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3 de mayo del 2005 |
Marcos Winocur
El marxismo como tributario de la filosofía idealista alemana, notoriamente de Hegel, de los economistas ingleses que precedieron a Marx y del socialismo francés, no necesita ser presentado. Esta triple filiación es bien conocida y fue puntualizada por Marx y Engels desde el comienzo. Y bien, la nueva ideología revolucionaria se echó a volar con alas propias... hasta que cayó en el pecado de la soberbia, creyéndose autosuficiente. Dijo no al Psicoanálisis, ignoró la relatividad einsteniana, cerró los ojos frente al padre de los misiles, a quien tenía en casa, en la propia URSS, y en general frente a los logros de la ciencia y las tecnologías en Occidente.
Cuando la soberbia, entronizada desde el manejo del Estado, se derrumbó en Europa del Este, se vino a descubrir que una ideología que se quisiera revolucionaria en el siglo XX resultaba tributaria de otras corrientes de pensamiento, no sólo en su formación sino también en su desarrollo. Claro, para retener las riendas del Estado fue ya tarde, los ladrillos del muro de Berlín saltaban a diestra y siniestra. No así para el balance ideológico. Y han surgido de las cenizas, quiérase o no, expresiones que no vacilo en rotular como marxismo clásico, marxismo posmoderno, y marxismo empírico. Las tres se han puesto en evidencia en múltiples cuestiones, notoriamente la consideración de las utopías. Los marxistas clásicos continúan citando aquello de que "la humanidad en rigor sólo se propone las metas que puede alcanzar", escrito por Marx. Y naturalmente, se afirman en la división entre socialistas utópicos y científicos que Engels hizo. La conclusión de los marxistas clásicos cae de su peso: las utopías son lo irrealizable y por ende negativas. Contra esta postura, reaccionan los marxistas posmodernos, y afirman: las utopías se han vuelto realizables, citándose un texto que se atribuye al Che Guevara: "seamos realistas, exijamos lo imposible". Trátase así de compensar las negatividades del avaro presente con radicales planes a futuro y fervientes deseos. Y en tercer lugar, estamos quienes rechazamos lo uno y lo otro, preguntándonos: ¿irrealizable, realizable, qué quiere decir? No más que esto: vista la bancarrota de la teoría, todo se sabrá después, cuando inéditas condiciones a crearse den la cara encendiendo luces rojas o verdes. A Lenin le gustaba citar a Goethe: "gris es la teoría pero verde es el árbol de la vida". Mientras tanto, las utopías son una apuesta, y nada más. Una apuesta que trata de dibujar un futurible entre los vapores del sueño, y la pluma es empuñada por un marxismo empírico: abierto a la contingencia, baraja todas las posibilidades y se queda con aquélla que mejores resultados da. La meta sigue siendo la misma, el socialismo como objetivo estratégico; los caminos, las tácticas, están en estado refundacional. |
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