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La insignia
3 de septiembre del 2005


A fuego lento

Manual del perfecto idiota neoliberal*


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, agosto del 2005.


Uno de los movimientos políticos, económicos e ideológicos mejor organizados en América Latina es el movimiento neoliberal. Con una respetable batería de columnistas que abordan problemáticas nacionales, sobre todo económicas, el movimiento lucha tenazmente por empequeñecer el poder del Estado reduciendo sus funciones, para promover así el traspaso de las empresas estatales a la gestión privada, alegando con razón ineficiencia y corrupción estatales en el manejo empresarial de los servicios públicos.

La filosofía de esta doctrina económica ubica en el mercado la más óptima regulación de la vida económica, social y cultural de la humanidad, y reduce las funciones del Estado a velar por el cumplimiento de la majestad de la ley. Una ley que, claro, ampara la absoluta libertad y hegemonía del mercado por encima de cualquier otra instancia que intente regular la economía y la vida en sociedad, sobre todo en lo relativo a subsidiar a los estratos sociales pobres.

No existe acuerdo unánime entre los neoliberales sobre hasta qué punto debe el mercado ser el regulador de los asuntos económicos y humanos en general, y hasta qué punto debe el Estado intervenir en los mismos. Lo cierto es que según sea el grado de adhesión o apoyo a un Estado benefactor, en esa medida tanto los neoliberales como los liberales se alejan y se acercan a otros grupos políticos de derecha, centro e izquierda.

Existen varios textos sagrados de teoría neoliberal, pero, en América Latina, un libro se ha constituido en la condensación canónica tanto de la crítica neoliberal de la izquierda como de la exégesis de la esencialización del mercado. Me refiero al Manual del perfecto idiota latinoamericano, de Carlos Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas-Llosa.

En vista de que muy a menudo los editorialistas neoliberales sugieren o recetan su lectura a quienes ellos consideran socialistas o, para decirlo en la jerga de los autores del libro mencionado, idiotas, es necesario no sólo leer el libro y valorarlo, sino desmontarlo y comentarlo en este espacio en el que su mención es tan frecuente cuanto misteriosa, sobre todo para quienes no lo han leído.

La izquierda tradicional sencillamente se refugia en su proverbial dogmatismo de avestruz y no lo lee. La derecha neoliberal fundamentalista sencillamente lo adopta como verdad absoluta. Y el grueso de la gente medio se entera sobre su contenido. Voy, por ello, a comentarlo, tratando así de contribuir al esclarecimiento de los términos en los que el debate sobre el neoliberalismo se realiza entre nosotros, ya que creo que es necesario que tanto liberales como neoliberales, así como el amplio espectro de socialistas del que hablan los primeros, fijen posiciones y concepciones para saber con quién estamos hablando, y el lector tenga claras las cosas. La toma pública de posiciones cada cierto tiempo se hace necesaria para evitar tergiversaciones y también ataques malintencionados.

En vista de que el Manual del perfecto idiota latinoamericano es un libro incisivo, inteligente, bien escrito, efectivo y ampliamente influyente, su lectura resulta obligada no sólo para los idiotas clásicos (los cuales, según sus autores, abarcan desde las filas de la izquierda radical hasta las de la derecha moderada, pasando por la socialdemocracia) sino, sobre todo, para quienes se ubican más allá (o más acá) de ese mal que nuestros autores perciben como un rasgo congénito de América Latina, a saber: la idiotez que implica no aceptar que los empresarios son la única y mejor fuente de riqueza y empleos, y que los consumidores de sus productos son los verdaderos reyes de la sociedad pues ellos son los que deciden lo que los serviciales empresarios deben ofrecerles para que satisfagan sus necesidades. Como esta verdad no es aceptada por la mayoría de latinoamericanos, eso hace que la idiotez sea una enfermedad generalizada, más que cualquier otra, entre nosotros. Pero vayamos por partes y visitemos los lugares que nuestros autores transcurren en su radiografía del perfecto idiota latinoamericano, variante vernácula del perfecto idiota mundial.

Los autores del Manual empiezan por ubicar de forma clasista a su idiota, en un capítulo que pareciera evocar los autoretratos expresionistas, un poco deformados pero transmisores de la angustia existencial del autor-personaje. Según el presentador de la obra, Mario Vargas-Llosa, los tres autores proceden de la izquierda. Pero quién sabe por qué, sobre todo en los casos de Montaner y Vargas-Llosa junior, su supuesta adhesión a la izquierda es sacada de una dudosa oralidad imposible de comprobar a menos que uno confíe en su palabra. Pero bueno, aceptemos que, como ellos dicen, lo malo no es haber sido idiotas, sino seguir siéndolo y, por tanto, admitámoslos no en el club de idiotas (porque ellos ya no lo son), sino en el de ex-idiotas. Después de todo, si no apelaran a la condición de ex, su actitud de llamar idiotas a casi todos los demás miembros del género humano adolecería de una arrogancia un poco ridícula además de inconveniente para la imagen de ecuanimidad de su análisis. De modo que, ex-idiotas.

En el capítulo dos, nuestros ex-idiotas presentan la historia de América Latina como una larga y solemne idiotez, sobre todo por los pecados del patriotismo y el nacionalismo-populismo. Entre los fundadores y precursores (algunos involuntarios) de la idiotez latinoamericana que nos presentan nuestros ex-idiotas están Simón Bolívar, José Enrique Rodó, Manuel Ugarte, Emiliano Zapata, José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. La idiotez latinoamericana aparece como una especie de vocación hereditaria, congénita, aunque los autores del Manual parecieran haber nacido fuera de ella, incontaminados, a no ser por su confesa adhesión a la idiotez de izquierda resaltada por el presentador del libro. Esta reescritura de la historia latinoamericana como idiotez o pre-idiotez viene sin duda a revolucionar todo lo escrito hasta ahora en esta materia porque no habría razón para no pensar que todo el periplo latinoamericano pudo haberse obviado de no haber sido por el inoportuno nacimiento y desarrolo de tanto involuntario pre-idiota, empezando por los ilustres enumerados arriba.

En el tercer capítulo nuestros ex-idiotas la emprenden en contra de lo que ellos llaman la biblia del idiota, que no es otro libro que el hemoglobínico Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. La crítica del dogmatismo ideologizante de Galeano, del victimismo flagrante de su ágil prosa y del tono dependentista de sus juicios resulta un acierto de nuestros ex-idiotas, con la desventaja de que critican el dogmatismo de izquierda desde otro dogmatismo: el que postula el mercado como el único y mejor regulador de la vida económica y social, cuestión bastante discutible por cierto, y que nuestros ex-idiotas no ubican en los ámbitos de la idiotez sino en los del sentido común, libre --por supuesto-- de ideologías. Además, algo que está ausente en los contra-análisis de nuestros ex-idiotas es la acción de los condicionantes externos sobre los procesos internos de América Latina. Mientras Galeano magnifica esos condicionantes, nuestros ex-idiotas los obvian. El resultado es que uno no sabe con qué idiotez quedarse.

El operativo de descausalización histórica a la hora de explicar el subdesarrollo latinoamericano sigue en el capítulo cuatro, en el que todos nuestros males se adjudican a la idiotez congénita del subcontinente. Después, nuestros autores construyen una metafísica del lucro que no se contenta con proponerlo como una aspiración legítima de algunos seres humanos, sino que lo esencializa en forma de búsqueda humana del beneficio, perfilando el Manual como una concienzuda Vulgata del Círculo de Viena, la Escuela Austriaca y, sobre todo, de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Este capítulo es un poco aburrido por doctrinario, y porque reprocha lastimeramente a los ricos de fuera el que no les abran sus mercados a los ricos locales y no los dejen competir con ellos. Un idiota clásico habría llamado a esto división internacional del trabajo, pero nuestros ex-idiotas desconstruyen esta posibilidad con una -hay que admitirlo- lúcida crítica al dogmatismo y el victimismo de izquierda y a su hipócrita retórica de luchar por los pobres, la cual, sin embargo, termina mordiéndose la cola al oponerle al dogmatismo criticado otro dogmatismo no menos frágil: el de pararse en el irrefutable hecho de la ineficiencia del estatismo corrupto para hacer la exegesis clientelista del empresariado "honesto". Sin duda, en este capítulo, el Manual se propone a sí mismo como el reverso de Las venas abiertas... y, como buen panfleto, simplifica y tergiversa los mecanismos de lo que el idiota clásico ha llamado imperialismo.

El capítulo cinco contiene una excelente crítica del Estado benefactor, corrupto e ineficiente, pero la contrapropuesta de nuestros autores es la de que sean los empresarios quienes tomen las decisiones de los burócratas públicos, dejándoles a aquéllos el control total de la sociedad al reducir el aparato estatal al mínimo. ¿Por qué?, se pregunta uno, víctima incurable de la idiotez latinoamericana y mundial. ¿Por qué no procurar un Estado fuerte que no sea corrupto en lugar de dejar en manos de los empresarios -cuya vocación y razón de vida, legítimo por cierto, es el lucro- el destino de nosotros y de nuestra descendencia? ¿Por qué no se contentan nada más (y nada menos) con lucrar? ¿Que pagan muchos impuestos? Bueno... La política sirve para negociar también, ¿no? No se puede tenerlo todo: la libre competencia es lucha intersectorial también (perdón por la flagrante idiotez).

El siguiente capítulo contiene una extraordinaria crítica del socialismo real y de la mentalidad dogmática del izquierdismo en el subcontinente. La crítica del mito del revolucionario heroico, de la mística religiosa de la lucha armada, de su necrofilia y su masoquismo inducido, del vanguardismo autoritario y de la descomposición moral de la izquierda revolucionaria, así como de su retórica justificatoria y de la hipocresía de sus dirigentes, es certera, efectiva e irrefutable. Ocurre, sin embargo, algo curioso: que nuestros ex-idiotas al descalificar y ridiculizar la experiencia histórica -buena y mala- de América Latina, se autoconstituyen automáticamente -con sus ideas (neo)liberales- en otra vanguardia y otro vanguardismo portadores de La Verdad (con mayúsculas). El problema de la vuelta de la misma medalla no queda, pues, superado, con lo que la idiotez latinoamericana que se critica queda así (quien lo dijera) reforzada, y nuestros ex-idiotas, al incurrir en lo que critican, suben de categoría perfilándose como legítimos e indiscutidos neo-idiotas.

El capítulo siete contiene una inmejorable crítica del socialismo cubano, aunque el antifidelismo (que es algo diferente al antisocialismo) obnubila la lógica que sustenta la mantención del embargo estadounidense a la isla y hace destilar mucha más bilis de la que le conviene a nuestro neo-idiota.

Hasta aquí, la crítica de la idiotez de izquierda ha sido contundente, simpática, lúcida. Pero en el capítulo ocho, nuestro neo-idiota sufre un bajón analítico cuando se mete a criticar la teología de la liberación, quizá porque se vio obligado a mediatizar su tono discursivo a fin de no entrar en contradicción con otros sectores del catolicismo, que le son afines. En tal sentido, el único pecado visible de la teología de la liberación que arroja el análisis de nuestros autores es haber abrazado el socialismo. Esta crítica débil, así como una defensa bastante oficiosa del capitalismo y de la caridad burguesa refuerzan la idea de que a la izquierda nadie la derrotó, sino que se derrotó solita, con lo que la teoría de la verdad neoliberal sale perdiendo porque aparece como algo que sólo saca la cabeza gracias a la muerte de la izquierda. Esto, muy a pesar del tono de todo el Manual, que nos recuerda que para el neoliberalismo la guerra fría no ha terminado, y que hay que acabar con el último idiota (o comunista disfrazado), desde el democristiano hasta el ex-guerrillero, habiendo pasado por el socialdemócrata y por el empresario de derecha que es protegido por el Estado (a quienes nuestros neo-idiotas acusan, no sin aspaviento autriaco, de socialistas). Es decir, hay que acabar con todos los idiotas latinoamericanos y del mundo, y hacer de la sociedad una sociedad de empresarios antiestatistas. Curioso frente amplio de idiotas el que nuestros neo-idiotas se crean sin costo alguno al meter en el mismo saco de la idiotez a todos los que no abogan por la liberadora dictadura del empresariado neoliberal.

En el capítulo nueve, nuestros neo-idiotas hacen una buenísima crítica del antiyanquismo acomplejado, a la par de una débil defensa del intervencionismo gringo en el mundo. Luego, en el capítulo diez, el tono irónico priva por encima de la lucidez neo-idiota en su crítica del nacionalismo, al que, como ya lo había hecho antes, descalifica como idiotez, para instituir una fórmula digna de la sofística neoliberal, variante ya indiscutible a estas alturas de la idiotez dogmática latinoamericana de izquierda. La fórmula es la siguiente: Nacionalismo=caudillos nacionalistas=Estado benefactor=asfixia social=subdesarrollo latinoamericano=idiotez. A todo lo cual se opone como solución... ¿qué creen? Claro: la desnacionalización de las empresas públicas, causa (éstas últimas) -dicen nuestros neo-idiotas- del subdesarrollo latinoamericano.

La excelente crítica del peronismo y el velazquismo, así como la de Villa y Bolívar desmerece cuando nuestros neo-idiotas se meten con Sandino, a quien inexplicablemente no logran pescar en toda la idiotez que ellos habrían deseado.

Sigue, en el capítulo once, una buena crítica del solidarismo cómodo y estereotipado del "otro": ese internacionalista paternal y ultracomprensivo que apoya cualquier causa, basta que sea de izquierda. Pero al mismo tiempo nuestros neo-idiotas hacen una defensa sudorosa de las transnacionales como agentes del desarrollo. Y uno piensa en aquel bolero que cantaba Pedro Infante y que iba así: ¿En qué quedamos por fin, me quieres o no me quieres?. Nuestro neo-idiota también fustiga duramente el mercantilismo o patrimonialismo del Estado benefactor, desordenado y corrupto e ineficiente, causa --dice-- de la pobreza de América Latina. No hemos llegado --afirma nuestro neo-- a una economía de libre mercado, que solucionará todos los males causados por el Estado benefactor y sus aliados: los empresarios protegidos, los sindicatos públicos, la clase política y la burocracia estatal. Y esa es la meta: llegar a eso, lo cual pasa antes por pulverizar a todos los idiotas del mundo.

En el capítulo doce nuestros neo-idiotas pronuncian su credo neoliberal (pp. 257-8), el cual ya ha sido resumido antes, tratando de invalidar "idioteces" como la que sigue: al quitarle poder económico al Estado se le quita fuerza a la participación del pueblo en las decisiones políticas. Si el Estado no es fuerte no vale la pena -desde el punto de vista "idiota" de las masas populares- luchar por un proyecto político nacional-popular con un Estado limpio de corrupción.

Desgraciadamente para nuestros autores, todavía hay muchos "idiotas" que creen que esta utopía es posible de alcanzar y que vale la pena luchar por ella. Lo dicho por ellos es cierto, la idiotez es incurable, sobre todo en lo que toca a la utopía del bienestar colectivo y a esa idea necia de que es posible alcanzarla. El pueblo para estos señores es un fastidio.

Nuestros idiotas alcanzan el climax de su acto de fe neoliberal cuando proponen su Manual como la otra cara de la misma medalla. Dicen: ...este libro... (p)uede ser otra biblia tan convincente como la de Galeano (264). Y aquí, llegados a este punto, cuando nuestros autores flagrantemente se proponen como la cara opuesta de lo mismo, es que abandonan su condición de neo-idiotas para ganarse, a pulso, el simple apelativo de... idiotas a secas, ya que en nada se diferencian de sus dogmáticos homólogos de izquierda a quienes se han afanado tanto en desconstruir a lo largo de 318 páginas. Excepto quizás en que tienen sentido del humor.

En el capítulo trece, cuando hablan de los diez libros que conmovieron al idiota, la crítica del libro de Fidel (La historia me absolverá), la del libro del Che (La guerra de guerrillas), la del de Debray (¿Revolución en la revolución?), la del de Harnecker (Los conceptos elementales del materialismo histórico), contrastan con las débiles críticas a los libros de Marcuse (El hombre unidimensional), Dorfmann y Mattelart (Para leer al pato Donald), y Gutiérrez (Hacia una teología de la liberación). La crítica al libro de Cardoso y Faletto (Dependencia y desarrollo en América Latina) es mucho mejor, así como lo es la del de Galeano. Sin duda, nuestros idiotas (ya me siento hermanado con ellos al haberles quitado el aborrecido prefijo "neo") son mucho más hábiles criticando la teoría de la dependencia que metiéndose a cuestiones filosóficas y humanísticas más complejas. La prueba está en el tono casi respetuoso (y, por ello, casi increíble) con el que se acercan a Fantz Fanon y a su libro (Los condenados de la tierra). ¿Por qué será?

En conclusión, si el libro de Galeano es, como dicen nuestros idiotas, un vademecum del idiota latinoamericano, el Manual que nos ocupa puede ser leído sin culpas de ninguna clase como un vademecum del idiota reciclado y convertido en liberal fundamentalista y dogmático. Por éstos dos rasgos es que a este liberal se le ha agregado cariñosamente el prefijo "neo", aunque ya vimos que se trata simplemente de un idiota latinoamericano más, dogmático, autoritario e irracional, como el de izquierda que critica.

El idiota reciclado o "neo" tiene muchos seguidores que llevan bajo el brazo la biblia o libro que hace honor a su nombre. Porque el Manual no es tanto un manual para idiotas de izquierda (éstos son tan idiotas que se niegan a leerlo) cuanto para idiotas de derecha. El Manual del perfecto idiota latinamericano o Vulgata de la Escuela Austriaca se muerde la cola y su yergue como la biblia de los neoliberales. A este libro, que conmueve a nuestros idiotas de derecha (hermanos de los idiotas de izquierda y de centro en el dogma de la sofística) se puede agregar el epílogo de Socialismo, de Ludwig von Mises, y el post-scriptum de Los fundamentos de la libertad, de Friedrich Hayek. Y la mini bilbioteca del idiota reciclado estará completa. Para qué diez. Tres son suficientes.

Es así como nuestros autores se han esforzado hasta lo indecible con su libro, en la empresa de hacer de la frase que sigue, y que ellos acuñaron, una verdad que, con su ejemplo y el de su legión de seguidores, permanece vigente en América Latina: lo malo no es haber sido idiotas, sino continuar siéndolo. Felicitaciones por el nexo de continuidad latinoamericanista. Todo ha quedado entre idiotas. El consuelo es inmenso.


(*) Este trabajo se publicó en seis entregas durante el mes de mayo de 1998, en un diario guatemalteco, bajo el título "De idiotas y manuales". Como parte del debate no correspondido que he entablado con los neoliberales de mi país, lo entrego a La Insignia para su más amplia difusión, con un título mejor adecuado a las circunstancias.



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