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8 de diciembre del 2005 |
Respuesta a mi amigo Alberto
Manuel Chiriboga
He leído con atención tu editorial del miércoles 30 de noviembre. Recordé con cariño nuestros paseos de pesca cuando niños, pero no recuerdo las pesas (tal vez es algo que yo tiendo a no cargar durante demasiado tiempo); pienso mas bien en Jorge Espín, ese querido trabajador de El Cortijo que en su viejo Land Rover nos hizo descubrir los lugares donde mejor se pescaba, las técnicas de la pesca y la generosidad. Nos regalaba alguna trucha para no regresar a casa con las manos vacías.
Efectivamente pienso que los TLC, no el estadounidense en particular, pueden constituir un camino para establecer una economía de mercado. Déjame explicarlo. Primero debemos partir de algo en lo que creo que coincidimos. El modelo de desarrollo que tiene Ecuador se caracteriza por la desigualdad, el rentismo, las lógicas de exclusión, el vínculo entre poder político y poder económico. De hecho, eso describimos con detalle en un libro que compartimos: El mito del desarrollo. Allí establecimos con precisión que el modelo imperante no lograría reducir pobreza, generar crecimiento incluyente y sostenible, ni nada que se le pareciese. Otros escritos tuyos y míos llegan a la misma conclusión. La pregunta que debemos hacernos es cómo cambiar esto y avanzar a una economía basada en mejoras de productividad, empleo e ingresos, en instituciones que incentiven la innovación, que respeten los estándares ambientales y laborales; objetivos modestos, lo sé, respecto a otros mayores como la redistribución y el desarrollo a escala humana. Obviamente podemos seguir en la lucha por estos últimos objetivos, pero ¿tienen los pobres posibilidades de espera? A muchos se les acabó la paciencia y salen por miles del país. Un elemento sobre el que parece haber un amplio consenso es la necesidad de promover instituciones sólidas para el desarrollo: independientes y no capturadas por buscadores de rentas. Entre otras, la literatura parece privilegiar las de competencia, transparencia, derechos laborales y ambientales equilibrados y aquellas encargadas de la educación y la salud. Al mismo tiempo es necesario generar un contexto adecuado para que aquellas actividades empresariales generadoras de riqueza y empleo se consoliden y crezcan. Es a todo esto a lo que se refieren Amartya Sen y Douglas North, como condiciones para generar crecimiento y desarrollo y expansión de las libertades. Creo que esto puede ser una segunda coincidencia entre los dos. ¿Puede un TLC ayudar en esto? Un TLC puede ser analizado desde dos perspectivas: instituciones que obliga a establecer y las relaciones económicas que genera. En lo primero, el TLC establecerá instituciones en los campos financieros, de competencia, de facilitación de comercio, ambientales y laborales, etc. que pueden ciertamente ayudar a generar una economía de mercado. Estas no son neutras, pero son mejores que aquellas donde los Cabrera campean. En el campo de las relaciones económicas y comerciales, un TLC, como parte de la globalización, fortalecerá algunas actividades económicas y afectará otras. Entre las primeras, crecerán indudablemente aquellas actividades empresariales competitivas, como la floricultura, la horticultura, la producción de palmito y maracuyá, de mangos y piñas, algunos textiles de exportación, por mencionar solo algunas. Actividades importantes que generan en forma directa unos 200 a 250 mil empleos, que dinamizan economías locales como Cayambe, Quinindé, Santo Domingo de los Colorados, Azuay, Imbabura o Cotopaxi, amplían la base tributaria del país y significan bienestar para sus familias. Obviamente un TLC tiene impactos importantes sobre los sectores de baja productividad, tanto en el agro como en la ciudad, al ponerles a competir con producciones de más alta competitividad y como bien mencionas, con productos subsidiados. Esto puede implicar un riesgo de desplazamiento de la producción primaria y de especialización en bienes primarios de exportación, es cierto, pero eso no es sinónimo de atraso. Nueva Zelanda, Noruega o Chile son ejemplos de que puede haber crecimiento, reducción significativa de la pobreza y aumento de la base social del desarrollo sobre la base de este tipo de especialización, si existen las instituciones adecuadas. Obviamente eso no resuelve el problema de las familias campesinas que viven de la actividad arrocera o ganadera y que sufrirán el impacto del TLC. Por ello, la negociación busca conseguir condiciones especiales en tiempo y herramientas para esos productos. La negociación, Alberto, es muy dura, durísima, pero no pierdo la esperanza de lograr períodos largos de desgravación para los productos más sensibles (cómo recuerdo a nuestro amigo Jorge Espín y su generosidad en esos momentos) Sin embargo, lograr esas condiciones no es suficiente. La apertura económica tiene que darse siempre con un Estado proactivo y fuerte que ayude a la reconversión de aquellos sectores, sin descartar lo que practicaron los países desarrollados: subsidios y apoyos a la producción. Aun más es posible pensar en esquemas cruzados de apoyo de los sectores ganadores a los perdedores. Un Estado que crece puede generar los ingresos para sostener aquello, un país estancado como el que tenemos dependerá siempre de la deuda eterna y los pocos recursos disponibles, serán capturados. Hay obviamente el peligro de que aumente la dependencia con Estados Unidos y el control que puedan ejercer sus poderosas empresas transnacionales, es cierto, pero para ello debemos consolidar una estrategia de negociación más amplia de TLC con otros países, como los europeos, los latinoamericanos, los asiáticos, etc. Debemos también apoyar a las empresas nacionales en sus estrategias de irrupción en los mercados internacionales, como lo hicieron los tigres asiáticos. Hay muchas buenas empresas en el país y muchos buenos empresarios que merecen nuestro apoyo. Tengo fe, estimado Alberto, en la potencialidad de nuestro país para desenvolverse en la globalización; de hecho ya lo hace con sus exportaciones y sus emigrantes y hasta con su selección. De hecho, la exportación del cacao y del banano fueron momentos de crecimiento y de desarrollo de las fuerzas productivas, como bien lo demostré en mis investigaciones (eso no implica que no haya relaciones sociales de producción). Apostemos al crecimiento y al desarrollo, no al status quo (dejemos las pesas atrás); apostemos a cambiar la arena del conflicto, del orden oligárquico a un orden más ciudadano y quizás más justo y equitativo. Para ello es necesario un amplio debate entre todos quienes hacemos nuestro querido país. No necesitamos caer más abajo para comenzar a crecer y desarrollarnos. En ese debate siempre me tendrás. |
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