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La insignia
18 de enero del 2006


Reflexiones peruanas

Elecciones y etnicidad en el Perú de comienzos de siglo


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Chile, enero del 2005.


Es sumamente injusto juzgar la honradez o la capacidad de una persona según el color de su piel. Lamentablemente, eso sucede todos los días en el Perú entre el cajero del banco y el cliente, entre alumnos y profesores, entre taxistas y pasajeros. Aunque es posible que un trato más cercano diluya los prejuicios raciales, difícilmente existirán peruanos que no los tengan.

Es lógico, entonces, que dichos estereotipos sean un factor a tomarse en cuenta en los procesos electorales, pero sorprendentemente, suelen ser ignorados inclusive por los asesores de los candidatos. Debido a que el racismo sigue siendo un tabú en los análisis económicos o políticos, las encuestadoras apenas llegan a considerar el aspecto geográfico, que muestra por ejemplo la marcada preferencia hacia Ollanta Humala en la sierra sur, ni el económico, que señala el predominio en sectores medios y altos de un fuerte rechazo hacia él.

En el Perú, las primeras elecciones se realizaron bajo un sistema de voto censitario, en el que se reservaba el sufragio a quienes tenían propiedades, rentas o profesiones. Hasta las primeras décadas del siglo XX, estos pocos privilegiados eran la minoría de ascendencia europea, que gobernaba sin preocuparse demasiado por la suerte de sus compatriotas indígenas, negros o chinos. Incluso quienes se enfrentaban a los grupos de poder, como Guillermo Billinghurst, tenían esta procedencia étnica.

Procesos sociales como la migración, la urbanización, la reforma agraria, la expansión de la educación y las vías de comunicación han colocado a los peruanos mucho más cerca unos de otros, pero mestizos, andinos y negros siguen padeciendo muchas formas de racismo en la vida cotidiana. Estas experiencias personales influyen para que, en muchos talleres sobre racismo, aunque los participantes siguen considerando que los blancos son más guapos, aparezca con fuerza el prejuicio de que son personas prepotentes, insensibles y racistas... lo que comúnmente se expresa en la palabra "pitucos".

El sentir inconsciente de muchas personas al votar es "no quiero que se salgan con la suya los explotadores de siempre" y esto ha generado sucesivas derrotas de los candidatos blancos, por más que tengan renombre internacional, como Mario Vargas Llosa o Javier Pérez de Cuellar.

A muchos extranjeros les sorprendió que los peruanos eligieran un candidato con "rasgos foráneos" como Fujimori. Seguramente no sabían que un peruano blanco puede parecer "foráneo" en muchos lugares del Perú. A fin de cuentas, los atributos físicos de personas como Fujimori, Toledo y ahora Ollanta Humala, no son tan amenazantes para la mayoría. No deja de ser representativo que, durante los años en que las masacres, violaciones y desapariciones de campesinos andinos tuvieron un carácter masivo y sistemático, gobernara el último presidente blanco aristocrático, Fernando Belaúnde, quien nunca dejó de respaldar a los perpetradores.

Un candidato de rasgos blancos que busque aceptación masiva debe lograr aparecer distante de los grupos de poder tradicionales. No es tarea imposible: lo consiguieron Alan García y Ricardo Belmont.

Quienes basan su voto en un prejuicio racial pueden terminar pronto defraudados: la mayoría de las mujeres esterilizadas forzadamente por el régimen de Fujimori habían votado por éste, y el gobierno de Toledo colocó los intereses de empresas petroleras y mineras por encima de la población campesina que él, supuestamente, pretendía representar. Obviamente, un voto de estas características no es racional, pero muchos de quienes pretenden un voto racional en el Perú terminan votando en blanco o haciendo un garabato.

Admitir los prejuicios existentes es la primera forma de lograr erradicarlos... y de evitar fracasos lamentables, como el sufrido hace cinco años por Jorge Santisteban. Si las encuestadoras dieran sus resultados tomando en cuenta los rasgos físicos de sus encuestados, ayudarían a que los peruanos nos conociéramos mejor. Introducir este elemento habría permitido ver, por ejemplo, los límites que tenía el PPC; hasta el punto de que era casi una agrupación étnica, como el antiguo Partido Civilista.

La creencia oficial de que todos somos mestizos no ayuda mucho a analizar cómo funcionan los prejuicios y estereotipos raciales. Es interesante que entre los peruanos no mestizos las preferencias electorales sean tan diferentes: ¿tendrán acaso los descendientes de inmigrantes europeos y asiáticos los mismos temores y expectativas frente al 9 de abril que los millones de indígenas que viven en Apurímac, Puno y Cuzco?

A los propios candidatos les convendría definir su posición frente al problema del racismo. En un país donde la mayoría de ciudadanos lo sufre, y el voto es obligatorio, el día de las elecciones se vuelve una oportunidad para que muchos de ellos puedan vengarse.



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