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La insignia
15 de enero del 2006


Detrás de la fábrica global


Rafael Poch de Feliu
La Vanguardia. China, enero del 2006.


Tercer exportador mundial, tras Estados Unidos y Alemania, gran consumidor de recursos agotables y meca de la deslocalización, China tiende a ser vista como amenaza y próxima superpotencia. Ocupando los segmentos bajos de la división internacional del trabajo, China y los chinos se han convertido en los chivos expiatorios de una "economía global" enferma. No fueron ellos quienes inventaron esa economía de codicia y despilfarro, ni tampoco quienes manejan sus riendas, pero se han adaptado y son su gran taller. ¿Qué hay detrás de la etiqueta de la "fábrica global"?

En primer lugar, centenares de millones de seres humanos. El mayor ejército laboral del mundo, surtido por una inagotable matriz rural. Una vida dura, de explotación, que no puede pintarse de un solo color sin reducirla a caricatura.


Guo Cuan, 33 años, casado y con un hijo de ocho, se vino hace tres años a Shantou con la familia. Shantou, en el sur de China, fue uno de esos puertos abiertos a cañonazos por el colonialismo en el XIX. Hoy es una ciudad próspera de la región de Cantón, donde se fabrica, entre otras muchas cosas, el 70% de los juguetes del mundo, y el 75% de los que llegan a España. La ciudad forma parte de la primera región fabril exportadora de China, el delta del Río de la Perla, que emplea a más de 20 millones de trabajadores emigrantes, de los cerca de 150 millones que hay en China, los más explotados.

La de Guo es una típica historia de emigrante. No le va ni mal ni bien, no tiene claros proyectos de futuro, dice que el trabajo aquí, haciendo ositos de peluche en una gran fábrica de 3000 empleados del mismo barrio, "es duro". Con su mujer, que trabaja en la misma empresa, se saca unos 10.000 yuan al año (1000 euros), pero 3000 debe dedicarlos a la escuela del hijo, que por ser emigrante paga más, y no menos, que un niño local de familia más rica. Guo y su familia viven en una chabola entre lo que queda de un pueblo tradicional, medio en ruinas pero que incluye algunos restos de casas rústicas con gracia. El polígono industrial se lo ha comido todo, y el poblado es como una isla del pasado en un universo extraño, dominado por amplias avenidas flanqueadas por campos de maíz, tierra revuelta, torres de alta tensión y fábricas de juguetes o de textiles, algunas grandes y modernas, otras simples talleres de lo más primitivo en los que jóvenes sonrientes trabajan de noche a la luz de los fluorescentes. La habitación de los Guo se compone de un catre sostenido por dos caballetes de madera, con las paredes forradas de banderas americanas, sobrantes de un tapizado de la fábrica de peluches, que han sido hábilmente birladas y desviadas hacia el "consumo privado". Guo no está contento con el trabajo, quizá porque se le ha pasado la edad y en la línea de montaje se ve rodeado de adolescentes que trabajan más rápido, y que, por tanto, ganan más, que él, pues aquí se paga a tanto la pieza. Su plan es desandar el camino andado y regresar al pueblo.

Meses "buenos" y "malos"

La "fábrica global" china incluye tres tipos de empresas; las estatales y colectivas, que conservan algún beneficio de seguridad social de la época maoísta, cuando eran mimadas por el régimen, las empresas privadas chinas, y las empresas privadas extranjeras. Estas dos últimas categorías son las peores y son las que se surten mayoritariamente de mano de obra emigrante.

Las empresas extranjeras se dividen a su vez en dos tipos; las occidentales, en las que el personal occidental controla la gestión, como "Siemens" o "Volskwagen", y las asiáticas, de Taiwán, Corea del Sur y Hong Kong, que, junto con las privadas chinas, presentan las peores condiciones laborales.

El motivo es que la industrialización de Taiwan y Corea del Sur se hizo en regímenes de dictadura militar. Con la democratización, aparecieron los sindicatos, aumentaron los costes, y miles de empresas coreanas y taiwanesas se mudaron a China, manteniendo una impronta militarista en sus relaciones laborales. En la región de Cantón, dominada por la pequeña industria manufacturera china o extranjera-asiática (textil, zapatos, juguetes, plástico, electrónica) dominan estas empresas, por lo que es aquí donde se registran algunas de las situaciones más crudas. Sus protagonistas son jóvenes venidos del pueblo sin la familia, que duermen en los dormitorios de las empresas y comen en ellas, trabajan largas jornadas y envían al pueblo el grueso del salario.

En Shantou, la industria del juguete paga salarios de 480 yuan (48 euros) mensuales, a razón de 16 yuan (1,6 euros) la jornada de 8 horas. El trabajo de esta industria es cíclico, recibe el grueso de los pedidos en la segunda mitad del año, con la navidad como gran hito, lo que determina que de julio a noviembre se recurra de forma generalizada a las horas extras. Esos meses, los empleados trabajan no 8 o 10 horas, sino 14 horas, y, gracias a las horas extras, que en Shantou se pagan, más o menos, al doble que las ordinarias, se alcanzan salarios de 1000 yuanes e incluso un poco más.

Detalle significativo: los obreros llaman "meses buenos" a los que tienen jornada de 14 horas, y "malos" a los otros. El promedio entre meses "buenos" (y agotadores) y "malos" (y con menos horas trabajadas), arroja un salario medio de entre 600 y 700 yuan, de 60 a 70 euros al mes, que es el sueldo habitual en la manufactura china. A esos salarios hay que aplicarles frecuentemente algunos descuentos; 150 yuanes por la comida al mes y 20 o 30 de agua y luz.

Otro problema característico es el de los impagos salariales, un tipo de estafa particularmente frecuente en el sector de la construcción, también dominado por emigrantes. A principios del año pasado, un grupo de cinco trabajadores de la construcción de Shenyang, una ciudad del norte, se encaramó al edificio de 15 plantas que habían construido y amenazó con arrojarse al vacío si no se les pagaba los salarios atrasados debidos. Es una situación muy generalizada. La estimación oficial es que las empresas deben a los emigrantes un total de 100.000 millones de yuanes (10.000 millones de euros), una cantidad enorme que equivale a una deuda de 66 euros (un sueldo medio de la industria manufacturera) por cada uno de los 150 millones de trabajadores emigrantes, según un informe publicado en junio por el "Diario de la juventud" de Pekín. Como, en general, el intento de cobrar ese dinero por procedimientos legales supone un desembolso equivalente al triple de esa deuda, "los trabajadores prefieren no acudir a la ley, y recurren a la violencia u otras soluciones extremas como el suicidio", explica el diario. (China Youth Daily, 9 de junio 2005).

"Es divertido"

Describir de un solo brochazo la condición obrera china, centrándose únicamente en la flagrante explotación, contiene el riesgo de ignorar aspectos esenciales de contexto de la vida aquí. Incluso sufriendo situaciones que serían intolerables para la mayoría de trabajadores no emigrantes en Occidente, la mayoría de estos obreros nunca vivieron mejor. "Mejor" es un criterio difuso, pero la pobreza endémica de una mayoría de chinos antes de la época comunista, durante un siglo de guerras y caos, con terribles hambrunas y violencias, cuyos análogos se borraron hace tiempo de la memoria de los europeos, son, por el contrario, asuntos muy concretos. Igual que los colapsos provocados por las catástrofes maoístas del Gran Salto Adelante, con millones de muertos por hambre, o de la Revolución Cultural, hace solo treinta años...

Entre los trabajadores se recogen todo tipo de experiencias. Un reportero chino explica el diálogo que mantuvo en una localidad de Guizhou, una de las provincias más pobres del país, con un abuelo que paseaba con su nieto de corta edad por un parque:

"Su madre se fue cuando el niño tenía tres días, porque tenía que volver al trabajo, pero es bueno y casi no llora", le comentó el abuelo, señalando al niño. "¿Tres días?, ¿no le dieron ni siquiera un mes de descanso?". "Claro que no", responde el abuelo. Aparentemente banal, el dialogo evoca el carácter decorativo de la ley laboral, cuyo artículo 67 estipula un descanso de 90 días con paga para las mujeres que den a luz.

En China hay un enorme volumen de leyes y normas destinados a proteger a los trabajadores, pero las autoridades locales están enfrascadas en una competición por obtener inversiones extranjeras, y, a veces, también inmersas en corrupciones, por lo que están mucho más interesadas en proteger los intereses del capital que en la aplicación de la ley.

"Los trabajadores no saben que la empresa ha violado la ley, y ni se les pasa por la cabeza protestar por ello", dice el reportero, que pregunta a un grupo de jóvenes de la misma provincia sobre sus experiencias laborales en la región de Cantón, en la que se encuentra Shantou.

"Algunos de jefes son verdadera mala gente, solo se preocupan por el dinero y no nos respetan como seres humanos", dice uno. Preguntados si firman contratos laborales con sus patrones, la respuesta es automática, "de ningún modo, si lo hiciera no podría irme de la empresa". Para ellos el contrato es un arma del patrón y cuando se les explica que no puede ser usado para mantenerles atados a un trabajo, sino más bien para impedir que sean despedidos sin motivo, el emigrante Xiao Hu, no está de acuerdo; "el contrato del que usted me habla es completamente irreal, los de verdad nos obligan a pagar en caso de que dejemos el trabajo, he visto a mucha gente pagar mucho dinero por irse de una empresa".

Las encuestas sugieren que 8 de cada 10 emigrantes no saben lo que es un contrato de trabajo y los pocos que lo saben lo consideran completamente inútil.

Una chica de poco más de 16 años de la misma provincia de Guizhou, a la que encuentro con sus amigas sentadas en un trozo de hierba en una esquina del polígono industrial en el que está su fábrica ("es nuestro día libre", dice), califica de "divertida" la experiencia de trabajar en Shantou, pese a que trabaja de 10 a 14 horas según los meses, no ha ido a casa a ver a su familia en dos años, y se dispone a hacerlo, por primera vez, en febrero, con motivo del año nuevo chino. "No es un trabajo duro", dicen. "Aquí ganas tu propio dinero", responden cuando se les pregunta por las ventajas. Las otras chicas asienten, sonrientes. Una de ellas está con un chico, aparentemente un novio que se ha echado entre los compañeros de trabajo.

Conviviendo con jóvenes de su edad, con quienes comparten dormitorios separados por sexos, comedores, y las pocas horas de ocio, la vida en estas fábricas tiene cierto atractivo para ellos. Autonomía económica, acceder al primer teléfono móvil, a ropa moderna, amistades y libertad, pueden hacer atractiva esta vida de largas jornadas laborales, por lo menos para unos años de juventud. Para comprenderlo del todo es necesario ir a las aldeas y ciudades de Guizhou, observar el "normal" trabajo infantil que muchos de estos adolescentes han realizado en una vida sin apenas infancia, sus estrictas obligaciones económicas y culturales en una sociedad rural patriarcal, etc, etc.

No hay fábrica sin campo

Chicas como las alegres y optimistas obreras de Guizhou rodean al señor Guo Cuan en la cadena de montaje de su fábrica de peluches. Trabajan más rápido que él y ganan más dinero, lo que para un padre de familia trentañero debe ser algo desmoralizante. En su provincia de Henan a la que se dispone a regresar, Guo Cuan tiene 10 "mu" de tierra (15 "mu" son una hectárea ) y una casa. La tierra la arrendó a unos vecinos, porque no le quedan familiares en el pueblo -su único hermano emigró a Yunnan, en el sur- y en tres años no han vuelto al pueblo ni una sola vez para ahorrarse los 1000 yuan (100 euros, décima parte de su ingreso anual) que le costaría el viaje. Por eso, no sabe en qué estado se encontrará la casa. En cualquier caso, la decisión de regresar al pueblo está tomada: volverá a cultivar maíz y cacahuetes, como antes.

Las claves de China están en el campo. El campesino lo condiciona todo, y todo empieza con él. Era así en 1949, cuando se fundó la República Popular, y lo sigue siendo hoy. Hace medio siglo, la revolución china distribuyó tierras entre quienes tenían poca para subsistir o carecían por completo de ella, la gran diferencia con países como India o Brasil. En China central y del sur en esas dos categorías entraba el 60% de los campesinos, por lo que la distribución significó un progreso extraordinario. Luego, en los cincuenta y sesenta, el nuevo régimen instauró un estatuto de servidumbre hacia el estado. Manteniendo bajos los precios agrícolas y encadenando a los campesinos a la tierra, en unidades estatalizadas que no podían abandonar y que les robaban toda autonomía, el estado practicó la acumulación originaria de capital, extrayendo del campo los excedentes que hicieron posible la industrialización y el mantenimiento privilegiado de la minoría urbana empleada en la fábrica de la primera modernización industrial socialista. El progreso se reflejó en el nivel y capacidad general de organización, en la existencia de instituciones sólidas, en la capacidad de recaudar impuestos y dirigir el vigor nacional, en la independencia del país y en la paz y el orden -desconocidos desde hacia más de un siglo-, en la contención del hambre y la erradicación de enfermedades estigmáticas de la miseria, en emancipación femenina y en un espectacular aumento de la esperanza media de vida, pero, como en la URSS, la ausencia de autonomía y libertad convirtió a los campesinos en esclavos del estado en una medida sin precedentes en la historia china, porque, por vez primera, el estado absolutista llegó hasta la última aldea del país, para bien y para mal. (Spence, 1991 / Wang Hui, 2003). Cuando, tras la muerte del Caudillo (1976), el absolutismo se relajó, los campesinos comenzaron a reconquistar espontáneamente la autonomía productiva familiar mediante acuerdos (baochan daohu) con los jefes del sistema estatal. Unos nuevos dirigentes más pragmáticos (Deng Xiaoping) se dieron cuenta de los aumentos de productividad que lograba esa descolectivización familiar espontánea y decidieron sancionarla, bendiciendo oficialmente, en 1979, el "reparto" de las comunas populares (Xiao Zhou, 1996). Se produjo entonces una "primavera rural" con prosperidad comercial e individualismo, pero también con desmoronamiento de las precarias infraestructuras públicas rurales del colectivismo maoísta; escuelas, redes asistenciales.

Un gran beneficio de la nueva época iniciada en 1979 fue la mayor libertad de moverse, sin la cual no habría sido posible la "fábrica global". Hoy la población rural alimenta de mano de obra a la manufactura y nutre las ciudades a un ritmo sin precedentes históricos. En los últimos diez años, aproximadamente tres veces la población de España ha dejado de ser rural para convertirse en urbana en China, pero los chinos rurales siguen siendo mayoría (60% de la población) y su peso, modo de vida y actitudes siguen y seguirán siendo determinantes. Por eso, el desarrollo del país no puede entenderse sin relacionar la fábrica con el campo que la surte.

Las riendas del mecanismo

El gobierno central chino tiene algunas riendas administrativas y económicas para intervenir, tanto en el flujo laboral entre campo y ciudad, como en el funcionamiento de la "fábrica global", pero su control de las relaciones laborales es limitado y complicado. Uno de esos mecanismos es el "hukou", el registro de población y permiso de residencia, que permite cierta regulación del flujo migratorio. Otro es la política fiscal o de precios agrícolas, capaces de retener en el pueblo a muchos que comparten el punto de vista y la experiencia de un trabajador de Jianxi; mediana edad, doce años de trabajo en la industria textil de Fujian a razón de 13 horas diarias, siete días por semana, en su biografía, y cobrando entre 1200 y 1400 yuanes (120/140 euros). Dice: "nuestro ideal no es dejar el pueblo". "En la fábrica trabajas hasta que te caes de agotamiento, en la ciudad todo el mundo te mira con desprecio y solo salir a pasear por la noche ya supone gastarte 20 yuan. En el pueblo, por las noches no hay nada que hacer, aparte de charlar, leer o cocinar, el campo lo tiene todo; agua, montañas, la familia a tu alrededor... el problema es que no hay dinero". (En Far Eastern Economic Review, 10/2005).

Desde finales del 2002, el gobierno central chino comenzó a reconocer la necesidad de defender los derechos de los emigrantes. El motivo de ese cambio es combatir la creciente desigualdad entre ciudad y campo, e impulsar indirectamente el consumo interno. Los ingresos que los emigrantes envían a sus aldeas proporcionan el 80% del aumento de las rentas agrarias, que son 3,5 veces inferiores a las urbanas, así que paliar ese desequilibrio es importante si se quiere desarrollar el consumo interno de tal forma que el crecimiento no dependa tanto de la actividad exportadora. Actualmente esa dependencia es muy peligrosa para China porque la deja particularmente expuesta a cualquier vendaval económico internacional. En 27 años, el peso del comercio exterior en el PIB ha pasado del 5% en 1978, al 37% actual, mientras que el del consumo interno en el crecimiento viene disminuyendo; 67,5% en 1981, 60% en el 2003, 53,6% en el 2004... Con miras a corregir esos desequilibrios se han abolido los impuestos que gravaban a los campesinos, se han reducido los precios de la electricidad en el campo y se anuncia un esfuerzo asistencial en materia de educación y sanidad, que incluye la abolición general de tasas escolares en las zonas rurales pobres, donde hay que pagar por todo.

Los trabajadores también tienen ciertos recursos. En primer lugar la protesta. En octubre del 2004 los obreros de la empresa electrónica de capital hongkonés, "Hai Yan Electronic" de Shenzhen fueron a la huelga. Cobraban 240 yuan al mes (24 euros) trabajando 12 horas diarias, que se convertían en 15 en los periodos de máxima presión para servir pedidos. Los trabajadores debían pagar su albergue -en la fábrica- y la comida. Las horas extras se pagaban a 2 yuan, 0,2 euros. El salario mínimo en Shenzhen está establecido en 610 yuan, pero el escándalo de su situación no impidió que las autoridades denunciaran la huelga como un "ilegal atentado al orden público" y enviaran a la policía. El apoyo de un diario local, el "Shenzhen Wanbao", que se atrevió a explicar que los obreros tenían razón cuando cortaban el tráfico de la autopista que une Shenzhen con Hong Kong, logró legitimar la huelga, que concluyó con aumentos salariales, horarios más benignos y horas extras a 5,4 yuan. En los últimos años, las protestas, rurales y obreras, se han disparado, con 74.000 casos en el 2004 frente a algo más de 50.000 en el 2003. A diferencia de la de Shenzhen, la mayoría de las huelgas no tienen "final feliz", pero el mero hecho de la existencia de crecientes presiones desde abajo, obliga a las autoridades a espabilarse y tomar medidas.

Movilidad, la defensa obrera

El gran recurso de los trabajadores emigrantes contra la explotación es la movilidad, cambiar de puesto de trabajo hasta encontrar el más aceptable. Xiao Hu dice haber trabajado "seis meses" en la fábrica textil de bordados de Cantón en la que más duró y "medio día" en la que menos. La respuesta de las empresas es el llamado "dinero de depósito": al ingresar en una fábrica, el obrero paga una cantidad como garantía de que no se va a ir, es decir pagar por trabajar. Según Anita Chan, una especialista en relaciones laborales en Asia de la Universidad Nacional de Australia, ese método era muy frecuente en los noventa, pero en los últimos años, explica, "la forma ha cambiado". Lo que se hace ahora es pagar los salarios con algún retraso. "En caso de abandono de la empresa, el obrero pierde el dinero que le adeudan", explica. Estas estafas son muy corrientes en las empresas de la región de Cantón, pero lo más interesante ha sido que la combinación de sobreexplotación en las ciudades fabriles y de ligera mejora -o perspectiva de mejoras- en las aldeas de origen, está llevando a muchos emigrantes a quedarse en casa, provocando algo sin precedentes desde que existe la "fábrica global" china: escasez de mano de obra.

La escasez de trabajadores es "generalizada" en el sector del juguete, dice Xie Chiubin, 26 años, capataz de la empresa de juguetes "Jin Hua Toys" de Shantou. "Ahora los trabajadores tienen más empresas donde escoger y no duran", explica. "Antes, por lo menos se quedaban entre uno y tres años en la empresa, ahora no llegan al año, se van a los pocos meses". La única manera de contrarrestar la situación es, "alargar las jornadas laborales, subir los jornales, ofrecerles comida gratuita en las cantinas, o no cobrar por la electricidad en los dormitorios", dice. Sumándose a una practica cada vez mas habitual, la empresa de Xie tuvo que hacer una campaña de reclutamiento el pasado verano en los pueblos de Sichuan y de la isla de Hainan. "Cuando tuvimos suficientes voluntarios, enviamos autobuses a por ellos, así fue como en septiembre trajimos a 80 jóvenes trabajadores", explica. A la pregunta de cuantos de esos 80 siguen trabajando, replica que, "el 90% ya se han ido de la empresa". Ese tipo de situaciones es la que ha llevado a subir el precio pagado al trabajador por pieza en la empresa de Xie, o a instalar aire acondicionado en los dormitorios de los obreros de la vecina fábrica "Hui Huai Quan", explica Zheng Weibin, 21 años, capataz de esa empresa de 700 empleados y especializada en coches de plástico dirigibles electrónicamente.

"El problema no es que falten obreros, sino que, si no te pones al día la gente se te va", dice Zheng, cuya empresa paga salarios con medio mes de retraso, de forma que el trabajador pierde medio salario si se va. No es casualidad que el principal problema de falta de mano de obra, que apareció a principios del 2004, se registre en la región fabril de Cantón, la más explotadora. El fenómeno, se lee en un informe del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, afecta particularmente, "a las empresas que pagan salarios bajos, imponen fuertes ritmos laborales y ofrecen malas condiciones de trabajo" (En Caijing, 27/12/2004). Desde entonces, algunas empresas de Cantón que pagaban salarios de 450 yuan al mes se anuncian en provincias pobres como Guizhou, ofreciendo sueldos de entre 600 y 1000 yuan, así como primas de 50 a 100 yuan a aquellos trabajadores que traigan a otros emigrantes a la empresa.

Otro factor de gran importancia para las relaciones laborales en la "fábrica global" es el demográfico. El rápido envejecimiento de la población china y en particular la disminución del grupo de edad de los quinceañeros en los próximos 15 años, ya está disminuyendo el gigantesco flujo de mano de obra no cualificada. "Si el crecimiento económico se mantiene estable, eso ofrecerá una mayor capacidad de negociación a los que ingresen en el mercado de trabajo en el futuro", pronostica Dali Yang, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Chicago (En Far Eastern Economic Review, 2/2005). Nada de todo eso compensa la clamorosa ausencia de organizaciones profesionales y de sindicatos eficaces en China, pero, en lo referido a negociación de las condiciones de trabajo, ilustra una situación mucho más compleja y matizada de lo que parece a primera vista.

Xie, desertor de la cadena de montaje

Xie Linyi, 21 años, chaqueta de cuero negra y expresión ingenua, regenta un pequeño restaurante con tres mesas y una quincena de taburetes de plástico, en una esquina de la zona fabril de Shantou. Pese a su juventud, ya ha trabajado cuatro años como obrero en la industria, dos en Shenzhen y otros dos aquí, hasta que decidió dar el salto y montárselo por su cuenta ingresando en el "sector servicios". La cocina está a cargo de su mujer y ofrece platos de fideos con verdura por 3 yuan. Sus clientes son los propios jóvenes obreros de las fábricas de alrededor. El restaurante es una estructura de uralita, lona y bambú, abierta al viento, con una especie de trastienda con paredes en la que vive la pareja, y por donde las ratas circulan con completa libertad. Todo lo construyó con sus propias manos. Su proyecto es ahorrar el suficiente dinero para regresar a su pueblo, en Chongqing, comprarse un minibús y dedicarse al transporte de viajeros. Dice que, junto con su mujer, en el restaurante se saca "varios miles" de yuan al mes, pero paga 400 (40 euros) por el diminuto solar que ocupa. La esquina en la que se encuentra el restaurante es mercado y centro de actividad social de la zona, con otros cuatro locales como el suyo y algunos puestos de venta de fruta, por los que deambulan los emigrantes de las fábricas cuando no trabajan. Enfrente, hay un supermercado y unos billares cuyos dueños sacan el televisor a la calle. Como la agradable temperatura invernal de 18 grados lo permite, la acera está llena de jóvenes obreros y obreras que se han traído el taburete para ver el culebrón al termino de la jornada. La puerta de la fábrica queda allí mismo, un patio, con una verja metálica abierta, y un guardia de seguridad, sonriente y nada fiero, que responde diligentemente a la petición del periodista extranjero solicitando ver "al jefe" para visitar la fábrica por dentro, sin cita previa ni formalismo alguno. "No hay problema", dice el jefe, y poco después recorremos las líneas de montaje, la cantina, todo ello en el mismo edificio, nuevo de seis plantas, color blanco que tiene enfrente otro idéntico en el que duermen los trabajadores. El ambiente es una mezcla de fábrica y residencia juvenil, porque la mayoría ronda los 18 o 20 años de edad, y los que no trabajan van en zapatillas de dormir o llevando cacharros de cocina o ropa de un lado a otro. Hace veinte años, cuando esta industria comenzó, las condiciones eran mucho peores. "Las cosas van mejorando", es una frase de Xie, que se escucha con cierta frecuencia entre los obreros del barrio.

¿Quién es el "negrero"?

Es verdad que entre los empresarios chinos hay muchos "negreros", pero, si se observa la debilidad de la posición de China en la economía globalizada y su escaso control de los procesos económicos y comerciales en los que está inserta, se encuentran algunos eximentes. En última instancia, las principales riendas de la explotación laboral no están en manos de empresarios chinos. Tomemos por ejemplo el teléfono móvil de juguete 8088, una carcasa de plástico reciclado de color rosa, con una pequeña pila, cuatro cables y un circuito impreso, de la que se fabrican centenares de miles de unidades a la semana para su exportación a Oriente Medio, Europa y Estados Unidos, en "Jin Hua Toys" de Shantou. Por cada móvil acabado, se paga al trabajador 1,2 décimos de Yuan (igual a 0,01 euro, casi 2 pesetas). El fabricante vende el producto a diez veces ese coste, a 1,2 Yuan (0,12 euros). El cliente de Valencia, de Beirut o de San Diego, lo compra por 2 yuanes, con la diferencia a cuenta del exportador y el transporte, y lo vende al mayorista cuatro veces más caro, a 8 yuanes, es decir un dólar, o un poco menos de un euro. El capataz Xie explica que les queda muy poco margen para pagar más y ofrecer unas condiciones de trabajo mejores que aumenten la fidelidad de los empleados. No es un problema de competitividad entre empresas chinas, pues todas trabajan en condiciones parecidas. "Los que aprietan son los clientes extranjeros", dice. Es, sin duda, una declaración tranquilizante para el empresario chino, pero también acusadora e inquietante para destinatarios, intermediarios y consumidores de los productos de la lejana fábrica global de Oriente.



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