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La insignia
18 de febrero del 2005


El Tratado Constitucional europeo
y el honorable Charles H. Hungerdunger


Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, febrero del 2005.


Le tengo aprecio a la jerga jurídica. Aplaudo su teatralidad y el anhelo de exactitud en un ámbito donde la exactitud puede ser lo único imposible (por razones políticas, por incompetencia de los redactores, por escasez de un lenguaje condenado a no ser literario y que sin embargo tiende a una subliteratura, casi siempre del absurdo, cuando persigue la totalidad). El contrato comercial más sencillo es un baile de máscaras. La ley más oscura, un bestseller en potencia. Los estatutos nadan en los místicos y las constituciones -intensas, románticas, finalmente humo- huelen a folletín erótico para vírgenes.

Ahora bien, lo mínimo que se debe exigir a un texto cualquiera es que su presentación no induzca a error. Comprar una copia del código de Hamurabi y descubrir una notificación de Hacienda es una verdadera cabronada, como también lo es, de un modo más sutil, inundar los kioscos con «La interpretación de los sueños» de Freud a sabiendas de que sólo se vende porque lo toman por guía de chamán, bruja o astróloga. El tratado que dice ser Constitución se encuentra en este último caso, detalle que por mi parte olvidaría si no fuera por el rizar el rizo de su tomadura de pelo: tras leer todo el Tratado Constitucional de la Unión Europea y sus protocolos, anexos y declaraciones, estoy en condiciones de afirmar que le falta un Hungerdunger. Y el principal, además.


Léame la carta, Jamison

Groucho: Jamison, escriba una carta a mis abogados: Honorable Charles H. Hungerdunger, a cargo de Hungerdunger, Hungerdunger, Hungerdunger, Hungerdunger y McCormick. Caballeros, signo de interrogación. En respuesta a la suya del cinco del corriente, ruego rep., corchetes, que hemos ido a los terrenos cuidadosamente y creemos al parecer, es decir, pensar, p. ej., que a pesar de todas nuestras medidas precautorias en las que nos hemos visto involucrados, creemos que es sumamente necesario proceder, a menos que, esto, recibamos un ipso facto que no es despreciable en este momento, comillas, cierre comillas, comillas, esperando que ésta le encuentre… Léame la carta, Jamison.
Zeppo: Honorable H. Hungerdunger… a cargo de Hungerdunger, Hungerdunger, Hungerdunger y McCormick…
Groucho: ¡Se ha comido un Hungerdunger! ¡Se ha dejado fuera al principal, además! Ha pensado que me la iba a jugar, ¿eh? Muy bien, déjelo fuera y ponga en su lugar una escobilla limpiaparabrisas… que sean tres escobillas y un Hungerdunger. En cualquier caso no estarán todos allí cuando llegue la carta. Hungerdunger, Hungerdunger, Hungerdunger…
Zeppo: Y McCormick. Caballeros, signo de interrogación.
Groucho: ¡Caballeros signo de interrogación! Póngalo en el penúltimo, no en el diptongo. Tiene que repasar su griego, Jamison. Venga, vaya a buscar un griego y repáselo.
Zeppo: En respuesta a la suya del cinco del corriente…
Groucho: Ya.
Zeppo: Luego usted ha dicho unas cuantas cosas que no eran importantes, así que me he limitado a omitirlas.
Groucho: Las ha omitido usted, ¿eh? ¡Ha omitido usted el cuerpo de la carta, eso es! Sin razón alguna, Jamison. Se ha dejado fuera el cuerpo de la carta… Muy bien, mándela así y que la siga el cuerpo.
Zeppo: ¿Quiere que ponga el cuerpo entre corchetes?
Groucho: No, nunca llegaría entre corchetes. Métalo en una caja.


La chica del diecisiete

La unanimidad de los profesionales de la opinión durante la campaña del referéndum tira a traca intestinal; se suele acusar al sistema político de falta de pluralidad -en la representación partidaria, en las distintas propuestas- y luego resulta que los ámbitos informativos son más pobres. Incluso en las páginas de La Insignia, que han estado abiertas en igualdad de condiciones a cualquier punto de vista al respecto, se ha producido un llamativo desequilibrio del todo ajeno a la voluntad de la redacción: entre las docenas de aportaciones recibidas, sólo un par defendían la abstención y ninguna el voto en blanco. Por lo visto, casi nadie compartía, o estaba dispuesto a defender, la opción de varios millones de ciudadanos españoles. ¿Será que los columnistas son unos tipos muy comprometidos en comparación con tanto irresponsable e inconsciente abstencionista? -dices clavando en mi pupila tu pupila azul-. Será lo que quieran creer. En cuanto a mí, hace tiempo que decidí ejercer el derecho a quedarme en casa y a no participar en un circo donde, para empeorar el estado habitual de las cosas, el papel de payaso no ha correspondido al burócrata institucional sino al supuesto crítico. Punto. Y aparte.

Simplificando, lo mejor que se puede decir de la Constitución que no es Constitución es que a veces se parece a una Constitución. Simplificando, lo peor que se puede decir de ese no ser es que se trata de una simple y larguísima constatación de lo que ya es, y en tal lógica, sometida a las leyes estatales, que sí son. Sin embargo, las organizaciones de izquierda que defienden el rechazo al tratado (las que son y están que dejan de ser, como IU, y las que nunca fueron) han pasado de puntillas sobre las indiscutibles insuficiencias del texto y han centrado su campaña en una larga lista de objeciones que muchos compartimos, pero que tienen el común denominador de no ser consecuencia del tratado y no ser achacables, por tanto, a éste. Absurdo tras absurdo: unos dan gato por liebre y otros la toman por perro. ¡Se ha comido un Hungerdunger!

La sensación de pozo sin fondo está plenamente justificada. Cualquier aspecto de un tratado de estas características es mejorable si se cuenta con la fuerza social necesaria, y por la misma razón, no hay tratado bueno en situación de debilidad. Confundir la acción política con la propaganda, como hace IU desde que abandonó a Marx y abrazó el sacerdocio, lleva a cometer errores como el de no comprender que existían motivos para pedir la abstención o el voto en blanco ante el Tratado Constitucional, pero no un rechazo directo: ése es el espacio de la «Europa de las patrias» de la Falange y del resto de los grupúsculos de la extrema derecha. Se trataba de castigar un proceso mal llevado y mal planteado desde la UE, no de condenarnos a los tratados preexistentes -bastante peores- en una relación de fuerzas altamente desfavorable para la izquierda.

¿Qué harán si algún día tienen éxito con el cuanto peor, mejor? ¿convocar un forito social con más profesionales de la ponencia y del viaje con todos los gastos pagados? ¿Y qué opondrán a la involución de derechos sociales, laborales, políticos? ¿una foto de McGiver? Por qué será que me viene a la cabeza el viejo cuplé:

Dónde se mete
la chica del diecisiete.
De dónde saca,
pa tanto como destaca.


Madrid, 18 de febrero.



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