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La insignia
12 de enero del 2005


España

El plan Ibarretxe


Juan Francisco Martín Seco
Estrella Digital. España, enero del 2005.


El sesenta por ciento de las familias españolas tiene dificultades para llegar a fin de mes. La gran mayoría de jubilados malvive con pensiones de miseria. Tenemos la tasa de paro más elevada de Europa. Existen más de dos millones de desempleados, muchos de ellos sin derecho alguno a prestación. La sanidad pública lleva años colapsada, hay enfermos que deben esperar ocho meses para operarse, y otros, mes y medio para saber si tienen cáncer. El precio de la vivienda se ha elevado de tal manera que adquirirla en propiedad resulta prohibitivo para un gran número de familias y para otras muchas significa endeudarse para toda la vida. Hay quien trabaja diez horas diarias por 490 euros al mes. Pero he aquí que mientras tanto el país entero está únicamente pendiente de si Cataluña y Euskadi son naciones, nacionalidades o comunidades nacionales.

No existe concepto más etéreo e indeterminado que el de nación. ¿Dónde empieza y dónde termina? ¿Qué es lo constitutivo de la nacionalidad? A no ser que profesemos un criterio racista, resulta bastante difícil su delimitación. EEUU se siente nación -la gran nación americana, dios salve a América-, pero su población está formada por negros, irlandeses, ingleses, italianos, chicanos, chinos y ciudadanos de otras muchas procedencias. Se consideran nación porque pertenecen a una misma unidad política. La nación, abstracción, sólo se precisa y se concreta en el Estado, en la unidad política. Sólo en el Estado, en la unidad política, cabe hablar de soberanía popular.

Cuando los hombres de la Ilustración acuñaron el término contrato social como fundamento del derecho político, en modo alguno se referían a él como un hecho temporal e histórico, por el cual los ciudadanos en asamblea constituían el Estado, sino como un concepto filosófico que en un Estado preexistente permitía explicar y asentar las bases de un gobierno democrático; intentaban establecer una teoría racionalista del poder, distinta de la teológica y religiosa, que lo hacía depender de Dios. La autodeterminación de los ciudadanos no iba dirigida tanto a la creación de estados como a la organización democrática de los ya dados.

Bien es verdad que su formación no ha obedecido a ningún esquema racional, sino a la simple contingencia histórica, concretada la mayor parte de las veces en las luchas intestinas de los príncipes o reyes para ampliar sus derechos patrimoniales. La historia podría haber sido de otra manera, y de otra manera haberse configurado los estados. Si los acontecimientos, los resultados de las contiendas y los enlaces matrimoniales de las casas reinantes europeas hubiesen sido otros, otros tal vez hubiesen sido los estados actuales. Hoy, por ejemplo, podría existir el Estado de Aragón, y Portugal, por el contrario, pertenecer a España, o Cataluña a Francia o, quién sabe, cualquier otra combinación. Pero, por esa misma razón carece de sentido recurrir en la actualidad a derechos históricos, derechos que en otros tiempos los ciudadanos obtenían frente a reyes o príncipes que detentaban un poder más o menos despótico, pero que quedan obsoletos en estados democráticos cuyos únicos derechos se derivan de la igualdad y de la soberanía popular.

Es verdad que en el siglo XX se acuñó otro concepto de autodeterminación, unido al proceso descolonizador. El derecho de los pueblos africanos o asiáticos a autorregularse y a no ser subyugados y gobernados por los pueblos europeos, pero no creo que nada de esto pueda aplicarse en este momento a las distintas regiones de España.

Al margen de los aspectos constitucionales y políticos, dos son los problemas lógicos que presenta el Plan Ibarretxe. El primero, definir quiénes son los vascos y por tanto quiénes, según él, tienen derecho a la autodeterminación, ¿los nacidos en Euskadi? ¿los que actualmente viven en el País Vasco? ¿los del RH negativo? Si parte de la población vasca opta por la independencia, la otra parte también se podrá autodeterminar con respecto a la primera. Si Euskadi tiene derecho a la autodeterminación con respecto a las otras regiones españolas, Álava lo tendrá respecto al conjunto del País Vasco, y un pueblo de Álava frente a Álava, y un pueblo de Vizcaya frente a Vizcaya. ¿Acaso no nos introducimos como en otros momentos históricos en un laberinto de difícil salida?

El segundo proviene de las fases y los tiempos. Para que un Estado se asocie a otro, primero tiene que ser Estado e independiente. Suponiendo que la independencia la puedan decidir los vascos, en el tema de la asociación algo tendremos que decir el resto de los españoles. Porque tal vez los otros pueblos y comunidades prefieran un Estado igualitario y sin privilegios y no estén dispuestos a ninguna asociación.

Me pregunto si no estaremos creando un problema artificial, importante para la clase política, para su relevancia y poder, pero sin influencia en el bienestar de todos los españoles, incluyendo a los vascos o a los catalanes. Las proyecciones miméticas de la historia pasada siempre son peligrosas cuando tanto han cambiado las circunstancias. Los nacionalistas catalanes pretenden con la Diada conmemorar la derrota de Cataluña frente a Castilla, una interpretación de la historia poco rigurosa. La Guerra de Sucesión, como fue denominada, no obedeció al interés de ningún pueblo de España. Todos perdieron. Su origen hay que buscarlo en cómo las grandes potencias europeas se disputaban la herencia de una dinastía consumida en su propia endogamia. No era la guerra de Castilla frente a Cataluña o de Andalucía frente a Aragón, sino la de un príncipe francés frente a un archiduque austriaco.

¿No estaremos repitiendo absurdamente la historia? El problema de los españoles hoy, se llamen riojanos, aragoneses, vascos, catalanes o andaluces ¿no será conseguir que el Estado alcance mayores cotas de democracia y que promueva de forma mucho más eficaz la igualdad en la sociedad? ¿Acaso sus preocupaciones no deberían centrarse en todos aquellos hechos y cuestiones que señalaba al principio del artículo? Los nacionalismos nunca han hecho bien a los pueblos, sino a los dueños de las naciones.



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