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La insignia
2 de agosto del 2006


Israel-Palestina

Entre dos fundamentalismos


Mario Roberto Morales
La Insignia*. España, agosto del 2006.


Mi artículo del miércoles pasado sobre la situación en Palestina y Líbano suscitó algunos mensajes que llegaron a mi buzón personal. Uno de ellos era un insulto frontal en el que un individuo arremetió esgrimiendo las mismas "razones" que yo había desconstruido, llamándome "perfecto idiota". Otro, más comedido, me adjuntaba artículos para ilustrarme acerca de algunos antecedentes que justificarían tomar partido a favor del argumento de que la mejor defensa es el ataque.

Lo que no parece aceptarse es que uno no opte por un lado ni otro, en vista de considerar que el problema no es ese. Para quien trata de explicarse los hechos no se trata de ponerse a favor del gobierno de Israel (que no equivale a todo el pueblo israelí ni mucho menos a todo el pueblo judío) o a favor de Hamás y Hezbolá, ya que tanto el sionismo político como el fundamentalismo islamista coinciden en su visión guerrerista de querer la totalidad de Palestina para sí, y la destrucción total de su enemigo.

Existen sin embargo amplios conglomerados de un lado y del otro que no se plantean el problema de manera bipolar, sino que conciben la posibilidad de la coexistencia de dos Estados con fronteras perfectamente definidas. Lo que ocurre es que este criterio arruina las expectativas de los mercaderes del armamentismo que hacen inmensos negocios en Medio Oriente, estimulando la producción de las corporaciones de la industria militar, ligadas al republicanismo cristiano-sionista, que sueña también con restituir las fronteras bíblicas de Israel a costa de quienes habitan estos territorios ahora.

El supuesto "antisemitismo" que se le endilga a cualquiera que no tome partido a favor del gobierno de Israel tampoco se sostiene en vista de que los palestinos también son semitas. Pero sirve para victimizarse y ocultar así el hecho evidente de que ésta es una guerra por territorios y que tanto un bando como el otro responden a su contraparte de tal modo que la guerra no tenga posibilidad de finalizar.

A mí se me hace imposible tomar partido en este asunto. No puedo justificar los ataques suicidas ni las otras variantes del terrorismo islamista bajo el argumento de la resistencia ante la ocupación, pero tampoco puedo justificar el terrorismo de Estado como respuesta meramente "defensiva" a estas provocaciones. Y no puedo porque me parece que tomar partido implica contribuir a mantener y prolongar la guerra, ya que eso es justamente lo que las facciones fundamentalistas de un lado y del otro persiguen para continuar políticamente vigentes y económicamente boyantes mediante el negocio del armamentismo y su mercado: la guerra. Prefiero optar por el pueblo israelí y palestino que ve en la negociación la única posibilidad de paz en Medio Oriente, por medio de la creación de dos Estados independientes cuyas fronteras respeten la de 1967. Lo que pueda ocurrir de ahí en adelante deberá estar sujeto al derecho internacional.

Tanto de un lado como del otro se me puede argumentar que esto se dice fácilmente porque quien lo afirma no está directamente involucrado ni religiosa ni históricamente en el conflicto, y les doy la razón. Pero también les recuerdo que a menudo el no involucrarse en un conflicto es lo que permite el distanciamiento necesario para juzgar las cosas sin el apasionamiento ciego de los intereses en juego. Y como no se trata de una opinión solamente mía sino de un criterio colectivo al que yo simplemente adhiero, lo asumo con el compromiso que le es posible asumir un columnista: el de su propia coherencia ideológica.

No acepto, pues, ni las acusaciones de "antisemitismo" de un lado, ni mi supuesta "falta de compromiso" del otro. Trato de establecer lo que ocurre. No escribo para congraciarme con nadie. Y aunque sé que los fundamentalismos no atienden estas razones y buscan sólo posturas incondicionales, no puedo renunciar al ejercicio de mi propio criterio.


(*) También publicado en A fuego lento



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