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5 de noviembre del 2005 |
La política del tonto
Luis Sepúlveda
¿Qué pasa entre Chile y Perú? ¿Es cierto que han movilizado tropas al norte? Estas y otras preguntas las he oído formuladas por varios periodistas europeos, y el desmentido tajante del presidente Lagos al respecto produce calma, además de demostrar que la mesura existe y es posible en política.
¿Qué ocurre? Pues simplemente que el gobierno peruano, en una demostración de irresponsabilidad y torpeza política, ha decidido unilateralmente reformular los tratados fronterizos y por razones que, si bien son difíciles de entender, no son tan complicadas a la hora de entender su, una vez más, irresponsable utilidad política interna. Cuando los gobernantes, elegidos democráticamente o por medio de chanchullos fracasan, acuden a la torpeza y a la felonía del patriotismo. Naturalmente que la respuesta del gobierno chileno y de los chilenos no puede ser la misma. Dieciséis años de lucha contra la peor dictadura, contra criminales y ladrones probados, dejan como herencia un aprecio ilimitado por la legalidad y por la inteligencia política, por la responsabilidad y la cordura. El gobierno de Toledo es uno más de la larga lista de gobiernos ineficaces y corruptos que se han cernido sobre Perú. Prueba de ello son los miles de peruanos que se han visto obligados a emigrar a Chile, a España, a diferentes países del mundo sencillamente para escapar de la miseria que han generado los diletantes y corruptos que se han hecho con el gobierno de Perú. Esa miseria genera ignorancia, se alimenta de ella, y el resultado final se llama patrioterío. Es evidente que los chilenos no podemos caer en lo mismo. Con la campaña para las próximas elecciones presidenciales en ciernes, esta absurda provocación de la irresponsabilidad del gobierno peruano, es un regalo para la derecha chilena, que ostenta el monopolio del patrioterío chileno, del amor a la bandera y otras pruebas de fetichismo. Se plantea entonces la necesidad de actuar con mesura e inteligencia, con la misma responsabilidad política que nos acompañó durante los años de Resistencia contra la dictadura. No puede ni debe haber demostraciones contra los peruanos y peruanas que trabajan en Chile, y si muchas veces nos sentimos orgullosos al declarar que somos un pueblo culto, esta es la mejor ocasión para demostrarlo. Los peruanos y peruanas que viven, trabajan y con su esfuerzo contribuyen al crecimiento chileno, son víctimas de la necedad e incapacidad de sus gobernantes, de los mismos que han aceptado sin chistar todas las tropelías impuesta por el Fondo Monetario Internacional y por el Banco Mundial, en aras de ser parte de "esa realidad económica global" que sólo consigue miseria y éxodos masivos de población. Debemos agotar las instancias internacionales, esta es una buena ocasión para oxigenar a las Naciones Unidas semi asfixiadas por el unilateralismo estadounidense. Un tonto siempre busca como maestro a otro tonto. Es lo que ha hecho Toledo al imitar las decisiones unilaterales de Bush. Es preciso exigir que la OEA, si tiene alguna razón para seguir existiendo, deje de ser una academia de servilismo hacia los estadounidenses, y adopte resoluciones vinculantes de práctica inmediata. Aún a riesgo de que Insulza se quede sin empleo, se debe exigir a la OEA una resolución clara e inapelable. Toledo, en un acto supremo de irresponsabilidad y destinado a la galería, ha generado un problema que, ciertamente, entre las capas más ignorantes y cerriles de Perú, puede darle tiempo para terminar un mandato cuya única característica ha sido la de hundir más a su país. Y en Chile puede generar un reaparecimiento de apolillados estandartes que, de manchados de sangre chilena, son indignos y sólo merecen el desprecio. Este lío lo arregla la sociedad civil, el civismo, la actitud civilizada frente a los demagogos capaces de pronunciar la palabra guerra sin temblar. No podemos olvidar que una bala no tiene bandera, mata simplemente. Una tonelada de merluza del Pacífico servida en Madrid o París no vale una vida. Las olas no serán más fuertes ni más débiles según que soberanía. Lo que aquí importa es el respeto a la legalidad internacional, a acuerdos y protocolos limítrofes asumidos por ambas partes y con garantes internacionales. Este es, única y exclusivamente, un problema más que debe solucionar la sociedad civil. (*) Luis Sepúlveda es escritor, adherente de Attac y colaborador de Le Monde Diplomatique. |
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