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La insignia
7 de marzo del 2005


Entrevista con Rafael Poch-de-Feliu

Ricardo Ortega, in memoriam


Eva Greenberg
La Insignia, 7 de marzo.


Ricardo Ortega Ricardo Ortega

Hoy hace un año, el 7 de marzo del 2004, moría tiroteado en Haití Ricardo Ortega, corresponsal en Nueva York de la cadena de televisión española Antena 3.

Ex corresponsal en Moscú, Ortega fue un periodista inquieto y honesto. En esta entrevista, Rafael Poch-de-Feliu, que coincidió con Ortega en Moscú, traza una semblanza de su amigo y explica cómo sus cualidades le hicieron perder su trabajo por presiones directas del gobierno del Partido Popular.

La familia de Ortega ha pedido una «investigación oficial» sobre las circunstancias de la muerte del periodista, pues sospecha que los disparos que acabaron con su vida pudieron ser obra de los marines estadounidenses y no de los partidarios del ex presidente haitiano, Aristide, como se creía al principio.


-¿Qué trazos destacaría en una semblanza de Ricardo Ortega en su época en Moscú?

-Diría que Ricardo fue la demostración de que el buen periodista no se hace en las facultades de periodismo, sino que surge, y se demuestra, en las situaciones del oficio; de la curiosidad, de la sagacidad, del espíritu crítico y de la inteligencia aplicada a las circunstancias del asunto.

La rapidez con la que Ricardo destacó haciendo noticias de televisión tiene que ver también con sus cualidades personales. Era una persona con carisma, que inspiraba confianza, algo que se valora especialmente en situaciones difíciles, pero que tiene muchas utilidades, por ejemplo cuando se trata de hacer hablar a la gente reacia. Esos rasgos le ayudaban a abrir puertas.

Ricardo era sagaz, tenía olfato, una buena intuición y eso le ayudaba a hacerse buenas preguntas y a desenredar las bizantinas situaciones de la política rusa. Rusia era una excelente escuela crítica. La desconfianza de la versión oficial era allá la primera condición para acercarte a la realidad. Eso es un poco así en todas partes, pero en Rusia era escuela, porque en los noventa Rusia fue un país con las tripas al aire, seguramente el imperio más transparente del mundo. Así que, si después de Rusia te enviaban a un lugar con una propaganda oficial y un sistema de fabricación del consenso tan engrasado como Estados Unidos, que es lo que le ocurrió a él, pues el resultado podía ser excelente. Ese fue el caso, porque la escuela de su experiencia rusa le había enseñado que lo más conveniente era poner las dudas por delante.

-¿Por qué mantuvo contacto con él durante años tras su marcha a Estados Unidos?

-Por amistad y afinidad. Ricardo era el único amigo periodista destacado en Estados Unidos, capaz de filtrar las verdades oficiales desde lo que Rusia nos había enseñado. El resultado fue espectacular. A los pocos meses de llegar a Estados Unidos ( y estoy hablando de bastante antes del once de septiembre del 2001) Ricardo ya había explorado el mundo del integrismo islámico en Florida, con conexiones en Afganistán y su nombre ya figuraba en las listas del FBI...

Ricardo estaba fascinado por Estados Unidos, estaba asombrado de cómo funcionaban las cosas allá. Los políticos y especialistas de primera fila, que eran la fuente directa en Rusia, estaban allí absolutamente fuera del alcance de un medio español. En Estados Unidos estás condenado a practicar un "periodismo de lata", explicaba, a base de refritos de los que repetían como cacatúas los grandes medios del "Big Brother" local; "Washington Post", "New York Times", ABC, CNN y todo eso. Lo de Moscú de antes de Gorbachov era un cuento de niños, al lado de cómo se fabrica el consenso en EEUU, con su ejército de disciplinados periodistas bien pagados, consumidores de comunicados y confidencias oficiales. Era como comparar una cafetera con una computadora.

Ricardo cayó en medio de todo eso cuando la administración Bush llegó al poder, con toda su sarta de mentiras y falsedades sobre la guerra de Irak, etc. Para mi, tener allá una persona de confianza, un amigo que me contaba sus impresiones regularmente, era una suerte. Ricardo informó, dentro de lo posible, de las mentiras de Bush, que eran las de nuestro Aznar, y por eso acabó siendo cesado y degradado por Antena 3... Como ya es público, explicó que su destitución fue consecuencia de llamadas telefónicas de La Moncloa a "Antena 3". En cualquier país anglosajón esa situación habría producido escándalo; en España se asume como normal. Su evolución desde periodista estrella de su canal, a castigado, fue muy lógica, teniendo en cuenta en manos de quien están nuestros medios de comunicación.

-¿Qué le fascinaba de Chechenia?

-Sin duda, fue el periodista español que más hondo excavó en aquel laberinto de dolor, crueldad, y desastres. Aquella era una lucha entre David y Goliat, un pueblo de un millón contra el ejército de una nación de 140 millones, pero no era una película de buenos y malos. Era otra cosa, un drama; un drama en el que, sin duda, Rusia tenía la principal responsabilidad. Ricardo conocía a casi todos los comandantes de la guerrilla chechena, que eran una mezcla de héroes capaces de las gestas más extraordinarias y despreciables y abominables bandidos, a los que la vida humana, al principio la de los no chechenos y luego ya las de todos, no les importaba nada. El contexto de aquellos personajes era un panorama de ruinas. Al lado de Grozny, Beirut y Sarajevo eran anécdotas. El drama de la población civil era de proporciones bíblicas: gente que lo había perdido todo, su casa, sus hijos, cónyuges, de un día para otro. Después de haber contemplado todo eso, uno ya no ve la vida de la misma manera...

Chechenia fue conocer a la bestia que el hombre lleva dentro, saber que el héroe y el criminal son una misma persona, que el hombre es capaz de soportar todo el dolor del mundo. Todo eso fascinó a Ricardo. Al mismo tiempo, Ricardo sentía una viva simpatía y un gran respeto por el pueblo checheno.

En Chechenia, Ricardo se jugó el tipo. Recuerdo situaciones espeluznantes que él vivió; cómo un helicóptero ruso le detectó junto con su cámara en campo abierto, los hizo meter en un río helado sin refugio posible y cuando ya lo tenía enfilado preparado para disparar, un guerrillero derribó el helicóptero... con un lanzagranadas, una especie de milagro. En otra ocasión, necesitaba hacer una entradilla en Grozny, decidió subir a la azotea de un edificio en ruinas que se encontraba a cien metros y antes de dar unos pasos, el edificio fue alcanzado por un proyectil de artillería y quedó completamente destruido... Ese tipo de cosas le pasaron a Ricardo, no por querer ser estrella, sino por estar allá. En él no había jactancia, ni chulería alguna. De esas cosas te enterabas como de paso. Era una persona sólida y seria. Ese era la áurea que irradiaba.

Su ultimo correo me llegó estando en Taiwán. Era un mensaje breve. Lo leí por la noche en mi hotel. Pedía que le consiguiera contactos en Taipei, porque él pensaba visitar la isla durante las presidenciales gracias a un viaje organizado por la ONU que le había tocado en una especie de rifa. Para entonces, Ricardo ya había sido degradado por su canal y tenía que buscarse la vida con cosas así. Anunciaba que se iba a Haití. Pensé, "que país más desgraciado". Fue a Haití con ese estatuto precario de "colaborador". Luego dijeron que había pedido una "excedencia" y cosas así... Ahora pienso que los verdaderos desgraciados son quienes promovieron su destitución en la Moncloa y en su canal. La muerte de Ricardo dejó a cada uno en su lugar. De él queda un buen recuerdo, algo que no todos dejamos al desaparecer; para los otros, la vergüenza de un comportamiento ruin.



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