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26 de septiembre del 2005 |
Salvador López Arnal
Para José Mª Laso, por su Gramsci (y por todo lo demás)
Una parte no desdeñable de las memorias, o de los libros o ensayos que llevan adheridos esa etiqueta no siempre de forma justificada, parecen transitar, con mayor o menor inconsistencia, por cinco senderos básicos: algunas son excusa u ocasión propicia para reconstruir el pasado de alguien a la altura de las circunstancias y posiciones actuales de ese alguien que ya no se reconoce, o no le interesa reconocerse, en aquél que fue. Borrón o cuenta nueva donde la cuenta era o parece ahora vieja, muy poco presentable. Otros textos, en su núcleo duro, son fundamentalmente ajustes de cuentas, con resentimiento e injusticia sumados, con tal o cual individuo cuyas actuaciones no merecen mayor respeto o cuyo antiguo reconocimiento ha descendido netamente en la escala valorativa del autor. El rigor o incluso la pulcritud histórica no suele destacar en estos singulares trabajos. Cabe situar en un tercer apartado aquellas autobiografías que parecen responder esencialmente a cálculos crematísticos: no está probado que la edad o el poso del autor sean plataformas adecuadas para una escritura con mochila y substancia que pueda interesar y cultivar la razón pública. Nos encontramos aquí con memorias de autores que apenas han superado la treintena y que parece que ya están en condiciones, y con imperiosa necesidad, de mirar su dilatado pasado con algo de pasión pero, desde luego, sin ira. Son, digamos, el resultado del compromiso editorial anual: toca escribir algo y por qué no ser entonces uno mismo tema de conversación e impresión. En otros casos, cabe hablar de memorias que parecen estar escritas para gloria y mayor gloria del autor. El yo fichteano, autor del ser mundano y de todos sus pobladores, es, con mayor seguridad aún, una entidad que deviene creadora, inexhausta, inescrutable, inestimable y consiguientemente omnipresente. Finalmente, por el último de estos sendero básicos, y normalmente sin densa compañía, transitarían aquellas memorias que responden a lo que en principio, en su acepción más básica, serían los atributos clásicos de la definición del género: dar cuenta de una vida, o de parte de ella, en un contexto cultural, histórico, político, social, con la mayor objetividad posible aun cuando no siempre sea fácil congelar o poner entre paréntesis la mirada propia y sesgada de cada uno, especialmente cuando ese mirar se focaliza en torno a uno mismo. Del primer sendero, hay muestras relativamente recientes. Baste leer, o si se prefiere, hojear las exitosas memorias de Fabián Estapé (1). Aunque el capítulo VII de su autobiografía lleve por título "Un schumpeteriano (2) en el gobierno franquista", al leerla, y más allá del agradecido tono de humor marca de la casa, alguien que no haya conocido la época ni esté en condiciones de informarse o de estudiarla con detenimiento, verá en ella el despliegue de la vida de un economista-político informado, crítico, con ironía envidiable, siempre atento a la inteligencia de los demás (y, desde luego, a la propia -3-), que se infiltró en las instituciones franquistas por deber cívico, para socavarlas desde dentro, para erosionar aquel abyecto y, sobre todo, arcaizante régimen. Todo ello desde instancias del -o próximas al- vértice de ese mismo poder: rectorados, oficinas o direcciones de planificación central, incluyendo entrevistas con el general golpista. El mismo Estapé, en unas declaraciones a Josep Maria Cortés (4), se apuntaba al "bando rojo" con toda naturalidad y obviaba su colaboración (o colaboracionismo, como se prefiera) con el régimen franquista esgrimiendo un sutil argumento: haber trabajado en la Comisaría del Plan del Desarrollo, al lado de su antiguo jefe, el ministro franquista don Laureano López Rodó, le había permitido contribuir decisivamente a la modernización de España. Punto y aparte. Aplausos. De las segundas, del ajuste de cuentas con tal o cual individuo, tampoco escasean los ejemplos. Véanse, por ejemplo, las memorias de Ramon Galí (5), que fue asesor intelectual y moral del ex president de la Generalitat de Catalunya, o la presentación de Luis Goytisolo (6) a las memorias de Miguel Nuñez: una sexta parte, de las apenas dos páginas de su prólogo, sin venir a cuento ni a descuento, están dedicadas a glosar la horrible figura de un dogmático marxista que, según se afirma, unía a su inflexibilidad ideológica "una preocupante ausencia del sentido de la realidad" (7). Por lo demás, las excelentemente escritas memorias del editor y senador Barral (8) tampoco parecen transitar, en todos sus apartados, por caminos muy distintos del apuntado. No es necesario ilustrar las sendas tercera y cuarta (9). Mejor centrarnos, pues, en aquellas reflexiones autobiográficas que ayudan a entender mejor prácticas, reflexiones, vicisitudes, inquietudes políticas e intelectuales, situándolas en contextos sociales, culturales y políticos concretos que el autor se esfuerza por transmitir con detalle sin esconder ni evaporar cartas de una baraja ocultada. De éstas, a las que vale la pena dedicar tiempo, esfuerzo y estudio, hay dos excelentes y recientes ejemplos (10): las memorias del filósofo, y maestro de tantas generaciones, Juan-Carlos García Borrón, fallecido en el verano de 2003 (11), y las memorias de José Mª Laso Prieto (12), el autor, entre numerosas obras y artículos, de aquel libro introductorio sobre el pensamiento político de Gramsci (13) que tan decisivo fue para la formación intelectual y política de tantos jóvenes estudiantes y trabajadores de los años setenta. Además, las memorias de Laso Prieto son especialmente interesantes dado que se trata de un escritor comprometido políticamente, de un trabajador, de un agente comercial que ingresa en el Partido Comunista de España el 18 de marzo de 1947, y que, después de luchas y peripecias sin fin (y de haber viajado y recorrido medio mundo y parte del restante), allí sigue, combatiendo y colaborando sin descanso en todo lo bueno, y hay mucho, de esta tradición tal denostada y en ese partido tan atacado. En el fondo y en el marco de esta vida, más de medio siglo de la historia reciente de España, del movimiento antifranquista y de la lucha comunista. Y como no podía ser menos en un escritor marxista, como es Laso Prieto, el contexto no es pretexto o nota de relleno sino parte sustantiva de lo tratado y narrado. No se encontrará aquí un Yo mayestático alejado del nosotros sino un Yo que viaja, vive, sufre, goza, comparte y combate con los otros (14). Por ello, acaso sea conveniente empezar este esquemático (y forzosamente breve) comentario por los motivos de la militancia de Laso, en consistencia con una narración en la que su vinculación orgánica al PCE, sus tareas políticas, sus diversos cargos, ocupan un lugar destacado. La gota de agua, como dice el autor, que desbordó su vaso -o el cambio cualitativo, en términos más clásicos y dialécticos, que también usa el autor- fue la aproximación a la obra de Jack London. Inicialmente, la lectura de La fuerza de los fuertes o El sueño del socialista Debbs llevó a Laso a interesarse por las narraciones sociales del autor de La llamada salvaje pero "fue la lectura de su obra magna, El talón de hierro, y de la biografía de Jack London que publicó Irving Stone, la que produjo en mí ese cambio cualitativo" (15). Ello, después de un acuerdo de intercambio entre La libertad, publicación de la que Laso era responsable, y la prensa comunista de la época, acuerdo concertado con la célula del partido en la fábrica Uniquensa de Axpe-Erandio. Fue allí, el 18 de marzo de 1947, donde Laso formalizó su ingreso en el PCE. Tenía entonces 20 años. Empero, no se inició entonces la militancia política, el ejemplar compromiso antifranquista de Laso. Su niñez, su experiencia y vivencias de la guerra civil, su exilio en Francia, sus primeras impresiones de la España franquista, los años del hambre, la segunda guerra mundial, el inicio de la lucha clandestina, su formación teórica e ideológica, en gran parte autodidacta y digna de una admiración sin resquicios, la ofensiva soviética final contra el nazismo, junto con diversos apartados en los que nuevamente Laso demuestra su amplia sabiduría militar (que no militarista), se nos presentan detalladamente en los primeros capítulos de su autobiografía. Laso Prieto empezó su actividad clandestina como escritor periodista: durante el curso 1943-1944, él mismo editó un periódico cuyo centro básico de difusión era la Escuela de Trabajo de Elejabarri donde él estudiaba. No disponiendo de otros medios, aprovechó la máquina de escribir de su padre. Utilizando papel carbón, él y sus compañeros llegaron a tirar un centenar de ejemplares de cada número (más tarde, a multicopista, alcanzaron una cifra casi impensable: ¡5.000 ejemplares!). Superaron los 20 números. El título del papel clandestino: La libertad; de subtítulo, un escenario indefinido: En un lugar bajo la tiranía franquista; de lema, su aspiración normativa: "Ni Franco ni rey, República, libertad de Euskadi y emancipación de la clase trabajadora." El editorial se firmaba, indistintamente, con el pseudónimo "Un maquis", con las siglas UM -las del propio Laso- o con la frase "El Grupo Libertad de la Resistencia". Cuando en enero de 1945, a los 19 años, Laso abandonó la Escuela Industrial para ingresar, como auxiliar químico, en los laboratorios de la Unión Química del Norte de España (Unquinesa), no sólo le siguió acompañando el combate por la libertad sino que Libertad pasó a ser distribuido entre los trabajadores de la factoría química. Laso estudió en la Escuela de Trabajo hasta 1945. Él mismo confiesa que ya entonces era un lector entregado y sin resistencias. Entre sus lecturas no sólo figuraron obras de literatura, política o filosofía sino también textos de biología, física o astronomía. Una de las obras que Laso confiesa que estudió más a fondo se titulaba El Universo estelar y atómico. También El origen de las especies o El método experimental de Bernard. A medida que iba desarrollando con su solitario y tenaz esfuerzo su plan formativo, Laso se iban apartando cada vez más de la cosmovisión cristiana. Para formarse una concepción del mundo alternativa, leyó La evolución. Una síntesis moderna, de J. Huxley, al igual que Vivimos una revolución, donde el biólogo inglés defendía que después de la teorías de Galileo, Newton, Marx y Freud ya no era posible mantener una sistemática filosofía de orientación judeocristiana. Esta última obra le fue decomisada por la Brigada Político-Social, la DINA franquista, cuando fue detenido por vez primera en 1952: los sicarios del aparato represivo leyeron revolución política donde se hablaba de revolución conceptual. Laso, años más tarde, llegó incluso a entablar correspondencia con el autor, con Julian Huxley. Como muchos otros militantes de la época, Laso se formó en el marxismo leyendo ensayos de adversarios del materialismo histórico dado que "estos libros, generalmente, comenzaban realizando una exposición previa del marxismo para después refutarlo" (16). De esta forma, y con estas intenciones, estudió el Carlos Marx, de Olgiatí, El materialismo dialéctico soviético (17), de Wetter y La doctrina marxista, exposición y discusión de Lombardi. Los dos últimos eran miembros de la Compañía de Jesús (18). Laso señala que no pudo hacerse inicialmente con un ejemplar de El Capital, obra que consideraba básica para su formación marxista. Lo logró en 1951 y su búsqueda le permitió reanudar el contacto con el PC de Euskadi que había sido desarticulado en Vizcaya durante 1948. En 1952, se produjo la primera detención de Laso (que, desde luego, no fue la única). En un registro de la casa de una camarada, amiga de Crescencia, la hermana de Vicente Uribe, la BPS encontró propaganda del partido. Con sus métodos habituales, llegaron hasta el comité local del PCE. Laso era uno de sus miembros. En esta detención, las torturas no alcanzaron el grado de virulencia de las que sufrió, en 1958, cuando fue detenido nuevamente. Fue, entre una y otra, cuando Laso conoció a Blas de Otero. Cuenta que Pido la paz y la palabra constituyó para él una auténtica revelación: no solo veía en aquel inolvidable poemario de Otero una poesía firmemente arraigada en el realidad social del momento sino que entendió rápidamente que abría posibilidad de formas alternativas para la concienciación política y social de un sector de la intelectualidad proveniente de las capas medias de la población, que hasta entonces había permanecido alejada de las luchas de los trabajadores vascos y españoles. Laso fue detenido, pues, de nuevo, en 1958. Durante una semana estuvo a cargo exclusivo de la BPS de Bilbao. No lograron sacarle ninguna información. Siguió exigiendo la paz y su propia palabra. Tuvieron que venir los agentes de Madrid (20). Llegaron el Viernes Santo. Le subieron a una sala aislada, le esposaron y 20 miembros de aquella brigada, cuyos miembros no recibieron castigo alguno durante la transición, le golpearon a la vez, con porras de goma, con puños o con varillas de mimbre. Al recordarlo, con flema únicamente comparable a la de Phileas Fogg, Laso señala que ahora le parece sorprendente que una veintena de hombres pudieran golpearle a la vez, concluyendo cartesianamente: "Detrás del aparente desorden de su actuación debían tener una cierta coordinación". Durante los veinte días que Laso permaneció en los calabozos durmió en el cemento del suelo con la única protección de la gabardina que llevaba cuando fue detenido. Finalmente, fue condenado a 12 años de cárcel como autor responsable de un delito de "rebelión militar" (21), previsto en el artículo 12 de la ley de 2 de marzo de 1943. Después de varias vicisitudes llegó al penal de Burgos. Eran entonces casi 2.000 presos políticos. Casi un 90% eran del PCE. El resto, básicamente, compañeros libertarios con los que Laso nunca dejó de tener relaciones amables y nada sectarias. Sin duda, éste es uno de los capítulos centrales del libro. Su lectura es obligada (22). Laso destaca en su narración su hermosa y fraternal relación con el poeta Marcos Ana, y reproduce algunos de sus poemas. Entre ellos: "Mi corazón es patio":
[...] Un patio donde gira Coincidió en el penal con un joven obrero de la Pegaso que había estado en la cárcel de Carabanchel con Javier Muguerza (23) quien le impulsó a que estudiaran el Bachillerato. El padre de Laso, que padecía Parkinson desde hacía más de 10 años como consecuencia de una encefalitis infecciosa, falleció en 1959 mientras él permanecía en el penal. Contra lo que sucedía en otros casos, no le dieron permiso para asistir al sepelio. No había piedad con los vencidos resistentes. La guerra no había terminado. Impresiona el generoso balance de Laso de sus largos años de cárcel: "De todo lo expuesto deduzco que el penal de Burgos me aportó mucho en cuanto a experiencia, formación y conocimientos, aunque yo, a mi vez, aporté bastante, en varios campos, a mis compañeros de cautiverio. En todo caso, no tengo mal recuerdo de mis años de prisión. En el caso de mi última condena lo peor, con mucho, no fueron los años de prisión sino la veintena de días de tortura que sufrí en Bilbao" (24 E impresiona aún más si cabe, y dice mucho de la época y de la admirable entrega desinteresada de muchos militantes a unas finalidades políticas democráticas y socialistas y a un partido que tal vez tuviera miserias, como casi todo lo humano, pero que tuvo grandeza a raudales, esta consideración final de Laso escrita muchos años después: "Una de las compensaciones que tuve fue la resolución del IV Congreso del PCE, celebrado en Praga en 1960, en el que no sólo fui elegido miembro de su comité central sino que recibí un saludo especial. Este fue dirigido a todos los presos políticos pero los únicos citados nominalmente fuimos Simón Sánchez Montero, Miguel Núñez y yo. Todo ello por considerarnos ejemplo de firmeza ante el enemigo, por no haber hecho ninguna concesión a éste a pesar de las fuertes torturas que sufrimos" (25 Laso salió de la cárcel el 1 de julio de 1963, en libertad condicional: la elección del papa Pablo VI fue usada como excusa por el régimen para la liberación de algunos presos políticos. Gustavo Bueno ha escrito la presentación de las memorias de Laso. Acaso la amistad e influencia intelectual del autor de La metafísica presocrática expliquen los únicos pasos discutibles que, desde mi punto de vista y dejando al margen algunas erratas sin importancia, puede detectarse en estas memorias (26 Los siguientes: a) "Se trataba de la presentación del libro de Gustavo Bueno El papel de la filosofía en el conjunto del saber. De hecho se podía considerar tal obra como una réplica del opúsculo del profesor Manuel Sacristán La función de la filosofía en los estudios superiores. La exposición de Gustavo Bueno fue muy brillante, siguiendo el desarrollo de la filosofía desde sus orígenes hasta la actualidad [...] Por mi parte, fui el primero en intervenir. Abordé también la crítica que el profesor Bueno había realizado del neopositivismo de Manuel Sacristán. Aduje que había asistido recientemente a una conferencia de Sacristán en Bilbao en la que quedaban matizadas algunas de las posiciones neopositivistas de Sacristán" (27e, igualmente, "Ya en un prefacio al Anti-Dühring, Sacristán sostenía un enfoque de lo filosófico no como un sistema superior a la ciencia sino como un nivel del pensamiento científico: el de la inspiración del propio investigador y el de la reflexión sobre su marcha y sus resultados. En 1968, con su célebre opúsculo Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores el profesor Sacristán radicalizaba su posición" (28 Cuesta entender que al cabo de los años se siga hablando del neopositivismo filosófico de Sacristán y no se reconozca de su presentación del Anti-Dühring lo que Félix Ovejero señaló hace 20 años con acierto no discutible: "Apenas veinte páginas tenía la introducción de Manuel Sacristán a la edición castellana del Anti-Dühring, de Engels; veinte páginas que enseñaron a varias generaciones de marxistas mucho más acerca de lo que significaba ser marxista que la marabunta editorial de unos años más tarde" (29. Acaso pueda señalarse la ausencia en estas memorias de comentarios detallados sobre las posiciones mantenidas por el PCE durante la transición, si bien Laso dedica páginas de enorme interés a determinadas discusiones políticas de la época. Por ejemplo, a la mantenida por Adam Schaff y Claudín sobre el carácter socialista de las países del antiguo bloque soviético (30)Laso anuncia una segunda parte de sus Memorias, aparte de un libro de viajes -Vieja por tierras y culturas exóticas- que seguramente permitirán cerrar y completar el círculo iniciado. A su espera quedamos. Estamos, pues, como señala Bueno en su prólogo, ante la narración de los ochenta primeros años del discurso de una vida, de la ejemplar vida de Laso Prieto. Recordaba John A. Wheeler como Niels Böhr solía comentarle: "Siempre debo parecerle un principiante. Pero es que soy un principiante". Laso Prieto no parece un principiante, ni mucho menos, pero sí alguien joven, completamente ilusionado, que nos muestra el despliegue de un saber vivir, con una energía y vitalidad envidiables. Robert Dicke (31 un compañero de Wheeler en Princeton, se preguntaba: ¿qué tiene de bueno un universo sin que nadie lo mire? Poco tal vez, pero si requerimos un observador, necesitamos vida, y si la vida es necesaria, necesitamos elementos químicos pesados, y para producir elementos pesados del hidrógeno es necesaria la combustión termonuclear, y para conseguirla se necesita un tiempo de coacción en una estrella de muchos billones de años, y para extenderse muchos billones de años en su dimensión temporal, el universo, de acuerdo con la teoría de la relatividad general (32) debe estar muchos billones de años en sus dimensiones espaciales. La pregunta y respuesta algo circulares son pues: por qué es tan grande el universo: porque estamos aquí. Pero es necesario algo más que el estar aquí para tener la grandeza ciudadana y moral de Laso Prieto: hay que tener coraje, arrojo y amor por una Humanidad fraterna. Y, desde luego, la pregunta se impone: ¿qué tipo de transición hemos realizado, que olvido hemos aceptado, que pactos secretos o confesados se han realizado para que el esfuerzo de tantos y tantos militantes comunistas como Laso -o de fuerzas e ideologías afines- no sea reconocido como lo que fue: el motor decisivo que impidió que el franquismo continuara sin ni siquiera cambios de rostro ni de careta, sin concesión formal alguna? Pinilla de las Heras señalaba en una entrevista con Juan F. Marsal (33 lo importante en un intelectual es preguntase siempre al servicio de quién se está y que la cuestión fundamental era y sigue siendo saber si se está al servicio de la verdad o al servicio del poder. "Afortunado si vives un período, en un espacio y un tiempo sociales concretos, o si trabajas en una institución, en los cuales verdad y poder no son contradictorios". ¿Es necesario concluir que Laso Prieto ha estado siempre al servicio de la verdad y en contra de poderes abyectos, en tiempos de erial y silencio en los que verdad y poder eran elementos antitéticos? Notas
(*) Publicado originalmente en la revista mensual El Viejo Topo, de España.
(1) Fabian Estapé, De tots els colors. Barcelona, Ediciones 62, 2000. Estas memorias fueron galardonadas con el IV Premio Graziel de "Biografías y Memorias 1999". Existe versión castellana en editorial Península. |
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