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20 de marzo del 2005 |
La estatua de Franco y las vergüenzas de nuestros políticos
Alberto Arce
La política española es triste. O al menos nuestros políticos: timoratos, equidistantes e incapaces de asumir su historia. En esta dirección, la última de nuestras aburridas polémicas se ha centrado en el la retirada de la estatua ecuestre de Francisco Franco en Madrid.
En el año 2002, casi tres décadas después del establecimiento de nuestra democracia, el Congreso de los diputados aprobó por unanimidad una propuesta para retirar todos los símbolos de la dictadura de nuestros edificios oficiales. En el año 2005, tres años después de la decisión mencionada, un gobierno decide aplicar la ley y retirar la última de las estatuas del dictador que quedaba en la capital. Y no se le ocurre mejor modo de hacerlo que por la noche, pidiendo los permisos en secreto y por la puerta trasera, esperando -teóricamente- que nadie se enterase o, considerando que esto era imposible, tratando simplemente de no herir la sensibilidad de ninguno de los franquistas que aún quedan. Con la forma elegida, han demostrado que no se atreven a levantar la voz diciendo lo que la mayoría de los españoles piensan: que es hora de arrojar los 40 años de dictadura al baúl de la vergüenza. Ante la imagen nocturna de las grúas y los trabajadores que se llevaban la estatua, los líderes del Partido Popular aprovechan la ocasión para atacar al gobierno. Hablan de venganza, revanchismo y resentimiento. Se desenmascaran solos y nos demuestran, una vez más, que sus orígenes y su clientela política no tienen la más mínima intención de romper con ese fino hilo que les une a un pasado absolutamente antidemocrático. Hablan de no romper el "espíritu de la transición", que en su interpretación se traduce en algo así como "el generalísimo murió en la cama y ya no toca volver a hablar del pasado". Olvidan que el único perdón concedido hasta el momento ha sido el de las víctimas respecto a los verdugos. Junto al enfado de la derecha civilizada, también cabe reseñar la congregación frente a la estatua, en el momento de su retirada, de una docena de fascistas de traje y corbata y algunos "pijos" entrados en años que no han sido capaces de asumir que el tiempo ha pasado. Se presentaron en Nuevos Ministerios para despedirla, brazo en alto, cantando el "Cara al sol" ("Volverán escuadras victoriosas al paso alegre de la paz/y traerán prendidas cinco rosas/las flechas de mi haz") y tras ver las imágenes no sé si se trataba de una espontánea muestra de adhesión o una performance artístico-provocativa. El Partido Popular se delata a sí mismo. Una docena de fascistas nostálgicos hacen el ridículo en público y el gobierno del Partido Socialista no se atreve a salir con orgullo, decisión y claridad a los medios de comunicación y decir que sí, que retira la última estatua de Franco que quedaba en Madrid pese a quien pese. ¿Ante quien hay que explicarse para desterrar de una vez por todas los símbolos de la dictadura? ¿Por qué no se avisó con antelación de que la estatua sería bajada del pedestal? ¿Acaso temían que miles de personas se congregasen en el lugar para recordar que la historia no se cerrará hasta que no se asuman las justas reivindicaciones de las víctimas, de los defensores de la II República? ¿Es que nuestros ministros socialistas no se atreverían a encabezar ese acto público? |
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