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27 de enero del 2006 |
Silvia Ribeiro (*)
Un nuevo estudio científico mostró que más de la mitad de las crías de ratas de laboratorio cuyas madres fueron alimentadas con soja transgénica durante la gestación murieron en las tres primeras semanas de vida. Esto significa un promedio seis veces más alto que otras ratas que recibieron alimentación normal.
La noticia fue difundida el 8 de enero pasado en el diario británico The Independent, que meses antes también entregó al público un informe secreto del gigante biotecnológico Monsanto, el cual mostraba que ratas alimentadas con maíz transgénico de esa compañía habían sufrido cambios en sus órganos internos, indicando posibles daños al sistema inmunológico. El nuevo estudio, que se estima es el primero en investigar los efectos de los transgénicos en fetos y crías, está a cargo de la doctora Irina Ermakova, investigadora del Instituto de Neurofisiología de la Academia de Ciencias de Rusia. El experimento consistió en agregar harina de soja transgénica resistente al herbicida glifosato (conocido como soja RR de la empresa Monsanto) a la alimentación de un grupo de ratas hembras, dos semanas antes, durante la gestación y la lactancia. Otro grupo de ratas recibió harina de soja no transgénica y un tercer grupo no recibió soja durante el mismo periodo. Ermakova encontró que 36 por ciento de las crías del grupo alimentado con transgénicos sufrían de peso severamente inferior a lo normal, comparado con 6 por ciento en los otros grupos. Pero lo más alarmante fue que 55.6 por ciento de las crías del grupo alimentado con soja transgénica murieron en las primeras tres semanas, comparadas con 9 por ciento de las crías del grupo alimentado con soja normal, y 6.8 por ciento en el que no recibió soja. La doctora Ermakova declaró a The Independent que "la morfología y la estructura bioquímica de las ratas es similar a la de los humanos, lo que hace que estos resultados sean muy alarmantes... Indican que podrían existir riesgos para las madres y sus bebés". En noviembre de 2005, el centro de investigación científica más importante de Australia, Commonwealth Scientific and Industrial Research Organisation (CSIRO), abandonó un proyecto de diez años y 2 millones de dólares para crear chícharos (arvejas) transgénicos, luego de que la experimentación en ratas mostró una reacción alérgica que consideraron podría implicar serios riesgos para el consumo humano. El caso es muy significativo, porque al chícharo se le habían insertado genes de un frijol cuyo consumo como tal no produce alergias. La combinación tenía por objetivo hacer los chícharos resistentes a los ataques de gorgojos. Según los investigadores del CSIRO, los genes de frijol insertados en los chícharos se expresaron de manera sutilmente distinta, lo cual desencadenó la reacción alérgica. Esto muestra una vez más lo que muchos científicos sospechan, pero casi nadie recibe fondos para investigar: la transferencia de genes crea proteínas similares, pero con pequeñísimas diferencias que tienen efectos en los organismos vivos, muy distintos de las proteínas originales. Actualmente, ni la soja ni el maíz transgénico que se comercializan pasan por este tipo de pruebas en animales, que solamente se aplican cuando se trata de transgénicos de uso médico. Paul Foster, de la Universidad Nacional de Australia en Canberra, quien dirigió el equipo de evaluación inmunológica de los chícharos, alimentó ratones con los chícharos transgénicos, notando una reacción alérgica inesperada. También expusieron ratones a esa proteína transgénica purificada, inyectándola en las vías sanguíneas y a través de inhalación. Los ratones inyectados mostraron hipersensibilidad en la piel, y los que la inhalaron sufrieron inflamación y daños pulmonares. Paradójicamente, mientras van aumentando las evidencias de que los transgénicos tendrían impactos importantes en la salud de los consumidores, Monsanto, principal productora de transgénicos del mundo, anuncia que ha tenido resultados económicos extraordinarios. Y según las estadísticas de las empresas productoras de transgénicos, en 2005 estos cultivos se habían expandido a más de 400 millones de hectáreas en el mundo. Lo que estas empresas no dicen es que esta expansión tóxica se produce con el ocultamiento de datos reales sobre los cultivos transgénicos: pueden causar daños a la salud, rinden menos, usan más químicos y son mucho más caros que los cultivos convencionales. A esto se agrega que los cultivos campesinos contaminados por éstos, como el maíz, sufren deformaciones y quién sabe qué más en los próximos años. Es altamente probable que el maíz y la soja transgénica que se han colado en nuestra alimentación produzcan alergias y otros daños a la salud. No lo podemos saber, porque, además de que las empresas han saboteado con éxito el que sean etiquetados, las regulaciones para liberarlos al consumo o para cultivarlos no exigen el tipo de pruebas que los estudios científicos han aplicado en los casos referidos. No es necesario que un producto sea bueno, en ningún sentido, para llegar al mercado. Alcanza con el poder de las trasnacionales para pagar propaganda mentirosa y comprar gobiernos y legisladores corruptos. (*) Investigadora del Grupo ETC. |
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