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2 de octubre del 2005 |
En las aguas heladas del beneficio impío
Salvador López Arnal
Se ha señalado reiteradamente: pretender que el dramático conflicto de Darfur es principal o exclusiva consecuencia del enfrentamiento entre la élite musulmana del país y los cristianos africanos es ocultar, acaso deliberadamente, el papel de las grandes corporaciones en el intento de apropiación de las riquezas naturales de la zona. No parece un mero prejuicio izquierdista, una conjetura extraviada o una mirada tópica y sin fundamento sostener que detrás de aquel enfrentamiento armado asoma el pie y el cuerpo del petróleo emergente y la rapiña impía de las grandes multinacionales. Y Darfur, claro está, no es caso único. Si tienen ocasión, si los tentáculos de las poderosas distribuidoras de la industria del cine y del adoctrinamiento se lo permiten, no pierdan ni un segundo: dejen todo lo accesorio y vayan a ver uno de los mejores y más estremecedores documentales que se han podido ver en nuestras pantallas desde hace muchísimo tiempo: La pesadilla de Darwin, de Hubert Sauper, premio al mejor documental del cine europeo y premio a la mejor película en el festival Internacional de cine de Viena en 2004. Si no es el caso, si ya han arrojado a la cuneta por "no rentable" este documento excepcional, organicen un grupo de presión que exija la reposición, o acaso primera distribución, de esta magnífica película. Si además ustedes son enseñantes, pedagogos o, simplemente, ciudadanos con proyección pública (excúsenme la redundancia), no duden ni un nanosegundo: hablen con jóvenes, con alumnos, con amigos, con movimientos sociales críticos y vivos y vean y comenten este deslumbrante film que debe ser, que debería ser considerado objeto de culto por todo ciudadano con aristas de izquierda no acomodada porque su visión difícilmente puede dejar impasible a cualquier conciencia que no haya renunciado a ser eso, conciencia, atributo de un alma que busca lo esencial de uno y de los demás. No es que Sauper diga nada que no podamos saber ya, que apunte alambicadamente hacia lugares desconocidos o hacia zonas ensombrecidas y ocultas. No, su trabajo refuerza nuestra memoria, obliga a repensar lo ya formulado, dirige nuestra mirada hacia los puntos nodales del mundo realmente existente y todo ello lo hace no a partir de nociones abstractas, de sofisticadas construcciones conceptuales, de pulidas y axiomatizadas teorías, por lo demás imprescindibles, sino a partir de aquella antigua finalidad epistémica de tradición leninista (y de sistemas afines o no): el análisis concreto de la situación concreta. ¿Y de qué situación concreta se trata esta vez? El guionista y director austríaco ha explicado que la primera idea de la película le surgió mientras trabajaba, en 1997, en Kisangany Diary, un documental en el que siguió con su cámara a los refugiados ruandeses. No se trata ahora de refugiados ni de Ruanda. La situación es ahora la siguiente: una mano nada inocente -y, seguramente, no un experimento científico como se afirma en la documentación de la película- depositó en las aguas del lago Victoria, en Tanzania, en el corazón de África, en la décadas de los sesenta, un nueva especie animal, hasta entonces inexistente en la zona: la perca del Nilo, un voraz depredador que se ha multiplicado rápidamente y que en 15 años, "darwinianamente", ha arrasado con el 95% de todas las especies autóctonas del gigantesco lago africano. Alrededor de él se ha creado una poderosa industria donde trabajan, o mejor, donde son explotados sin límite y sin consideración antiguos campesinos y trabajadores agrícolas de la zona. La producción diaria de perca, etiquetada como mero para el consumo del mercado europeo, es transportada en aviones rusos y ucranianos contratados por grandes corporaciones. Europa consume, los ciudadanos europeos consumimos diariamente, quinientas toneladas de ese animal. El panorama de los poblados construidos en los alrededores de estas "modernas" factorías es desolador: pobreza, ningún trabajador puede consumir por su elevado precio el pescado, desnutrición, niños sin padres que esnifan y se pelean entre ellos por un plato de comida mientras hurgan en las montañas de desecho de pescado, prostitución, asesinatos, enigmáticas y oscuras industrias de investigación, aviones ucranianos fletados por su bajo coste, empresas que se disfrazan de salvadoras de la industria local mientras la población se conforma con las espinas del pescado putrefacto, con las sobras de los filetes de pescado que se envían a Europa para nuestro consumo. Por si fuera poco, el círculo se cierra con rentabilidad asesina: los viajes de ayuda internacional camuflan, entre supuesta y desinteresada ayuda, contrabando de armamento y munición que alimentan las guerras que exterminan el continente y que, en ocasiones, en situaciones de total desesperación y pobreza, son vistas con esperanza por ciudadanos africanos que ven en ellas una forma de mejorar, si hay suerte y no perecen en combates fratricidas, su vida sin horizonte. La cámara de de Sauper no oculta ninguna dimensión de la tragedia pero da también muestras de las otras caras de la situación: niños de la calle que incluso en su desesperación quieren ser profesores; prostitutas que aspiran a ser secretarias para poder salir de aquel infierno donde no sólo son permanentemente vejadas sino que su misma vida está en continuo peligro; admirables periodistas africanos, comprometidos con la situación, cuya voz no es silenciada, pero también manifestaciones de religiosos que prohíben el uso de anticonceptivos en una zona donde el sida rige para casi todos, y las consabidas sectas que juegan sin pudor con la bondad de las gentes. La cuestión de fondo no es la perca del Nilo. Igual daría, el panorama no variaría esencialmente, si habláramos de diamantes y armas (Sierra Leona), plátanos y armas (Honduras), o petróleo (Angola, Nigeria). La reflexión final del piloto ruso -una de las escenas más hermosas de todo el documental en el que la belleza, una belleza dolida, no es un invitado ocasional-, además de impactante, resume la esencia de la situación: los niños africanos ayudan a la recogida de la uva para la Navidad de los niños europeos; los padres de éstos fabrican y envían armas para guerras donde los niños africanos son, en muchas ocasiones, actores principales, en Navidad, Año Nuevo o Viernes Santos, de guerras sin sentido. Pero, además, el valor del documental de Sauper no radica sólo en su denuncia, en el lugar hacia el que nos propone mirar, en el cultivo de un saber no olvidadizo del mal ni de los desheredados de la Tierra. Si es nula toda estética sin ética, como señaló José Mª Valverde, toda ética exige una estética que esté a su altura. Sauper ha construido un deslumbrante documental con alto valor cinematográfico. Los ejemplos pueden multiplicarse sin esfuerzo: la conversación con las prostitutas o con los pilotos; la forma en que la cámara muestra a los niños africanos; su respetuosa aproximación a la mujer enferma de sida; su larga conversación con el vigilante de una enigmática empresa de investigación; la contraposición que construye en una reunión de técnicos y dirigentes europeos que cuentan las bondades de la situación mientras la cámara se desplaza lentamente mostrando la realidad inmediata que ocultan esas repetidas y asignificativas palabra, son algunos de los numerosos ejemplos que podrían citarse. Si como Kant, Singer, Jonas y muchos otros han señalado, el ámbito y la concreción de lo ético tiene que ver con el respeto y reconocimiento de los otros, con la negación a cosificar relaciones entre seres vivientes, con el respeto a la naturaleza, con el principio de precaución, con la reflexión sobre las consecuencias de nuestras acciones no sólo para nuestros coetáneos sino para los por nacer, entonces hay que decir en voz alta o susurrando que el modo de producción y reproducción regido por la norma básica del beneficio ilimitado e insaciable de los regidores de los puntos neurálgicos del sistema, no sólo es más o menos eficiente o derrochador sino que es profundamente antiético y, por consiguiente, cualquier individuo, cualquier formación política, cualquier movimiento social que se precie por desear mantener una arista ética, un compromiso moral-político en beneficio de la Humanidad toda, no puede ser sino neta y claramente anticapitalista, o, como mínimo, puestos a conceder, contrario a lo que es la práctica actual extendida de este modo de producción y de relación entre humanes. Este es el programa mínimo, éste el programa de la hora. Mirado globalmente no hay otra posibilidad, sean cuales sean nuestras dudas sobre las alternativas en construcción. Este es el único horizonte de las izquierdas, lo cual no significa que sea sencillo ni inmediato, y cualquier otra consideración es olvido, entreguismo o declaración de impotencia. Es posible que Darwin nunca tuviera una pesadilla como este infierno que nosotros hemos creado amparándonos en sesudas e incuestionadas consideraciones sobre el mejor de los sistemas económico-sociales posibles y existentes, sobre el fin de la historia, sobre un modelo de civilización al que debería aspirar toda la humanidad no fanatizada, sistema que de hecho provoca diariamente la desesperación de millones de seres humanos. El olvido de una verdad tan elemental es simple adaptación al sistema, un cómodo vivir, con aceptación tal vez inconsciente de los presupuestos del adversario, de un adversario sin escrúpulos que aún sigue proclamando sin pudor y con la mayor ignominia que éste es el mejor de los mundos posibles, qué lo otro, sea lo que sea ese otro, es un sueño, una quimera irracional de movimientos sin norte, sin programa y sin alternativas. ¿Un sueño entonces? Pues sí, ¿qué pasa? ¡Y qué la perca se nos atragante! Publicado originalmente en la revista mensual El Viejo Topo. España, 2005. |
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