Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
23 de julio del 2005 |
El alegre criterio de los imbéciles
Mario Roberto Morales
Es una verdadera desgracia escribir, pintar o filmar en un país que carece de una institucionalidad crítica que sea capaz de establecer lo que sirve y lo que no en materia artística y cultural. El estamento crítico es necesario para ordenar la producción artística y literaria en el tiempo, y también para ubicar las obras en compartimientos didácticos según sus contenidos, formas y relaciones con el contexto que las hace cobrar vida.
En mi diminuto país no existe un estamento crítico lo suficientemente capacitado y responsable como para realizar esta imprescindible tarea de recapitulación e interpretación de nuestra producción y sentido culturales. Y es de esta cuenta que los mismos artistas y escritores (o sus amigos) se lanzan a ejercer la interpretación crítica de las obras propias y ajenas, con resultados casi siempre abominables, pues, mediante sus bondadosas opiniones apreciativas, producen aún más confusión en un público desorientado que busca con desesperación criterios que le permitan discernir el valor de las obras de arte que lo retratan, más allá del simple criterio del gusto. Además de los artistas y escritores metidos a críticos, existe otra casta de fallidos analistas literarios y artísticos constituida por la legión de egresados de programas de literatura en universidades locales y extranjeras, quienes, por lo general, han sido inoculados con los diversos virus posmodernos que llevan a juzgar la literatura por el sexo o la etnia de quien la escribe, y no por el manejo de los elementos específicos que la hacen ser lo que es y que la diferencian de otras formas escriturales y artísticas. Esto da lugar a la formación de sectas amiguistas que promueven sistemáticamente a sus miembros, tratando de extender sus tentáculos hasta los apetecibles cuellos de quienes se encargan de publicar suplementos culturales, administrar recintos para la difusión artística y financiar medios capaces de promocionar libros o exposiciones con el mismo criterio y técnica publicitaria con el que se promueve la comida rápida, las bebidas espirituosas o los libros de autoayuda para pensadores de aeropuerto y otras salas de espera. No niego que de estas sectas de compinches pueda salir alguna obra digna de respeto. Pero lo que está a la vista es que lo que suele salir de ellas se encuentra bastante alejado de la creatividad literaria y artística, y no se diga de la crítica, entendida esta como el ejercicio responsable del criterio para relacionar la obra de arte con su contexto y con las condiciones de su recepción por parte de los lectores y espectadores. Por el contrario, lo que suele abundar son los juicios propagandísticos y las loas gratuitas a la persona, así como su pedestre promoción comercial, muy al estilo en el que se promueven los entertainers del espectáculo ligero y las mercancías de las corporaciones que los patrocinan. Es así como funciona el estímulo de lo que se ofrece como literatura "étnica", "femenina", "homosexual", "joven", "hip-hop" y demás: como un catálogo de productos inconexos que descansan en estanterías y góndolas de supermercado, esperando a que el consumidor "culto" ejerza su "libertad de opción" y compre el que más le guste. Y es por ello que el público deglute, sin establecer diferencias, un libro de Dostoiewski y uno de Paulo Coello, uno de Mallarmé y otro del "poeta y coronel de ingenieros Don Severo de Armas Tomar"; uno de Asturias y otro del "escritor, médico y licenciado Don Rubicundo Pérez Serás, con prólogo de su distinguida esposa, la culta señora Doña Cuqui García-Conde de Pérez Serás", o aun otro del jovencísimo Orland Rosas-Menchú, dulce promesa de las letras nacionales en su versión afro-maya-caribeña. Será un gusto informarles del momento en que se empiece a conformar en mi absurdo país un estamento crítico que ordene, clasifique y establezca jerarquías en nuestra producción literaria y artística. Mientras tanto, despistado lector, no crea nada de lo que los solemnes diletantes al uso le digan acerca de nuestras "luminarias" locales, y opte por mantenerse calmadamente en la incertidumbre, ya que ésta es mil veces preferible a compartir en forma penosamente adocenada el alegre criterio de los imbéciles, los cuales se caracterizan no sólo por su torrencial incontinencia verbal sino sobre todo por no dudar jamás de sus estúpidas cuanto mentirosas certezas. (*) También publicado en A fuego lento |
|