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La insignia
12 de junio del 2005


El I Congreso Internacional
de narrativa peruana en Madrid


Borka Sattler
La Insignia. Perú, junio del 2005.


Ante la escudriñadora mirada de la Cibeles, mirada que contenía la mar de interrogantes, casi tantos como la de los críticos literarios españoles, se llevó a cabo el "I Congreso Internacional de Narrativa Peruana" en la Casa de América de la ciudad de Madrid, que lucía esplendorosa con los primeros sofocos del verano.

La Casa de América, organismo creado para la conmemoración del Quinto Centenario del Encuentro de Dos Mundos, ocupa el Palacio de Linares, magnífica mansión construida en 1873 por la familia Murga, Marqueses de Linares, en lo que antes era el Pósito Real y su privilegiada localización tiene fachadas a la Plaza de Cibeles, al Paseo de Recoletos y a la calle de Alcalá por donde las antiguas floristas vendían los nardos.

Su esmerada decoración destaca entre otros palacios madrileños de la época respondiendo a patrones de estilo francés en el Segundo Imperio. Sus jardines perfumados de enredaderas y sus árboles que dan frescura hacen de este recinto un lugar exquisito para el fomento de la cultura americana.

El Palacio de Linares con todo su señorío albergó por una semana, del 23 al 27 de mayo pasado, a sesenta y cinco invitados: creadores literarios, ensayistas, críticos y editores, algunos residentes en España, otros llegados de tierras lejanas: Perú, Francia, Estados Unidos y Canadá, además de un nutrido público oyente.

Las ponencias, las discusiones, las preguntas y respuestas llegaron en algunos casos a subir aún más la temperatura de los grandes salones decorados con espejos dorados, alfombras mullidas, arañas de cristales y escaleras de mármol. Hasta los fantasmas que habitan orgullosos en aquel palacio del indiano, puesto que la fortuna de los marqueses de Linares venía de América, no dejaron de enterarse de las grandes discrepancias que existen siempre entre los peruanos. Incluso el ánima de la niña muerta a los doce años, hija de los que fueran dueños de la casa y cuyos sutiles pasos escuchábamos en los pasadizos, tuvo que refugiarse para no sufrir un desmayo en su gran casa de muñecas, en ese momento sala de exhibición de las ediciones de los participantes y plagada de los aromas de las flores, donde se reanimó, pues el alma de la niña se vio complacida de que en su espacio de juegos haya tanto contenido espiritual con aires del otro lado del mundo.

Que la literatura de los criollos, que la del ande o la de la selva. Que las publicaciones, que las ediciones de un sol, la piratería, la promoción de los libros, todo eso se oyó y se grabó como testimonio de lo que fue el Congreso inaugurado por todo lo alto por Mario Vargas Llosa.

Ya en horas de la noche, después de las largas jornadas, los participantes disfrutábamos la alegría de la ciudad reuniéndonos en los diferentes rincones donde el vino, el humo y las tapas se mezclaban con los comentarios del día. No sé si se llegó a dar conclusiones, ni si se arreglaron las discrepancias, pero el Congreso sirvió mucho para conocernos aún más y para sentirnos a pesar de las diferencias que los peruanos somos un todo en plena ebullición, una célula en movimiento. Se agradece a los organizadores: a la asociación Mirada Malva, a la Embajada del Perú en España, a los narradores Mario Suárez Simich y Jorge Eduardo Benavides, y se espera que se repita.



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