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La insignia
9 de febrero del 2005


La falsa e inestable paz de los vencedores


__Especial__
Palestina
Alberto Arce
La Insignia. España, febrero del 2005.



Hace varios años, poco después del comienzo de la segunda intifada, y durante el transcurso de un seminario de doctorado, el entonces eurodiputado Carlos Westendorp -ex ministro de Asuntos Exteriores del último gobierno de Felipe González- aseguraba que el gobierno israelí era consciente de la necesidad de permitir algún día la existencia de un Estado palestino. La afirmación era sorprendente dado el nivel de virulencia con el que se atacaban y destruían los símbolos de la autoridad palestina, pero Westendorp puntualizaba que Israel se aseguraría, mediante el ejercicio de su abrumadora fuerza militar durante años, de que ese futuro Estado palestino no supusiera más que un conjunto de escombros absolutamente inviable y dependiente de Tel Aviv. De ese modo, el día que la comunidad internacional los obligara a realizar alguna concesión, Palestina no sería ni la sombra de lo que pudo haber sido.

Cinco años después podemos comprobar que el Señor Westendorp estaba en lo cierto. Más de 4000 muertos, 180 kilómetros de muro de apartheid, miles de casas e infraestructuras palestinas destruidas y casi 8000 prisioneros después, se ha firmado una tregua entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina. Pero la ANP no controla un territorio en el que pueda establecerse un Estado viable, y su nuevo presidente, Mahmud Abbas, ni siquiera puede garantizar que los más firmes y duros de entre sus propios compatriotas respeten la paz de los vencedores que pretende imponérseles. Quien pretende sellar el fin de la Intifada sabe que miente. Y que la Intifada no terminará mientras Israel no esté dispuesto a devolver la justicia a los palestinos. Como alguien dijo hace tiempo, la verdad no es triste: simplemente no tiene remedio.

Hemos perdido ya la cuenta del número que hace esta tregua en los últimos años pero no obstante, debemos alegrarnos de su firma: los palestinos y los israelíes necesitan la paz y cualquier avance en tal dirección debe ser aplaudido. Al mismo tiempo, no por ello debemos dejar de ser conscientes de que es una tregua falsa e inestable en cuanto no representa más que la precaria paz de los vencedores por la fuerza (Israel) y los derrotados por agotamiento (Palestina). Israel se compromete a desalojar los asentamientos de colonos judíos en Gaza, discutir la liberación de un grupo simbólico de presos palestinos en varios meses y no atacar Gaza y Cisjordania mientras los grupos palestinos de resistencia armada no realicen ningún atentado. Además asegura que su ejército se retira de cinco ciudades de Cisjordania.

Cabe señalar ciertas cuestiones que aportan alguna información adicional a estos datos. Para empezar, el desalojo de los asentamientos de Gaza fue decidido hace ya varios meses por el gobierno israelí, independientemente de la cumbre celebrada ayer en Egipto. De hecho, Ariel Sharon tuvo que pedir ayuda a Simón Peres para formar un nuevo gobierno de gran coalición con los laboristas, ante la negativa de los sectores más ortodoxos del sionismo a cumplir las órdenes del gobierno. Para continuar, no atacar los territorios palestinos no supone ninguna concesión que deba ser contrarestada y agradecida por Palestina sino simplemente el cumplimiento del derecho internacional que Israel lleva violando desde que ocupó ilegalmente Gaza y Cisjordania en 1967. Y para finalizar, la retirada de cinco ciudades palestinas así como de Gaza es una gran mentira de cara a quienes no conocen la realidad de los territorios palestinos.

Entre las ciudades de las que Israel dice que se retirará se encuentra Calquilia. Calquilia es una ciudad palestina de 40.000 habitantes que se encuentra totalmente enjaulada por el muro de apartheid que se construye en Cisjordania. Desde hace más de un año la ciudad es una cárcel rodeada por un muro de hormigón de 9 metros de alto y una valla electrificada de al menos dos metros. Hay una puerta por la que se entra y se sale de la ciudad que el ejército israelí puede cerrar en cualquier momento y un punto de control en la misma. Retirarse de una ciudad enjaulada es algo tan fácil como lo que están haciendo en la Franja de Gaza.

La Franja, con la mayor densidad de habitantes del planeta, está también absolutamente encerrada y sellada por una valla de seguridad con dos puntos de entrada, uno al norte desde Israel y otro desde Egipto. Al mismo tiempo, está compartimentada en tres zonas estancas controladas por el ejército que en cualquier momento puede cerrar o abrir los puntos de control. En Gaza, los tanques y los soldados israelíes se han retirado a un kilómetro de la frontera mientras entre ellos y la resistencia palestina de Hamás y la Yihad se interponen las fuerzas de seguridad de la ANP. Ante la primera marcha atrás de esta tregua, no les llevaría más de un par de horas volver a desatar una nueva operación de castigo similar a la "días de penitencia" que en una semana del mes de siembre acabó con la vida de casi 200 palestinos. Por otra parte, retirarse de Ramala (la capital "de facto" de la Autoridad Palestina) tampoco supone ninguna concesión porque esta ciudad, después de la campaña de asedio que terminó con la destrucción del recinto presidencial de la Mukata en el año 2002, quedó "pacificada", controlada y aislada a través de los puntos de control de Calandia y Aram. Casi nunca se ven jeeps o soldados israelíes en las calles de Ramala. Sin ir más lejos, el día de la victoria electoral de Abu Mazen, hace exactamente un mes, decenas de milicianos fuertemente armados, buscados por Israel y además partidarios del nuevo presidente campaban a sus anchas por sus calles y plazas. ¿A qué renuncia Israel a cambio de que los palestinos se enfrenten entre ellos? A nada importante.

Sorprende e indigna que se anuncie que la cuestión de Jerusalén no se tratará en este acuerdo de paz. Más aún cuando hace pocas semanas Israel ha comenzado a aplicar la ley que despoja de los títulos de propiedad de sus casas y terrenos a miles de palestinos de Jerusalén Este en virtud de sus leyes raciales. Entre el despojo de propiedades y la construcción del muro, Israel avanza poco a poco en su ocupación definitiva de la ciudad. No se menciona tampoco la cuestión de los millones de refugiados palestinos que viven en el exterior en condiciones infrahumanas y en calidad de apátridas ni la reparación de todos los que viven en los campos de refugiados de los suburbios de Tulkarem, Gaza o Nablús, por poner tan sólo tres ejemplos.

Y por último, ¿nadie es consciente de la gravedad que supone no incluir en la negociación de paz la destrucción del muro de apartheid que, de ser continuadas sus obras, reducirá el futuro Estado palestino al 53% de su territorio internacionalmente reconocido y aislará sus ciudades más importantes con la definitiva bantustanización y enjaulamiento de la mayor parte de sus habitantes? A lo largo del proceso de Oslo, durante los años 90, Israel se cuidó de impedir que Palestina creciese por sí misma, rodeando sus ciudades con asentamientos ilegales de colonos traídos principalmente de la Rusia que entonces se descomponía. Hoy en día la construcción del muro protege a estos 400.000 colonos que viven en la tierra robada a los palestinos y sobre cuyo futuro nadie habla. Las sentencias de la justicia internacional para destruir el muro e indemnizar a los afectados por su construcción no aparecen sobre la mesa de negociación. Y esta ausencia es tan sólo parte del caldo de cultivo del odio y frustración que ha llevado a tantos jóvenes palestinos a militar en la resistencia armada contra Israel que ahora pretende desarticularse con unas contrapartidas ridículas.

Hamás y la Yihad son continuamente presentados como los radicales que impiden que la paz avance. Es el discurso que le conviene tanto a Israel como a los Estados Unidos. Y es falso. Desarmarlos e invitarlos a que acepten vivir encerrados en las infrahumanas condiciones de sus campos de refugiados y ciudades enjauladas, sin libertad de movimientos, con sus amigos encarcelados, parte de sus familias exiliadas sin posibilidad de retorno y con un futuro controlado por Israel es imposible. Poner todos los esfuerzos de la comunidad internacional en desarmar a cambio de migajas a grupos palestinos como Hamás que progresivamente captan mayores apoyos, incluso electorales, entre la población de los territorios ocupados, no servirá más que para sembrar las semillas del retorno de la intifada que estos grupos han mantenido y mantendrán mientras Israel no acepte cumplir con las necesidades mínimas de justicia que los jóvenes palestinos reclaman.

La tercera Intifada será, tal y como se desarrollan generacionalmente las resistencias de los palestinos, aún más dura y desesperada que la segunda que pretende ahora darse por finalizada. Será la de los jóvenes criados dentro del muro, la de quienes tienen cada día menos que perder, la de los grupos que, sin justicia previa, desbancarán definitivamente el cada vez más precario liderazgo de los miembros de Al Fatah dentro de la OLP. Abu Mazen lo sabe y tiene que poner medios para evitarlo. Por su propia supervivencia y por la dignidad de la causa palestina que en estos momentos dice representar bajo el paraguas protector de los Estados Unidos.



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