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20 de junio del 2005 |
Ariel Ruiz Mondragón
Allá por el año de 1979 fue publicado en Venezuela un libro que sorprendió por su tema, que en ese momento fue verdaderamente novedoso: El libro de la salsa. Crónica de la música del Caribe urbano, de César Miguel Rondón. El autor, periodista, locutor y escritor, ya era un experto reconocido en su país en materia salsosa: había ya dado varias conferencias sobre el tema acompañadas por recitales, logrando abrir las puertas de espacios antes vedados a expresiones de música popular, como museos y universidades. El volumen muy pronto se convirtió en una referencia obligada para quienes querían conocer más acerca de la música antillana, no única y exclusivamente de su expresión neoyorquina. El volumen, tras aquella edición, se fue convirtiendo en un objeto raro debido a su calidad y a la dificultad para poder dar con él, pese a las ediciones piratas que se produjeron merced a su éxito. En lo personal, conocí una parte del libro en la revista Comunicación y cultura de la UAM, en la que fue reproducido el primer capítulo, "Salsa cero (o cero salsa)", en el que se relatan los prolegómenos de la salsa. De allí me interesó más conocer la obra completa, lo que me condujo a una búsqueda -no muy intensa, he de decirlo- que me llevo años. Curiosamente, fui a descubrir el libro no en una librería, sino en la tienda de discos que el sonido Sonorámico tiene por el rumbo de República del Salvador. Por supuesto, pese a lo que parecía un elevado precio, lo adquirí de inmediato. Tan pronto como lo tuve en mis manos devoré rápidamente la excelente y sabrosa crónica de Rondón, un libro que desconoce el desperdicio. El libro de la salsa, un clásico de la música latina, exigía una buena reedición que lo pusiera al alcance de un público mucho más amplio y que facilitara su adquisición. Es por ello que fue una buena decisión optar por Ediciones B, cuya filial en Colombia se encargó de esta nueva edición, que apareció a finales del año pasado. Si la primera edición, pese a incluir muchas fotografías, era muy sencilla, está es todo lo contrario: es una publicación de lujo que sirve de perfecto escenario para el formidable despliegue crónico de Rondón, en esta presentación con algunos cambios y adiciones: el prólogo ya no es de Domingo Álvarez e incluye una Coda en la que de forma muy sucinta el autor sintetiza apretadamente lo ocurrido en las salsas en los últimos 25 años. Su estilo y estructura, enormemente atractivos, han influenciado notablemente otras obras que han estudiado temas similares (pienso, por ejemplo, en la también imprescindible ¡Caliente! Una historia del jazz latino, de Luc Delannoy). Lo que también hace muy interesante el libro es que el conocimiento de Rondón no le deja ningún espacio a la complacencia: el ánimo crítico se encuentra por doquier. El libro se centra, fundamental pero no únicamente, en la escena musical latina de Nueva York desde los años cincuenta hasta finales de los setenta. Inicia con el relato del ascenso en la escena de la ciudad de las Big Band latinas, entre las que el predominio pertenecía a un triángulo decisivo: las orquestas de Machito, Tito Puente y Tito Rodríguez. Ellas son el vértice sobre el que gira, aunque no se descuidan otras expresiones musicales, especialmente la gran influencia cubana. La decadencia de esas grandes bandas, el refugio de Rodríguez en el bolero, de Machito en el jazz, el ocaso de los grandes salones de baile, y hechos políticos como la revolución cubana y el aislamiento de la isla provocaron que hubiera una necesidad de renovación en el panorama latino. En ese punto, por 1966, es cuando surge la salsa de la mano de Eddie Palmieri. Tres características encuentra el autor en la nueva expresión: "1) el uso del son como base principal de desarrollo (sobre todo por unos montunos largos e hirientes); 2) el manejo de unos arreglos no muy ambiciosos en lo que a armonías e innovaciones se refiere, pero sí definitivamente agrios y violentos, y 3) el toque último del barrio marginal: la música ya no se determinaba en función de los lujosos salones de baile, sino en función de las esquinas y sus miserias; la música no pretendía llegar a los públicos mayoritarios, su único mundo era ahora el barrio; y es este barrio, precisamente, el escenario que habría de concebir, alimentar y desarrollar la salsa." (Dicho sea de paso: considero que ese carácter de barrio es el que hizo tan fuerte a la salsa en el movimiento sonidero de México, ya que si en algún lugar se la baila bien y con pasión es en las calles. Finalmente, como establece Rondón, "Salsa implica barrio.") La salsa, de música eminentemente popular, se fue convirtiendo en un producto muy atractivo para los grandes mercaderes. De allí que el libro también se ocupe del desarrollo de la principal compañía disquera que tanto impulsó como aprovechó el momento: Fania Records, la creación de Jerry Masucci y Johnny Pacheco. Aunque previamente existía otros importante sellos latinos -Tico y Alegre-, Fania fue el sello en donde, con muy pocas excepciones, crecieron las figuras salseras más significativas: Celia Cruz, Larry Harlow, Pete Conde Rodríguez, Willie Colón, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Ismael Miranda, Cheo Feliciano, Ray Barreto, Roberto Roena, Ricardo Ray y Bobbv Cruz, etc. Como anota Rondón, la Fania "sin más, sería por excelencia la compañía grabadora de música de salsa; y el boom que pronto se desataría es su mérito y su desgracia." Si bien la compañía puso sus esperanzas y apoyo a muchos músicos -empezando por el quinceañero Colón-, también terminó siendo un cuasi monopolio que explotó sin miramientos a muchos de ellos. Los años setenta fueron los grandes años de la salsa, el boom: Para Rondón un hito lo marcó el baile que las Fania All Stars realizaron en el Cheetah, en agosto de 1971, y que daría como resultado cuatro discos y una película, Nuestra cosa latina. Ese acontecimiento es el que marca, de manera indeleble, la explosión salsosa. Como anota, con esta presentación y grabación la gente de Fania se anotó uno de sus más grandes aciertos: "hacer un disco de descarga comercial , sin que este último calificativo supusiera la eliminación de las dos principales características de toda descarga: las espontaneidad y la libertad de los músicos para soplar y cantar todo lo que les exigiera el entusiasmo." De allí en adelante vendrían varias reuniones de las Estrellas, mucho más afortunadas las que fueron en vivo que en estudio. Recorrieron el mundo, pero sin duda una de las más importantes fue la visita a África, con la magnífica inclusión de Celia Cruz en el trabuco salsero, presentación que se llevo a cabo días antes de la histórica pelea entre Mohammed Alí y George Foreman; por el contrario, una de las más desastrosas fue la del Yankee Stadium. Aquel boom está espléndidamente relatado en el libro, no sin anotaciones críticas que dan cuenta de los éxitos y desventuras de la salsa. Los primeros tuvieron mucho que ver con que la música siguiera perteneciendo al barrio; las segundas, con la explotación industrial. Como ejemplo de esto se encuentra el fracaso de los discos que Fania produjo con la CBS, en el que los All Stars se pusieron a grabar música chafa intentando agradar y atraerse al público gringo, sin éxito alguno. Perfectamente descritas y analizadas se encuentran las dos tendencias dominantes en los años setenta en el mundo de la salsa: la vanguardista y la tradicional. La primera con exponentes que buscaron innovaciones pero sin perder el carácter bravo de su música; por el otro, el recurso a la tradición cubana -que dio origen a un fenómeno que terminó siendo nefasto: la matancerización, que en muchísimos casos terminó en el más vulgar refriteo de temas clásicos cubanos, en especial de la Sonora Matancera. Pero al lado de la historia de la Fania y sus artistas -cabe mencionar que muchos de éstos acabaron saliéndose en cuanto pudieron de la compañía por el maltrato de que fueron objetos-, Rondón toca muchas otras orquestas y bandas que al margen del cuasi monopolio disquero salsero realizaron un trabajo más que meritorio en el desarrollo de la salsa: desde el casi subterráneo Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorquino hasta la mucho más famosa Dimensión Latina, de donde saldría el salsero mayor, Oscar D' León -uno se queda con las ganas de que el autor hubiera dedicado más espacio en su Coda a la apoteósica gira de Oscar por Cuba allá por 1983, en la que, como dijo Albita Rodríguez, el salsero venezolano les redescubrió la música cubana a muchos cubanos, especialmente a los jóvenes-. Antes de la breve Coda, la parte fuerte del libro cierra con el fin del boom salsero neoyorquino, cuya gran época concluye con la aparición del que es, a mi gusto, el mejor disco de salsa que se haya hecho: Siembra, la obra maestra de Willie Colón y Rubén Blades, dos de los más grandes de la salsa. Ya desde entonces, y como se demostró posteriormente, en las composiciones del panameño se marcaba el rumbo de la mejor salsa de los años siguientes. Como decíamos al principio, esta es una edición de lujo, con grandes fotografías que acompañan y apoyan el magnífico texto -de la antigua edición falta una extraordinaria de los grandes años de Fania: en un concierto, alineados, aparecen compartiendo el escenario cuatro leyendas inmarcesibles: Feliciano, Lavoe, Blades y Celia Cruz-. Libro caro que desquita plenamente su precio, no debe faltar en la biblioteca no sólo de los salseros sino también en la de cualquier melómano que se respete. Para ponerlo más al alcance de su público natural, la gente del barrio, no estaría nada mal que la editorial pensara en una edición en rústica. Rondón, César Miguel. El libro de la salsa. Crónica de la música del Caribe urbano. 2ª. Ed. Bogotá, Colombia, 2004. 436 p. |
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