encuestas, y los independientes que estaban dispuesto a votar por Lewites se suman a la candidatura de Montealegre, un banquero que tiene en las encuestas otro 25%, pero que dista de tener un discurso atractivo para los votantes sandinistas más pobres, que no querían más a Ortega, y se sentían cómodos con Lewites. La operación de sustitución que toca ahora hacer a la dirigencia del MRS no es sencilla. Y todo apunta a que la única posibilidad es Edmundo Jarquín, quien acompañaba a Lewites en la fórmula como candidato a vicepresidente. Entre ambos hay notables diferencias, pero también muchos puntos en común. Jarquín, un brillante economista graduado en Chile, fue embajador del gobierno sandinista en España y México, y ocupó un asiento en la Asamblea Nacional tras la derrota del FSLN en las elecciones de 1990. Luego, circunstancias familiares lo obligaron a emigrar a Estados Unidos, donde tuvo por más de diez años el cargo de Director de Políticas Públicas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Muy de la confianza del presidente de la institución, Enrique Iglesias, al concluir éste su mandato, y ser nombrado secretario general de la Cumbre Iberoamericana, llevó a Jarquín a Madrid como su jefe de gabinete. Lewites tuvo la sabiduría de escogerlo como compañero de fórmula, consciente de que necesitaba a su lado a un hombre de habilidades ejecutivas, y capaz de manejar todo el complejo tejido de las políticas financiera y económicas que se mueven de cara a los organismos internacionales, donde Jarquín ha cultivado excelente relaciones, lo mismo que con gobiernos claves para la cooperación con Nicaragua, principalmente los de la Comunidad Europea, para no hablar de América Latina y Estados Unidos. Lewites y Jarquín se entendieron siempre bien por su falta de formalidad y de solemnidad, y por su sentido del humor, capaces los dos de reírse de ellos mismos, algo raro en la política nicaragüense llena de falsas solemnidades y de pesada retórica, y sobre todo de mentiras oficiales. Como candidato vicepresidencial, Jarquín estaba supuesto a apelar sobre todo a los sectores de la clase media, y ahora tendría que demostrar sus habilidades para entenderse con los sectores populares, donde hasta hoy es poco conocido, y demostrar que es capaz de encarnar los ideales de Lewites, del lado de la democracia, pero al mismo tiempo del lado de los más pobres. Jarquín sabe que su tarea será más que difícil, después de tantos años de ausencia de Nicaragua. Pero tiene a su favor su propia capacidad política, su credibilidad personal, jamás manchada por actos de corrupción, y sus conexiones internacionales, útiles a la hora de afirmar a un candidato emergente que debe, antes de nada, probar a sostenerse en el nivel de preferencia en las encuestas en que lo deja Lewites, otro 25% de los electores, para luego seguir avanzando y desempatar a favor de la opción del nuevo sandinismo. Como ha dicho la escritora Gioconda Belli, Lewites puede seguir ganando batallas después de muerto, igual que el Cid Campeador. Managua, julio del 2006. |
||