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18 de abril del 2006 |
Leopoldo Alas
22 de noviembre, 1894
Grilo acaba de publicar una colección de poesías escogidas, con el título Ideales. Si las palabras no significaran nada o significaran cualquier cosa, Grilo sería un excelente poeta. En efecto, tiene oído... para tararear endecasílabos y seguidillas. Pero las palabras propiedad del lenguaje no se han escrito para él. No es incorrecto, no; es... impropio. No dice lo que quiere decir, sino otra cosa que no tiene sentido, pero suena bien. Pero si Grilo es menos poeta que Manuel del Palacio, tiene en cambio mucha más correa. Palacio se me enfadó a mí porque le llamé 0,50 de poeta, y Grilo, después de haber yo puesto en solfa mil veces sus Ermitas y otras composiciones suyas, se llama sin empacho mi amigo y con la mayor cordialidad me trata y a mi lado toma café y hasta me honró una vez contribuyendo a cierto banquete con que me obsequiaron unos amigos. Y esto lo hace desinteresadamente, sin segunda, porque demasiado sabe él que yo no he de cambiar de juicio ni de gusto por muchas veces que tomemos café juntos. No, no le adularé. Quod scripsi, scripsi; pero sería ya quijotismo insistir ahora en buscarle dislates y ripios a un poeta la mayor parte de cuyos versos, ahora de nuevo coleccionados, han servido para mi crítica satírica hace mucho tiempo. Que a mí, en general, no me gustan los versos de Grilo, es cosa que por sabida se calla, o, por lo menos, no se repite; pero también es un hecho que el poeta cordobés tiene muchos sinceros admiradores y particularmente entre una clase de público muy digno de ser complacido: el de las mujeres guapas, jóvenes y elegantes. A D.ª Emilia Pardo Bazán es muy probable que no le entusiasmen los versos de Grilo, pero otras damas no menos distinguidas con la mayor buena fe creen, como parece creer Isabel II que lo escribe y lo firma, que Ideales es un monumento de gloria para la patria. Por cierto que la carta autógrafa de la abuela del rey de España tiene varias faltas de ortografía, que el cortesano más refinado no puede achacar a los cajistas (se trata de un autógrafo). Verdad es que en la portada de Ideales, cuya edición es de París, se lee obras escojidas, así, con j en vez de g. Pero ni a Grilo ni a los descendientes de muchos reyes se les puede exigir que escriban como un maestro de escuela incompleta y de paga más incompleta todavía. *** También en París, en casa de Garnier Hermanos, y ya con la fecha de 1895, acaba de publicarse un elegante y muy lujoso tomo titulado Poesías 1880-1894, cuyo autor es don Francisco Soto y Calvo, de Buenos Aires, según tengo entendido. El Sr. Soto parece joven y cultiva el verso castellano con entusiasmo y respeto de nuestra buena tradición retórica, no con ese desprecio silvestre de algunos decadentistas de hogaño. No siempre es correcto su lenguaje, y algunos de sus galicismos son imperdonables; pero en general su dicción es fácil, numerosa y si a veces algo prosaica, casi siempre noble y bien entonada. Describe en ocasiones con feliz expresión y cierta originalidad, como se ve, v. gr., en el soneto del Remanso. *** Valbuena me remite el 2.° tomo de sus Ripios ultramarinos. Es claro que yo no he de defender uno por uno sus juicios, ni menos su manera de exponerlos, que pocas veces deja de ser gráfica y graciosa, pero no siempre es cortés y comedida...; en general sus Ripios representan la causa del buen gusto y del buen sentido contra los desafueros de la sandez intercontinental. Sí, es la verdad, la pura verdad: en América (como en España, aunque algo nos vamos corrigiendo) pasan por poetas muchos que ni siquiera tienen sentido común cuando escriben. Si la crítica de Valbuena es excesiva, téngase en cuenta que obedece a la ley natural de toda reacción... tiene que ir muy lejos para ser justo reflujo de la marea de la adulación y de los elogios disparatados a que han contribuido hasta hombres de talento y de gusto. Francamente, todo lo que se diga de Hipandro Acaico es poco... Y a propósito de Valbuena. Hace algún tiempo recibí un folleto en que un escritor americano, cuyo nombre no recuerdo, pretendía burlarse del autor de los Ripios aplicándole a él el mismo género de crítica que Valbuena emplea contra los malos poetas de uno y otro continente. La diferencia está en que Valbuena es listo, hombre de gusto, sobre todo en materia retórica, y el otro, el desfacedor de entuertos, un espíritu soso, sin arte, sin juicio, cuya poca habilidad llegaba a pretender que se podía ensayar en Fray Luis de León la misma clase de censura que en cualquier sinsonte de los trópicos. Supongo que Valbuena no habrá contestado al defensor de los ripios de ambos hemisferios. No merece más que el olvido. Y bien sabe Dios que yo le hago justicia. *** A título de curiosidad, y sólo así, voy a decir algo de un folleto publicado en Gernika, que por mi cuenta ha de ser Guernica, en el cual su autor se propone reformar la ortografía en el sentido simplista de que las letras no tengan más que un sonido cada una y de que para cada sonido no haya más que una letra, como si la escritura no fuera representación más que de sonidos. El fonetismo y la pedagojia se titula este opúsculo del señor don Onofre A. de Neberán. Todos los que trabajan en tentativas de este género olvidan una porción de cosas o tal vez no se han tomado el trabajo de aprenderlas ni sospechan que existen. El deber de la crítica en frente de estas reformas de la grafomanía es no tomar en serio jamás tales pretensiones revolucionarias, y ya pecaba contra esto el ilustre Max Müller cuando en sus célebres Lecciones sobre el lenguaje discutía muy grave con el famoso don Sinibaldo Mas (un grafómano que tuvimos de embajador en China) el cual quería crear un idioma universal, como pudo antojársele que todos nos pintáramos de negro o de amarillo. El volapük, el mismo folk-lore con las exageraciones a que dio ocasión, y con la falta de criterio científico de muchos de sus propagandistas, y estas revoluciones ortográficas, y otros caprichos análogos, como el de un señor aragonés que todo lo español lo saca directamente del griego, y como la antigua manía de los panvascófilos, son plagas literarias, injerencias de la vanidad osada e ignorante en los más arduos asuntos sociológicos, y ni siquiera se deben discutir tales pamplinas, siendo lo más sano burlarse de ellas sin contemplaciones, y emplear la sátira en mostrar que sólo se trata de cosas pertenecientes a la teratología. Las más poderosas razones que hay para rechazar esas innovaciones absurdas no están al alcance de los que las proponen, como al que fuera cogido al presentarse en mangas de camisa en un banquete de diplomáticos no se le podría censurar de que faltaba a la educación, pues sólo hombre que no tuviera idea de ella se presentaría de tal modo. En el hecho de dedicarse a tan ridículas extravagancias se prueba que se es profano en los verdaderos estudios literarios... sin contar con las tuercas que faltan en tales molleras. Pero si estos revolucionarios no merecen los honores de la discusión, que sería inútil con ellos, otra cosa es advertir a la parte incauta del público contra la peligrosa apariencia de racionales con que tales teorías pueden presentarse ante un examen superficial y de personas de todo punto indoctas. No sólo son peligrosas, para los poco letrados, las teorías de estos revolucionarios de la lengua; más peligrosos todavía son los ejemplos. Porque a personas que no están muy seguras de su ortografía pueden hacerles olvidar la poca que saben libros como el de Neberán, que en resumidas cuentas, están escritos como el francés de las criadas de servir... francesas, que han descubierto hace muchos siglos el arte de escribir su lengua como suena. También deben huir de estos innovadores los pueblos que hablan y escriben castellano poco rodeados de circunstancias que puedan contribuir al olvido o adulteración del lenguaje propio. Sin ánimo de ofender a nadie, diré que americanos y catalanes, por ejemplo, caen muy fácilmente en el barbarismo inadmisible; tienen muchas veces superior conocimiento reflexivo del idioma y sin embargo, prácticamente le son más infieles que otros escritores que más por instinto que por estudio lo dominan con graciosa y fácil corrección y soltura. Pues en esto de la ortografía puede suceder lo mismo. ¡Ay de nosotros, ay de todos, si en Cataluña y en América dieran en la flor de escribir K por C y otras lindezas por el estilo que dan al librito de Neberán citado el aspecto de una gallarda muestra: de la literatura húngara! *** En la Revista Literaria de Cuenca (Ecuador) leo una serie de artículos firmados Stein, en que se trata con buena forma y excelente juicio de corregir suavemente la deplorable tendencia de muchos escritores jóvenes de América a imitar de modo servil y con ridículas extravagancias las rarezas de cierta parte de la modernísima literatura parisiense. Aquí mismo y en otras muchas partes he escrito yo, con la mejor intención del mundo, en el mismo sentido que Stein, el cual, por cierto, me honra apoyándose en mi opinión y citando mis palabras. Mucho me alegro de que haya por allá quien piense en esto como yo; así se verá que no es absurdo desdén metropolitano lo que mueve mi pluma en tal dirección, sino el óptimo deseo de que no se pierdan en un callejón sin salida pasos que el ingenio americano da con generosa y espontánea animación para progresar en las cosas del ingenio. Imitar, como en otro tiempo hacían por ahí los más de los poetas y prosistas toda una cultura secular como era el clasicismo, y aun seguir las huellas de la menos duradera pero enérgica y graciosa exaltación romántica podían ser empresas más materiales que gloriosas, pero con mucho eran superiores a esta de repetir las muecas y contorsiones de una evidente pero muy limitada decadencia. Porque no se olvide que no son las sólidas y sanas letras francesas las que agonizan en esas chocheces de muchachos, que tienen puerilidades de viejos; lo que agoniza es el inútil esfuerzo de la medianía que quiere darse aires de excepcional grandeza; el genio atormentado por complicaciones cerebrales y del gran simpático. No quiera Dios que los americanos vuelvan a tener a Baralt por gran poeta ni a imitar opportune atque importune a Espronceda... pero se puede admirar sin gran entusiasmo El Niágara de Heredia... sin tomar por genios a Richepin, ni a Rallinat ni por ingenio siquiera a los inventores de diabluras efímeras e incoherentes. Debo advertir, y no por pueril vanidad, que los artículos de Stein los copia, y por lo visto hace suyos, El Diario de Caracas; y por su parte La Estrella de Panamá, refiriéndose a lo que en Las Novedades he dicho, y a las mismas palabras mías que citaba Stein, abunda en mi sentir y tiene a bien y no a mala voluntad contra la literatura americana mis desinteresados consejos a la juventud española (sí, española) de esa hermosa tierra dueña del porvenir. |
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